Monday, May 30, 2005

Cuatro días de fiesta

Cumpleaños a mí, feliz cumpleaños a mi, feliz cumpleaños querido Antonio, feliz cumpleaños a mi...

Hace seis años mis cumpleaños eran la cosa más inadvertida del mundo. Incluso para mi eran una fecha no deseada. Un buen día eso cambió y cuando cumplí 24 años decidí echar la casa por a ventana (literalmente, tuve que limpiar una azotea atiborrada de tiliches que salieron si no por la ventana, si por borde de la placa). Mandé hacer tacos, quesadillas y flautas en un lugar de comida mexicana y ese caluroso 26 de mayo me preparé a recibir invitados. Fueron Mónica y cia. Elida, daniela y Erika con novios respectivos y con Lili, fue Ana Mercedes con Miguelito y Cristina con su embarazo de siete meses. Llegaron también Cordelia, Daniel de la Fuente y Claudia, Gerson y Elia e incluso Telma y otro amigo además de Samantha, Marisa, Raúl Silva y César Gándara con Abi y su hermana. Bebimos suficiente, comimos rico y casi al filo de la noche mi tío Vidal salió con la guitarra a cantar unas mañanitas que todos entonamos. Yo veía la calle atestada con los coches de mis amigos y amigas.
Cuando cumplí 25 vivía ya en el D.F. y sin conocer a nadie me fui a Veracruz. El banco me canceló la cuenta y bueno, esta es una historia harto conocida pero me la pasé super bien.
Cuando cumplí 26 nos lanzamos al Xochimilcazo histórico porque llegué tarde y Martín se enojó conmigo. Nos trepamos a la trajinera Parra y Claudia, Rodrigo y Vanessa, la colombiana que ya ha salido antes en estas crónicas y Efraín, Everardo, Susana Pagano, Marina que ahora anda en Madrid. Ya en los canales apareció Socorro y Efraín y juntos cantamos, bailamos, reímos.
Los 27 volví a recibirlos en Xochimilco. El mejor regalo de ese cumpleaños donde mucha gente me canceló fue el que Elida viniera desde Monterrey con su novio Lacho y una amiga nada más a mi cumpleaños. Subieron Criseida y Ana, Rodrigo con Isabel, Efraín, Aude y el buen Julio. Xochimilcazo famoso fue este porque una nena de otra trajinera me festejó mostrándome los senos y porque bailando me caí.
Ahora los 28 fueron muy movidos. Cité a amigos y compañeros de trabajo en Pedro Infante no ha muerto, un karaoke de mala muerte. Llegaron Sergio y Héctor, Isabel, criseida y Ana, Rodrigo y efraín, Arturo, Alejandra, yesica y amiga, Valeria y amigo y Elena Grada. Fue fabuloso. Cantamos, bebimos, nos reimos. Canté Popotitos con Isabel y con Rodrigo Bella y con Valeria la vida es una carnaval. Luego bailé con Bárbara canciones muy marras.
Así y ya en pleno 26 me fui a Veracruz. La noche de los festejos fue en los portales del puerto, bebiendo una indio, fumando un puro, comiendo quesitos con chiles manzano. Víctor, quien venía de Guadalajara y con quien nunca había festejado un cumpleaños, trajo el grupo a que cantaran las mañanitas y me di el lujo de bailar con Ofelia y con Liliana mientras Carlos Velazques y Ernesto decían salud. Fui harto felicitado este 26 de mayo. Llamas en la madrugada y en la noche de la casa, mensajitos y llamadas al celular y hartos mails de Hernán Quijano, de Lili, de Daniela y Fabian Cavazos entre más gente.
Luego el sábado en la tarde, después de salir de la sesión de trabajo en el fonca, se me acercó un reportero. Quería entrevistarme para un documental del Fonca. Accedi y me sentaron en una silla de madera y me pusieron el micrófono bajo las solapas de la camisa. Me preguntaron cosas sobre mi proyecto, y sobre cómo veía el encuentro, si mi vida había cambiado de un encuentro a otro y también si consideraba justo que subieran la beca (dije que no, que la suban, pero no tanto). Me preguntaron cómo veía a mi tutor y a mis compañeros de beca y luego me dijeron: ¿Estas contento? Sonreí de inmediato y creo que bajé la mirada: Claro, contesté. Estoy muy contento. ¿Y porqué estas contento me preguntó el chico mientras yo no dejaba de mirar a la cámara. Bueno, estoy en Veracruz con buenos amigos, aprendiendo y ayer, mientras estaba en el malecón vi cómo entraba un carguero y cómo los remolcadores se acercaban a él y lo empezaban a estacionar en el puerto. Todo eso ¿tú crees que no me pone contento? Pues. Si, estoy contento. Luego la entrevista terminó y el chico dijo: salió con madre.
Asi que como ven, festejé mis 28 años sin ánimo de tristeza. Y ya son 28 pero los 29, primero Dios, serán en Monterrey con carne asada y conjunto norteño. Primero Dios, reitero, allá nos vemos.

