Monday, September 27, 2004

Muñecos de nieve.

La forma de la nieve


—Esta ciudad no es para muñecos de nieve. ¿Qué no ves el sol? —le contestó al niño y después, arrepentido por su osquedad, Patricio agregó—, ya veré si consigo uno, —y se quedó callado mientras afuera la tarde declinaba envuelta en la tibieza.
Uno de los deseos de Patricio era ver un gran muñeco de nieve. Cuando inusualmente nevaba en la ciudad, acudía a los cerros a estregar la poca escarcha caída entre las rocas. Juntaba bolas, trozaba varas y construía un muñeco que resultaba flaco, sucio, muy lejos de sus aspiraciones. Hacia mucho que no pensaba en ellos hasta que su hijo le preguntó: ¿papá, haremos muñecos de nieve el veinticuatro? y Patricio sólo pudo recordar la ciudad invadida por el calor, el tumulto en los almacenes para realizar las compras navideñas, el bochorno apretado entre los coches, ese sol nervioso azuzando el fastidio.
—Con este calor las fiestas ni saben, —dijo sin ganas y fue por una Indio al refrigerador. Sacó la botella y apenas dio un trago se arrepintió. La cerveza estaba tibia.
Abrió la nevera para guardarla. Ahí se enfriaría más pronto. En algunas partes del congelador el hielo formaba estalactitas y una capa de escarcha frágil pendía del techo. Cuando comenzó a raspar el hielo, primero con los dedos, pensó en las aceras calientes, el asfalto tibio, el cielo sin rastros de nubes. Después fue por una cuchara. Caían indecisos los copos a cada restregón. Cuando juntó un montón de nieve la apretó con las manos y éstas se enrojecieron. El niño regresó a la cocina y le preguntó. ¿Qué haces? Lo miró de reojo mientras el frío del congelador le pegaba en la cara. Sentía las manos duras, rojas por el hielo y los brazos se le entumecían a causa del aire helado. Comenzó a darle forma a un muñeco. Primero hizo una bola grande que cupo en su mano entrecerrada. Luego formó una pequeña y finalmente una más chica y las encimó
Fue a la recámara, arrancó un botón de una camisa y cortó una cinta de sus tenis viejos. Cuando regresó, su hijo permanecía inexpresivo frente al refrigerador. Cuando el hombre prendió el botón en la figurilla y anudó la cinta al cuello, el niño acercó una silla, subió y vio. Sus ojos se agrandaron cuando encontró al muñequito. ¿Cuándo fue la última vez que nevó? se preguntó Patricio mientras veía al muñequillo solo entre algunos montones de escarcha que ocultaban unos trozos de carne y la bolsa con las verduras refrigeradas.
—Te hice un muñeco de nieve, —le dijo mientras salía el aire helado del congelador, como una fumarola que pronto se descomponía en el aire de la cocina.
Animado, comenzó a formar más muñecos. No se percató cuando su hijo se marchó pero lo escuchó subir por las escaleras. Formó cuatro hombres más. Se veían felices ahí dentro, cobijados por el frío. Uno de ellos, el más próximo a la bolsa de verduras parecía estar inmerso en sus propios pensamientos. Los otros sonreían como si estuvieran en una fiesta.
El hombre no quiso cerrar la puerta de la nevera aunque el calor entraba a bocanadas. ¿Cuánto aguantarán? se preguntó mientras pasaba un trago de cerveza. Entonces el niño regresó. Llevaba unas gorras de papel lustrina en las manos.
—Es para que no tengan frío, —le dijo.
Entre ambos las colocaron a los muñecos y éstos parecieron abrigarse con felicidad, sonreír, contentos porque el sol allá afuera, bloqueado por dos cabezas gigantes, nunca descongelaría su mundo donde los trozos de carne de la cena semejaban riscos para escalar y la bolsa de verduras, una gigantesca montaña verde donde no tardaría en caer más nieve.

