Tuesday, December 26, 2006

Monterrey Weekend

Yo no lo sabía, como dice un amigo, Dios, cuántas cosas ignoro, pero en Monterrey hay un nuevo programa que se llama Monterrey Weekend. El chiste del show es tomar por desprevino a un pasajero en el aeropuerto (por qué no lo hacen en la Central de Autobuses, -no lo sé, acaso racismo contra nuestra gente de San Luis y Tamaulipas que llega ahí y no es nice- y se los llevan un fin de semana a conocer las delicias de esta tierra próspera, fina, acá.
El pobre pasajero entonces, se ve envuelto en un marasmo norteño. Sí. Se habitua a que las mujeres hablan a gritos en la televisión, a que las conductoras no lo dejen hablar y que responda a todo con un sí turístico, un sí que haga a inversionistas y spring breakers a dejar las playas de Cancún, los centros financieros de la ciudad de México y se vengan a Monterrey, la ciudad de las Montañas a disfrutar del común y mentado cabrito y las comunes y mentadas carnes asadas.
¿Envidia? Sí. De la mala. Yo quiero salir en Monterrey weekend y que me lleven a la cola de caballo, que me pongan en una lancha en la presa de la Boca, que me paguen una buena cena en un lugar acá, que me pongan en un palco del estadio Tecnológico para ver ganar a mis rayados y me lleven a los antros de moda de San Pedro.
Si, yo quiero Monterrey Weekend.

Sunday, December 24, 2006

En la carretera

Lo mejor de ser de Monterrey es volver a Monterrey. O va en el asiento trasero de la camioneta y lee a Truman Capote mientras Efraín conduce y yo las planicies, las montañas tímidas cerca de la caseta de Los chorros. Unos traileros van de reversa y Efraín se enoja pero cuando entramos al entronque a la autopista vemos el motivo. Una fila de autos, trailers y autobuses detiene el tráfico. Nosotros nos con ellos. Nos llega la noticia: hubo un accidente en el túnel. Tres autos chocaron. Íbamos con buen tiempo pero ahora, este imprevisto nos ofusca. Regresamos sobre nuestros pasos y enfilamos por la libre hacia Saltillo. Qué lata da Saltillo cuando tienes prisa. Perdimos tres horas en ese cambio de 50 kilómetros. Y vamos cansados. Antes escuchábamos a El gran silencio. Bajar por la carretera de Saltillo y ver el cerro de la Silla y escuchar al Gran Silencio al mismo tiempo produce una sensación extraña, un olor a casa imposible de pasar por alto.
Pero ahora vamos por Saltillo. El tráfico nos detiene. Efraín bromea y dice que tengo un master el saltillería mientras le digo por dónde ir, qué atajos tomar. O nada más se ríe y hablamos de reencarnación y de futbol. ¿O qué, quieres hablar de política? me pregunta irónico Efraín cuando el tráfico nos detiene. No, no quiero hablar de política. Mejor hablamos de futbol, de los mejores equipos que tuvieron los rayados de Monterrey. Aparece aquel equipazo de Pedro García con Moriconi, Martelotto, Negrete y Hermosillo, después el equipo de Benito Floro con Correa, Arango, De Nigris y finalmente el equipo campeón del 2003: Franco, Rotchen, Erviti, Arellano.
Y avanzamos. Llegamos a Monterrey con la noche, exhaustos. En la calle donde está mi casa hay un mercado nocturno y me pierdo a recorrer los puestos en la noche, con el frío. Llego a casa de los Bocanegra y sale Sonia, la hermana de Diana y me da un abrazo y me dice: justo acaba de llegar Diana. Y entro a la casa y Diana llora con su hermana Chelis y me ve y me abraza y sigue llorando. Y yo pienso. Bueno, ya estoy en casa. Lo de la familia, lo cotidiano de la familia, que no se suba al blog.

Wednesday, December 20, 2006

Zafarrancho piñatero

Somos felices sin darnos cuenta. Una tarde nos descubrimos en Londres en una calle céntrica con un chocolate en la mano y nos damos cuenta que somos felices. Una mañana nos despertamos y vemos a nuestra gata dormida a nuestros pies y somos felices. Una tarde cualquiera, camino de una ciudad a otra vemos el contorno de la sierra por la ventanilla del avión o las casas blancas al lado de la carretera y nos damos cuenta que somos felices.
¿Soy feliz? Debería decir que sí. ¿Se me llena la boca con la palabra? Debería de decir que no sé. A veces la felicidad no es esa euforia sino un momento muy breve en el que te sientes en paz. Anoche, por ejemplo, fui feliz eufóricamente. Fue la tradicional posada de la Fundación. Amigos y amigas comían carnitas mientras un grupo veracruzano animaba la noche con sones y letras divertidas. Boone platiacaca con Sarabia y Suri. Yo hacía lo mismo con Alejandro y Nadia. En un cuarto miraba las famosas piñatas repletas de libros. Alejandro dijo que le parecía un poco vulgar piñatas con libros pero a mí me parecen una excelente idea.
Cuando dieron paso a las piñatas cerca de treinta nos pusimos en pie y nos quedamos a un lado de donde le iban a pegar. Se alzó ese vientre amarillo con listones y papel lustrina y comenzaron los golpes. Las risas, los nervios, la ansiedad corrían de un lado a otro. Todos gritábamos vivas con los ojos puestos en la fragilidad de la piñata.
Y se rompió con los golpes de Hernán.
Y cayeron los libros.
Aquello fue como poner un brazo en un estanque de pirañas. Brazos, patadas, rasguños. Yo sólo sentí como me empujan y caí afortunadamente sobre la trilogia de Auschwitz de Primo Levi. Estiré la mano y recibí rasguños. Paladeaba los libros con la punta de los dedos pero otros dedos aparecían, otras manos que arrastraban. Con voracidad de pelícano, Hernán, quien miraba el ajetreo de pie, se puso a robar libros de todos los que estabamos en el suelo e intentábamos ponernos en pie pero era difícil, porque no podías apoyarte con las manos para hacerlo, era regreasar los libros al arrebatadero.
La segunda piñata no llegó al suelo. Todos pescamos los libros en el aire. Caían en el pobre parto de la piñata. Nadia quedó boca abajo y creo que la levanté sólo porque tenía un par de libros bajo ella. Ahí recibí un golpe en la espalda. Al final terminé con siete libros. Paco fue el ganador, alcanzo 24. Y veo mis libros producto de ese salvajismo y me da risa. Nunca más, creo, tendré piñatas con libros sobre mi cabeza. Eso, pienso, bien vale decir que vivirlo me ha hecho feliz.

Tuesday, December 19, 2006

Retratos Familiares

Martín

De las profundidades de los canales de Xochimilco proviene Martín Rosas. Moreno, cuerpo robusto como una tortuga tirada a recibir con singular alegría el sol de la tarde, Martín se levanta sobre cualquier recuerdo y sobre cualquier nostalgia. De joven escribía poesía y tomaba clases de baile pero fue el estudio de la física lo que terminó por amarrarlo a fórmulas y la mecánica del mundo. Tiene una teoría donde dice que la nada existe y hay que ir a la nada. Dice —afirma con natural disposición— que su familia proviene de una larga tradición de sacerdotes xochimilcas que extraían corazones a tlaxcaltecas y cholultecas después de una guerra florida. Pero él ya nada sabe de esas sangres y se dedica con toda el alma a una sola cosa: amar a Tere, su esposa. Prometí vestirme de payaso cuando su primer hijo cumpliera un año. Apenas nació empecé a imaginar qué rutina haría, de qué colores disfrazaría mi cara para arrancarle risas el día de su cumpleaños pero el niño volvió a la tierra a los días de haber nacido. Pero ya lo dije antes, Martín ama a Tere y juntos han salido del dolor, de la angustia. Martín continúa idolatrando a su mujer como no he visto antes. A veces, en sus tiempos libres, lee algo sobre física y realiza apuntes sobre la nada o sube a la canoa de su familia y se va a pasear en alguna de las lagunas vírgenes de Xochimilco mientras recuerda a su hijo. Lo imagino en esas lagunas mientras piensa en alguna fe extraña, en esas lagunas que también me dice, no merezco verlas.

Friday, December 15, 2006

El viaje

Deberíamos tomar un mapa y subrayas las líneas del tren que van a las ciudades que visitamos cada año. Cada ciudad a la que hayamos llegado tendría una estrella. Si en el transcurso del año volvimos a esa ciudad, hacemos la línea más gruesa. Después, en una hoja en blanco, deberíamos de calcar esas rutas peninsulares o del interior para ver el esqueleto de nuestros viajes. ¿Qué forma tendrían nuestras rutas? ¿Parecerían gérmenes o esqueletos prejurásicos? ¿Un virus o una cadena de adn o serían acaso un puntito rojo, brillante, inmóvil sobre el mapa?
Me pregunto qué forma tendran mis viajes en el mapa.

Thursday, December 14, 2006

La vuelta de las tortugas II

¿Y a dónde irán a parar algunos? me pregunto...

Y un amigo, me contesta:

"Algunos, por supuesto, no todos, al carajo".

Y los dos nos reímos, claro, claro, bienvenido el carajo.

Monday, December 11, 2006

La vuelta de las tortugas

Estoy solo a estas horas en la Fundación. Casi todos se han ido. Sólo Pablo lee en su cubículo, en un espacio que llamamos la jaula de las locas. Hace rato Boone, Geney e Hinojosa salieron a tomar un café a un lugar cerca, en Napoles y Liverpool. Se antoja en paz esta soledad. Se escucha sólo el rumor de los generadores de un edificio de enfrente y el paso de un vendedor de elotes en la calle. Ya no hay nadie escribiendo. A veces me pregunto para dónde va este boleto de la literatura, me pregunto por toda esa generación que intenta ser escritora.
Pienso en buenos amigos como el Carlos Velazquez en Torreón, tan llena de vitalidad su narrativa con música norteña y lucha libre, en los cuentos de Luis Valdez, cuentos que rayan entre lo bizarro y lo estridente, pienso en César Gándara con sus cuentos sobre Hermosillo, en Liliana Blum con sus textos que avanzan siendo traducidos al inglés. Pienso en Vicente Rodriguez con sus textos sobre gemelos, en la novela de Luis Jorge Boone, en la ordinaria locura de Gerson Gómez, la dramaturgia de Alfredo Hinojosa Díaz, en los cuentos de Nadia Villafuerte, en la obra de Geney Beltran, del buen Trino Maldonado con sus Vienas y sus Austrias, las queridas Laia y de Teresa Avedoy.
¿Qué irá a ser de toda esa generación que intenta, intentamos ser escritores? Me gustan también los textos de Sara Uribe, estimo y aprecio al buen Daniel Espartaco. Pienso también en Cecilia Rojas, una narradora joven de Los Cabos, recuerdo con afecto los textos de Socorro Venegas, al grupo de las ratas en Monterrey con Orfa, Nahum, Odvidio. ¿Qué escribirá un día Jorge Saucedo en Monterrey, Tinajero Mallozi, Caro Olguin. Jair Cortés, Julio César Félix, Mijail Lamas, Alvaro Solis, Amaranta Caballero, Minerva Reynosa, Óscar David López, el buen Edgar Reza son gente que también me pregunto en qué ciudad y qué libros suyos leere. A veces me cuestiono: ¿hasta donde llegaran Julian Herbert, Alberto Chimal, el estimado Hernán Bravo Varela, la querida Vizania Amezcua, la siempre laboriosa Julieta García González o BEF, Will Rodriguez y Moises Zamora? ¿Qué irá a ser de tantos escritores jóvenes, me pregunto aquí, en esta fundación diseñada para escritores jóvenes donde nunca estarán todos los que son?
Aquí he conocido, también, a excelentes poetas, ensayistas, narradores: Richard Viqueira, Verónica Bujeiro, Pablo Molinet, Camila Craus, Gabriela Aguirre, María Lebedev, Humberto Macedo, el joven Leal, Piña, Claudia Berrueto, Lobsang Castañeda, Paola Velasco, Eduardo Saravia, Karla Morales. Tal vez este post es sólo una radiografía personal de gente que estimo, de todos aquellos que veo junto a mí mientras intentamos conquistar el castillo. No el castillo de la cultura y política literaria, que siempre existirá, pero sí de encontrar un buen libro, uno que hable de nosotros o de nada o que hable de las cosas sencillas o de las complicadas. Al menos hoy que estoy solo y Ciri acaba de decirme que saldrá, me siento muy bien acompañado por tantos que fuera o aquí toman la pluma y escriben o piensan también en la soledad de sus casas en ese cuento o poema que no han escrito pero escribirán. ¿Llegaran todos como las tortugas cuando vuelven del mar?
Una generación que sale al mar pero cuando volveran llenas, cargadas, pesadas. Hace días me dijo O del tiempo muerto de las tortugas. Ese instante en el cual los investigadores les pierden la pista. Nadie sabe en dónde se encuentran. Nadie sabe de qué se alimentan, qué comen. En la oscuridad de los fondos abisales las tortugas esperan. No llegaran todas, así como aquí no están todos los nombres, hablo sólo desde mi más cercana vecindad y siempre olvidaré a alguno. ¿Qué día aparecerán las tortugas en la playa? ¿A cuántos seguiré viendo el resto de los años que esperan como viejos amigos que se conocen todas las batallas? O tal vez yo me pierda, deje la escritura pero siempre será interesante saber dónde y cuando llegaran esas grandes tortugas con su cargamento preciado de libros que desovarán en la playa ante los lectores. ¿Quién me puede decir quiénes volverán al igual que los amigos, los amores y los proyectos a retornar a nuestras vidas, a poblar nuestro breve tiempo en la tierra y en la escritura?