Monday, May 23, 2005

Déjame...

Apenas terminé de leer la descripción el maestro Chavana guardó un silencio que a mí me parecía el antecedente de todos mis dolores. Se quitó los lentes, los limpió con la franela que sacó de la bolsa del pantalón y dijo: "vuelve a leer". Así que ahí, de pie junto a mi asiento, con el salón de segundo semestre de preparatoria como público volví a leer mi descripción del páramo yermo que se extendía a un lado de mi preparatoria. Me temblaban las manos aunque también, a ciencia incierta no lograba entender porqué tenía que estar leyendo otra vez eso. Cuando terminé por segunda ocasión Chavana me dijo que le prestara el escrito y se lo llevé. Lo leyó en silencio y luego dijo: está muy bien, me gustán muchas de esas imágenes, te voy a dar cinco puntos sobre el examen.
Yo asentí contento. 5 puntos sobre el examen final eran un gran paso a poner la materia de redacción II en un impase de tranquilidad. Wow. Así que me acomodé en el asiento y el resto de la clase vimos lo que era un retrato: la descripción física y moral de una persona. Al finalizar Chava dijo: para el jueves hay que traer un retrato de un maestro. Escogan al que ustedes quieran. Luego se me quedó mirando y me dijo: "No voy a aceptarte algo de menor calidad que esto."
Así que me quedé pensando. Escribir retratos no debe de ser tan difícil. Cuando se terminó la clase se me acercó Rafael, un compañero. Ya tenía esa sonrisita sardónica desde esa edad. "Vamos a ver quién hace un mejor retrato y a ver quién gana". Yo me sumí de hombros. Orale, vamos. Así que el jueves llevé mi retrato y Rafael también. Recuerdo que era un retrato de más de una cuartilla. Estaba plagado de similes como sus brazos como torreones y de frase comunes como "el bigote negro es como una estampida que baja hacia su barbilla". Cuando la clase terminó el maestro Chavana me dio otros 5 puntos sobre el exámen.
Rafa se acercó con su trabajo. No le habían dado tantos puntos y estaba medio enojado. Cuando se fue Diana, quien sería su novia, (faltaban tan sólo unas semanas para que ellos empezaran a andar) se me acercó y me preguntó: ¿Toño, tú escribes poesía? Me quedé paralizado. Yo no escribía poesía. Yo no escribía nada de nada.
Claro, le contesté sientiendome ya poeta. Tengo algo. ¿Me podrías traer mañana algo para leerlo? Asentí con nerviosismo. Si, claro, mañana te llevo algo. Cuando llegué a casa estaba en el pánico. Al igual que los pintores, que muchas veces imitan un cuadro, yo había estado imitando una fórmula. La fórmula de cómo escribir retratos y paisajes la tenía, según yo, dominada; pero escribir poesía era otra cosa. Estuve toda la tarde intentando escribir algo. Tenía la pluma, la hoja blanca y la desesperación a la mano. Hacía calor y yo buscaba un lugar dónde estar fresco. Casi a la noche llegó la imagen y la palabra. Estaba viendo el video November rain de Guns and Roses y la música me agradó tanto y casi lance un grito de auxilio cuando apareció la palabra Déjame... y con ella formé un escrito en prosa sobre todo lo que yo quería que alguien dejara que yo le hiciera o la cuidara o la tratara. Estaba lleno de hipérboles y otros símiles. Había adjetivos a morir y equilibrio poético y estructura ni pensarlo.
A la mañana siguiente se lo llevé a Diana y lo leyó muy rápido. Yo deseaba que lo disfrutara con calma pero fu veredícto fue corto: "que bonito". Me sentí frustrado. Pero hoy que lo pienso veo que desde esos primeros días que empecé a escribir, de alguna manera también aprendí tres lecciones (en realidad no las aprendí sino hasta mucho después, pero ya bordeaban mi ideología). La primera es la escritura no es competencia más que consigo mismo. La segunda es que el creador no usa fórmulas y la voz narrativa o poética es de un esfuerzo de calores y de fastidios y lecturas y finalmente que, la verdadera retroalimentación siempre viene de uno y no de que otros acepten o no lo que escribas. He ahí la esfera de conocimiento que no atisbé pero ahorita que he vuelto a escuchar de nuevo November rain siento como si estuviera otra vez en mi casa en Monterrey mientras mi madre hace la cena (huevos con chorizo y frijoles refritos) y yo intento escribir.
Eso es otro de los asombros de la palabra. La palabra es atemporal. La escritura no precisa de pasados y futuros. Al moemnto de escribir algo se es en todos los tiempos. Pasado y futuro se invalidan.

