Wednesday, January 26, 2005

Her come the sun

Hoy salí temprano, un poco más temprano de lo usual. Hacía un poco de frío así que apuré el paso para llegar cuanto antes a Periférico. Por entre la bruma matutina, a lo lejos, elevándose perezosamente estaba el sol. Lo vi bien. Los coches pasaban en la avenida y el sol casi rozaba el filo del pasamamos de un puente. Se veía bien: claro, sin demasiada luz que evitara poder verlo. Pensé por un momento en los fusiones nucleares que ocurrían a millones de kilómetros de la tierra y luego me quedé mejor viéndolo mientras lo permitieran mis ojos. Unas ondas anaranjadas coronaban el sol, palpitantes y tibias. No soy buen científico. Me gana la metáfora. Pero caray, qué bien se veía el sol hoy en la mañana.

Tuesday, January 25, 2005

Joy Laville

Estaba en Santander entonces, recluído en esa oficina con poca luz y a la que entraba, apenas abrieran las ventanas, el espeso aroma de tacos de bisteck, chuleta y alambre que vendían justo a un lado de ellas cuando Liliana me dijo: Hoy viene Eduardo Santiago, el de los cuadros. Era febrero entonces y vislumbraba un año largo en Santander. Nada tenía definifinido. Cuando Eduardo llegó nos fuimos a la otra KF, donde estaban Criseida, Rous, Rodo, Nancy, Yuri, Brenda y Alfredo. Ahí fue cuando en realidad lo vi. El cuadro de Joy Laville era una mujer verde recostada sobre una llanura y con un cielo color pastel y azulado que me conquistó por completo. Su rostro era apenas una mancha de pintura pero los senos, las caderas y el pubis negro y fresco se me antojaron como un símbolo de una mujer que no tenía.
Eduardo nos mostró más cuadros y salieron de Coronel, de Soriano, José Luis Cuevas y más pero yo simplemente quería mi cuadro de Joy Laville con su mujer sin rostro recostada bajo ese cielo azul. Luego pregunté cuánto costaba. Me dijeron el precio. Los demás me miraron como viendo si me animaba a comprarlo. Pregunté el número de serie del cuadro, vi la firma de la autora y que era prueba de autor. Tráigalo en una quincena, le dije.
El día que lo llevaron dentro de su marco blanco llovió en la noche y me lo tuve que llevar al día siguiente. No pasaron más de dos meses para que también me fuera de Santander hacia el ILCE. Lo terminé de pagar a duras penas pero la mujer de Joy Laville está ahí, todas las mañanas mirándome desde la pared. A veces me siento en la cama y la observo detenidamente: sus contornos recios y firmes. Ese cielo que sigue siendo pastel y azul la baña y ella parece estar a gusto con esa luz tibia que moja su desnudez.
Tiempo después me enteré que ese cuadro, al menos el original y definitivo es la portada de la edición de "La hey de Herodes", ese fantástico libro del no menos fantástico autor Jorge Ibarguengoitia. Y tiempo después fui a la exposición de Joy Laville en el MAC. Ahí vi que mi mujer es una tantas de las mujeres de Laville, ahí vi que el cielo azul y pastel de mi cuadro es tan sólo una porción azul y pastel de los cielos de Joy Laville.
Hubo un cuadro que me emocionó. Se llama "Jorge y el mar". En él, se ve a un hombre (Jorge Ibarguengoitia) junto a un perro, de frente al mar. Sólo vemos la espalda del hombre y la sombra que corta la arena y vemos cómo el agua lame la playa y se disuelve antes de contraerse y regresar al océano. Luego, en otro cuadro, "Esperando que vuelva", una mujer llora y con sus lágrimas forma el océano y al fondo, sobre ese cielo azul claro, un pequeño avión se desploma sobre las aguas: no es otro más que el avión donde murió el escritor mexicano, pareja de Laville.
Pero esa es una historia triste. Mi mujer en el cuadro parece estar olvidada de todo ello. Mi mujer parece decir otra cosa. Todas las mañanas me sigue viendo cuando me despierto y de una manera u otra vela mi sueño como una amante cariñosa. Yo sólo espero qué mujer de carne tomará la forma que la mujer del cuadro forma, yo sólo espero bajo qué cielo azul ocurrirá esa transformación. Mientras tanto ella espera y yo, como Jorge, escribo y leo bajo la mirada atenta de la mujer del cuadro. No sé qué palabras aparezcan. Pero ella tampoco sabe qué pienso sobre ella.

