Monday, July 25, 2005

Mis muchachas

Tengo buenos amigos y amigas. Mis amigos son, como los de todos, con sus risas, sus borracheras, sus abrazos, los saludes en una barra o en una fiesta en casa. Mis amigos algunos están ya casados y con hijos que no pasan de los cuatro años y a quienes me presentan como el tío Toño. Otros siguen solteros y con ellos hablo de literatura (con los casados también), de cine, política y chismes de ocasión. También tengo buenas amigas. Unas se han casado y tienen hijos que no pasan de los cuatro años, excepto Diana que tiene a Angel de casi once años.
A mis amigas les llamo a veces mis muchachas, no a todas, claro. Mis muchachas son aquellas que han tenido que cambiar de vida, que han tenido que sufrir para cambiar de vida. Mis muchachas se han enfrascado en relaciones no muy sanas pero en un momento han dicho basta, hasta aquí, me tienes hasta la madre y adiós. Mis muchachas se quieren mucho porque saben, a veces, el alto costo de la tranquilidad. Y ahi andan vestidas de fiesta o poniendo las cosas en orden en sus oficinas y a veces me mandan mails para saber como le va a este regio avecindado en el d.f. o me mandan mensajes a mi celular sólo para decirme lo mucho que me quieren.
Yo sé que en poco en ayudado a que ellas se liberen y se vuelvan ellas mismas. Como todo viaje digno de ser contado han tenido que andar solas un trayecto y no negarse a si mismas para luego volver transformadas para ellas mismas. Claro, tinta de divorcios han corrido y lágrimas en cafés y bares también pero sólo así han logrado ser ellas mismas. Como el acero de Damasco que tiene que ser varias veces calentado y enfriado así con ellas.
Este regio se contenta con seguir viéndolas, ahora ocupadas y felices, ahora ocupadas y buscándose continuamente. Y luego les doy la espalda para que hagan y desagan a su antojo en sus vidas y cuando las vuelva a ver me cuenten ese montón de cosas nuevas. Mis muchachas. Ellas saben quienes son.

Thursday, July 21, 2005

Emily


No conocía un estado de alarma como en el que cayó Monterrey estos días. Desde el martes en la noche me decían amigos y amigas que se respiraba cierta tensión en el aire. Luego vi telediario por internet y las cortinillas del noticiero eran más que alarmantes. Le conté a un amigo del hecho y me dijo: estos regios alarmistas. Hacen tanto escándalo porque tienen lana hasta para comprar el foquito rojo. Me dio risa pero también le di la razón. Luego hablé a casa a ver cómo iba el asunto y mi madre me dijo que no pasaba nada. Un amigo me dijo que eran puras jaladas, que era más el miedo que el gobierno infundía que otra cosa. Como sea en las noticias vi a tres sujetos que saludaban a la cámara de televisión mientras veía como subía el cauce del río del Obispo. Bien ajenos ellos al terror. El gobierno instaló albergues y el ejército patrulló las colonias propensas a inundaciones. Como ciudad de primer mundo se desmontaron semáforos y panorámicos. Me cuentan que incluso se cancelaron todos los eventos del miércoles en la tarde, entre ellos cierta junta para ver las cosas del FORUM de las Culturas. Hubo una parálisis general. Las fábricas dieron el día libre a empleados y obreros y se respiró un aire de festividad mientras el huracán Emily azotaba las calles desiertas.
Incluso el gobierno mandó mensajes a los celulares para sugerir que no se saliera de la casas. La gente ya estaba preparada en casa después de las compras de pánico. En los blogs de los regios incluso la sensación de que se les venía el huracán era notoria. Emily se convirtió en el mejor personaje de ficción al fin de cuentas y aunque hubo saldo blanco no fue por completo ya que el puente Guadalupe se incendió bajo la lluvia y se desplomó.
Eso sí. Los regios recibieron el fenómeno metereológico con todas sus energias. Qué tan aburrida estara la ciudad que el meteoro los anima, influye, arrincona y es motivo de charla por todas partes. Yo nada más, desde lejos, podía estar expectante. Son esas cosas las que te separan lentamente de la cultura de tu ciudad de origen. ¿Dónde estabas cuando llegó Emily? seguro se preguntarán después en fiestas y reuniones de trabajo. Muchos hablaran de los cierres de las plantas, de las universidades cerradas, del cierre de bancos y de las cintas masking en los vidrios, del cierre de avenidas y del Gober hablando a todos los medios de televisión bien protegido con un sobretodo amarillo mientras la lluvia cae cerquitita. Monterrey recibió el huracán como rancho donde no pasa nada.
Yo estaba encerrado en casa escribiendo Lost Acapulco. Luego salí un rato al internet a revisar unas cosas. Llovió un poquito en el D.f. pero nada serio. Estamos en temporada de lluvia así que no nos sorprende. Me pregunté por mis amigos en sus casa comiendo palomitas o viendo la alarma generalizada, en sus hijos viendo la lluvia que caía. Y caray, qué lejos queda Monterrey. Y caray, que lejos queda todo.