Gatos

Mi primera mascota la tuve a los seis años. No era mía, claro, sino de toda la cuadra, pero a base de salchichas y jamón logré que se quedara en casa. A mi madre le dio el ataque. Me recordó el asma, la alergia a los gatos, el chocolate, las fresas, el helado y más. Yo, como quiera, me quedé con la gata. Era negra con franjas cafés, una mirada desamparada y siempre me acariciaba los tobillos. Cuando se murió papá la tiró en el terreno baldío frente a la casa y al día siguiente fui y le hice un entierro como Dios manda.
Muchos más gatos después, gatos casi anónimos, tuve a la Nina y al Nino. Claro, los nombres son harto complicados. Elida me había regalado a la Nina y yo, bien condescendiente con la madre naturaleza, no le hice la operé hasta que tuvo su primer camada bajo el argumento de que quería que la Nina conociera la maternidad. Después me fui al D.F. y en mi casa se encargaron de cuidarlos. Cómo les lloró mi madre y mis hermanos cuando se murieron, flacos, acusados de un cáncer en la garganta. Y más tarde le lloró a otro, El gordo, que yo había recogido de la calle.
En el D.F. en una de mis múltiples casas, para combatir la soledad y el tedio adopté un gato callejero. Le puse Ajax, en honor al gran valiente aqueo y el nombre le quedaba muy bien. Ajax peleaba, mordía, corría, saltaba. Su arenero parecía campo de batalla. Sus garras pequeñas navajas. Cuando esa navidad me fui a Monterrey a pasar las fiestas, mis primeras fiestas después de estar lejos de casa, dejé a Ajax al cuidado de una señora. Cuando regresé lo habían bautizado como Bebé. Sentí que había vuelto a mi combatiente felino en un Silvestre cualquiera. Bebé ya no respondió a mi llamado ni me reconoció. La señora en cambio, me dijo. yo podría quedarme con él. Prometí llevarle comida y arena, cosa que nunca hice.
Ahora, O tiene un par de gatas. Me dice que las conoció casi el mismo día que nosotros empezamos a acercarnos. Se llaman Nadja y Mía. Mía voló un día desde el sexto piso y no le ocurrió nada. Nadja está gorda, una pelota con pelos. Nadja es indiferente, no maulla, sólo está ahí echada. hace días, O recogió otra gata de la calle. Es negra con tonos cafés y alguien le cortó los bigotes de un lado. Las hijas, como les decimos, se pusieron nerviosas, alteradas, iracundas. Nadja empezó a gruñirle a todo mundo. Mía dejó su natural saltimbanquismo para no moverse de las esquinas de la casa. La negrita, como le decimos, siempre estuvo acurrada sobre un bote de pintura.
Ahora la tengo en casa pero en unos días se va a casa de Ioio. A mí me ha hecho feliz pero por alguna razón mis pocos gatos, al menos lo que he escogido, tienen manías perrunas poco felices para mi tranquilidad: insisten en lamerme la cara, en acostarse al calor de mi cuello, les gustan mis piernas para sacarle lustre a sus uñas. Hoy ando todo arañado del brazo. Y la negrita ya se va, se va para Sayula como dice la copla. La Nina tenía otro nombre: Ingrata. Le puse así porque esa noche troné con una novia. A la negrita no le puedo decir, más bien creo que el ingrato soy yo por regalarla más adelante. Pero mi casa, aunque bonita, es pequeña. Ya habrá casas más grandes, creo, para tener un gato, escogerlo de la calle y ponerle otra vez un nombre combativo, nada de bebés.

Sunday, December 03, 2006

A veces la vida se resume en un voluminoso: ajá.

Tuesday, November 28, 2006

El libro blanco

Mucho tiempo estuve esperando este libro blanco. Hoy llegó. Este libro ya era libro desde enero pero es hasta noviembre, casi diciembre, que me llega. Ahora ya tengo tres libros: uno negro, uno rojo y ahora uno blanco. El negro cuenta historias diversas, el rojo habla sobre mi colonia, este blanco, habla sobre mí. Ayer me preguntaban en Toluca qué aportaciones tenía un libro que habla sobre el amor, la muerte, la escritura y el cuerpo. Me quedé pensando un rato y me pregunté si en realidad, escribía para aportar algo. O si se escribe para tener aportaciones en la literatura. Blanca, la reportera, seguía con la grabadora en mano y no sabía qué responderle: un libro blanco no tiene ninguna aportación pero empecé a decirle los poemas y los epigramas de ese libro y me dijo: ok, ya entendí de qué aportación se trata. Yo sólo tengo mucha felicidad por tener un tercer libro que esperaba desde antes, incluso, de tener un segundo libro, que es Dejaré esta calle.
Necrologías habla sobre la muerte, mi muerte, habla sobre la vejez, mi vejez, habla sobre el deseo y el amor, mi deseo y mi amor. Entonces, es un libro poco interesante pero, como le decía hoy a Edgar, el editor de la Universidad de Guanajuato, es un libro en el que, si uno se descuida, le puede decir algo. Ya tengo mi libro blanco, mi esperado libro blanco y como no puedo subir una foto, subo tres textos.
Ayer descubrí ancianos a mis padres. Los vi con sus años amontonados, el cansancio vasto en ojos donde había más, calina que nada. Me acordé de ellos en su juventud, cuando salían rodeados de hijos pequeños que aún de lejos los buscaban en la banca del parque o en el pasillo del supermercado. Los recordé jóvenes con tanta vida por delante. Por eso, al descubrirlos así tuve una tristeza malsana por tanta vida extinta, por tanta vida que también a mí se me había perdido en un volver el rostro y descubrirlos con tanta vejez compartida, tanta.
Me sorprende mucho aquellos que dicen: «Yo soy escritor. Yo manejo el lenguaje. Yo intento escribir cosas distintas, sacar las palabras de la vieja tradición y mostrar el dolor humano y salir en entrevistas y que se diga de mí que manejo la palabra como si fuera un artesano.» Me sorprende su decisión y que anden por el mundo con el estigma del creador.

Bien por ellos.
A mí me aterra.
Observo el video donde muestran cómo asesinaron a un sicario de Los Zetas.
—¿Y tú qué, güey? —le pregunta el asesino a uno que estaba al final de la fila, hinchados los párpados por los golpes, atadas las manos, la frente arrugada por el miedo. Se escucha cómo cortan cartucho. El hombre mira el cañón de la pistola y cómo ésta se recarga en su sien. Sus ojos son dos llamas trémulas de miedo. Después suena el disparo. No puedo olvidar los ojos abiertos, el cuerpo que se desmorona con lentitud mientras resbala sobre una bolsa negra. La sangre mana de la nuca y corre densa y tibia por el hombro.
—¿Y tú qué, güey?
Ha de ser terrible escuchar en la vida esas últimas palabras.

Pista de carreras

Daniel es chofer en Conaculta. Es moreno, algo chaparro y ayer me llevó a Toluca a presentar el libro. En el camino hablamos de Fidel Castro, del anarquismo y casi llegando a la ciudad empezamos a hablar de comida, de la clave de las enchiladas de Patzcuaro y cómo hacen en casa de él las Corundas y los Uchepos. Daniel ha llevado a un sin fin de escritores de aeropuertos a hoteles, de hoteles a centros de convención y de una ciudad a otra. Una vez, me cuenta, se perdió en Cuernavaca mientras llevaba nada más y nada menos que a un Premio Nobel. La gente miraba el coche lujoso, al distinguido pasajero y Daniel nada más miraba a los alrededores con la mirada nerviosa, las manos sudorosas y el aliento frío frío.
Pero las más, ha llevado autores mexicanos que se la pasan hablando de libros, mujeres, libros, mujeres, viajes, etcétera y él escucha atento. Ha de ser cansado llevar escritores, ¿no? le pregunto consciente de lo mamones que pueden ser. Pero me acordé mientras íbamos casi entrando a Toluca de la vez que yo serví de chofer de escritores. Íbamos en una van. Llevaba a los escritores, Juan Madrid, R.H. Moreno Durán, Parra, a David Toscana y otro cuyo nombre no recuerdo, a una comida en el interior de la Fundidora. Llegué a un tramo donde iniciaba la pista de carreras donde en una par de semanas se correría la primera fecha del Monterrey Grand Prix.
La pista nos dejaba justo un lado del jardín donde sería la comida. El recorrido oficial dejaba a los escritores como a trescientos metros de distancia. Y yo iba en la van, bien contento al volante mientras atrás, los escritores, platicaban de libros, de chismes literarios. Yo me sentí parte de la literatura, una forma de adhesión bastante rara y se me hizo fácil. Claro, se me hizo fácil y con todo y van me metí a la pista de carreras.
¿Oye y se puede ir por aquí? me preguntó R.H. Y yo, sí, sí se puede. ¿Oye, pero seguro que no hay problemas? insistió mientras el resto de los literatos se callaba. Y yo, sí, sí se puede, además, así los dejo bien cerquita. Y volvieron a platicar. Yo iba bien contento en la primera curva, después tomé una recta, después otra curva y ahí salieron las patrullas. Aluzaban las torretas. Los escritores saltaron de sus asientos. Un oficial se acercó y me pidió mi credencial, le dije que llevaba a los escritores a una cena, que era el camino más corto, el oficial ni me miró, habló por el walkman. Al rato apareció otra patrulla y todos nerfiosos. Madrid, Parra, Toscana intentaron abogar por mí que nada más seguía nervioso. Le mostré mi gafete del conarte, pero nada. No sé qué dijo R.H. que al final el oficial dijo: está bien, pero nosotros los escoltaremos para que se pase. Y nos escoltaron.
Iba una patrulla adelante, otra atrás. Dejé a los escritores quienes bajaron con una sonrisa y yo con otra nerviosa les decía adiós. Y pensé, yo que quería darme toda la vuelta. De regreso me sentía bien custodiado. Pasamos las curvas y ya me dejaron ir a estacionarme. Medio me temblaban las piernas y cuando llegué a la cena me tomé varios tequilas pero también estaba muy contento. Supe lo que era conducir en la pista del Monterrey Grand Prix antes de que pasaran los bólidos de la serie Cart a más de 300 kilómetros por hora.
Y así que como ve, le terminé de contar a Daniel ya en el centro de Toluca. Nada más se sonrió porque otra vez, se había perdido al dar una vuelta en donde no debía ser. No, pues está muy padre, me dijo. Y atrás de nosotros quedaba la catedral de Toluca tan plana, tan cuadrada pero imponente.