Monday, January 24, 2005

La lucha la hacen todos

En la televisión está el Hijo del Santo y a un lado de él, dentro de un cristal, están las máscaras de Black Shadow y de muchos más. Atrás de la poltrona verde, como en cuento famoso de Cortázar, se ve un cuadro muy gran de El Santo en posición de ataque, los brazos extendidos y separados del cuerpo y un pie adelante mientras con la mirada fulmina al oponente. El Hijo del Santo dice: Yo logré hacerla porque no fui sólo un remedo de El Santo. Y si viene un tercer Santo tendrá que ser mejor que El Santo y El Hijo del Santo.
Viernes. Noche. En el metro vamos Rodrigo, Valeria, Efraín y yo y allá en la arena nos alcanzará Vanesa. Rodrigo y Efraín llevan chamarras negras y largas. Hace un poco de frío que se desentumece en cuando salimos del metro Balderas y nos encaminamos a la arena. Apenas llegamos hay una polución de ruidos, luces y olores. Acá venden quesadillas, allá, en un comal, se amontonan las carnes que sueltas sus grasas sobre el metal. Allá una señora vende semillitas, Valeria compra cacahuates, las máscaras brillan en la noche sus irisadas mechas, sus broncíneos y pardos rostros. Es inmensa la arena. Uno podría jurar que caben gigantes. La arena huele a vieja y a tradición y a sangre y sudor y sabe a cerveza helada y a pizza. Cuando entramos un señor delgado y de bigote ralo nos guía por las butacas. En un palco la porra técnica agita sus matracas, golpea sus tambores y suena sus silbatos mientras abajo, a un lado de la pasarela, la porra ruda les responde igual de filibustera, igual de estruendosa.
La segunda lucha ha empezado y vemos los vuelos, el manejo y el baile de los cuerpos, escuchamos el golpe seco en los pechos, las caídas sobre la tercera cuerda, el golpe de un cráneo contra las butacas mientras la gente grita y sus gritos saben a sal y mueven tu adrenalina cuando ves a Black Warrior dar un brinco, y después del brinco caer sobre la cabeza de un luchador arrinconado en la esquina. Black Warrior alza los brazos y vemos su tatuaje como serpientes enroscadas que asfixian su columna vertebral. Y la cerveza pasa, se acaba, la cambiamos mientras la luz cae de lleno sobre el ring e ilumina al Místico en una pirueta que sólo lo estampa contra el piso y lejos de la luz sólo está una oscuridad que amordaza y te hace seguir viendo a los luchadores cuando saltan por encima de la tercera y cae demoliendo el cuerpo maltrecho de otro luchador.
Luego, después de varias luchas, viene el momento esperado, ese que me ha hecho ir a la arena. Se hace un silencio sólo rematado por la voz de Valeria quien pregunta: ¿ya sigue? ¿ya sigue? Unas baterías de luz bailan entonces y se concentran en una puerta arriba, en la arena. La música se torna violenta y todas las miradas se dirigen ahí. Entonces aparece Blue Demon, su máscara azul, la capa larga y brillante con vivos plateados; entonces aparece Blue Demon con su máscara azul y los bordes plateados y puntiagudos en los ojos y la boca. Su mirada se come el ring. Es como observar un mago que ve el lugar donde ejercerá su dominio. Es electricidad, simple y llana electricidad la que nos recorre, es un corto circuito que mueve la lengua, el aire lo impulsa para empezar a gritar: "Demon, Demon, Demon, Demon" mientras nuestras gargantas se cimbran y la boca se vuelve reseca. Es como volver a ser niño cuando Demon baja por la pasarela y su capa hace un vuelo discreto mientras avanza.
Demon acorrala a su rival, lo levanta como si no pesara, lo golpea con saña, le aplica una llave, se quita los golpes. Cada ciertos momentos la multitud corea el nombre y el luchador mira por segundos esa bestia sin nombre y anónima que lo nombra para seguir adelante. A veces se detiene a tomar aire pero sigue en su lucha. Cuando lo derrota, Demon se va muy orondo hacia los vestidores sólo para salir más adelante a su combate semifinal contra Shocker.
La batalla se torna ríspida. Shocker aguanta los lances, las llaves. A veces parece que ambos están por ceder pero siempre uno se levanta. Demon tiene la mirada ebria después de un vuelo, Shocker se levanta de entre las butacas después de una patada. Por momentos la arena se queda en silencio y sólo se escuchan los golpes sordos de los luchadores y sólo se ven los dos cuerpos trabados en un combate sin forma, sin destino; sólo se ve el ir y venir, las desnucadoras terribles, las quebradoras silenciosas hasta que en un momento, no sé como, Shocker toma un brazo de Demon, lo tuerce, Demon cae, Shocker le enreda las piernas, lo tumba; cae Demon, sus espaldas tocan la arena y el réferi cuenta hasta tres. La batalla ha terminado.
Desalantados, vemos como Demon se aleja por la pasarela rumbo a los vestuarios. La siguiente lucha es buena, pero no es el demonio azul quien lucha. Cuando salimos de la arena la noche sigue fría mientras nos encaminamos al metro Balderas. Vamos cansados. Les cuento de una leyenda urbana que me contaron acerca de que en el último vagón del metro de una línea la gente se sube a una orgía que no se agota nunca pero no me prestan atención.
Dice el Hijo del Santo que su hijo tiene que ser mejor que El Santo y que el Hijo del Santo. Yo recuerdo entonces que Blue Demon murió hace años en una estación del metro, en la línea 3. Su corazón simplemente desfalleció mientras subía las escaleras. Al momento no llevaba la máscara y esa pequeña tragedia en un andén, una de las tantas pequeñas tragedias en el metro de la ciduad de México se iba a convertir en el fin de un hombre y el inicio de una leyenda. Pero entonces apago la televisión y me voy a dormir. ¿Quién sabe qué estará haciendo en este momento Blue Demon Jr.? Tal vez haciendo la lucha, como todos.