Friday, May 20, 2005

Otra vez en la Fundación

Salí del ILCE con ánimos de no llegar y en el elevador me alcanzó Sergio.
-¿A dónde? -me preguntó con ánimo de iniciar la plática. Yo pensaba en esos tacos de surtidita y en una quesadilla de sesos cuando le respondí.
-Pues a comer.
-Ah... pues vamos, yo voy a eso.
No fuimos por los tacos de surtidita pero sí a unas quesadillas a dónde nunca había ido a comer. Resultaron algo flacas y medio sabrosas pero ahi con Sergio platiqué a gusto mientras pasaban las micros llenas en la avenida y unos músicos le daban tremendas mordidadas a sus tacos.
-Ahi nos vemos -le dije a Sergio- si no me voy ahorita no llego.
Usualmente tomo taxis aunque esta semana sí he abusado. Tomé uno que me llevó desde el perifas, como le dice Brenda al gran cauce automovilístico del Periférico, hasta la colonia Cuauhtemoc. Cuando llegué a la siempre impresionante Fundación para las Letras Mexicanas mi ánimo estaba concentrado en dos cosas: ir a tirar una firma y lavarme los dientes. Me abrieron la puerta, me registré y siguiendo por el mediano estacionamiento fui a los baños. A un lado de estos hay un ramón impresionante y una mesa negra forjada en hierro. Dos becarios estaban ahí, un chico y una chica a quienes había visto la noche anterior en la obra de teatro de Mariana y Denisse, otras dos becarias. Murmuré un inteligible y nervioso hola y pasé al baño. Cuando salí en la mesa ya había más de seis personas y pasé de largo. Luego escuché a mis espaldas.
-Que hubo maestro.
Era Federico Vite. Regresé a saludarlo. Federico es un tipo relajado e intuyo, honesto. Es un narrador joven de la república hermana de Acapulco y ahorita es becario de la Fundación.
-Sientese maestro -dijo yo fui aún anerviosado y me senté.
Comenzaron las presentaciones de rigor, Toño, ella es fulana, mengana, perengano, usalana, etc. (no recuerdo sus nombres). Estuvimos ahi un rato platicando hasta que vi a lo lejos a Teresa. Ahi mos vemos, les dije, me despedí de Federico y fui con Teresa. Ahora tengo que decir que a Tere la conocí en la presentación pasada cuando los animosos becarios ignoraron a Coral Aguirre. Yo salí tan enojado entonces y tan contrariado de la pasividad (al menos de intuir esa pasividad) pero entonces apareció Teresa, se presentó y ella ha sido una buena conocida.
Asi que ya me metí a la salita donde se iba a presentar el libro. Apareció por ahí Omar Cadena, un bato de Hermosillo que va a ir al encuentro de escritores jóvenes del norte y nos saludamos. Ya después los becarios comenzaron a llegar y ocuparon sus asientos. Al fin apareció Héctor Alvarado, Jaq Zúñiga y Paty Laurent. Héctor me entregó las solicitadas glorias y nos dimos un abrazo. Miré a Teresa que llevaba una mantilla negra cubriéndole el pelo y a Denisse a un lado suyo. Luego ya subimos a presentar el libro.
Primero habló Jaq sobre la novela. Esbozó las características de los personajes, habló de la bondad de Héctor como narrador y citó mucho a Foulcault, creo. Cuando me tocó el turno mis nervios casi habían desaparecido. Aquella masa heterogénea de la vez pasada se había fragmentado en dos o tres rostros conocidos y eso siempre destensiona. En primera fila estaba Eduardo Langagne, el admistrador de la Fundación y reconocido poeta. Llevaba unos lentes delgados y vestía de un azul que le daba una tranquilidad inusitada.