Thursday, September 23, 2004

Gardenia 1918

Cuando bajo a la casa por la calle de limón se ve al fondo las chimeneas serias de la fundidora de Monterrey (sus caireles de acero, diría alguna vez Gerson Gómez). Las banquetas tienen árboles y algunas copas bajan y cubren en ocasiones la calle. Ese es mi territorio. En la esquina de independencia y limón vive la familia de Diana Bocanegra y en lo alto de su casa hay un balón amarillo y una bandera de los Tigres. Una calle más adelante, está la tienda de Don Tomy, cuyos hijos siempre fueron grandes y macizos y cuando se lo proponían podían desinflar a cualquier ratero. Más adelante, en el cruce de limón con la privada Gardenia, está la casa de los Garza, donde hace mucho tiempo se reunían Los Panthers, la pandilla rival de mi familia.
Finalmente, en Gardenia y Limón está la casa de mis abuelos, esa por donde salió mi tío Ruben a casarse, esa por donde salió mi abuelo y mi tía Martha al panteón.
En esa esquina, con la casa de fondo, en las vacaciones de verano era ritual que después de que terminaran las "Supervacaciones" en la televisión, saliéramos a jugar beisbol. Poníamos las bases en las esquinas y nos apurábamos para el partido. La pelota siempre terminaba volándose sobre las casas. Fue en esa esquina donde mi abuelo Eugenio se sentaba sobre una piedra bola a despedir a todos sus hijos y nietos que pasaban necesariamente por ahí rumbo al trabajo o la escuela. Ahí se casaron también Pancho y Veva y fue la tornaboda de mi tío Rubén.
Durante un tiempo un río pasaba a un lado de la casa y mujeres de blanco asustaban. A un lado, también, algunas veces terminaban los pleitos entre los panthers y los chidos, justo en la banqueta. Sí, somos violentos. Los Ramos siempre lo han sido, a contra de los Revillas políticos y diplomáticos. En esa casa recibimos la noticia del robo de algunos primos y de esa casa salimos todos corriendo cuando una vez mi tía Martha chocó en Ruiz Cortínez.
En otro tiempo, vivían ahí más de cinco primas y todas eran asustadas por espíritus. Una vez, después de muchos sueños, decidieron cavar para sacar un tesoro. La tierra salía blanca, como betún, pero en cuanto llegó una tía y dijo: "ahora nos volveremos ricos", se volvió dura como escamas de hierro. Luego, las sobrinas se casaron y se fueron y yo me fui a vivir ahí. Rentaba un cuarto donde estaban mis libros, mi computadora, una sala y una cama. Ahí recibía a Sonia y a pocos amigos que iban a hacer tareas de la facultad. Ahí mis hermanos se encerraban a veces a hacer sus tareas y usar la computadora mientras escuchaban música. A veces, mi primo Ismael se quedaba a dormir ahí. Eran buenos tiempos. Todos estában vivos. Mi tío Roberto llegaba a casa desde la mañana y yo oía cantar a mi tía Martha canciones infantiles como: "metete Teté, que te metas, Teté" o sus radio novelas de Kalimán.
Una noche, después de una fiesta, llegué a casa y ahí estaba Ismael. Había movido todo en el cuarto. La cama estaba fuera de lugar, las colchas en el piso, algunos libros fuera. Apenas encendí la luz le pregunté a Ismael: ¿Qué haces? Ismael estaba hincado y arañaba el suelo. Volvió el rostro y me miró. Sudaba a causa del calor y me dijo: "Aquí hay dinero".
Acomodamos todo y me dormí. No sé si haya dinero ahí abajo a pesar de tanto espíritu y sueños. Tal vez el mejor valor de esa casa es saber que ahí escuché la radionovela de Kalimán, que ahí estaba el taller de herramientas de mi abuelo, que ahí lo velamos hace mucho tiempo y que mi abuela puso una cruz de cal que se hacía chiquita conforme pasaban los días del novenario. También ahí fui muy feliz con Sonia cuando fui feliz con ella y fui muy triste cuando fui triste con ella. Sólo sé que ahora la casa es de mi papá y mía. Y no pensamos hacer nada con ella más que mantenerla viva, como desde hace ya muchos años, siempre ahí, en Gardenia 1918, con el cruce de la calle que Limón por donde más adelante, rumbo a Ruiz Cortínez, está la casa de los Garza, luego el abarrotes de Don Tomy, la casa de los Bocanegra con el balón. Y subiendo por Limón, muy arriba, ya no se ve la casa, pero sí las chimeneas de la Fundidora de Monterrey, sus caireles de acero hondeando en el viento.