Thursday, January 20, 2005

Canción de diez pesos

Acababa de llegar a Monterrey y sólo quería aprehenderla bien y guardar con lujo de detalles sus aires de doña señora. Y ya estaba en casa con la mirada aún sorprendida por todas las adecuaciones viales en Morones Prieto pero más aún por la cantidad de canchas que futbol y la pista de Go-Karts en el siempre frío y seco lecho del río Santa Catarina cuando miré el reloj y me di cuenta que ya faltaba media hora para las ocho. Así que salí de la casa y me encaminé a "Las arracheras" donde vería a unos amigos y amigas después de mucho tiempo.
Ya sólo ir por las calles de la colonia me pareció un descubrimiento. La gente tomaba cerveza en los porches, algunas luces navideñas iluminaban ventanas y puertas y no faltaban los niños que jugaban futbol en la calle. Cuando llegué a Ruiz Cortines la magia aún no terminaba. La avenida me recibió olorosa a tradición. En una esquina vendían tortas "estilo méxico" y me dio risa lo poco o nada que se parecen a las tortas que hacen por aquí. Luego, de la nada, apareció un trineo de Santa Clos, motorizado, con Santa incluído que saludaba a todos en la calle y llevaba en el trineo, cual regalos, a un montón de niños que hacían la delicia de lo kitch y asomaban la cabeza para ver mejor en la calle.
Me dije: estoy en Monterrey, no cabe duda; y recordé cuando de niño pasaba un trenecito que por cinco mil pesos de los viejos te daba la "guelta" por la colonia.
Luego apareció el ruta 215 y lo abordé. Las unidades siempre están sucias pero bah, es la ruta 215. Iba algo lleno pero encontré un lugar casi al fondo. Después me escuché bien: alguién cantaba un corrido. Por momentos no supe de dónde venía la canción pero ya después vi la guitarra escondida, al niño moreno, pelos negros y mirada opacada que cantaba haciéndole el coro o otro señor con sombrero, bota vaquera y hebilla. No cantaban mal pero en la segunda canción una tercera voz se unió a los cantantes. Era un voz abotargada, indecisa; un voz entrecortada que seguía tan sólo las últimas letras de los versos y las alargaba como si en ello estuviera el canto.
Cuando se terminó la canción encontré el origen de la voz: un borrachillo con cachuca beisbolera, moreno, con una barba entrecana y los ojos chiquitos por la borrachera sonreía con el cantante. Otra, le pidió y el cantante algo le dijo que al momento el viejo sacó una moneda y se la dio. Así escuchamos todos una vieja canción que yo recordaba muy bien porque a mi abuelo le gusta: "me he de robar esa yegua... no importa que sea casada..." Y el viejo seguía arrastrado las últimas letras cantando "robaaaaaaaarrrr, esa yeguuaaaaaaa.... no importaaaaaaa...."
Para esos momentos las risas brotaban del resto de los pasajeros mientras afuera pasaba la ciudad oscura con sus almacenes y sus campos deportivos y al frente, sin poder verlo, parpadeaba la antena de televisión del canal 6. Cuando la canción terminó el viejo le dijo: otra. Entonces el cantante abrazó su guitarra y empezó una discusión que por momentos se puso tensa. Ande, otra, otra, decía el viejo y el guitarrista negaba con la cabeza. El camión se detuvo y el silencio del motor acentuó las voces: toque paloma querida; ande. Y el guitarrista negaba y abrazaba más la cabeza. Luego dijo: se la cobro a diez pesos.
Al momento todo el camión se envolvió en el silencio. Afuera los otros autos esperaban el cambio de luz y todos mirábamos al viejo con su cachucha puesta y sus ojeras abultadas por la borrachera y la tenaz negación del cantante que sólo se acomodaban bien el sombrero. El viejo dijo: ya no traigo. Pues ni modó, le contestó el cantante. Luego, cuando el camión avanzó el viejo dejó de sonreír y miró por la ventanilla no sé si las calles oscuras o el pasar de los autos.
Entonces me acordé y metí la mano en la chamarra. Había un billete de 2o pesos. Lo acaricié por momentos y cuando lo saqué le hablé al muchacho que iba ya aburrido. Le dije: toma, tóquenle Paloma Querida al viejo y otra, la que él quiera. El pasajero de al lado se me quedó viendo con sorna y el muchacho tomó el billete aún sorprendido. Fue con el cantante, le entregó el billete mientras le susurraba algo que no pude oír. Luego el cantante volvió a verme y yo nada más asentí.
Pero ya iba a bajarme. Me puse de pie y fui a las escaleras y entonces vi cuando el cantante le decía algo al viejo y este sonreía con toda su capacidad de ebriedad. Se subió la cachucha y con las primeras notas de la canción toqué el timbre y bajé. Avancé unos metros y después el camión me rebasó pero iba envuelto en música y por la ventanilla miré bien al viejo ebrio que cantaba, imagino que arrastrando las últimas letras de los versos y a un lado veía la guitarra ardiente y envuelta en el alcohol y la música. Cuando llegué a "Las Arracheras" el olor de la carne asada me abrió el apetito. Sí, definitivamente estaba en Monterrey.