Tuesday, November 21, 2006

Siglo XXI

Carmen tiene cáncer en el colon y hace un año los médicos la dieron por desahuciada. Pero Carmen y su esposo Ruben se aferraron, se aguantaron, les dijeron que no. Las cuatro noches que Carmen agonizó en el hospital, me dice Ruben, me puse a escribir y escribí todo lo que la quería y todo el enojo que iba a tener si se moría. Y lo dijo aún con dolor, recargando el dolor o el recuerdo en las palabras. Yo miré nada más a Carmen quien me sonreía desde la cama. Ahorita, me dice Ruben, le quitaron casi ocho metros de intestino grueso y todavía no oye muy bien, de un oído perdió todo la capacidad y del otro oye muy poco. Así que me inclino a ella para pedirle que me platique algo, lo que quiera. Cuéntame un recuerdo bonito, le digo y los ojos de Carmen se iluminan. Me dice que conoció a Ruben en una boda y en la noche ya vivían juntos. Y Ruben sonríe.
Mientras la escucho otras personas de AINDAC recorren los pasillos del Hospital de Oncología del Centro Médico siglo XXI regalando despensas y hablando con los pacientes. Cuando me despido de Carmen voy a otra cama donde está una mujer ya anciana quejándose porque le arden la vena donde le acaban de poner un medicamento. Su hija, que es maestra de español para extranjeros, la mira con un poco de mortificación. Me presento con ella mientras la madre me mira de reojo con curiosidad. Hola, soy Antonio, vengo también con la gente de AINDAC y me gustaría que platicáramos. Ella asiente. En realidad, le digo, vengo a dar un pequeño tallercito de escritura. Se me queda viendo con ojos perplejos.
Cuando la enfermera se va entramos al cubículo y nos ponemos de platicar los tres. Les digo que me dedico a escribir y que me trajeron los de AINDAC para hablar con ellos y mostrarles que uno puede escribir para recordar y recordar las cosas buenas de la vida y recordarlas precisamente, aquí, en un hospital. La señora sonríe y me dice: yo sé qué podemos escribir. Y su hija y yo nos ponemos atentos. Un libro de maravillas. Y me cuenta que es una maravilla que hace seis meses la operaron en ese hospital y al día siguiente ya estaba de maravilla. ¿Eso es una maravilla, no? Y sonreímos. Qué padres están sus zapatos le digo y la señora sonríe: sí, verdad, ni parecen cómodos pero están muy cómodos. Las dejo escribiendo y me voy a otro cubículo.
Cuando llegué al hospital y vi a los enfermos entré en shock ¿Qué hago aquí? me pregunté. Aquí a nadie le interesa escribir o ponerse a escribir. Y me sentí estúpido al pensar que había desarrollado hasta un programa para darles un taller a los enfermos y sus familiares. Pero ahora me sentía fuera de lugar. Una de las voluntarias se acercó y me dijo: como que no se presta para el taller, verdad. Asentí pero ella simplemente me tocó el hombro y me dijo, nada mas platica con ellos.
Así que entré a mi primer cama y platique con Alicia. Su papá estaba dormido y lleno de sondas y se quejaba cada cierto tiempo. Pero Alicia y yo nos pusimos a escribir. Le escribió una larga carta a su padre con todo lo que le importaba y todo lo que lo quería. Y recordó que una vez le había regalado, cuando ella era niña, una falda muy bonita y unos zapatos muy padres con los que salió a una peregrinación. Al final del día sólo pensaba en Alicia escribiendo frente al ventanal de la habitación y con su padre postrado junto a ella. Esas son las historias que deberíamos de buscar en este mundo casi siempre, y siempre, doloroso.

Sólo la gente feliz cocina

Hace tiempo escribí esa línea en un cuento que aún halla su factura. Y resultó ser la mejor frase del cuento, tal vez por ello esa historia no funciona. Y a mí me gusta cocinar pero hasta hace tiempo no sabía bien para qué cocinar. Me preparaba los sandwiches más fast del mundo. Pero ahora, con O, me ha dado por esmerarme a la hora que decido cocinar.
El domingo le dije: Qué quieres, chiles rellenos o discada. Se quedó pensando unos minutos y dijo: ¡discada! Además, tiene razón, aquí en el d.f. es muy difícil encontrar un lugar donde vendan discada. Fuimos al Wal-Mart y compramos todo lo necesario. De regreso a su casa venía pensando en que yo nunca he preparado discada. Sí, sé el procedimiento y los ingredientes pero nunca me había puesto a, en realidad, cocinarla. Pero no me amilané. Sólo la gente feliz cocina, pensé entonces en ese fragmento del cuento que antes se llamaba "Serpientes" y ahora se llama "Villaldama". Es una historia breve, un hombre sale de la ciudad porque se pelea con su mujer y el camino lo lleva a Villaldama donde conoce a un cazador de serpientes. Esa es la historia.
O me dijo que ya me pusiera a preparar la comida y le hice caso. Corté primero el tocino, la carne de res, la arrachera y las salchichas para asar, después corté los pimientos, la cebolla y el tomate mientras ponía a cocer papas y zanahorias. En el comal, en tanto, puse a freir unos tomates para la salsa. Ya con todos los ingredientes listos pasé los tomates a la licuadora, le puse un poco de agua y después metí un diente de ajo que ya había tostado en el comal. Le puse un poco de cebolla y la molí. Después puse la salsa a hervir.
Mientras, en un sartén, -la discada necesita de un disco, de ahí su nombre y yo no tenía más que dos sartenes y una olla- puse a freir el chorizo y después agregué el tocino, la salchicha y las carnes. Se sofrieron un poco y las aderezé con pimienta, unas gotas de limón y más cebolla en polvo. Mientras, en la olla, puse a freir el resto del chorizo y ya que estaba caliente eché el resto de los ingredientes además de un poco de agua.
Aquello comenzó a hervir y me acordé de un fragmento de un cuento que viene en el libro de Dejaré esta calle, un cocinero que hace una discada pero con carne de zopilote. Nada más me reí cuando puse a sofreír tambien el tomate, los pimientos y la cebolla. Al final coloqué todo en la olla y me puse la salsa de tomate que ya había hervido y, como toque final, un tanto de cerveza, un medio vaso.
O mientras tanto hacía una trabajo pendiente y yo me puse a hacer un guacamole con el resto de la cebolla, el tomate y le puse crema y un poco de leche. La casa olía a hogar y afuera hacía mucho frío. Casi hora y media que empecé a cocinar probé la salsa de la discada y sabía deliciosa. Cuando la serví en los platones el mejor cumplido que recibí fue que O se comió su porción con una sonrisa en la cara y disfrutando la comida. Sobró mucha pero en la noche nos hicimos tortas de discada. El pan estaba un poco frío pero la discada caliente, lo entibió. Y fue un buen día de comida y de no salir de su casa. Aún quedan pendientes los chiles rellenos. Igual y se los prepararé el otro domingo que vienen unos amigos a comer a casa.

Monday, November 13, 2006

Tampico

Qué caso tiene presentar un libro si ese evento no se queda para siempre en tu memoria. Tampico nuevamente apareció ante mí con toda la carga de magia y amor que puede dar. Al recorrer sus calles marítimas me recordé hace ocho años cuando, con maleta en mano, andaba perdido en el centro. Había ido a Tampico a conocer el mar. Al llegar me sorprendí de mi osadía: nunca había ido al puerto, no tenía conocidos ahí. No llevaba mucho dinero. Pero la pasé muy bien. El mar frente a la playa de Miramar se quedó para siempre en mí como el vasto golpe de la vida. Para mí no hay otra playa milagrosa que no sea Miramar.
Así que, casi ocho años después, cuando empecé a dejar mi calle, mi colonia y esa vida volví a Tampico a presentar Dejaré esta calle. Y la gratitud y amistad de Diana, Sara, Liliana, Augusto y Carlos del Castillo hizo de este viaje algo especial. Justo en la noche del 11 entró el norte y en la mañana que me fui a caminar a la playa encontré el agua revuelta y espumosa. Aún así me metí hasta las rodillas. El oleaje me mareó, el agua que regresaba al mar y golpeaba con la que llegaba me hizo detenerme y dejarme al influjo del ir y venir. Después volví al centro, desayuné, vi la televisión y a las siete fue la presentación.
Descubrí a una pareja ya mayor que había ido a la presentación de Todos los días atrás. Me dio gusto verlos. Y empecé a leer, me paré al frente del escenario y leí y leí Un mil Máscaras. Sólo escuchaba las risas de la gente que pasaba tras la carpa en el andador principal de la plaza de Tampico. Después Agusto leyó un texto afectuoso sobre el libro y terminé leyendo otro cuento. Al final, después de la venta de libros, se acercó un hombre. Me dijo que él también quería escribir un ensayo sobre su pueblo, un pueblo pesquero cerca a Tampico. Me dijo que quería leer el libro para saber dónde usar o no las palabras antisonantes. Es que en mi pueblo nada más hablan a madres, me dijo. Le regalé el libro y se fue, no sé si con la esperanza de encontrar a otro que habla igual que él o con la esperanza de que Dejaré esta calle le sirviera para encontrar sus palabras. Qué caso tiene presentar un libro si no vas a recordar con afecto ese evento, si no va a pasar algo sorprendente.
Lo sorprendente en Tampico fue ese hombre, fue también un viejo que me pidió que le publicara un libro sobre el narco, lo sorprendente fue el globero que apareció a mi espalda para ver qué pasaba en ese estrado y dejó una estridencia de colores tras nosotros, colores redondos y torpes, los sorprendente fue la pompa de jabón que invadió por un momento el escenario y al niño que quería alcanzarla pero no lo logró porque su padre lo detuvo para que no entrara al estrado. Y la pompa se rompió y el niño hizo un gesto de ahhhhh, de chinnnn, de nooo. Pero la pompa no se rompió. Está aquí, redonda y multicolor en estas palabras.

Friday, November 10, 2006

Tlaxcala

Tlaxcala la bella. La despaciosa, como la describió Alberto en su libro. Jair es un excelente anfitrión cuatro agradables poetas mas Moises, su novio y un amigo de él es lo único que se necesita para pasarla bien en una cena o un desayuno. Es curioso salir de "gira" artística cuando no sabes si eres o no eres artista aunque muchos se cuelguen el mote con singular alegría y desparpajo. El jueves leímos en la Universidad del Altiplano. Es magnífica. Llegué antes y me fui a buscar algo de comer a la cafetería de la secundaria anexa. Entre huercos de 13 y 15 años me puse a leer y me sentí viejo, indefinidamente viejo.
Después, a las once, inició la lectura. Glafira Rocha, Moises Zamora y Alberto Chimal estaban también ahí. Es impresionante lo bien que lee Chimal sus textos. No conozco un autor que les de más vida aún al leerlos. Por lo general quienes escribimos leemos pésimo delante del público pero no Alberto. No él. Los alumnos estuvieron muy amenos con los cuatro y al final hubo una gratificante charla que se alargó por más de quince minutos.
Sin embargo, aún nos faltaba el evento del día: la lectua de poetas de puebla en el Museo Miguel M. Lira. Ahí, ahora en la sesión de preguntas y respuestas, un espectador se puso en pie e increpó a una de las poetas diciendole hasta de lo que se iba a morir. Siempre que alguien ataca a un escritor huele a sangre. Es esa sensación de sentir que hay sangre en el agua y tiburones cerca. Si se escribiera para que les gustara a todos lo que cada quien escribe, este sería un mundo terrible. Peor aún, si se escribiera para que te guste a ti, oh lector enfebrecido por la crítica y la noción del ser y de las buenas costumbres literarias, quién sabe qué sería, fue una de las respuestas del resto de los participantes a ese crítico literario.
Como sea salimos entre asustados y divertidos. Yo dormí como un lirón (noten la frase común), en mi habitación oscura como boca de lobo (ahí está otra frase común) y al despertar tenía hambre. Y fui a comer. Después nos llevaron a una entrevista de radio. Siempre tengo la noción de que diré cosas estúpidas en una entrevista de radio y creo que no fue la excepción. Al regresar tuve ganas de quedarme un rato más en Tlaxcala pero era imposible. Ahora me tocan siete horas camino a Tampico. Llegaré en la noche y madrugaré el domingo para meterme al mar. No sé en qué momento, en el futuro, leeré este post y recordaré las cosas viejas de estos días, los dolores, nostalgias y esperanzas del 10 de noviembre.

Wednesday, November 08, 2006

Qué hacer esos días cuando, por más que le intentas, no puedes exprimirle una chispa interesante a la rutina.