Wednesday, September 22, 2004

Retratos familiares

Escribo, generalmente, varias cosas a la vez. Tengo una novela concluída que al volver a leer me da naúseas de lo mala que es. Tal vez funcionó en su tiempo para extraer una depresión asombrosa y de raíces fuertes que se alargó más de lo debido. Así que cuando leo esta novela es como leer sobre una enfermedad largo tiempo superada.
Pero escribo generalmente, siempre, no a todas horas, pero no hay semana que no me siente e intente contar algo o descrifrar algo con las modestas herramientas que Dios me ha dado y con las lecturas que entre amigos y maestros he ido almacenando.
Estos días debo de terminar el libro del Conarte, ya, y enviarselo a Montemayor pero también acabo de de terminar una primera versión de "Nada más es una casa", un libro de cuentos simples y sencillos, que es lo que intento ahora.
Así que me consuela otro proyecto personal, uno que inicié hace algún año y lo continuo. Se llama "Retratos Familiares". Es simple, son reseñas y estampas sobre amigos y amigas, sobre los trabajos y ciudades donde he andado, sobre memorias que se pierden luego, igual que este blog al que regresaré con los años.
Llevo ya más de veinte estampas y cuentos cortos. He aquí el primero y como estoy seguro esto sólo lo leen los amigos, amigos, aquí se verán un día:

Cordelia

El nombre de Cordelia significa corazón y yo he guardado su nombre y recuerdos dentro del mío. Recordar es también, repasar por el corazón. Y yo a veces repaso por mi corazón la primera vez que la vi. A veces me pregunto cuánto gané y cuánto perdí con esa mirada de reojo y no encuentro respuesta. Vestía de blanco y cargaba al hombro un pequeño morral café. Aunque no vi su rostro, su perfume ya había echado raíces en mis nervios, en los escalones y en la penumbra de las escaleras. Desde entonces su perfume me ha perseguido en carreteras y en solitarios salones de internet. Apenas la encuentro por teléfono o la leo en un mail, su aroma aparece juguetón y luminoso como esa tarde. Mucho de Cordelia me recuerda a la solidez de la piedra porque en su amistad, con el apoyo de su natural alegría, de sus arranques de alegría, uno puede edificar recuerdos catedralicios, apadanas de buenas palabras, murallas para contener la intransigencia, cariátides para iluminar la entrada de los días. Pero también me recuerda la fiesta, el barullo, manzanas almibaradas, papas crujientes con salsa, algodones de azúcar y es que en Cordelia hay una escondida predisposición para la feria. Una vez en Cholula gané para ella un rompecabezas. Y aunque nunca se lo di, —creo que lo extravié—, ahora intento armar con estas líneas el rompecabezas de lo que es ella, su misterio, su sonrisa y para armar este juego la recuerdo, la pienso, la vuelvo a pasar por mi memoria. Cor: cordis; corazón. Es el origen de su nombre. Corazón es igual a Cordelia.

Friday, September 10, 2004

Garrido en la Academia Mexicana de la Lengua

Ayer jueves 9 de febrero, las puertas de la Academia Mexicana de la Lengua se abrieron de par en par para recibir a Felipe Garrido como académico de No. 17. Garrido ocupó la silla que antes fue nada menos de Alfonso Reyes. El evento se desarrolló en la sala Ponce de Bellas Artes y la multitud vestida de gala, salvo algunos sport tirándole al fodongo con Alicia y yo como máximos exponentes, escuchó el discurso de aceptación de Felipe.
Habló sobre la lectura, hizo una madeja de historias con El Quijote, con la eterna lucha contra el analfabetismo institucional. Nos dijo de sus andanzas por las tierras del norte, de la lucha contra la lectura sin interés. Si este país llega a tener en el futuro grandes lectores, será por el trabajo incancasable de Garrido, dijo Jaime Labastida al terminar. Felipe nos habló desde el corazón con un discurso que dejó de lado la semilla del gramático y del crítico literario. Nos contó de sus días en casa, cuando su padre le contaba el Quijote sin decirle que él no era el autor. Luego, nos dijo, lo terrible que fue descubrir años más tarde que su padre no era el autor de las andanzas del caballero de la triste figura. Evocó también, otras lecturas, pero siempre el Quijote, Dulcinea y Sancho, lo envolvían.
Al finalizar la sala se llenó de aplausos. Nos pusimos en pie, rechinaron los asientos y un conmovido hasta las lágrimas de Felipe, se puso en pie, agradeció los aplausos, recibió el diploma que lo hace miembro de la Academia.
Afuera todo era alegría. Pasaban las bandejas de vino y refresco, las bandejas de sushi, brochetas y bocadillos. Al final Alicia y yo fuimos a felicitarlo. Luego nos escabullimos pero atrás quedó frente a nosotros el inicio de una leyenda más en la Academia Mexicana de la Lengua.