Pero yo aún no podía olvidar lo de la vez de Coral Aguirre. Lancé una mirada rápida a los becarios y vi en algunos la misma muestra de fastidio de la vez pasada y entonces pensé: caray. Mis primeras palabras fueron: Antes que nada quiero agradecer a Héctor la invitación para presentar su libro... (y luego miré a los becarios y sin ocultar la ironía, agregué) Y a ustedes por su gozosa presencia. Unas risitas salieron de entre el público y yo me sentí bien a gusto después de decir eso. Era como si, a mi manera, me hubiera vengado de la presentación pasada. Leí y leí mis cuatro cuartillas y al finalizar, para mi sorpresa, aplaudieron, bueno, de esos aplusos aletargados y por compromiso pero al menos reacción hubo. Después Vite se aventó un buen texto sobre el libro y cuando salí apareció Sergio, un batillo de Tijuana y saludé a Julían Robles. Justo ahorita me pregunto si está muy mal andar citando nombres y nombres.
Cuando se acabó salí con A, B y C al hotel. A comentó que le había gustado la presentación mientras que B, con su facilidad de charla y alegria sugirió una cantina. C, que a pesar de tener ya un rato en el d.f. no sabía a dónde podíamos ir así que nos fuimos o los llevé más bien la Covadonga. A pidió brandy mientras B nos comentaba de su libro editado en Inglaterra y C nada más comía callos a la madrileña. C quería ver el partido de los Tigres contra Once Caldas y terminamos yendonos al hotel donde A y B estaban hospedados. C se acostó en las sábanas mientras A y yo bebíamos a gusto. B nos contó de las maias y de la numerología y fue ahí donde nos dimos cuenta C y yo que cumplimos años el mismo día. Yo nunca había conocido a alguien cercano que cumpliera años el mismo día. Nos miramos con afecto, creo, en ese momento. Al final Tigres empató 1-1 con el Once Caldas y C y yo nos fuimos.
El camino de regreso por Insurgentes hablamos de aquel pasado en común (aunque vivido no en vida común) de nuestras andanzas por el tenebroso medio de escritores de N.L. donde en algún momento todos se odian y todos se aman. Al mismo tiempo agradecimos no estar en N.L. C me dejó en casa y quedé de hablarle para felicitarla la otra semana. Toda ella es pequeña, morena y tiene una mirada que seduce. Se fue en su platina rojo y yo entré a casa, satisfecho del día y de la gozosa presencia.

Wednesday, May 18, 2005

Galeras

Hace tiempo pensaba que estos años son defitivos para marcar un rumbo, aunque creo que también siempre se está marcando un rumbo. En Xochimilco le hablé a la regia medio triste y necesitándola y después, cuando hablamos con más sobriedad de mi parte le conté esta teoría y me dijo: Y tú estabas en Xochimilco hablándome por teléfono.
Ya casi se acaban los 27 años. Y sí me parece tan lejano cuando hace un año salí de casa de Parra pensando que tenía que estar a la altura de mis sueños y con la certeza de que iba pronto a entrar al ILCE. Los compañeros de Santander me llevaron a comer al Omei, un restaurante de comida asiática entonces, ya casi por irme de ahi.
Ayer llegaron los galeras de mi primer libro. Vi el título, el índice, las dedicatorias en cursivas. Me sentí bien. Me sentí contento. Pensé por un momento que como toda felicidad en el d.f.´la viví lejos de mucha gente y cerca de otra. Los 27 han sido un año convulso pero firme. Pronto serán 28 o iniciarán los 28 y si no pasa nada, ese año veré finalmente editado Todos los días atrás. Pero el libro aún no llega. Es como si, respetando todas las distancias, estuviera viendo el eco de mi libro, sus venas, la masa de su carne, el latir de su corazón en las dedicatorias y todos aquellos que han atisbado eso imagino rompen de felicidad y ese día al menos, duermen satisfechos.
Cuando me leen la mano me dicen: tendrás un hijo (una me dijo que ese hijo ya lo perdí, otra que no, que ahi viene pero que tendré muchos más hijos no consanguineos.) Espero que este libro no sea el único o al que se refieren. En fin. Salud.