Monday, November 06, 2006

Retratos Familiares

Todo el domingo sentí que era mi papá. Mientras íbamos a comprar la carne para la comida, al morder un elote asado, mientras busgueaba en los sartenes de las despachadoras de comida de prueba en al Wal-Mart, al merodear frente a los anaqueles de juegos de mesa sentía que yo era mi padre, que estaba imitando a mi padre en muchos de sus gestos, de sus ocurrencias, de la forma como él juega con nosotros.
Y sentí una especie de acomodo nostálgico por mi papá.
José Antonio
Papá llora cuando ve telenovelas, papá corre por las mañanas cinco kilómetros diarios, papá a veces, me dice, que le duele la mano de tanto utilizar las tijeras para cortar los metros y metros de tela, papá es el primero en quejarse cuando alguna salsa no pica, papá se sienta frente a la televisión a descansar pero también se pone en pie si alguno de nosotros queremos quitarle el lugar, papá trabajó mucho tiempo en una empresa pantalones. Inició como mozo de limpieza y casi diez años después, cuando la empresa se fue a la quiebra, era director de producción. Papá tuvo un accidente hace días y me dijo con toda la tranquilidad del mundo que sólo lo habían suturado en la frente unos pocos centímetros. Papá fue el artífice de mi negocio de ropa deportiva y todos los lunes en "junta" frente a la cena, decidíamos cuántos metros de tela umbro, adidas, poliester brillante, cuántos pares de medias de licra, cuantos rollos de elástico con jareta debíamos comprar. Nada le da más gusto a papá que llegar a casa con pastel o cajeta o con películas. No tan alto, encanecido prematuramente, mejillas rosadas y con dentadura artificial, a papá le gustan las cosas dulces y las carnes asadas. Lo sentí cómplice cuando me dijo que, por él, se iba a vivir a la ciudad de México, de lo tanto que le gustó. No lo imagino de 29 años, los mismos que yo tengo, y ya con tres hijos qué alimentar. No lo imagino vistiendo ese traje guinda y ataviado con esas patillas sesenteras cuando se casó, ni lo imagino sentado frente a la casa de mi madre esperando que saliera para irse a noviar.
Papá ha trabajado con todos mis tíos, a vuelto ricos a muchos extraños y me sigue pidiendo una máquina de coser recta y una sobrehiladora para iniciar el negocio. Se le aleja la mirada cuando me la pide y yo sólo hago de tripas corazón. Los hijos de Toño Ramos, de "la Coneja" como lo apodaban en los partidos de softbol donde jugaba en la posición de cátcher. Esos somos nosotros. Y lo escribo con la certeza de que todos los días, cada uno en su trabajo, en sus presiones, somos un poco José Antonio Ramos Degollado, somos un poco nuestro padre.

Tuesday, October 31, 2006

Que no molesta a nadie

Hace mucho tiempo escribí un cuento sobre la muerte de Colosio. En el texto un maestro de historia creía que él era Colosio y, cuando se enteraba del asesinato salía del salón con la certeza de que no podía ser, él era Colosio pero al ver la televisión encontraba a su esposa y sus hijos llorando en el hospital. No recuerdo en qué terminaba la historia pero estaba muy muy satisfecho y contento con mi historia de tres cuartillas. La llevé al taller de Parra y no recuerdo porqué pasó con muy buena nota.
A las semanas me enteré de que había un concurso de cuento en Filosofía y Letras. Le dije a un amigo: “Raúl, voy a participar.” Y lo dije con la certeza de que no sólo iba a participar, sino que también iba a ganar. Cuando entreviste al Christopher Kipkiego, el ganador del maratón de la ciudad de México hace como un mes, me dijo que él sabía que iba a ganar apenas salió por la línea de meta. Yo me sentía igual al momento de dejar mis tres copias dentro del sobre color manila y entregarlo en el comité de estudiantes.
Pasaron las semanas y un buen día se invitó a los participantes del Concurso Unicornio a asistir a la ceremonia de premiación. Yo iba con una amiga y subí ansioso al auditorio. Se dijeron las menciones especiales y yo… está bien, seguro no quedé ahí. Después se dijo el tercer lugar y yo me puse un poco ansioso pero nada. Cuando se dijo el segundo lugar sí pensaba que sería yo y nada. En el primero comencé a dudar. Ganó un tipo cuyo nombre no recuerdo y yo salí enfurecido del auditorio.
Dejé atrás a mi amiga y me fui a la biblioteca principal del estado a buscar algo qué leer. Encontré una novela: “Cien años de Soledad” y me dije, a ver qué es esta madre. Leí desde las doce hasta las ocho de la noche y conforme más avanzaba la historia más me picaba. Luego salí de la biblioteca con la certeza de que estaba muy muy jodido pero leer a Gabriel García Márquez me sirvió de catársis para manejar la frustración de la derrota.
Tres años más tarde, obtuve un tercer lugar en el premio de literatura joven universitaria y me invitaron a ir a una charla con Gabriel García Márquez en el Museo de Historia. Claro, fui y cuando me tocó estar frente a él para que me firmara mi libro, le conté rápidamente la anécdota. Gabo se limitó a alzar la mirada y sonreír calladamente. Qué bueno que mi literatura te sirvió de algo, me dijo y después firmó mi libro. Yo pedí su correo y la secretaria me lo pasó pero nunca le escribí al colombiano.
Lo que no le dije fue que al día siguiente de leer me puse a escribir de nuevo, a ver qué salía y apareció la historia de un hombre que enfriaba todo lo que tocaba, tan mala como la historia de Colosio. Y lo escribo porque es imposible abstenerse de las críticas. Ayer, un compañero de la tutoria me invitó, gentilmente, a que dejara de escribir porque desde su punto de vista sólo llenaba páginas y páginas sin contar nada nuevo, sin innovar la estructura literaria, sin molestar a nadie, etcétera, etcétera, etcétera.
Y bueno, no soy un ángel del Apocalipsis de la literatura, ni el renovador de la estructuración lúdica de escribir. No soy quien cambiará la tradición literaria de 300 o más de años, como tal vez él desee serlo. Son cuestiones de incompatibilidad de visiones del mundo y de la escritura. Yo seguiré contando mis historias tradicionales, mis historias pequeñitas que hablan de gente. Simplemente seré alguien que vuelva a escribir cuando le salga mal. Que le dolará la crítica cuando venga con buenas y malas intenciones pero que volverá a escribir. Justo ayer Bernardo decía que no hay derrota en la escritura. Y tiene razón: nunca hay palabras suficientes para que alguien me diga que deje de escribir y le haga caso.
Ya te jodiste, me dijo el vendedor de quesos en el mercado de la colonia Guerrero cuando le dije que ya llevaba más de cinco años en la ciudad de México. Después agregó, yo soy de Matehuala y terminamos hablando de geneologías potosinas. Hoy le decía a un taxista que no tiene razón ese vendedor. Aún me puedo ir de la ciudad de México. Y mientras llego a la casa pienso en un mapa imaginario todos los destinos posibles. Lástima que no existan mapas fantásticos donde sea posible ir a todos los mundos imaginarios. Cuando llegué a la casa un par de enfermeras platicaban con don Rafa sobre las vacunas para gente de la tercera edad. Y don Rafa asentía muy manso sin pensar en Atenas, Timbuctús y Coreas del Norte. Ahí se me acabó el viaje imaginario. Y lo digo, aún me puedo ir.

Monday, October 30, 2006

Espacios restringidos.

A veces pienso que mi vida es muy aburrida. Y un amigo, Boone, dice que sí, en realidad la vida es muy muy aburrida. Y lo dice con tal certeza que pienso: ¿quién es el aburrido? Y a veces también pienso que en la vida casi no pasa nada o no veo que pase nada, sólo el mismo acto que se repite, (válgame el pleonasmo) una y otra vez. Pero después me doy cuenta que no, que en realidad estamos y estoy viviendo a ritmos vertiginosos, elocuentes, difíciles también, que las personas que están a mi lado también cambian de formas sorprendentes pero por la cercanía no lo podemos ver o no los vemos porque también, creo, la vida comienza a acotarte en un espacio restringido: sólo los más cercanos, la mujer que amas, la familia, los amigos más cercanos.
Y la vida acordona, demarca, limita así y nos vayamos a Europa, así tengamos hijos y se nos mueran seres queridos. Y cambiamos terriblemente en cuestión de meses. Pienso esto porque ayer fui a visitar a unas buenas amigas: y sus hijos recién nacidos. Me senté en uno de los sillones largos de la casa de ellas y cargué al mayor. Me sorprendía lo profundo de su sueño, sus manitas, los dedos alargados. Estaban los dos vestidos de calabaza por la cercanía de Halloween.
Hace dos años o más en esa misma casa, en una fiesta, otra amiga nos contó que se iba a casar y a los meses nos contó de porqué no se casó y casi un año más tarde, nunca más volvió para decirnos, porqué en Europa, en Francia, después de realizar estudios de Filosofía, decidió tomar el hábito y convertirse en monja.
Y hace dos años también unos buenos amigos se casaron y tuvieron una niña y la bebita murió. Y recuerdo que después de la última misa de cuerpo presente fuimos todos a comer pollos asados a un restaurantito pequeño al sur de la ciudad. Y mis cambios, pienso, cuántas cosas no han pasado en estos dos años que me han hecho ir cambiando poco a poco muchas ideas y formas de ver la vida. El espacio restringido no se vuelve algo terrible, sino el hogar. Y pienso en otra amiga que se casó a escondidas y otra que volvió a vivir con su madre y amigas a quienes les diagnosticaron enfermedades terribles y ahora luchan contra ellas y amigos con hijos nuevos. Y pienso de nuevo, en los espacios restringidos, en el hogar, el cómo crecemos sin darnos cuenta, cómo maduramos sin darnos cuenta, terriblemente solos muchas veces, terriblemente acompañados también. Y todo eso me provocó ver al par de hijos de mis amigas que hace dos años andaban de fiesta en fiesta y habían decorado mi trajinera del cumpleaños 27 con muchos anuncios de: prohibido orinar en los canales, etcéteta etcétera. Y al final, ya se sabe, lamentablemente no se pudo respetar esa prohibición.

Thursday, October 26, 2006

Lindo

Hoy, nuevamente, don Rafa me dijo: adiós, lindo.... Yo tenía las más firmes intenciones de no sonreír en todo el día pero caray, iba a mitad de la calle con media carcajada.

Monday, October 23, 2006

Humo

Si no tengo nada qué hacer vengo al blog y escribo algo. Y ahora existe toda una parafernalia alrededor del blog: que si es medio literario, que si no lo es, que si existen en él los elementos probables para desentreñar el estado fragmentario de la vida y etcétera, etcétera, etcétera. Incluso, una vez un conocido me dijo, casi me exhortó a que en los blogs no debería de tener errores de ortografía porque somos lo que escribimos y la serie cuestión sobre la responsabilidad del bloger. Escribo en el blog cuando no tengo nada qué hacer y mis amigos se ríen de mí porque incluso, tengo dos y un tercero muy muy escondidos, sin liga alguna, sin ninguna relación de nada, sólo para ver si los blogs también nacen muertos y nadie los visita aunque navegue.
Hoy escribo en mi blog porque me acordé de los autos viejos de mi abuelo. Siempre olían a gasolina quemada, echaban la mitad del humo afuera y la otra adentro pero a mí me gustaba ese aroma a gasolina, me gustaba respirarlo sin importar que se me llenaran los pulmones de hollón y sin importar esa persistente mancha temerosa del asma que revoloteaban en mis pulmones con una palidez frágil y lista para atenazar aveolos y lo que fuera a la menor presencia de esfuerzo fìsico, polen de felinos o equinos o el fresco temblor de agua o leche o chocolate ¿chocolate?, no, chocolate no, estaba prohibido, que descendiera por mi garganta.
Lo curioso es que ahora no recuerdo dónde y en qué calle respiré de nuevo el olor de la gasolina quemada. Sí, es cierto, parece broma porque en la ciudad de México ese olor a gasolina está en todas partes: te recargas en un árbol y ahí está, abres un libro y ahí está. Pero no recuerdo cuándo ese olor a gasolina me recordó otros. Al final creo que no importa dónde ocurrió sino la evocación. Me agrada el humo de los motores. Ese es un placer extraño pero sincero.

Tuesday, October 17, 2006

Una queja de la presentación

E iban también mis amigas y alumnos de la escuela, los sábados. Aracely y Rocío estaban casi a la mitad del auditorio y Elizabeth fue con sus nietos. También, un par de alumnos nuevos. El sábado, de vuelta a las clases, uno se acercó y me dijo: maestro, me gustó su presentación. Y después, adoptó un tono serio: aunque, para decir la verdad, me decepcionó. Nada más suspiré y le pregunté con curiosidad: ¿Y porqué te decepcionó? Me respondió con un tono por demás serio: "me decepcionó porque pensé que iba a estar aburrido, yo quería aburrirme y no, todo estuvo muy bien, ni tiempo me dieron". Ah... bueno, si es por eso, seguro habrá más presentaciones aburridas mías y de muchos otros para que vayas. "A lo mejor, a lo mejor," dijo al final y se fue.

10 de octubre no se olvida.