Tuesday, January 18, 2005

Lo que tomamos y dejamos

Tal vez por que hace frío. Tal vez porque hace mucho que no sé de ella y tal vez porque Raúl, mi amigo, cada día se queda en el pasado es que recuerdo aquel viaje a Nayarit. ¿Cuántas locuras acomete la juventud? Imagino que todas son sanas. En ese viaje me propuse todas las tardes, en el lugar en donde estuviera, tomar una fotografía del atardecer y hacer un album con ellas para Cordelia. Tomé varias pero malas fotógrafías. Una tarde subí al teleférico en Zacatecas y desde el mirador cuyos mirascopios apuntaban solemnes a las calles estrechas de la ciudad tomé un sol que extendía sus curvas sobre el horizonte. Tomé otra en la carretera de León a Aguascalientes y una tarde, andando en la playa en Guayabitos una donde el mar hervía con esa moneda amarilla que se alcanciaba en sus bordes.
Fue en ese viaje donde los tres, Claudia, Raúl y yo, llegamos a Encarnación de Díaz donde se encontraba un cementerio de vagones de ferrocarril (un cementerio como el de mi novela). Le dije a Raúl: detente y me contestó que iba a hacer eso, que estaba buscando un lugar. El cementerio se alargaba desde la carretera hasta una pequeña cresta por donde daba vuelta. Ahí hicimos la Fundación de Solidaridad y firmamos los tres a nombre de los personajes de la novela. Luego, cuando meses después volví ahí Claudia lloraba y con las cervezas en las piernas sólo podíamos ver la carretera que parecía no tener fin y un cielo sin mancha.
Nos metimos al mar en San Blas, rentamos una lancha para bordear los manglares en La Tobara. Comimos pescado, pan de plátano. Huímos a las seis de la tarde antes que bajara el jején de la sierra y ese 31 de diciembre del 2001 nos emborrachamos en una discoteca de Guayabitos.
Al día siguiente desayunamos en una terraza con el mar de frente y la música de Juan Gabriel y Alberto Cortéz en las bocinas.
Llegamos a Morelia en la noche; a esa Morelia a donde después iría para visitar a Raúl y pasar una semana en Patzcuaro. Comimos en los arcos, nos metimos a los palacios michoacanos, vimos la pila bautismal de Morelos y cómo caminamos mientras le buscábamos casa a Raúl. El regreso fue muy rápido, como siempre. Claudia se quedó en Aguascalientes y Raúl y yo abordamos un autobús que nos vomitó un 6 de enero en Monterrey. Mientras íbamos en el coche a la central de autobuses le pregunté a Claudia qué haría sin los regios. Dijo: la vida de siempre. Voy a llegar, voy a recordar que en la barra de la cocina jugamos a la baraja, que vimos películas. Raúl dijo que llegando a Monterrey iba a subir al metro con su maleta y en la expo tomar el 215. Dijo que su mamá estaría preparando enchiladas y flautas en su casa. Y agregó: flaca, nos vemos dentro de diez días (Ese año Raúl se fue a vivir a Morelia y pasó días antes en Aguascalientes antes de pasar hacia Morelia definitivamente). Yo dije: bueno, volveré a Conarte, estará en casa toda la familia, les voy a contar qué hice; etc. Si tengo suerte y me dan la beca del centro mexicano de escritores me voy a vivir al D.F. pero lo más seguro es que siga en Monterrey.
Los recuerdos son arbitrarios, inconclusos. Debería de recordar las canciones de Sabina que oíamos en el coche en Nayarit. Pero no recuerdo eso. Recuerdo llegar, nadie en casa: la noticia velada de que mi tío estaba en el hospital. Recuerdo a mi abuela diciéndole al doctor que la había engañado, que le había mentido y que no lo salvó. Recuerdo que Sonia fue al funeral y sus pocos minutos ahí fueron luminosos y que una vez terminado todo Raúl fue a casa listo para irse a Morelia. Bebimos un whiski que tenía ahí. Por todo lo que tomamos y por todo lo que dejamos, fue nuestro brindis. Luego nos tomamos la mitad del whiski y tiramos la otra en la calle. Luego se fue. Semanas después ahí, en el mismo árbol volví a vaciar el whiski y repetí la misma sentencia. Tenía tanto valor y lo sigue teniendo. Era sorprendente la ciudad de México que vi aquella mañana y me pregunté: ¿Qué irá a pasarme aquí? Aún me lo sigo preguntando aunque Raúl hace tiempo que volvió a Monterrey y aunque hace mucho que no sé más de Claudia Esparza, salvó que se casó, que me invitó a su boda y no pude ir. Cuando pienso en ella pienso en el cementerio en Jalisco y sus lágrimas por lo que había pasado con Raúl y las cervezas y ese cielo sin mancha y esa carretera vacía y muerta.

Friday, January 14, 2005

Se alquilan estadios

Los estadios obedebecen a la necesidad de procurar un espacio digno para el disfrute de un partido, sea el deporte que sea. A un estadio vas a divertirte y a mentarle la madre a un árbitro. Ahí puede gritar con toda calma que "eso es expulsación" o "ahora que están callados, la porra de enfrente, vaya y chinge a su madre". Y está bien. En los estadios uno va a que el grito nos raje las gargantas. También se va a chupar una cheve o las cheves; a tragar las tortas "estilo México" y hotdogs con salchicha para asar rellena con queso asadero.
Yo he sido muy feliz en los estadios cuando he ido. En un encuentro de beisbol Sultanes contra Dos Laredos me di cuenta que este deporte admite muy bien discutir sobre los reinos medievales mientras hay cambio de pitcher. Aunque las porras beisboleras no son mucho de mi agrado por pusilánimes y recatadas recuerdo que se la menté como dos veces a los jugadores de los Sultanes porque metieron carreras. (No le voy a los Sultanes.)
No he tenido la dicha de ir a un encuentro de americano en un estadio repleto de fanáticos que se pintan la cara o se desnudan aunque haya dos grados bajo cero. En Monterrey los Auténticos tiene un estadio, el Gaspar Mass, que es pequeño y donde todas las porras se las llevan los coches que pasan por la avenida Nogalar justo al lado de la línea de gol de visitante.
El estadio te permite transformarte. Los civiles se convierten en delincuentes y los de habla bonita se ponen muy floridos. Regla que mata es la siguiente: no vayas con tu archiriquis mujer a un estadio y menos enfundada (no como los tamales ni como los embutidos, sino enfundada como en cuerpo de reina) en su playera del equipo porque me cae que nos vas a salir de pendejo y pobre diablo mientras que ella de diosa estatuaria y tonta por andar contigo. No van a faltar quienes digan que: "yo sí te voy a hacer que veas el cielo, mamacita". Oh, "tanto máiz pa tan poco gavilán".
Luego, mientras allá abajo unos tipos que ganan millones de pesos al año por pegarle a un balón, por abanicar tres veces, por equivocar un pase o simplemente por no correr, tú vas a estar arañando los bolsillos para ver si completas pa la pizza o mejor aún, pa la torta. Si tienes suerte, por ahí habrá alguna que se encuere y muestre en medio de sus senos un Puma o un calzón todo arremangado, igual y al "¿regalo?" que cierta aficionada puma nos hizo en un partido de la temporada pasada. Ya no son tiempos de Chiquitibunes ni hay árbitros tan carismáticos pero caray, qué bueno es ir al estadio. Gritas, cantas, te levantas del asiento con la carrera, anotación o gol. Hasta se ve la vida más bonita. Pero el estadio es para jugar; para divertirse. Ahora bien, ¿quién me puede explicar porque nunca faltan los novios que tienen "la grandiosa" idea de ir al estadio el día de su boda y ver un partido donde su equipo va perdiendo; o peor aún, como ciertos novios regiomontanos que he visto el día de hoy en le periódico, fueron al estadio sólo a ver entrenar a sus felinos jugadores de la UNAL?
A veces pienso que después de "la genial idea" (como aquellos que al casarse llevan sus bates de beisbol o los guantes, o tantito peor, las hombreras de americano) la vida se les va en una sonora aburrición. Pero va, no me amargo. No sería mala idea poner un pequeño estadio y rentarlo. El anuncio diría: Se alquila estadio para boda. El paquete incluye: pasto artificial, gente de mentiritas en las tribunas, sonido grabado de un verdadero estadio, árbitro como oficiador de mispar (Misa-partido). Si usted desea mentada de madre, embarrada de salsa de torta y balón autografiado agregue a su presupuesto $3,000 más.