Del Azul al Tenampa

Venía desde el aeropuerto con Raúl Silva. Él iba, como siempre que viene al D.F., con cara de asustado y feliz. Transbordamos en Balderas rumbo a C.U. y el olor de las donas bajó con nosotros por las escaleras eléctricas. Nos vamos a ir en la micro para que sepas de dónde la tomas para el lunes. Así íbamos, relajados, hablado de nuestros amigos escritores regiomontanos y de cómo nos ahogamos en un vaso de agua. Bajamos frente al OXXO y le dije que a un lado, en la noche, se ponía un puesto de tacos y era como ir recordando cuando me visitan regiomontanos y yo les digo con pelos y señales cómo mi vida se amarra a esas esquinas. En aquél café internet ha ido Elida y Ana y Minerva, le conté y aquí compro el periódico los domingos y mira, ahí junto a ese poste, una mañana me encontré una rata bien grande, como tlacuache. Raúl asentía a todo con aire satisfecho.
Luego, ya que llegamos a casa y mientras acomodaba su maleta en mi cuarto donde la imperturbable mujer de Joy Laville ni se dignó a verlo yo me senté a ver el partido Monterrey-Cruz Azul. Iba Raúl llegando cuando cayó el primer gol del Monterrey. Erviti lanzó un paso bombeado que Pepito Martínez recibió justo fuera del área chica. Controló el balón y lanzó un zurdazo que no sólo se anidó en la portería sino que también nos hizo gritar un gooooooooooollll y un "a huevo cabrones", que salté del sillón, cerré los puños y miré con gloria la tarde defeña. Vamos por unas chelas, le dije, para disfrutar este triunfo. Le marqué a Efraín para contarle del gol y cuando cayó el segundo gol del Monterrey pase al raz de Casartelli y derechazo de Erviti ya la sangre me ardía de la emoción. Monterrey iba a una masacre al azul. Esa era la idea de todos, creo, y este dos cero era sorprendente. Luego, cuando expulsaron a un jugador del Cruz Azul el plato estaba servido y ya no puede aguantar las ganas y le hablé a Efraín: Huey, vamos ganando. Si, qué pendejo, dijo Efraín, yo iba a ir porque pensé que el estadio iba a estar lleno y mira, no se llenó. Luego, igual que un gol, le dije: Vamos, K, vámonos al estadio. Efraín no vaciló. Llego por ti en 10 minutos.
Entonces le dije a Raúl: vamos al Azul y el chicampeano asintió. Efraín llegó en quince minutos por nosotros y luego nos fuimos rebasando autos en periféricos, mentándole la madre a los que iban despacio, como cafres pasando los coches y la ciudad detenida. Así es el corazón cuando te arde el equipo, así es la prisa cuando no quieres perderte ni un pase corto. Salimos de periférico en el momento que Miguel Zepeda anotaba por el cruz azul.
Ya en el estadio nos situamos en las gradas. A un lado la porra azul gritaba y de cuando en cuando sonaban su silbato como de una máquina. Abajo, sobre la grama, un grupo de edecanes con pantalones azules y blusas blancas, sombrillas bicolores en las manos, daban la vuelta a la cancha contoneándose sabroso. Cuando salieron los rayados sus uniformes brillaban bajo el mar azul y cementero. La porra gritó, se las mentó, no los bajó de codos y nosotros tres ahí apechugados, sonrientes porque todavía el 2-1 nos daba el pase. Una lluvia de papel higiénico cayó a las plateas desde las gradas cuando el segundo tiempo empezó.
Es bien feo, lo digo, cuando tú esperas que tu equipo evolucione y no lo hace, cuando a un lado todo un estadio se pone en pie y vibra la estructura de cemento al momento que le meten un gol a tu equipo. Pero fue un golazo. Lo vimos desde lejos como Pereyra se metió entre tres regiomontanos y se enfiló solo y feroz contra el portero. Luego simplemente tocó de lado al Chelito Delgado (Te odiamos, chelito) que batió a Martínez. El tercer gol lo metió Fonseca (el mata rayados; apenas seis meses antes había anotado el gol del campeonato de los Pumas en el tecnológico) . El hermano no autorizado de Alfonso Zayas que estaba sentado atrás de nosotros se burlaba diciendo de cuando en cuando: No griten, que hay regios cerca. Y luego lanzaba una carcajada estrepitoso y alcohólica. Cuando Arellano empató el partido 3-3 ya todo estaba perdido pero aún así grité el gol despacito que suicida no soy.
Salimos del Azul con el ánimo a la baja. Dos horas después los Tigres fueron eliminado por el Morelia y ya eramos tres los tristes. Entonces Efraín me dijo: Hoy se despide la colombiana en el Tenampa. La colombiana. Vanessa. Así que nos fuimos al Tenampa. Llegamos en la noche. Muchos mariachis. Muchos gritos y ni quién se acordara ahí de aquel penalty que no fue, de ese robo en despoblado que nos sacó de la pelea por el título.