La maestra Alma iba radiante de la mano de su esposo e hija. Se sentaron en las primeras filas. Ioio llegó mientras me entrevistaba un muchacho para una agencia de noticias del INBA. Más tarde llegó Raúl, Javier, Alejandro Hernández, Heydi y Alejandra del ILCE. Yuri y Rodolfo de Santander habían llegado casi al principio y más tarde apareció Nancy y Martín Rosas. La sala Adamo Boari se fue llenando de buenos amigos y amigas. Y se fue llenando y empezó a hacer calor. Enrique Romo andaba de un lado a otro. Lo mismo se detenía a platicar con el maestro Cassar que a saludar al maestro Orlando Ortíz. En la mesa, Eduardo Parra y Felipe Garrido ya se acomodaban en sus sillas respectivas y yo en la puerta mientras esperaba que llegara O quien, después supe, se fue hacer un peinado acá, de época.
E inició la presentación. Y llegó O y se sentó casi al final del auditorio. Heydi sonreía. Lo mismo que Mónica e Ira y Rodrigo y Xóchitl ocuparon las primeras filas y Efraín iba y volvía de la puerta principal esperando que apareciera Grace y Memo. Y más tarde llegaron Boone, Hinojosa, Vicente, Nadia, Julian, Lucilla, Mijail, Mariana y Lucía y Gaby Aguirre y Cristhian. Al frente, oían atentos Gerd y Paty y Maty y Edith y Mónica y un amigo y Luisa y el Bato mientras Marlen y Mariana buscanaban asiento. Epigmenio estaba al final de la sala. Y la maestra Alma, quien empezó a presentar el libro habló de la maravilla de conocer a gente que, no se sabe nunca, será después importante y buena amiga y después habló de los cuentos, su violencia trágica y cómica al mismo tiempo y después le tocó el turno a Parra. Y dije que hace muchos años había matado a Parra en un texto y después Parra dijo que habría querido hacer un texto más emotivo pero después iba a terminar llorando y su presentación abordó todos y cada uno de los cuentos: los desmenuzó, habló del lenguaje, de la recuperación de un tema y un lenguaje. Y después le tocó el turno al maestro Garrido.
Y Garrido habló de los inicios de los cuentos y dijo que si don Edmundo Valadez tuviera Dejaré esta calle en las manos, leería el inicio de los cuentos y se llevaría el libro a su casa sin dudaro. Y más tarde dijo que algunos cuentos le provocaban tristeza o asco por lo que se contaba pero que ahí residía lo maravilloso del libro: no resultaba indiferente. Y mientras él decía eso, allá abajo yo le sonreía a O o pasaba la mirada hacia tantos y tantos amigos que habían llenado la sala Adamo Boari. Ahí estaban incluso un señor que escuchó una de las entrevistas de radio que me hicieron y se descolgó a la presentación. Y ahí estaba también un señor pálido, delgado, con ropas arrugadas que prestaba mucha atención a todas las palabras.
Y después tocó mi turno. Y hablé de las pesadillas que eran los cuentos, dije de la censura en el cbtis de Juárez al cuento de Barda Alta y de la censura de mi tío José Luis a un cuento y volví a decir lo agradecido que estaba por la presencia y recordé, porque siempre es bueno recordarlo, que cuando llegué a la ciudad de México mi única amiga era la señora Alma Arreola y su nieta y ahora me encontraba con más de cien amigos y amigas venidos de todas partes de la ciudad, atravesando el caos citadino, el metro, los cuellos de botella en Patriotismo, cláxones, semáforos en rojo, presiones en microbuses y taxis para estar ahí, conmigo y con O esa noche del 10 de octubre del 2006.
Y no dilaté más mis palabras frente al micrófono. Martín fue el primero en aparecer para darme un abrazo y me dio gusto verlo ahí, recordando esos días en Santander cuando estabamos en tiempo muerto o trabajando o yendo a comer a mercados o al Sena 22. Y se apareció entonces un señor, el delgado, de ropas arrugadas, se acercó nerviosamente y dijo: hola, hola yo me llamó Andrés. Y fue todo lo que dijo: "yo me llamo Andrés". Y mientras firmaba los libros, Andrés iba y venía del fondo de la sala Adamo Boari a la mesa de presentación, nervioso, medio fuera de lugar, como si quisiera decir algo pero no se animaba. Y al terminar, cuando los amigos estaban junto a las escaleras fui, le dije: "Andrés" y se sorprendió de eso y respondió: "Sí, si, yo me llamo Andrés". "Tenga", agregué y le entregué uno de los libros firmados, le entregué mis calles, mis colonia, mi gente, mi lenguaje, mis 112 cuartillas de colonia Moderna brava, rebelde, acá, maciza, y el rostro de Andrés se iluminó y musitó un gracias que no sé de dónde le salió. "Pero fírmalo", agregó, "ya está firmado", le dije.
Afuera estaba la noche cuando salimos de Bellas Artes rumbo al salón Corona a brindar y decir salud. Lo mejor de la literatura y la escritura es los buenos amigos que te deja, creo. La lucha de egos, las competencias literarias que se queden fuera, como dice bíblicamente, en el llorar y crujir de dientes.

Monday, October 09, 2006

Cosas de las que uno se puede cansar

1.- De esperar en los aeropuertos.
2.- De los chistes que cuentan la mayoría de los taxistas en Guadalajara.
3.- De ver gente ejercitarse.
4.- De tomarle fotos a deportistas.
5.- De pensar en Sport City día y noche, noche y día.
6.- De comer tortillas de harina.


Cosas de las que no me canso.

1.- De regresar ya sea al D.F. o Monterrey.

Friday, September 29, 2006

Invitación


Espero puedan ir si se encuentran en la ciudad de México.

Thursday, September 28, 2006

Sorpresivo

Hoy, don Rafa, el portero de mi edificio (sí, tengo portero en donde vivo), se despidió de mí con una frase que nunca había utilizado: "Hasta luego, lindo". Me quedé medio inmovilizado. ¿Lindo? Y cuando le dije, gracias, gracias, insistió con un: "que te vaya bien, lindo".

Ni qué decir. Hay días raros, de eso no cabe duda.

Monday, September 25, 2006

Máscaras

Mi casa no es tan grande aunque sí está muy bien ubicada. Estoy a tres cuadras de la Fundación y a menos de quince pesos de la casa de O. Mi casa tiene una cocina pequeña, una sala comedor angosta y una recámara del mismo tamaño. El baño es amplio y fue, tal vez, lo que más me gustó de mi casa. Mientras buscaba, visité muchas. Los baños eran deprimentes. Ni te podías mover. La sensación de claustrofobia mientras te bañas debe ser una sensación terrible.
Ayer en la semi oscuridad, miraba mis muebles, el decorado. Tuve la sensación vaga de que todas mis máscaras me cuidan: mi jaguar amarillo con bigotes de cerdas de puercoespín vigila mi sueño mientras charla con la máscara del viejo chino que tiene esos largos cabellos y barbas esculpidas en la raíz mientras una tercer máscara, la de un hombre con frente de piel de armadillo vigila la calle, el paso de los automóviles en Frontera. Vi mi cuadro de Joy Laville que me ha acompañado por tantas noches y a un lado del librero el cuadro del caballo naranja junto a la fotografía de la pulquería xochimilca.
Así, dormido, los muebles de mi casa hablaban entre sí, igual las máscaras. Quién sabe qué dirán, cómo se callarán mis máscaras cuando despierto a las tres de la mañana con una vaga sensación de ahogo y me arrastro al sillón a prender la televisión o buscar en alguna revista los infortunios de José Bonaparte, o tengo la idea de que debo de leer esa novela de el mar.
Son pocas cosas las que me definen: un puñado de máscaras, tres cuadros en casa, mis libros, las copias apiladas de textos que esperan revisión. Y hoy, al despertar tuve la sensación de que mis máscaras hablaban y me cuidaban. Cada una con una personalidad distinta, una sabiduría distinta. Uno no las busca en los tianguis por cómo se ven o verán en la pared, sino por la personalidad que tienen. Imagino mis máscaras, cada una con su personalidad y queriendo congeniar entre ellas. El jaguar fiero, sabio, el anciano igual de sabio, con cierta nostalgia, una mujer china divertida y mi máscara purépecha sobria. Todas ahí.
Hoy me dieron una idea. Hay que hacer una caja, llenar una caja. Una caja para cada década. Homenajear la vida con cajas del tiempo. Tengo 29 años y los cambios se acercan. Tengo que buscar una buena caja y meter todo lo que he escrito hasta ahora, algunas revistas, fotos, fotos de mi cuarto, fotos de O, fotos de mi familia. Tal vez las máscaras me dicen que viviré muchos años y esto apenas empieza. O tal vez mis máscaras me dicen que no viviré tanto como lo planeo y que es necesario dejar cajas del tiempo con fotos de las casas donde habitamos, de los que ahora son y están. ¿Quién se apunta?

Wednesday, September 20, 2006

Retratos familiares

Jorge
Mucho tiempo mi hermano Jorge fue un extraño pero yo me lo encontraba en la calle. Mi hermano Jorge, lejos, siempre está cerca. Muchos Jorges han salido a mi encuentro. Hombres parecidos, miradas parecidas aparecían frente a mí en los sitios más insospechados. En un restaurante al lado de la carretera a Morelia, en una presentación de libro, en la mesa frente a la cual revisaban unos textos. Estudió ingeniería civil y desde adolescente se veía que resultaría un hombre práctico para zapatas, construcciones y composturas. Fue, durante mucho tiempo, la verdadera mano derecha de mi tío Roberto. La responsabilidad le sentaba bien. Un día me di cuenta que no lo conocía. ¿Quién era mi hermano Jorge? ¿Sólo un ingeniero civil, sólo un hombre con mi sangre, salido del vientre de mi madre? ¿Sólo alguien que pasaba los fines de semana con sus amigos después de la escuela? ¿Alguien a quien le quitaba, prestada, la ropa? Lo descubrí de niño cuando jugaba al fútbol con nosotros en la calle. Lo redescubrí la tarde cuando le rompí un diente al lanzarlo contra la pared. Lo redescubrí cuando juntos, en la camioneta de mi tío, espíabamos a las muchachas que pasaban por la calle. Y fue imposible no acordarme también de mis otros Jorges: esos hombres tan parecidos a él en voz, ojos, rostro: Jorges extraños en la calle y en presentaciones de libros. Al verlos me daban ganas de abrazarlos, de hacerme su amigo, pero no lo hacía. Hoy mi hermano Jorge no es un extraño para mí y no me he vuelto a encontrar a ningún hombre que se parezca a él. Juntos terminamos de construir la casa de mis padres. Juntos andábamos en una camioneta con aparatos de aire acondicionado en la caja, listos para ser limpiados, desarmados bajo el sol. Juntos huímos también de los regaños de nuestra madre cuando nos portábamos mal. Esta es la imagen final como lo recuerdo. Vamos por un llano, el sol nos pega en la espalda y nuestra sombra lame las piedras y arbustos. Atrás viene mamá persiguiéndonos y nosotros vamos risa y risa, huyendo de ella.

Monday, September 18, 2006

Nostalgia del mañana

Me preguntan: ¿Por qué escribes? Respondo un choro sobre los motivos y las fuerzas cosmogónicas y la necesidad (todos los escritores escriben por necesidad, eso es igual a pureza, y puras cosas de sentido harto honroso en la vida). Cuando termino, todo mundo sabe que me aventé un choro. Afortunadamente no es un entrevista sino parte del curso de lectura en Voz alta que nos impartió Alma Velasco en la Fundación. Y la maestra Alma aprieta los labios, abre los ojos con ganas de reprimir y reprime. A ver, a ver, a ver, no, no, no, Antonio, me dijste muchas cosas pero no porqué escribes. El que sigue. Y regreso a mi sitio.
No es una pregunta que nunca me hayan hecho pero ahora sí, me quedo pensando. Seguro que yo sé porqué escribo. Y mientras Gaby nos explica porqué escribe, pienso, pienso, pienso y doy con la respuesta. Así que, como buen alumnito, alzo la mano y digo: maestra, ya sé porqué escribo. Escribo por nostalgia.
Ahí está la respuesta. Escribo por nostalgia ahora, nostalgia no sólo del pasado, sino del presente, del futuro. Nostalgia por saber dónde y cómo terminaremos, cómo se nos fue la vida. Al final sólo nos quedará eso cuando las fuerzas se hayan ido.
Nostalgia, por ejemplo, por el fin de semana pasado. Vimos fuegos pirotécnicos y pensé qué parte de esa luceta seríamos y nos perderíamos. Bailé banda con O en la plancha del monumento de la revolución. Nostalgia por saber qué será de nosotros cuando Vicenzo alzaba la copa, cuando Hinojosa le pegaba a la pared, cuando el mimos Hinojosa salió corriendo a la avenida a torear los carros a las tres de ma mañana. Nostalgia por ver bailar a O con Paola y por ver a O platicando con Tania sobre el movimiento pejista. Y nostalgia por la señora de 95 años que agitaba la mano con ujna bandera del prd y nostalgia por todo ese que se mojaron. Al final de cuentas creo quieren un cambio y quienes somos los otros doce millones que no votaron por peje para decirles que se callen, que no tengan esperanza. No hablo de lìderes del movimiento, sino de la gente de a pie. En los políticos, por naturaleza, no hay que confiar, pero en la gente de pie?
Y nostalgia por mis amigos en Monterrey a cuyas fiestas e hijos hace rato que no veo y nostalgia por mis hermanos y mi familia y mis dos abuelas. Ya sé porqué escribo. Eso es muy bueno. Al menos, ya le di nombre a lo que lo anima. Y es una nostalgia la mía, egoista, egocentrista y etnocentrista porque me quiero recordar y recordar a los que me rodean. Qué será de mis amigos y familia en el futuro? ¿Dónde terminarán? ¿A cuántos iré a enterrar o quienes me enterrarán? Somos canicas descarriadas en un gran juego, creo.