Thursday, January 13, 2005

California Dreaming

Me sucede lo mismo que a la gran mayoría de la gente: sueño. Y lo que es aún más fabuloso: recuerdo mis sueños. Lo que es aún mejor: a veces logro interpretar mis sueños.

Soñé anoche algo que me mantuvo después despierto en la madrugada. Estaba en un centro comercial gris y tenebroso. Pero el mundo era así, algo dentro de mi psique me decía que el mundo era así. Mientras iba de un lado a otro, viendo los aparadores, llegué a una esquina del centro comercial. El local tenía forma de cuchilla y vendía ahí maquinitas de juego y pequeños boliches para instalar en casa. Yo me sentaba en uno y empezaba a jugar. Luego, de la nada, aparecían Elida, Lalo y Lili. Elida quería ir al baño y entró a una tienda pero yo le dije: ni entres. Ahí no hay baño. En otro sueño estuve aquí y batallé mucho. Después, Elida y Lili comenzaron a probarse unos sostenes y me decían: cómo se ven. Yo miraba. Elida se veía muy bien pero Lili, siempre Lili, se tapaba pudorosa. Cuando compraron decidieron que era momento para hacer una fiesta. Eso lo dijo Ana Mercedes y ya Lili había desaparecido. Orale, le dije, pero tengo que estar antes, a las cuatro y media en la editorial planeta para una entrevista. Me decían ellas: no vayas, no vayas, mejor vente a la fiesta y ya ahí, dentro del centro comercial Lalo me decía salud empuñando una caguama. Díganme dónde es, les dije. En el rancho, dijo Ana. Ok. Así que tomé un taxi porque quería irme a la casa a bañarme y cambiarme de ropa. El taxista no era otro más que el Güero, un taxista vecino de la casa de mi abuela en Monterrey. Entramos a una calle como bombardeada con bloques, bultos de cemento, varillas y cascajo. Es que estoy construyendo, me dijo el Güero y entonces ví que estaba sentado en un montón de tierra dentro del taxi. Luego, cuando salimos, intenté ver la hora y supe que iba tarde. Entonces apareció Miguel, el esposo de Ana. Sí vamos a llegar, Toño. Pero nos bajamos del coche y atravesamos una escuela con sus maestras lindas y cuando salimos Miguel me dijo: Todo esto es la ciudad de los niños del padre Pío. A mí me daba miedo porque sabía que más adelante, sobre una cima, estaba un aeropuerto y después del aeropuerto un tren rápido que se metía a un lado y salía por el cerro de la silla. Y cuando pasamos más adelante, ahí estaba la torre de control y luego vimos el tren sumergirse en el agua. Pero íbamos tarde. No importa, dijo, Miguel, mira. Y sacó un reloj de trenes maravilloso, doradas sus formas, límpidas sus manecillas. ¿A qué hora quieres llegar? Pues como a las tres, le dije, para bañarme e irme a la cita. Miguel oprimió un botón del reloj y aparecimos en la casa justo a esa hora. ¿Cómo lo hiciste? le pregunté. Es un reloj del tiempo. Quiero uno. No, no puedes. Hay muy pocos. ¿Vas a ir a la fiesta? le pregunté a Miguel. Ya sabes que no, ni Lalo va a ir. Ahí fue cuando desperté.
Lo primero que pensé fue esto: el viaje del tiempo es posible, lo dice Einsten y su teoría hasta ahora no ha sido refutada. Pero, como la materia sólo puede ocupar una línea de espacio tiempo a la que está predestina, al momento del viaje, debe de ocurrir un vórtice en el cual toda la materia del viajero se traspasa y se unifica. De esta manera, el viajero sólo puede existir en el salto o en el tiempo y todos los él pasados y futuros desaparecen mientras esta materia se encuentre fuera de su línea. De la misma manera, no se puede regresar a un tiempo futuro para solucionar las cosas como en las películas. Es imposible porque siempre, siempre, el viajero debe de regresar al mismo presente del que salió; de esta manera el viaje en el tiempo es un círculo perfecto.


Algunas explicaciones.

  • el juego de las maquinitas y el centro comercial no son otra cosa que el Mercado Fundadores en Monterrey, nicho sagrado, catedral empotrada de los movimientos hard core de Monterrey.
  • Elida y Lili son de mis mejores amigas. Elida es como un espíritu libre, Lili no lo es tanto aunque ella jure y perjure que sí.
  • Elida y Lalo son esposos. Ana y Miguel también.
  • Ana me dijo ayer que había qué hacer una fiesta en su rancho; una como aquella que me organizó el septiembre. Yo le dije que sí. Me apuntaba.
  • El güero en realidad soy yo. O es mi hermano. La casa es construcción es mi casa en Monterrey donde en estos días ponen una loza.
  • La escuela del padre Pío, el aeropuerto y el tren que se mete al agua vienen de tres imágenes del día de ayer: me acordé de la ciduad de los niños que cito en uno de los cuentos que mandaré al latinoamericano, el aeropuerto fue porque se me quedó muy grabada la imagen de los aviones en la noche dando vueltas sobre el cielo del D.F. mientras esperaban aterrizar, el tren que baja al mar es una imagen estilizada del metro de la línea B que baja de una estación aérea a una subterránea.
  • El reloj del tiempo es un asunto que me mantiene muy interesado aunque físico no soy y la entrevista en planeta es la entrevista en planeta donde espero salir con algo de trabajo.
  • que Miguel me diga que ni él ni Lalo irán a la fiesta no es más que una certeza: Ni Miguel ni Lalo siguen con Ana y Elida.