Monday, May 09, 2005

Respirar la vida

¿Qué es lo que nos muestra el color y la línea? ¿A dónde y de qué color es en realidad lo que nos mueve y anima? Como una delgada línea roja y ámbar y azul nos vamos entrelazando con los otros formando un estambre donde quedan estampados nuestros días.

Así, de color en color llegamos al domingo. El sol es fresco como todo en el clima del distrito federal. En las calles se respira un blanco sin prisas y sin mácula. El taxi verde y nácar avanza rápido por una gris Ave. Patriotismo y veo aún sorprendido el segundo piso que cruza la avenida y se pierde hacia el rumbo azulado de Periférico. El taxista me cuenta técnicas para preparar barbacoa y yo imagino la carne suave y ámbar que se destaza bajo un tenedor. Afirma con gesto de conocedor que la barbacoa de borrego es la mejor del mundo y yo sólo hablo por teléfono para decirle a Brenda que, aunque voy algo retrasado, voy a llegar.
El Colegio de Arquitectos donde va a ser la exposición de pintura de Brenda es un edificio con un techo triangular que corta el aire y blanco como un elefante hindú. Su estacionamiento tiene loza rojiza y las escaleras se abren como quien despliega una caja de cartón. El lobby recibe una luz difusa pero firme que no alcanza a entrar a las escaleras donde cuelgan fotografías de edificios y puertas de madera.
Brenda está al fondo toda ella vestida de sorpresa: un collar de cuentas azules al cuello, un chal esmeralda que le cae de los hombros, un vestido verde hasta las rodillas y zapatillas del mismo color. Voy hasta ella y la saludo y sólo entonces veo ya bien la exposición. Hay cerca de nueve mamparas negras donde se apoyan los cuadros de Brenda Togno. Un grupo de cuadros mira al centro del lugar mientras que otros hacia las paredes. Los animales de Brenda parecen sentirnos desde un silencio pétreo pero sus miradas son glaucas y límpidas, feroces o curiosas. Algo de música flota en el ambiente y los meseros observan impolutos de blanco con corbata negra, cuidadosos desde la barra.
Poco a poco la gente va llegando. Un desfile de verdes y amarillos, de rojos y caquis, de rosas y arenas. Primero los familiares, después amigos se pasean entre los cuadros, se detienen ante alguno de ellos y se llevan las manos a la boca como quien saboreara un color que hasta entonces, era inédito en sus ojos. A mi me duelen los pies por los zapatos que debería de ponerme más seguido. Me ajusto el saco y por un momento agradezco no llevar corbata. Brenda es una explosión de sonrisas cada que va y le da la bienvenida a amigos y familiares. Un gato y un caballo son el éxito de la tarde. Un tío de Brenda, con cámara en mano le saca fotos y alaba la composición. Cuando llegan Ana, Criseida, Brenda y la mamá de las últimas dos, también se quedan deambulando.
¿Qué color somos? No lo sé. Sólo sé que las manos me temblaron nerviosas cuando al momento de la inauguración Brenda me llamó al frente mientras las sobrinas de ella ajustaban las manos a las tijeras para cortar el listón rojo. Entonces hablé y conté de colores y pátinas, de que el color para mí es como un sabor exótico. Les conté del cuadro "Azul" de Gunter Herzo donde las tonalidades de azul se expandían y contraídas por una fuerza desconocida y al hablar sentía cómo mi rostro se volvía granado por unos nervios descontrolados de no sé donde. Les conté que para mí la obra de Brenda Togno era un festín de colores anaranjados, jugosos como una naranja fresca y magentas y rojos de sandía y que todos estaban invitados a un banquete que la autora había puesto ante nosotros. Luego callé, me hice a un lado y las niñas cortaron el listón bajo un festín de fotografías y aplausos.