Monday, September 06, 2004

Diez en redacción

Doy clases los sábados en el INEA. Es una labor sencilla y satisfactoria. Mis alumnos varían entre los 19 años de edad a los 56. Aunque he querido dar algunas clases de historia, siempre me terminan confinando a las materias de redacción o de textos literarios. No es queja. Me gusta dar esas materias. El literarios I ves, desde la sencilla pregunta con su difícil respuesta de qué es la literatura, hasta el hiérbaton del barroco. En literarios II analizas desde la idea de que somos una caña pensante, propuesta por Pascal, hasta lo último de la novela de postguerra. En Literarios III en cambio, empiezas escuchando el tiquititoto tiquititoto de la poesia nahuatl y terminas con esa monstruo de la literatura mexicana que es Farebouf.
Lo mismo pasa con redacción y como suele ser, las cosas se complican cuando se avanza. Redacción III es una cosa espantosa donde analizas las oraciones subordinadas adjetivas, sustantivas y adverbiales. Y este horror se vuelve mayor cuando tus alumnos no saben distinguir el sujeto del predicado.
Así las cosas, empezamos a estudiar el libro hace tres meses. Vimos las etimologías latina, los prefijos y sufijos griegos, lexemas, gramemas, supinos y demás de las palabras. La tarea se complicaba. Luego los estudiantes se fueron a presentar. El sábado nos dieron los resultados (es la SEP la que impone los exámenes, la SEP quien califica). María del Rosario sacó 10. Estaba ahí cuando le dijeron y vi cómo le brillaban los ojos hasta las lágrimas. Esta era la tercera vez que presentaba el examen. Nos miramos con complicidad y a mí me dio gusto que otra alumna pasara conmigo su materia. Cada día son más y me hace borrar con facilidad cuando de un grupo de 23 tronaban 23.
Ahora Rosario seguirá ya con el resto de sus materias y creo que no la volveré a ver en mis aulas pero sí en la escuela. Ese 10 creo que nos une. Ese 10 me sabe también a mí como lo mejor del mundo.

Friday, September 03, 2004

2 de octubre sí se olvida.

Salen de todas las calles, las invaden estridentes, sin orden, como una puñados de piedras cuando caen de lo alto. Uno toma una piedra. El resto de la marcha, esa víbora de cabezas y cuerpos, de mochilas al hombro que gritan "Dos de octubre no se olvida, dos de octubre no se olvida" se aleja, se repega a las aceras, al lado opuesto de la calle donde un grupo combativo: camisas sueltas, pasamontañas, gorras con la imagen del Che; otros con pelos afilados y de colores, se acerca a la sucursal de Santander Serfin. El de la piedra mira hacia atrás. Arriba los helicópteros continuan estáticos. Hace unos minutos hubo enfrentamientos en avenida Reforma con los granaderos. La primera piedra sale y rompe los vidrios. Le siguen otras. Es en ese momento cuando entro a la marcha, cuando me escondo junto a las pancartas de la Universidad de Chapingo. Y seguimos, a paso lento, los cuerpos alejados unos de otros. Rostros morenos, miradas nerviosas, viejos combatientes, jovenes que bromean, algunos más que fuman, le dan forma a la caravana que ahí va, mansamente, adormilada, por avenida Doctor Río de la Loza.
Cuando pasamos frente a televisa veo cómo los vándalos: los de los bates de hierro, capuchas, con mochilas donde se multiplican cohetones, sprays y manoplas, atacan las primeras camionetas de Televisa. Al rato, entran en montón en un OXXO. Los cristales al caer arrastran nuestro ánimo. Alguién grita de miedo. Entonces, atrás de nosotros, aparecen los puercos. Son varias decenas de puercos todos ellos, con sus cascos azules, con sus escudos de plástico, las macanas listas, las que invaden y nos cierren el paso. Arriba siguen los helicópteros escalonados. Los de la policia, los de televisa y tv azteca maniobran encima de nosotros. A vecese se remontan y se van pero regresan a dar vueltas sobre nuestras cabezas.
Alguien grita que formemos vallas. Y nos vamos, nos abrazos y los puercos siguen atrás pero no me mueven. En algún momento veo por dónde puedo escabullirme de la marcha pero todas las salidas están copadas. No queda más que seguir adelante. Así seguimos. después del OXXO los vándalos robaron un Viana. En Madero tiraron un cohetón a una joyería que estaba cerrada. Al final llegamos al zócalo. Todo el que ha marchado alguna vez lo sabe. Toda marcha termina en una disolución. Se evapora la gente. Así terminó ese dos de octubre que sí se olvida. No el otro, el de a deverás. Ese que no se olvide nunca.
A veces me cuenta de cómo estuvo. Me cuenta gente que sí estuvo. Me habla de los balazos, de la entrada de los tanques y de la histeria. No sé qué pensar. Esta ciudad tiene una historia espesa hedionda, a veces una historia de llamas olímpicas y triunfos. Es lo único que puedo decir.