Wednesday, January 12, 2005

A salto de mata

Miércoles. La semana se va. Una semana rara, sí he de decirlo. Ayer operaron a Claudia. Salió bien. Llegué al hospital como a las siete y media y ahí estaban Paola y su novio, Pamela, los papás de Parra y Parra. En la sala de espera un familiar de otra paciente jugaba al atari usando la televisión del lugar. No voy a escribir la frase típica de no me gustan los hospitales pero lo cierto es que en un hospital tiendo a bajar la voz y poner cara de contrito. Sólo ayer, mientras salía a acompañar a Parra a fumarse un cigarro a la terraza del piso una mujer entró tras nosotros atacada en lágrimas.
No, no me gustan ahora los hospitales. Justo ayer hablaba con una compañera del trabajo sobre ese gran tema de la muerte. Recordé que en Monterrey una amiga había hecho un trabajo sobre tumbas en los municipios del norte del estado y eso me llevó a recordar el epitafio de Vicente Huidobro.

Abrid la tumba
al fondo
de esta rueda
está el mar


La muerte vista como un mar inagotable y sin memoria me parece absolutamente fabulosa. Al final somos al mar o a la tierra. Pero va. Es miércoles. Nada de muerte pasea en mis ojos o en los ojos cercanos. Vamos adelante.

Sunday, January 09, 2005

Un lugar limpio y bien iluminado

Uno de los cuentos más famosos de Heminwgay tiene que ver con esas palabras. El asunto es sencillo. Un cantinero limpia su barra mientras un camarero va y le dice que acaba de entrar uno de esos hombres que se ve, tardan mucho tiempo en irse. El camarero quiere irse y lamenta que ese hombre haya llegado justo cuando pensaba irse. El cantinero le dice que con el frío que hace afuera, muy bien él quisiera encontrar un lugar limpio y bien iluminado para descansar si anduviera perdido en la noche sin ganas de regresar a casa. El cuento termina cuando el cantinero se va a casa.
Carver, el gran cuentista norteamericano Raymond Carver, titula uno de sus cuentos "Un lugar limpio y bien iluminado" en referencia al cuento del nobel norteamericano pero no recuerdo muy bien de qué se trata. Pero la historia, el germen inicial del cuento me parece un detonante sin par. ¿Qué puede hacer uno en un lugar limpio y bien iluminado?... Muchas, muchas cosas.
Las historias o lo que da pie a las historias se encuentra en cualquier parte. Hace semanas, un mes tal vez, mientras platicaba con mi amiga de internet más antigua (vive en Chile, en Talca para ser más preciso) y se llama Nancy me dio por preguntarle cómo era una mañana tranquila en su negocio (Nancy tiene un café internet). Ah, bueno, me contestó, me levanto. Salgo de la casa, abro, limpio las máquinas, las mesas,a comodo las sillas, luego enciendo el servidor y ya, espero a que lleguen los usuarios. Sin embargo, mientras me contaba más sobre esa mañana de sus ya 36 años sentía una guadeña internándose en mi vientre, punzando con lentitud, con esa fino dolor que da toda buena historia.
Los cuentos son, creo, una de las tantas maquinarias del asombro. La novela te extenua, te adhiere a su lomo, cose tus palabras en tu imaginación y el cuento también pero de una manera condensada. Un día, pronto, tendré que escribir esa historia de la mañana en un café internet en un pueblo a dos horas de Santiago de Chile y lo titularé "Un lugar limpio y bien iluminado".


Otra historia

Es viernes. Noche. El metro de la ciudad de México pasa desangelado y difuminando su larga estructura anaranjada por las vías de la línea 2. Cuando llego a General Anaya, debajo del reloj, en una base de cemento que la gente utiliza como banca, encuentro a dos amigas. Esperamos a que lleguen los demás y una vez que los seis estamos (cuatro mujeres y dos hombres), nos encaminamos a comprar la rosca, luego al carro y finalmente en el tráfico defeño todos los regios que vamos ahi (cuatro para ser más precisos) lamentamos por momentos la lejana tranquilidad norteña.
La casa de Rous es para nosotros como un recinto sagrado. Está prohibido entrar ahí con la bilis o la traición en la mano. Afuera se quedan las maledicencias y enconos. Rous es una agradable mujer de 40 años que nos conmueve siempre con su hospitalidad. Su casa es pequeña en espacio pero significativamente grande para cualquiera. Ya adentro nos encontramos a Rodo. Sin dilatación nos tiramos en los sillones, en la cama. Una amiga abraza a Valente, un gran muñeco de manta del tamaño natural que sonríe siempre y tiene el pelo café y ensortijado. Los acomodamos poco a poco y después de la cena y las risas nos entablamos en juegos de preguntas y respuestas. Iniciamos muy banalmente con preguntas sexuales pero poco a poco nos adentramos en la índole del corazón. Y todos llevamos la sinceridad en la mano.
Las historias, como dije antes, no necesitan una predisposición. Salen en los momentos menos sospechados. Ahí me enteré de una historia: una niña le pide a otra, un poco mayor, que le muestre su cuerpo. La pequeña es insistente pero la mayor se niega. Cada que la ve le dice: muéstrame tu cuerpo. Muéstrame tu cuerpo. Cuando finalmente la mayor accede y se desnuda, el rostro de la pequeña es tal que la mayor se viste rápidamente y sale a esconderse a su cuarto.
No pasan más de quince minutos para que la pequeña vaya y la busque. Cuando la mayor abre la puerta la pequeña (no tendrá más de diez años) le dice: "Gracias". De esta manera el hechizo se ha completado o intentará completarse después. Dice la mayor que nunca más va a olvidar el rostro de sorpresa de la niña pero más que nada, lo que ella intuyó miedo, no era otra cosa más que admiración; no porque el cuerpo haya sido una Venus, sino porque era un mundo nuevo.
He ahí otra historia.