Monday, July 18, 2005

Sierra

El carro avanzó en la oscuridad y cuando se detuvo mi tío Roberto le preguntó a un hombre cómo se llegaba a San Miguel de los Altos. El ranchero estaba ahi nada más bajo un techo con varios perros al lado. Se levantó, se acercó a nosotros y nos dijo que había que seguir el camino, subir un cerro, bajar de él y luego el sendero se volvía dos y había qué tomar por la izquierda. Luego dijo que si queríamos nos podía mostrar el camino. Mi tío dijo que sí y el hombre se trepó al galaxy y se sentó adelante. Olía a palma y sudor y el olor impregnó el coche. Yo iba atrás con mi tía Conchis. Por la ventana no se veía más que maizales y el ladrido lejano de unos perros. El camino, en realidad una brecha que se iba irregular entre las cercas de alambre, había empezado desde un entronque con Mazapil y lo habíamos tomado ya de noche, después de detenernos en una gasolinera. Íbamos a San Miguel el Alto al sepelio de Jorge y Rebeca, dos amigos de mis tíos quienes se habían matado en un codo de la carretera. Ese miercoles era el cuarto día desde su muerte y mis tíos lo único que querían era llegar.
El ranchero nos dijo que esos caminos eran muy peligrosos porque todos los rancheros dormían con la escopeta a la mano y pa pronto, apenas escuchan un ruido, lanzaban a los perros y disparaban. A veces volvía el rostro para ver a mi tí que se hacía pequeñita en la noche. Nos dejó en el entronque y cuando bajó oí el ladrar de sus perros. Nos habían seguido todo el camino. A lo lejos vimos una lucecita blanca que parecía empotrada en el cielo. Cuando nos fuimos acercando en caminos que no recuerdo la luz se fue haciendo más y más cercana y cuando llegamos a ella nos descubrimos dentro de un pueblo, frente a una iglesia. Toda la noche ladraron los perros y en la madrugada oí el rumor de cencerros y luego, cuando bajé a orinar sin alejarme del galaxy sentí el aliento tibio de los animales y un aroma acedo de boñigas, piel y babas.
Cuando clareó preguntamos por la casa de los Hernández y nos dieron santo y seña. Llegamos y ellos se pusieron muy contentos. A Jorge y Rebeca los habían enterrado la tarde anterior. En el cuartito donde los velaron había una cruz de cal y veladoras en las esquinas. Luego pasamos a desayunar. Nos hicieron unos huevos revueltos, frijoles, queso, tortillas gruesas y rajas de chile güero.
En un cuarto había sillas de montar y las toqué. Eran hermosas y el Sr. Hernandez me dijo que él se dedicaba a hacer y vender sillas. Nunca he aprendido cómo se llaman las partes que componen una silla de montar pero esas eran hermosas. Abandonamos el pueblo al mediodía. Habíamos hecho un viaje de casi doce horas para estar a lo sumo cuatro en esa casa. Cuando volvimos a tomar la carretera pasamos por la curva donde se mataron Jorge y su hermana. Se habían quedado sin frenos y luego, vimos la sierra de donde bajaba el camino y más allá sólo un horizonte azulado, casi blanco que nunca más verían Jorge y su hermana cuando fueran a visitar a sus papás. Luego, seguimos hasta Fresnillo y de ahí rumbo a Saltillo.

Wednesday, July 13, 2005

Obituario

Hoy tengo ganas de escribir en primera persona y no en una falsa primera persona.
Son casi ocho horas desde que entré al ILCE el día de hoy y el guardia abrió la puerta.