Thursday, September 02, 2004

El caso de Ninnet

Leo y releo las notas de periódico de apoyo a Ninett Torres, becaria destronada de la beca del Centro Mexicano de Escritores. Leo que Ninett tiene 22 años y está embarazada y que en un acto de infinita crueldad Martha Domínguez le quitó la beca que con justa calidad literaria había ganado. Como si fuera una pesadilla de la que se despierta sólo para entrar a una pesadilla peor, Ninett (ahora ya convertida en personaje y no en una joven escritora oaxaqueña avecindada en el distrito federal y con siete ¿? meses de embarazo) va con Carlos Montemayor, uno de los dos tutores juntos del centro -el otro es nuestro decano poeta Alí Chumacero- y le cuenta el problema con Martha. Ahí se entera que Carlos apoya decididamente a la secretaria del Centro.
¿Cómo fue que llegamos a esto? No lo sé. No tengo la menor duda de que Martha Domínguez es la persona más extricta en cuanto a las faltas en el CME. Si faltabas alguna vez, y no avisabas, ella estaba entre sorprendida y molesta. Imagino que no lograba comprender cómo era que algún joven faltara a las sesiones del prestigioso centro. Martha es como el ángel con la espada a las puertas del Edén en esa casa en la colonia Villa de Cortés. A la siguiente semana, el becario faltante, tenía que ir con ella y lo primero que Martha le decía era: "Te descontaremos la falta de tu mensualidad ." Así las cosas, bajabas de su oficina y te ibas a arrellanar a la sala donde siempre está el café listo, a sentarte en esos sillones con los otros becarios y a platicar mientras Alí y Carlos Montemayor llegaban. Después salías y te encaminabas al metro o a tu coche y muchas veces a seguirla en una cantina o en un bar.
Los días en la beca del Centro Mexicano de Escritores son muy buenos. Alí Chumacero una vez al año te invita a cenar. Hay una comida formal de bienvenida con los tutores y miembros del consejo en un restaurante que Martha se encarga de seleccionar cuidadosamente (el prestigio del centro siempre está en juego). Luego, en la primer sesión, hay un brindis, otro cuando te vas de vacaciones por un mes y uno más al finalizar las sesiones.
En las paredes están las fotografías de Margaritte Sheed y de Alfonso Reyes. Rulfo, Fuentes, Arreola y demás descansan en el rellano de las escaleras. En una pared en el segundo piso, Martha coloca las fotos de todos los becarios que han muerto. Pero lo mejor es el tallereo, escuchar a Alí, a Carlos Montemayor y a los otros becarios. Con un sistema aguerrido de entregas, terminas o terminas tu proyecto que siempre crece bajo esas buenas guías.
Luego, cuando se acaba la beca, es un día más feliz. Finalmente ese viaje que fue el Centro Mexicano de Escritores termina y estas listo para lo que sigue que no es otra cosa más que seguir escribiendo.
¿Cómo es que hemos llegado a esto, me pregunto al leer el caso de Ninett Torres? No lo sé. Me consta que no hay una cláusula que impida a las mujeres embarazadas participar. Me consta que en ninguna parte del contrato que firmas se especula ni por asomo tremenda barbaridad. Es una lástima entonces, que con la misma meticulosidad con la que se hace todo en el Centro Mexicano, se haya manchado la reputación del mismo. Pero también es una lástima que en esta cruzada justa de Ninet Torres ambos queden marcados: ella, la escritora, que seguro estoy, publicará buenos libros y logrará todo eso por lo que pidió la beca; pero siempre será la rechazada del CME y el CME, mientras siga y debe de seguir, cuando se haga una revisión histórica de su increíble aporte a la literatura mexicana, quedará ahí, entre su yelmo, esa mancha opaca del caso Ninett Torres.
Lo peor es que es una mancha que pudo se evitada. Lo peor es que esos días buenos de Ninett en un Centro Mexicano alterno, habrían sido buenos, con tallereos, esperas, cobrar el cheque y salir a gastarlo con el placer que da gastar el dinero gracias a lo que te gusta hacer.