Thursday, September 14, 2006

Con letra chiquitita

Es forzoso sentirse optimista, creo. Aunque el país se vaya a la mierda, aunque le debes más de tu vida a hacienda, aunque tengas los recibos vencidos y no puedas cobrar la entrevista y la crónica que hiciste con meses de anticipación para una revista. ¡Por qué la gente se pelea en los blogs, a la vista de todos y te alteran los nervios (cuando los conoces claro)? ¿Es que ya no existe la secrecía? Hace meses me enviaron un mail donde me decían hasta el cansancio lo pésimo que son todos los encuentros literarios y que quién diablos pensaba que en un encuentro se hablaba de literatura: todos eran puro ver a quién te encamabas y a ver cuánto esnifabas. Me sentí sumamemente agredido pero, en mi natural orden de pensamiento, le escribí para agradecerle su comentario. La verdad, pobre. ¿Quién está buscando al pureza en las cosas? Deberíamos pero por favor... tenemos ya más de tres mil años sobre la tierra y las cosas siempre han sido iguales. Adán desobedeció a Dios, Orestes mató a Clitemnestra, Anibal asesinó a no sé cuantos romanos en durante su ilustre vida. ¡A quién le importa! Hace días me puse muy contento por que alguien me regaló dos revistas Coloquio de 1993. Dos revistas donde viene el nombre de toooooooooodos los escritores regiomontanos de ese entonces. Sólo quedarán, en pie, unos diez o doce. Los demás, caput, se perdieron, se casaron, hicieron otra cosa. La selección natural. Y me dije, ufan0, que eso no me iba a pasar pero y si pasa, pues que pase. Hace días puse mi nick de messanger que "Ojalá alguien nos enseñara a vivir". En realidad era un vedado grito de fastidio. En mi laboratorio de promesas de la ingeniería civil donde estoy, es un grito vedado todo: soberbias de un lado para otro, sonrisas hipócritas, murmuraciones. Hace días, también, me dijeron: "todos los que tú crees que son tus camaradas son los primeros que hablan mal de ti" Y pensé y yo qué diablos tengo que soportar todo eso. Vivir es extraordinariamente complicado. Estamos bien repartiditos: nuestro ojo pertenece a un deudor: nuestro otro ojo pertenece a otro deudor. El amor exige el corazón. Hacienda tus manos. La espalda es exigida por los puñales para clavarse en ella. Los pies, pobres de los pies. A veces da la sensación de que no nos pertenecemos (en realidad, creo, no nos pertenecemos, nos vamos liando con objetos, personas, egocentrismos, etcétera). A eso, hay que agregarle a todo el que, aún así, viene y te mete la zancadilla, ve dobles o triples intenciones en tus actos, le da por humillarte, por hacerte sentir que sólo su visión todopoderosa vale. No saben, en la vida como promesa de la ingeniería civil cada dos cuadras hay un superdotado que construye mejor que tú, que manda a los albañiles mejor que tú. Ah... supongo que luego vendrán otros días donde por fin pueda dejar de ser yo y.., porque ah... cuando puse que ojala alguien nos enseñara a vivir, no faltó quien empezó a sermonear con eso de: pero si no hay clases y bla bla bla (ya ni recuerdo quien lo dijo). Y fui Juárez a otro controvertido encuentro de escritores (controvertido porque nunca faltará quién diga que los encuentros están vendidos lo mismo que becas, premios, noviazgos, casas para vivir, computadoras, etcétera, etcétera, etcétera) y me censuraron... Me dijo un maestrillo del cbtis que debía mantener el espirítu alto. y no poner cuentos con malas palabras... Y luego me conté a mi madre y me dice: pero ya lo vas a corregir, a quitarle las malas palabras. Casi me da el soponcio. Chale.

Sunday, September 03, 2006

Don Juanito

Frente a la casa de mis padres había una pequeña casa de madera, pintada de amarillo y con techos de lámina. Era pequeña y tenía al frente un jardín. En la casa vivía don Juanito. Se ganaba la vida recogiendo periódicos y metales en un carretón verde que estacionaba fuera de su casa. Don Juanito era de tez blanca, pelo canoso y un estómago curvo como de aguacate. Como en todas las historias comunes, siempre que jugábamos al fut era un castigo que el balón entrara al jardín de don Juanito. Si eso ocurría había entonces qué hacer diplomacia y platicar y rogar y enojarse y hacer rabietas y casi mentarle la madre a don Juanito si no nos quería regresar el balón. A veces, ante su negativa, el partido se clausuraba. Adiós futbol. Adiós goleada espectacular. Don Juanito se colocaba el balón bajo la axila y entraba a su casa.
Siempre nos preguntamos por su soltería. Tenía una hermana también mayor que al parecer estaba enferma, una enfermedad mental. Cuando salía todo en ella eran sonrisas, pero sonrisas bobas, retardadas que a algunos nos daba cosquillas en el estómago. Un buen día la hermana desapareció y, como suele ocurrir, algunos dijeron que había muerto, o la habían matado o simplemente se la habían llevado a un manicomio. Era esa rudeza de niño con la que hablábamos.
Y don Juanito se hacía cada vez mayor. En ratos de extrema generosidad nos mandaba llamar y nos daba higos, naranjas o frutas que diera los árboles de su casa. Nunca pasamos al interior de la casa. Permaneció como un espacio fértil para la imaginación. ¿Qué había adentro? Nunca lo supimos pero una tarde cuando descubrimos en una pared lateral de la casa, una pared también de madera, una colmena de abejas, imaginamos la casa invadida al interior por los insectos. Imaginé un cuarto clausurado, don Juanito dormido por el susurro del vuelo de todas las abejas.
Pero quién era don Juanito se convirtió también en una interrogante terrible. Cuando el balón se volaba y había que enviar una comitiva a pedirlo, esa comitiva se convirtió en un emisario: el emisario era yo.
Ahí descubrí, lo sé ahora, ese primer rasgo de la soledad: la necesidad de ser escuchado. Don Juanito me daba el balón después de que me platicaba conmigo diez o quince minutos. A veces el juego se reanudaba pero yo me quedaba platicando con él. Así descubrí su juventud en San Francisco, me contó después que se anduvo muriendo una vez porque lo apuñalaron. Me habló de sus hermanas, de algún oscuro amor perdido. Después también lo olvidé. Me fui a la ciudad de México.
Una tarde me dijeron que había muerto. Mi primera pregunta fue: ¿y la casa? Vinieron unos sobrinos, me dijeron, y se llevaron algunas cosas. Ahora la casa está aún de pie sin las abejas, sin muebles, la higuera y el naranjo secos, retorcidos. Y la casa sigue en pie, amarilla como siempre, pero desteñida. La última vez que fui a Monterrey la vi silenciosa, sin mano de hombre para enderezarle los caminos. Y me pregunté qué había sido de don Juanito, cómo lo encontró la muerte, qué quedó de su casa dentro de su casa. Papá me comentó que seguro ya se encontraba vacía. Ladrones pensé, son los peores del mundo. No guardan ni el respeto a la memoria de gentes que sólo tuvieron ese valor. Ladrones, pienso, ojalá les roben sus tumbas y las de sus hijos y la de la gente que aman para que paguen, con su rapto, todo lo hurtado.

Friday, September 01, 2006

Septiembre

Un mes para que se termine esto. Veo septiembre, no sé si con esperanza o hastío. He contado las horas. Ocho más y se acabó. No sé en qué sentido, pero se acabó. La vida se vive en pedacitos. Ocho más de un curso. Lastimosamente, también, sólo tres horas más de lectura en voz altas y doce del taller de cuento. Aunque al taller puedo seguir viniendo y lo haré. Ayer le preguntaba a un amigo, porqué repetir. Yo no sé, pero metí mi cartita. Tal vez esto es sólo confusión. Tal vez. Pero ya es septiembre. Hace un año estaba dando brincos de gusto porque el correo del maestro Langagne estaba entrando a mi bandeja de entrada. Y el correo decía: fuiste aceptado. Ahora, ha pasado un año desde ese día. Me encontraba en el ILCE. Ahora me encuentro en la Fundación. Ese día salté de gusto y abracé a Laura. Ahorita le acabo de pedir a Alberto sus obras para leerlas y entrevistarlo. No sé, no sé. ¿por qué repetir? Y es Septiembre ya, quedan ocho horas de casi todo. Así es, creo, como nos llega la muerte.

Saturday, August 26, 2006

Refrescos

¡Cómo me gustaba, de niño, hurgar en las hieleras en pueblos desconocidos para ver qué tipo de refrescos había! Ése, era el verdadero tesoro del viaje. En esas hieleras se podía encontrar todo un tipo nuevo de sabores embotellados, distintos a los que había en Monterrey. Monterrey siempre ha sido tierra Coca-Cola lamentablemente pero en los pueblos de San Luis Potosí había una gran variedad de colores y frescuras. Me encantaba ver esas botellas de formas extrañas y destaparlas para paladear ese nuevo sabor.
Ayer fui a Querétaro y encontré un refresco nuevo, más bien muy viejo. Era de sabor manzana y no se parecía a nada de los sabores a manzana que he probado en la vida. No puedo decir que era mejor, simplemente era distinto. Lo tomé despacio mientras recordaba cuando me asomaba a las hieleras en mi infancia a descubrir nuevos sabores. Un momento congelado. Un momento no Coca-cola, sino más bien de diversidad.
Me sorprende lo acostumbrado que tenemos el paladar a lo mismo, a lo de siempre. Pleonasmo en la oración y también en la costumbre. Intentaré, en lo sucesivo, encontrar esos viejos sabores embotellados en cápsulas de vidrio extrañas y a ver si hago una colección de lo raro, de los refrescos raros por escasos. Veré si esto sí se vuelve un tesoro siempre en el refrigeador, listo para destaparse cualquier tarde de nostalgia.

Monday, August 21, 2006

Albercas

En las albercas ocurren siempre momentos dichosos. No es lo mismo corretearte en la calle a dentro del cuerpo del agua. Albercas. Hace mucho que no me metía a una de ellas. La última alberca a la que entré fue el mar en Acapulco y la sensación me gustó a pesar de sus inconvenientes. Ayer fui a Las Estacas en el municipio de Yautepec, en Morelos. Socorro cumplía años y no sé en qué momento nos encontramos O y yo en la central de autobuses de Oaxtepec, un municipio que parece existir sólo para tener balnearios.
Aún era un largo camino para llegar a Las Estacas. Abordamos un taxi y vimos parte de la ruta Zapata y una hacienda con sus muros renegridos y un acueducto que atravesaba la carretera. Albercas, albercas. Mientras nos cambíabamos recordé que hacía años que no entraba en ese espacio rectángular poblado por agua. Tal vez, mi último grato recuerdo de una alberca tenga que ver con un día de campo que hizo la fábrica de pantalones donde trabajaba mi papá. El balnearrio se encontraba en el Cerrito. Recuerdo el sol y el escozor. Recuerdo que a los tres días me seguía descarapelando.
Inmediatamente a ese recuerdo se alterna otro: un viaje a El Barrial con mis compañeros de la preparatoria. Fue un viaje casi inaugural. Subimos todos a un autobús. Compré un periódico cuando no era usual que los estudiantes de preparatoria leyeran el periódico y ahora pienso si, actualmente, los jóvenes de quince o dieciséis leen el periódico. ¿Lo comprarán? Me aventuro a decir que no. Pero, fuimos al barrial. En la tarde nos salimos a caminar al cerro. Encontramos un toro suelto y pasamos muy cerca de él, mientras el toro raspaba la tierra con sus astas.
Albercas. Ese sol en la espalda. Ayer me acordé de todo ello. Y de comer hasta saciarse y de andar por todas partes con la menos ropa posible. Había un río En Las Estacas, uno de aguas heladas y profundas. Sólo metí los pies. Qué fría estaba el agua en realidad y a lo lejos se veía sólo un cerro y una pista de aterrizaje donde descendía en ese momento un avioncito pequeño, blanco, como un insecto.

