Friday, February 24, 2006

Falsa alarma

Se me olvidó mi celular, le dije a Boone en el taxi camino a la Residencia de Francia donde le entregarían a David Toscana el Premios Antonin Artaud. Bueno, ni modo, me contesté porque ya estábamos en el grave problema de no perdernos en la colonia de Lomas de Virreyes. Pero, durante la ceremonia pensé que era una lástima no traerlo. David hablaba en ese momento de un recado que le habían dejado de la gerencia del hotel donde le informaban que en la compra de dos malteadas le regalaban un chocorrol. La historia me gustó y quise compartirla con alguien pero el celular, bien gracias, bien cuidado en la Fundación.
Luego, la noche, mientras andábamos por la calle pensé que si trajera mi celular podríamos llamar un taxi y no recorrer las vigiladas calles de la colonia donde guardias nos preguntaban el quien vive casi cada doscientos metros.
En la mañana llegué temprano y el celular no estaba. Había en mi escritorio el cargador pero del celular nada. Me puse serio. Me preocupé. Seguro es una broma de Hinojosa pero Vicente le llamó a Hinojosa y me dijo que él no lo tenía. Comezaron las indagaciones, preguntamos quién había sido el último en irse y nadie sabía nada del celular. Se lo robaron. Y batallé para llegar a esa afirmación. Se lo robaron, claro. Y María, Hernán, Claudia, Gaby, Alfonso, Alberto, todos, hicieron un círculo alrededor de mi cubículo para lamentarse conmigo por el robo del celular. No era muy bueno, más bien viejo pero era mi celular. Me dio mucho coraje. Dile a Langagne, me dijeron todos.
Por la tarde fui al cine a ver Bandidas para quitarme el coraje del robo y por la noche vino el maestro Carlos Prieto. Tocó una parte de la sinfonía No. 5 de Bach. La sarabanda, quinto movimiento de la pieza, era muy rítmica y me acordé de mi celular. A la salida el tema seguía en el aire y cuando le dije al maestro se enojó, se preocupó, hubo movilización general. Mi celular robado era tema de conversación.
Dormí mal aunque soñé que conducía un carro de carreras e iba en primer lugar.
Por la mañana la casa olía a cigarro (había tenido visitas a cenar) y me desperté aún encorajinado. Luego fui al Mercado a comprar una bolsa para la ropa sucia. De pasada entré el centro cultural telmex. Vi un kiosko con celulares. Suspiré. Me acerqué. Vi los precios, los modelos aunque no había nadie para informarme. Era sólo un kiosko solo en una plaza. Un hombre con un celular robado que miraba con una bolsa para la ropa sucia junto a él. Decidí salir, caminar hacia el Hotel Ensanada y me encontré a Toscana junto a una computadora, contestando unos mails. Más tarde llegó un chico a entrevistarlos y los tres nos fuimos al café del Wings. Camino a la Fundación le conté a David del hurto. Sólo subió el labio inferior en señal de desaprobación.
Pero, cuando llegamos, Karla apareció. Karla con su sensación de ángel. Karla con su mirada azulada y clara como el agua de una pileta. Apareció tu celular, me dijo. ¿En serio? Me lo entregó descascarado como está, las letritas NOKIA al frente. Lo guardó Francisco, se le olvidó decirle a Ciri. En fin. Apareció el celular.

Monday, February 13, 2006

Crónica de un día cualquiera

Me levanto al cuarto a las nueve y siento el frío. Hace frío. Las cortinas se encuentran heladas y más allá de ellas veo un cielo blanco, neblinoso. Y es domingo. Apenas veo al alfombra la encuentro sucia. Creo que ya es hora de limpiarla. En el baño me recibe el altero de ropa sucia. Creo que ya es tiempo de ir a la lavandería y al verme en el espejo pienso: también es hora de cortarme el pelo. Y cuando salgo a la sala y veo bolsas por todas partes, la caja donde dueme el librero sin armas, los sartenes sucios en el lavabo, el desorden de comida dentro del refrigerador, me digo que sí, ya es hora de limpieza. Pero antes, y me asomo por la ventana al pasillo donde ya se reúnen los vecinos, tengo que ir a la junta de condóminos.
Abajo la mayoría anda en pants y sudaderas pero algunas se han vestido muy formales, el pelo recién lavado y el tacón punta de observáme. Tres horas les lleva ponerse de acuerdo en el asunto del cajón de estacionamiento, intentar averiguar qué vecino se roba la correspondencia y al rompe, cuánto cuestan los motores y controles remotos para la puerta de entrada, si tienen o no que destruír parte del jardín para hacer dos cajones de estacionamiento más y quién llevará la administración. Los vecinos se quejan, se pelean, se contentan, sonríen nerviosamente entre ellos, cuchichean a espaldas de quien tiene en ese momento la palabra, reniegan de condóminos que meten dos coches pero al final, se dan la mano como buenos vecinos y cada quien regresa a su casa
Y miro la hora. Ya es la una y cuarto. Salgo en estampida de la casa con el libro de Lo bello y lo triste de Kawabata en las manos y me dirijo al Centro Cultural Telmex. No tengo mucha hambre pero me como unos tacos de alambre y entro al cine a ver Orgullo y prejuicio. La gente aplaude al final, una vez que Elizabeth se queda con el tan emblemático Mr. Darcy y el Sr. Bennet dice: Si alguién viene por otra de mis hijas, que pase, ahorita estoy desocupado. Es increíble cómo la novela de Jane Austen ha sobrevivido y cómo esos moldes de la sociedad victoriana sólo han cambiado de nombre pero siguen siendo los mismos.
De regreso a casa compro un desarmador y me digo. Ahora sí. Armo el librero, acomodo los libros, saco las botellas, por fin pongo la alacena, acomodo mis cuadros, lavo los trastes, me corto el pelo, me baño y cuando apenas me doy cuenta ya son las ocho de la noche y sigue el frío. pero aún así salgo, tomo un poco de dinero y me voy a cenar a los tacos Frontera. Hoy, ayer, los frijoles charros no fueron tan buenos, menos el taco combinado. Vuelvo a casa, intercambio mensajes con Ana y me pongo a leer El hermano gemelo de Sergio Pitol. Qué buen narrador es Sergio Pitol. Victorino Ferri cuenta un cuento tiene toda una retórica tan mexicana que ya me interesa ver cómo se transformará en los cuentos siguientes.
A las diez dejo el libro, apago las luces y me voy a ver la televisión. Son las doce cuando una vez terminado un programa y releído las noticias del día apago la luz e intento no pensar en nada no pensar en nada no pensar en nada para lograr dormirme, pero en el sueño me atacan, al igual que toda la semana anterior, los fantasmas de gente del ilce y de la fundación como si se pelearan por mi alma.