En estas ocho horas he:

  • Visto un capítulo de Cálico Electrónico.
  • Leído algunas notas en el periódico del Universal.com dos veces.
  • Revisado 13 páginas del diccionario Larousse ilustrado de tercer año.
  • Transcrito 48 páginas de ese mismo diccionario.
  • Escribí un post en Instinto Contagioso. En realidad dos.
  • Me comí unas nueve viboritas de gelatina y tres mantecadas Bimbo.

¿Tiempo que pensé en Monterrey?: Uno, ahorita.

¿Tiempo que pensé en la novela?: En suma unos veinte minutos.

Hoy me siento con ganas de irme y es precisamente lo que haré.

Monday, July 04, 2005

Ioio cambia de laboro

Acaba de llegar Heydi y Paulina y aun les veo el rostro con algarabía por la fiesta del viernes. El motivo era harto simple: Ioio cambiaba de laboro. Ioio se llama en realidad Elena y si hay alguien que sea divertida y con una buena vibra es Ioio. Mandó la invitación desde el lunes y aunque en la oficina había cierto aire de tristeza por su partida (Ioio es una mujer que cuando podía traía pepinos, melones o palomitas para compartir con todos, Ioio es una mujer que cuando escucha a los Straijakets o a Lost Acapulco se pone a bailar sentada en su lugar) ninguno dijo que no iría a su fiesta.
Cuando llegué, casi al filo de las doce de la medianoche, pregunté por Heydi de inmediato y la encontré en el segundo piso de la casa atiborrada por desconocidos y compañeros de otras áreas del ILCE. Sonaba algo de ska y rock y vi en la esquina de la casa oscurecida y de donde salían luces multicolores a un dj que, con un audífono en el oído y el otro al aire, movía las manos y sacaba esa música que alebrestaba a todos. Cuando llegas a una fiesta y ves a dos compañeras seriecitas siendo besadas por sendos desconocidos, a Ioio con cerveza en mano cobrando 10 pesos la chela y a gente bailando en las escaleras o en la sala sabes que esa fiesta no te la debías de perder.
Bailamos, cantamos, bebimos. La fila para entrar al baño era kilométrica. Heydi andubo esparciendo su natural locura por todas partes, Omar, el mushasho, como le digo, hacía sus chistes de siempre, Javier andaba con aire de modelo y yo simplemente ejercía el baile, la risa, el saludo. A veces me encontraba con Ioio y le decía cosas para hacerla reir y ella me contestaba con su tradicional: eres un payasillo. Música, desequilibrio, pláticas de todo y nada mientras estas baile y baile fueron esa fiesta de Elena.
¿Te gusta bailar, verdad?, me preguntó Alejandra, la hermana de Elena, quien no dejaba de aplicar el quiebre de cintura, el subir y bajar de hombros, los pies juntillas y las rodillas locas mientras bailaba con ella. Algo, le contesté y me acordé de Rous quien me enseñó, no a bailar, sino a sentir la música. Poco a poco se fue yendo la gente. Cuando el novio de Heydi llegó por ella nada más vi cómo se le iluminó el rostro. Me sigue pareciendo sorprendente que aunque tienen como tres años de vivir juntos el rostro de Heydi se ilumine cuando lo ve. Luego tuvimos que salir de guardianes de unas compañeras que no querían que se pasaran con ellas otros, hicimos grupos, círculo de baile mientras las papas y la cerveza pasaban con rapidez. ¿Es un descaro la fiesta? Así es. ¿Qué fiesta no lo es?
Luego, cuando me fui a dormir, cerca de las cinco de la mañana llegué a casa y tuve un sueño rico. Soñé que en esa fiesta llegaba César Gándara con Abi y la hija de ambos. Soñé que bailaban (había visto a Gándara finalmente ese viernes después de más de dos años sin verlo) y después de ellos aparecía Ana Mercedes con Miguelito y se metían en la fiesta. La vida, creo, debe de ser como una gran danza de corazones henchidos, de manotazos, de pasar al centro del círculo y sin más ponerte a bailar así sea reggee, ska, surfer o salsa. lamentablemente o más bien, afortunadamente también es otras cosas. Ioio cambia de laboro decía la invitación. Hoy ya no vino a trabajar pero todos mis compañeros y yo al vernos tenemos una extraña mueca de complicidad que Ioio nos ha compartido.