Thursday, August 17, 2006

la burocracia

Yo era burócrata. Lo afirmo. No, uno de ventanilla pero sí, uno que manejaba proyectos y tenía contacto con público. Fue una buena época. Había un concurso de Producción Musical y los tres años que me correspondió organizarlo iba una señora con su disco de música ranchera. El premio, estaba orientado más hacia un producto con otra visión cultural y era triste ver que todos los años la señora llevaba su disco a concurso. Y todos los años, fallaba. Subía con mucho esfuerzo hasta el ático donde tenía mi lugar junto con Cordelia y Janell y tomaba aire al sentarse. Es mi disco, joven, me decía, nada más que me paguen el mariachi y va a ver que queda muy bueno.
Y lo contaba como si preparara un caldo, la sopa musical lista para ser disfrutada. Y a los meses salía el mismo resultado. Una vez escuché su material mientras terminaba de llenar unas hojas con el desglose de las ventas de libros de una feria y su música me pareció amena, nada terrible. Ella tenía unos graves muy padres aunque eso sí, la música no tenía nada qué ver con el concurso. Salieron como cinco discos esos años: de música electrónica, de coros, un homenaje a Tanguma y más pero nunca salió el disco.
Hoy me acordé de esa señora mientras una mujer me decía cn singular tranquilidad que la tesorería para tramitar unas actas de nacimiento se encontraban como a treinta cuadras de distancia. Nada mas apreté las quijadas y salí murmurando que eso no se hacía pero en ese instante pensé en la señora del disco de rancheras y cómo se iba, escaleras abajo, hacia el olvido.

Sunday, August 13, 2006

O

Nunca, nunca, escribo de ella. Tal vez lo he hecho, pero se me olvida. Tal vez es sólo porque la quiero retener en la memoria y en el presente. No quiero retenerla en lo escrito porque escribir también puede ser artificioso, vago, frío, ególatra, terrible. Quiero retenerla en el presente, en los labios, en el momento cuando me da la bienvenida a su casa. Anoche, después de cenar en un restaurante al que quería llevarla desde hace mucho tiempo, recalamos en los campamentos de Reforma. En uno había música y ella quería bailar. No bailamos. En otro campamento encontramos a un conocido que hacía plantón. O vio unos volantes a favor del pejismo, del voto por voto, casilla por casilla y acertiva como está, con la fe bien puesta en ese lado de la contienda, tomó unos volantes. Nada más una cuadra, ¿sí? me preguntó como pidiéndome permiso para entregar los volantes a las diez y media de la noche en la zona rosa. Yo me sentí viejo y feliz cuando la vi cómo se adelantaba con sus volantes en la mano y los entregaba en la oscuridad a los pocos transeúntes. O. O. De los campamentos manaba una solidaridad noctura, amlista. O iba en la calle entregando y entregando volantes afuera de discotecas, a los vendedores de hotdogs y chiclets, a los gringos que salían a nuestro encuentro, a los policias, a los guardias de seguridad privada. Ella iba feliz en la noche con sus volantes. Yo me sentía viejo, es cierto pero también feliz. Y eso vale mucho, creo yo, mucho.

Friday, August 11, 2006

La tribu

Somos generalmente cuatro: Hinojosa, Vicente, Boone y yo. A veces nos volvemos más cuando Cristhian, Saravia y Mijail se unen con nosotros a la hora de la comida. Me gusta mi tribu. A la hora de la comida ahí vamos juntos y es común que nos veamos en fines de semana, en reuniones o cenas. Al final, todos jalamos para lados distintos pero siempre nos mantenemos cerca. Ultimamente, Edith se ha unido a nosotros, una vez que Karla partió a su natal San Cristóbal de las Casas.
Ahí vamos entonces los ocho o los cinco a comer, en línea, avizarando las calles, el tráfico en Insurgentes y Liverpool, el paso raudo del metrobus. De regreso, cuando alguno se queda en alguna revistería o en una tienda donde venden miniaturas se hace una fila que espera al que se quedó atrás. Adelante queda una avanzada, después un grupo, al final uno que aguarda al detenido. Cuando éste se mueve, todos avanzamos a y los metros nos volvemos de nuevo un grupo compacto. Es la tribu. Uno se siente arropado por estas muestras de afecto. Si alguien se detiene a esperarte es que aún tenemos arraigada en la oscuridad de nuestros instintos esa sensación de las largas migraciones. Antier esperamos a Boone quien se metió a un oxxo. Otras a Vicente o a me esperan a mí.
Me recuerda esto un cuento que leí de Luis Felipe Gómez Lomelí. Luis fue becario de la flm y en su libro de cuenos tiene uno donde narra cómo anduvo cno Vite una tarde caminando por Reforma. Cuando le dije a Vite me respondió que ese año que estuvo en Liverpool 16 fue el mejor de su vida. Es una suerte salir que al salir, al terminar el año te encuentres con gente con quien seguirás el resto de tu vida.

Saturday, August 05, 2006

Sábado de Beatles

A Fabian y a Rafael les gustaba mucho la música de los Beatles. A mí, no. Esto terminó cuando me dieron a oír el disco de Help. Desde "yesterday" hasta "ticket to ride" el disco me gustó. Era imposible mantenerse al margen. Después me dieron a escuchar al Sgt. Pepper´s Lonely hearts club band y simplemente caí profundamente con "A day in the life". Le sigueron muchas de las clásicas, como "With a little help from my friends" o "Eleanor Rigby", "Love you to", "Here, there and everywhere", "For no one" y las clásicas de el Album blanco, clásicas al menos para mí, como "Julia" "Blackbird" y "While my guitar gently weeps".
Desde entonces la música de los Beatles es un referente en mi vida. Con la repetición de "While my guitar gently weeps" escribí una mañana de hace muchos años un capítulo de una novela de trenes que sigue esperando y me enamoré y desenamoré con otras tantas. Había una que se hizo referencia automática cuano Rafael quería hablar de la prepa y en algún meil sentimentalón nos las recordó: "In my life".
También la hice bandera pero luego la olvidé hasta hoy que vengo en sábado a la flm como hacia tanto no lo hacía. Camino hacia acá recordé esa canción. Alguna vez la escuché tranquilo frente a un escritorio en el negocio de baterías de mi tío José Luis. Su radio no servía. Estaba amarrada con cinta para que no se abriera como un melón y para sintonizar las estaciones había que tener, en realidad, dedos muy finos. Aún así lograba sintonizar todos los sábados Estéreo Siete y estar desde las diez de la mañana escuchado canciones de los Beatles. Iba por una coca bien helada y unas papas y mientra comía, oía las canciones con una paz inigualable. A las doce que terminaba el programa le cambiaba a Estereo Rey porque ahí había otro programa y éste terminaba hasta la una.
Hace mucho tiempo que no escucho un disco completo de The Beatles pero creo que no lo disfrutaría como aquellas mañanas frente al escritorio. La sensación de escuchar "en verdad" a los Beatles tiene ya mucho que ver con ese recuerdo. Ahora que lo intento en la oficina o en la casa apenas si rozo la atmósfera de la música. Me he contaminado con el recuerdo y como dice la canción, hay lugares que recordaré toda mi vida. Algunos han cambiado, para bien o para mal.

Friday, August 04, 2006

Retratos Familiares

Se nos cayó. Se nos cayó de un primer piso. Se nos cayó de espaldas y aún me pregunto qué fue lo que dijo, qué fue lo que pensó al momento del miedo, del saber que iba hacia abajo y que nada detendría su caída y que nadie iba a estar ahí para abrazarlo al chocar contra el piso. Se nos cayó con sus herramientas que volaron de su mano, se convirtieron en pájaros los tornillos, la pinza eléctrica, mordido su caucho, los desarmadores y las llaves alem, la lija cola de rata, el amperímetro, los codos de cobre para tapar compresores. Se nos cayó con sus aires acondicionados abiertos, sus zapatos sucios y ese volkswagen viejo, feo, por donde tirábamos la comida para obligarlo a que nos comprara un almuerzo decente. Fue hacia abajo y aún veo la forma como su cuerpo manoteó en el aire, la forma como intentó enderezarse, andar, andar, caer de pie pero iba para abajo. Era él. El que nos enseñó a manejar, el que conquistaba a las mujeres con kiwis, el que nos pagó la escuela, el que iba por nosotros a las centrales de autobuses, el que nunca se casó. Se nos cayó de un primer piso cuando antes, todos, por poner un aire acondicionado hacíamos la faena de retar a la gravedad desde la parte alta de una escalera que subía hasta cincuenta metros. Allá estábamos todos, él, una mano aferrada a la escalera, la otra con esa herramienta para hacer agujeros y cuyo nombre ya no recuerdo. Se nos cayó de un piso. Su nuca se dobló contra el cemento duro. Extendió los brazos que ya no tuvieron dueño ni ordenanza. Yo me caí también con él cuando me enteré. Me sigo cayendo cuando lo recuerdo con su muerte silenciosa, cerebral. Afuera estaba el mundo, indiferente como siempre. Y con estas palabras, me levanto, me levanto, me levanto, arriba a recoger sus herramientas, las pinzas, las llaves alem, los tornillos, me levanto a recoger todas sus palomas y volverlas a casa donde siempre, ahora, está.

Tuesday, August 01, 2006

Seis meses

O me dice que ya cumplimos seis meses de estar juntos. Como siempre, ni me había dado cuenta. Tal vez así es como se vive con felicidad: no hay tiempo y luego te descubres viejo. Juntos, aunque aún no juntos, fuimos a ver a Nadja y recuerdo que ahí en la jaula de la gata también estaba Mía. Mía me rasguñó desde el primer día y aún es fecha que se deja ni cargar ni acariciar. Nadja sí. O dice que esa gata acepta cualquier tipo de amor. En este tiempo fuimos a un concierto de Ely Guerra donde me aburrí mucho y hemos comido demasiada comida china para mis cánones. Y también me cambié otra vez de casa. Y claro, me dieron el premio y salió otro libro y un cuento en la antología de Marcial. Mía se nos cayó del sexto piso una tarde mientras jugábamos en el cuarto contiguo al doble doce con Xo, Ro, Efraín y Grace y no le pasó nada.
hemos recibido visitas varias: Raúl y Monserrat, mis padres, Toscana, Alan. Kuba y el North vienen esta semana e incluso tuvimos la intempestiva visita del hermano de O con su mujer, ahora ex -mujer. También salimos un fin de semana a Tehuacán Puebla a conocer a un tío de ella y la familia de O me cayó muy bien. Una de sus primas, en un desliz, me dijo frente a O que me iba a presentar a otra prima para ver qué pasaba.
y ah... O conoció a mis padres cuando vinieron en abril y sufrió conmigo todas las vejaciones que la "hermosa ciudad de México" les ofreció. Yo también fui a ver a sus padre y me comí un tamal oxaqueño que su papá me había dado aunque ya había comido mucho, demasiado. Son casi seis meses ya. Ayer me dijeron que lo mejor era sí, ir viviendo de a poquito, de poquito.

Corazón delatador

Ayer corregía uno de mis cuentos. Se llamaba Revancha Mística y ahora se llama Atlas Poderoso. La historia trata sobre un hombre que tiene problemas con su hijo y, para ganarse su estima, se da a la atarea de diseñar un juego de mesa, un juego de lucha libre que lleva como luchador insigania al luchador Atlas. Antes era el Místico pero me di cuenta que era demasiado peligro situar tanto al texto. Total, luchadores Atlas siempre va a haber. La primera versión del cuento me gustó porque la escribí casi en cuatro horas. Salieron 13 cuartillas. El cuento en sí, había salido de una llamarada, no sé si imaginativa, cuando vi un juego de mesa sobre luchadores en una tienda vieja por Chapultepec.
Eso fue hace como cinco meses. Todavía ayer seguía trabajando esas pequeñas cuartillas. Todavía lo seguiré trabajando. Ahora he eliminado casi todo sobre el juego y me centré en la relación de padre e hijo. Sin embargo, mientras escribía, tal vez después, ya en mi casa al leer el diario Record me quedé pensando en porqué escribo. Repasé mis historias y me parecieron vagas, vanas. Tal vez, es hora de hacer otra pausa y buscar otras cosas o una honestidad más, válgame la redundancia, honesta en los textos. No sé si en realidad haya dado en un espacio de nueve cuartillas -es lo que dura ahora el cuento- con ese espacio vital, con ese corazón delatador del que cuenta Poe en su famoso cuento. Toda historia debería de tener ese corazón delatador encubierto en las cuartillas.