Epílogo a un domingo no sangriento.

No me gusta el americano. Lo confieso con mi alma de futbol llanero y libertad bajo palabra. Siempre me pareció un juego extremadamente complicado en su sencillez: llevar una pelota del otro lado del campo. En la facultad de comunicaciones me decían: entra al equipo, serías un buen liniero defensivo. Yo: mutis. Pero ayer, mientras esperaba a que dieran las once para iniciar mis clases en la escuela, me puse a jugar con Max, el hijo del director de la escuela. Max no tiene más de cuatro años. Intenté jugar americano con él, y mientras le explicaba las sencillas reglas del juego comenzó a gustarme. Luego hoy, enciendo el televisor y está el juego Indianápolis contra Denver. Qué paliza y qué emocionante.
La vida debe ser una conjugación del todo: estar dispuesto a ver el Aleph del que Borges nos habla en su magnífico cuento. Hace días le decía a alguien: a veces nos olvidamos de nuestros primeros amores. No me refiero con ello a nuestras parejas si no a nuestras pasiones, es decir, dejar que nos siga seduciendo el mundo y luego retransmitirlo en nuestros códigos.
Mi amigo Fabian y Angélica se siguen sorprendiendo con cada imagen y hacen clic a sus cámaras fotográficas. Algo en los colores sigue que Yuri y Brenda se mentengan con el pincel en mano y según Lety toda buena historia merece ser llevada al cine. Yo pienso que, mientras vivamos, gente como Criseida, Rodrigo, Parra, Toscana, Minerva y más, nos seguiremos manteniendo con la idea firme de que toda buena historia debe de ser contada porque en si, la historia de este viejo mundo es digna de ser contada y de ser oída: ya sea de hombre que esperan lugares iluminados, niñas que piden ver el cuerpo de una mujer o una paliza 28-3 en el americano.

Friday, January 07, 2005

Viernes, medio día

Cuando terminas algo la vida sabe más dulce.

Dentro de mis múltiples proyectos inacabados (cosa que no me da mucho gusto que digamos) está la novela de los trenes, la revisión a la novela de la lucha libre, seguir con esa historia del niño cuyo padre canta en los funerales, ya publicar "Todos los días atrás", revisar el otro librito de cuentos y caray, el proyecto del FONCA. Pero creo que eso no es pan comido pero ya al menos asimilado.

Hoy entregué el primer reporte y en una media hora parto cual rayo veloz, cuando ínclita mentira, cual cachetada besuquera a dejarlo a las oficinas del FONCA. Después recogeré unos documentos y finalmente, fiesta en viernes por la noche. Que fastidio.

Wednesday, January 05, 2005

Debajo de cada piedra salta un escritor

Cuando hace dos años salió la primer convocatoria de la Fundación para las Letras Mexicanas me dijeron que en un nota de periódico salió que la Fundación había recibido más de 940 solicitudes de beca. Estábamos sorprendidos algunos amigos y yo. No es que el ejercicio literario fuera un coto vedado por nosotros pero la cifra sí era sorprendente: 940 escritores menores de 29 años en el país; cualquiera se sorprendería. Y pensamos, qué peleada se hará la vida literaria dentro de diez años cuando estos 940 escritores dejen de ser jovenes narradores o poetas para convertirse en escritores serios, vertiginosos; de miradas críticas o en el peor de los casos: ampulosas, soberbias; pero al fin de cuentas, miradas.
Luego pasaron las semanas y cuando dieron los resultados de las 16 becas me mandaron un mail diciéndo que había quedado de finalista y nada más. Pensé en el resto de los 933 escritores jóvenes que se habían quedado en la orilla junto conmigo y ahí quedó. Cuando al año siguiente pedí la beca ni finalista quedé (me enteré que incluso fueron los mismos jurados).
Pero conforme avanza el tiempo y dejo de ser joven escritor (bueno, técnicamente y según los cánones del CONACULTA tengo aún como nueve años para seguir siéndolo) he seguido encontrando más y más jóvenes escritores que nunca se enteraron de esas becas de la Fundación para las Letras mexicanas. Sólo en Monterrey, en estas vacaciones conocí a como siete nuevos narradores en una posada. Luego, en una cena que terminó en los tacos Madero y en el famoso antro gay regiomontano, el Arcoíris, conocí a otro.
Este país ha sido por tradición un país de escritores. Desde Nezahualcoyotl quien dice que no para siempre en la vida, no para siempre aquí, hasta el buen Pedro López Alvarado quien escribe en su libro "Radio Insomnio" lo siguiente:

ella no decía nada
yo no me dana cuenta
hasta que una noche
después de hacer el amor
noté que me faltaban los huesos
así son las mujeres
de manos diestras
cuando las descuidas
en una caricia.

En otro poema "Julia y la lluvia", dedicado a Gerson Gómez, dice:

debo reconocer
que tus senos
eran demasiado
pequeños
aún así
tuvieron
el coraje
suficiente
para arrancarme
un poema.


Dice Andrés Ramírez, el editor de ficción de la editorial Planeta que este año apostará por otros seis narradores jóvenes: algunos de los afortunados el año pasado fueron Julieta García, Julían Herbert, el buen Julían Herbert y de este año por lo menos dos que conozco: Ernesto Murguía Moreno y Tryno Maldonado. Tanto Julieta como Ernesto son becarios del FONCA en cuento este año. Ya desde este momento creo, la generación de los nacidos en los setenta se perfila con sus primeras barajas. Me pregunto quiénes de esos 940 son parte de, quiénes lograrán arrebatar ese espacio en los medios que los nacidos en los sesenta arrebataron con fuerza a los escritores nacidos en los cuarenta. Yo espero que Pedro López Alvarado sea uno de ellos. Pero más bien, espero que esos 940 se den con buenos frutos y sigan esa larga tradición de los Amado Nervo y los Guillermo Prieto.

Monday, January 03, 2005

Un paso atrás de mi

Apenas abro los ojos veo las chimeneas de las fábricas envueltas en el humo y la bruma matutina. El autobús va a paso lento por esta parte de la avenida y pasamos de lejos a la gente que espera su microbus y a las vendedoras de tamales y atoles. Algunos cerros se ven en medio de la mañana, sólidos y con sus puntas coronadas por las antenas de televisión y más allá, cuando el autobús trepa por un puente, logro ver el gran llano, los edificios que están por aquí y por allá, mostrando su sereno aire de modernismo y pienso en Monterrey con sus serenas avenidas post-año nuevo.

Finalmente el autobus llega a la central del Norte. Espero a que baje la mayoría de la gente y ya sin prisa voy por mi maleta y con la lap y la mochila al hombro entro a la sala de llegadas. La gente se amontona en todo lugar. Veo con desgana que la fila para los taxis es kilométrica. Por todas partes hay rostros de gente apurada pero en la fila reina una resignada espera. Avanzo con lentitud y cuando llego digo las palabras ensayadas: a Villa panamerica, por la UNAM.

Afuera los trolebuses aguardan y es increíble la cantidad de gente que sale y sale y no deja de salir de la central. En los aparcaderos de taxis no hay lugar para nadie y el aire frío se viene colando rabiosamente desde la cien metros hasta chocar contra nosotros. Alguien debería de tener un letrero que te dijera: "bienvenido" pero en su lugar sólo estan las bocas oscuras del metro y el ir y venir de los camiones en la avenida. Y sin embargo, no pasan más de cinco minutos para que vaya ya en el taxi escuchando a Gutierrez Vivó e informándome de la loca mañana defeña: un camión se ha volcado en Zaragoza y Boulevard Puerto Aereo; hay un accidente cuando un camión de la extinta ruta 100 ha arrollado y matado al menos a una persona, a la altura del circuito. A esa noticia se le agrega otra más: acaban de ultimar a un muchacho de 17 años en el eje central, cerca de la plaza de la computación. El reportero dice, y su voz nos llega afiebrada por el ansia, que el impacto entró por la ventana y le demolió el cerebro al muchacho. Dice también que éste, sólo se recostó del lado izquierdo del asiento y ahí se quedó.

Bajo la ventanilla y me sorprendo de que no haya tráfico. El taxi avanza con rapidez por circuito interior. Pasamos por San Cosme y veo la torre de Pemex tan alta como sólo ella y después de reojo el castillo de Chapultepec con sus almenas rojizas. Más acá se iergue la torre mayor: espléndida y fina y metros adelante la hermosa iglesia de las carmelitas descalzas con sus fachadas duras y rocosas y su cúpula amarilla y reluciente como un dedo de oro.

Pero el taxi sigue y cuando entramos a la avenida Revolución dice la radio que se espera para este inicio de 2005 un crecimiento de 3.5% anual y más de 350,000 empleos, cifra muy lejana aún al millón de empleos que Fox prometió en sus campañas. Cuando llegamos a Mixcoac nos informan que ya se tiene el nombre del presunto asesino del eje central: responde al nombre de Carlos Rico: el afamado líder de los ambulantes de la Corregidora y La Moneda. El reportero nos cuenta que hay más datos sobre el asesinato: el presunto Rico iba en una moto y se emparejó al neón donde iba el asesinado. Le disparó dos tiros y con el primero logró su cometido para después huir entre las calles del centro histórico. Ahora sale el nexo: el asesinado tenía problemas con Rico por el control de la zona o problemas por tener un buen lugar para la venta, cosa a la que Rico se negó.

Finalmente salimos a la UNAM y contemplo las entradas del estadio Universitario y las astas banderas huérfanas. Del otro lado la bruma aún no se disipa y se ve a media la torre de rectoría y los murales de la Biblioteca Central así como las grandes iniciales del MUCA. Y no hay tráfico. Así que cuando llego a casa subo las escaleras, abro y me encuentro a Ana y Jaime desayunando. Me lavo los dientes, veo el regalo que está sobre mi escritorio (lo abriré llegando a casa) y salgo. Tal parece que en 16 días las cosas no deberían de cambiar pero me sorprendo de ver a la misma mujer del panorámico que viste sólo un bikini rosa y de escuchar aún el "regala una sonrisa, ya está aquí el juguetón..." Cuando oprimo el botón del elevador digo: otra vez el quinto piso.

Mi lugar esta como lo dejé. Ya estan todos ahí. Regalo las glorias, recibo los abrazos y cuando me siento miro de nuevo la montaña rusa y pienso: ahora sí voy a ir. Pero como dice Nancy, ya estas otra vez en tu vida: En otro tipo de vida, le digo, bueno X, me contesta desesperada en el messanger. Puede ser. Ya estoy de vuelta aunque no sé muy bien qué significa. tal vez nunca estaré de vuelta hasta que regrese a Monterrey y diga: ya volví.