Tuesday, July 25, 2006

Pan con mortadela

Durante mi infancia casi no comimos jamón en casa. La crisis, la situación económica no daba para mucho. Fue esa crisis del 82 la que nos arrastró como después lo hizo la del 94. Pertenezco no a la generación X, sino a la generación de los niños en crisis económica. Eso marca más que cualquier indiferencia o uso de la tecnología. Y pensaba que pobre del Chavo del 8, que seguro estaba igual que nosotros porque siempre quería su torta de jamón.
A falta de jamón, entonces, mamá lo compraba sólo en contada ocasiones, al pan le poníamos unas rodajas gruesas de mortadela. Era mucho más barata y en casa, la de la marca Ponderosa, era la reina y señora de las carnes frías en el congelador. Durante mucho tiempo comí mortadela ponderosa y hasta recuerdo el comercial que decían: "A todo lo que hagas ponde, pode ponderosa". Era una cortinilla bastante pegajosa.
Y cuando había para jamón... ese día relegábamos a la siempre tan servicial mortadela. Le hacíamos el feo. Untábamos pan con bastantita mayonesa. Le poníamos aguacate y el tricolor chile, tomate y cebolla y nos dábamos un festín con lonches, emparedados o sandwiches de jamón, como se le quiera llamar. Después, a mitad de semana el jamón había desaparecido. Incluso hoy no dura mucho tiempo en el refrigerador.
No recuerdo cuándo dejamos de comer mortadela y seguro hace años que no aparece en los gabinetes del refrigerador de la casa. Pero ahorita se me antojó mucho un pan con mortadela y un poco de mayonesa. Tal vez es sólo que tengo hambre. Y como aparentemente no hay crisis en el camino, deberé de comprarla por gusto y no por necesidad, que es como siempre sabe mejor.

Thursday, July 20, 2006

No otra Elena

Vengo toda de negro, me dice Elena por el celular. Tengo el pelo corto y traigo las maletas. Todo su acento sinaloense cae con peso al pronunciar las palabras. Se llama Elena Méndez y le daré asilo al menos por una noche en la ciudad de México. No la conozco pero una buena amiga mutua nos contactó. Es martes y salgo de la tutoría a la espera de la llamada. Son las tres y media cuando me llama. Ya llegué, me dice. Quedamos de vernos en el Sanbors frente a El Angel. Ando a las carreras. A las cuatro llega Orlando y debo entrar al taller.
Apenas recibo su llamada salgo de la Fundación a paso veloz. Tomo un taxi y le ordeno ir al ángel. El taxista conduce entre la rapidez de Liverpool y la lentitud de Florencia. Salimos al redonde y cuando llegamos al Sanbors bajo con las mismas prisas. Le digo al taxista que espere. En la zona de venta no veo a nadie pero pronto aparece una muchacha vestida de negro, con bolsa de cuero, ojos verdes, pelo lacio y recogido en una trenza. Lleva al hombro una bolsa negra.
Elena, hola, hola soy Antonio.
Elena se sorprende.
Ah, hola, hola, qué tal, me dice.
¿Y tus bolsas? ¿Tus maletas?
No, no, ando así, nada más con esto.
Pero...
Elena sigue con la sorpresa.
Anda, anda -le digo- afuera está el taxi.
La tomo del brazo, la arrastro casi a la salida. Afuera nos recibe el sol, el ruido de siempre y Elena sube al taxi, después yo. A la colonia Roma, le digo al taxista y es sólo hasta una cuadra después cuando Elena me dice:
A ver, a ver, dijiste Elena o Mariana.
Y yo reconozco el ecento tan capitalino, tan poco sinaloense.
Dije Elena. Elena.
Es que yo soy Mariana.
No...
Sí, me llamo Mariana y como esperaba a un amigo muy parecido a tí pero que hace mucho no veo...
Es que yo buscaba a alguien de negro. Caray, esto parece un secuestro.
Nos reímos. Nos miramos avergonzados mientras le digo al taxista que nos regrese al Sanbors del ángel.
En el camino ya no nos decimos nada. Repetimos que esto es muy gracioso y yo le digo: pues te subiste sin chistar al carro. Y ella nada más asiente de nuevo, avergonzada.
Llegamos al sanbors y ahora sí, Mariana encuentra a su amigo y yo veo a Elena en el restaurante, bebiendo chocolate. No me vas a creer lo que acaba de pasar, le digo. Y miro de reojo a Mariana quien acaba de entrar al restaurante con su amigo. Al vernos sonríe. Pues qué pasó, insiste Elena. Nada, nada, le digo.

Wednesday, July 19, 2006

Hoy es un día realmente malo. Me atrevería a decir que del año. Muchas presiones. Ceses inesperados. ¿Y quién tiene la razón? Todos. Uno se tiene que mover con el pequeño trozo de verdad que tiene y alumbrar lo posible. Pero la luz es muy poca. Insisto. Hoy es un día realmente malo. ¿Y qué se puede hacer? Lo que cree uno que es correcto y seguir. No hay de otra. Esto no debería de subirlo al blog pero que funcione como recordatorio.

Monday, July 17, 2006

Volver

Vuelvo a la casa, a la alfombra gris. El domingo salí y compré un par de plantas: Mafer y Sapito. Las puse cerca de la ventana, cerca del cobertor donde ahora hay muchas almohadas y cojines. El domingo O estuvo enferma. Durmió casi seis horas en el día. Despertaba nada más para ver que yo andaba en plena reconstrucción de la casa. Puse unas fotografías en una base de corcho y las colgué de la pared. En la puerta del baño pegué unas postales que me dieron hace dos años: postales con frases como: "Yo amo Chihuahua", "¿Cómo es posible que quepan tantos kilómetros en el corazón". También adherí un pizarron a la pared de mi escritorio y barrí, barrí, barrí.
En la tarde cayó un aguacero. Se oían las ambulancias que pasaban y algun silbato de un policía de tránsito. Me sorprendió que fuera domingo.
Volver, volver, volver.
El domingo anterior, a esa hora, andaba con mi familia en el mercado. Papá quiso dulces y mamá iba feliz y veloz de puesto en puesto. Mis hermanas revoloteaban entre puestos de vestidos y audífonos. También hacía mucha calor. Tal parece que Monterrey está hecha nada más para eso, puesta en la geografía exacta de la lumbre. Pero volver, volver.
Otra vez al cubículo de la flm, a oír los chistes de Boone, Vicente e Hinojosa, al fastidio que da, ver la esquina de Liverpool e Insurgentes atestadas de autos pero también, a mi vida con O en la ciudad: tranquila, armónica, relajada.

Wednesday, July 12, 2006

Dejaré esta calle en la calle

Martha Ramos le da un trago al vaso con agua y sale cuando la buscan afuera los técnicos. Yo me acabo de bañar y veo los beneficios que da presentar un libro en la calle, muy cerca de tu casa. Afuera hay un desfile de nerviosismo. Los técnicos colocan la tarima, las mujeres que darán los tamales acomodan las sillas, mi tía Chelo asoma el rostro de cuando en cuando para ver a qué hora inicia el evento. Yo nada más salgo a verlo todo, a imaginarme cómo será el evento dentro de unos minutos.
Cuando las 70 sillas están listas me sorprende mi calle. Ha dejado de ser esa esquina donde de niño jugaba al beisbol o al fút (justo donde quedó la tarima colocábamos unos de las porterías), para convertirse, efímeramente, en un sitio cultural, para un evento cultural. Las bocinas semejan torres imponentes. Conforme se acercan las siete y media de la tarde comienzan a llegar los invitados, los vecinos. Llega Ana en su coche plateado, llegan Carolina, su novio y Armando en un taxi. Aparecen por la calle Janell, Cordelia y Adrián. Al rato veo a Gerson, a Margarito y al Raveliano. La gente comienza a llegar, a congregarse lo mismo que unas nubes grises encima. A veces pasan vecinos en sus coches y al ver la calle cerrada se detienen a fisgonear un poco y huyen, alejándose de cualquier pedrada literaria.
Un aire frío comienza a colarse entre todos y finalmente subimos al estrado Felipe, Joaquín y yo. Ofelia se encuentra a esas horas perdida en las calles de la colonia pero nos alcanzará más tarde. Mi abuela escucha desde el interior de su casa. Mis tíos han ocupado las primeras filas y mis hermanos y padres se encuentran al final. Sonrío cuando veo a mi tío Jose Luís cerrar la calle en el otro extremo, bloquearla con su camioneta blanca. Empiezo leyendo el cuento de Cuelemans. Ya no falta nadie: Elida, Erika, Lili, Espartaco, Blum, Valdez, Sara, todos están ahí cuando Joaquín habla de lo desmadrozo del libro, de lo cruel y puto del libro, de lo hermoso y trágico del libro. Después Ofelia se abre paso entre la gente y sube al estrado.
Yo la presento con el afecto que siempre le he tenido y ella agradece las palabras pero me corrige. A lo lejos se escucha la músiquita de un camión de helados. Me voy a apurar, dice Ofelia, pero no va ni en la segunda cuartillas cuando el camión de nieve aparece en la esquina: albo, alto, con sus franjas rojas y las ventanillas amarillas que dicen: chopo sencillo a $5, doble, $10. El chofer se sorprende al ver a esa multitud en la calle y se detiene tras nosotros. Todos volvemos la cabeza para verlo. El chofer saca una mano y nos saluda. Felipe me dice: "Vamos a comprarle nieve a toda la gente" pero sólo de imaginar la desbandada me hace negar la iniciativa". Pero cuando miro al público todos ríen, todos aplauden la aparición del camión de nieve.
Cuando le toca el turno a Felipe la noche ya está sobre nosotros. Los técnicos nos lanzan una luz blanca desde unas banquetas y ya no puedo ver a nadie en la calle. Unos niños, eso sí, están al frente sentados en sus bicicletas y acodados en los manubrios. Se descolgaron desde las partes altas de la Moderna para ver el show. Cuando empiezo a hablar, a agradecer tanta tarde, tantos amigos, tantos cuentos, el cielo comienza a tronar. Le digo: ya voy, ya mero acabo, y todos ríen. Una cigarra, el sonido de una cigarra me acompaña mientras hablo y recuerdo una lección de biología donde me dijeron, que las cigarras viven sólo un día y antes de morir cantan y cantan y cantan. Y su canto nos acompaña a todos esa tarde, esa noche.
Al finalizar se rompen filas y muchos van a comprar el libro. Un vecino agradece el evento mientras Ofelia y Felipe lo escuchan. Los tamales pasan de mano en mano, los refrescos también cuando los Northsiders empiezan su función. Sus rolas son pegajosas, fuertes, amenas. Yo me abro paso entre la gente, recibo abrazos, saludo, voy con O y la beso, despido a mis tíos. Cuando un amigo de los Northsiders termina de tocar la gente comienza a irse y cuando ya casi no queda nadie, entonces, sólo entonces, comienza la lluvia: una lluvia larga, densa, cerrada que barre la calle, que hace que los técnicos corran a guardar las cosas.
Al final sólo queda Felipe y Abel. Me despido de ellos después de conseguirles un taxi. Voy con O a una función y mientras eso pasa pienso en la lluvia, el camión de helados, un elotero que pasó también, en unos perros que se pelearon cuando Felipe empezó a hablar y todos oíamos sus ladridos terribles y secos en la tarde. Pero pienso también, en la cigarra que cantó y cantó mientras daba las gracias a todos: al conarte por su apoyo, a los presentadores y a los amigos. Una cigarra. Mi abuela me dijo que, cuando la escuchó, comenzó a llorar: "son nuestros muertos que han venido a verte, me dijo: tu abuelo, tu tía Martha, tu tío Rubén, tu tío Roberto". Yo sólo asiento y la dejo llorar tantito. Fue 5 de julio de 2006. Estuvimos en la calle todos. Amigos, amigas, mi familia, O y mis muertos ahí, por un libro, reunidos por la palabra.

Monday, July 03, 2006

Accidentado Monterrey

Sol. La ciudad: abierta por las construcciones. Bajo de las oficinas del conarte y mientras veo las invitaciones para la presentación del libro no veo la puerta de vidrio. El golpe es terrible. Mis lentes se abren. Los pequeños tornillos de las bizagras de los anteojos me abren una herida en la ceja. Sangro profusamente. Me mancho la camisa. Manuel me ve y me lleva a un lavabo y me limpio la sangre. Me duele la cabeza. Siento como una quemazon en la nuca pero el dolor comienza a pasar.
A las dos camino hacia el metro Parque Fundidora y un hombre pasa y me golpea con una caja de madera. Me golpea en la mano y me hace un moretón. Ando muy torpe el día de hoy. No sé si sea el calor o el nerviosismo. Tal vez, ambas cosas.

Friday, June 30, 2006

Vámonos a Saltillo!!!