Poco a poco algunos cuadros se vendieron. Yo vi el caballo naranja con sus crines rojas revueltas por el viento. Me acerqué a Brenda y le dije:
-Te lo compro.
Así me llevé ese cuadro en la imaginación. Ya camino a casa yo lo veía en la colgado en la pared de mi cuarto (pondré ahora al Joy Laville en la sala). Sus naranjas se extendían más allá de los bordes del marco y lamían la pared, reptaban por la comisura de las puertas y las ventanas de la casa como arañas naranjas que iban dejandos sus hilos por esquinas y libros, escondiéndose en mi ropa, dejando una estela anaranjada en mi computadora. Iban las lenguas y los mechones anaranjados cayendo sobre la alfombra, convirtiéndose en nueve tigres naranjas y nueve búfalos naranjas que iban saliendo con un estrépido de vida por la puerta que da a las escaleras: con un estrépito anaranjado que respiraba al ritmo naranja de sus corazones y venas y al salir iban moviendo las hojas del periódico en la sala, los vasos en el fregadero, las copas indispuestas y murciélagas en la cantina y ya afuera caían como nueve mares naranjas que iban y venían sobre todo el estacionamiento, revueltos y felices, completamente naranjas bajo el sol amarillo. Luego llegamos al metro Chapultepec y me guardé en color en la bolsa del pantalón.

¿De qué color es la felicidad? Naranja, contesto ahorita, para respirar la vida, como se llama el cuadro, como se llamó la exposición.


Saturday, May 07, 2005

Sueño

No dormí bien ayer. A las dos de la mañana me levanté con la certeza de que era ya madrugada pero no era así. Me asomé por la puerta abierta del cuarto de Ana y me sorprendí que aún no llegara en casa ya que generalmente el que se desvela y llega muy tarde soy yo. Luego me volví a acostar aunque el sueño no lograba caer con su peso, ni acaso me arañaba los ojos.
Es el aire, me dije, así que abrí la ventana y un ramalazo de aire helado se vacío en el cuarto y cuando menos me di cuenta ya estaba dormido. Soñé que estaba en casa, en mi cuarto, acostado por no poder dormir. La cama temblaba y del cuarto de Ana salía su voz diciendo que estábamos en un temblor. Yo me levanté asustado y me asomé por las escaleras donde unos policías no dejaban salir a la gente. Argumentaron que debía de haber orden para salir. Yo les grité que las vidas valían más que cualquier orden.
Bajé de pocos saltos y cuando me encontré afuera, en boxers y camisa blanca, me di cuenta que había dejado dentro de la casa mi lap con mis historias, mi incipiente colección de máscaras, el saxofón de mi abuelo y mis libros. A un lado los otros edificios seguían tambaleándose indecisos y la tierra lanzaba un gemido ronco y largo. Luego miré bien y vi cómo mi edificio se desplomaba perezosamente hacia abajo como si una mano poderosa hubiera oprimido encima de él pero a la mitad el edificiio cayó a un lado levantando un caos de polvo y silencio.
Pensé que en ese momento había perdido todo y me dio un dolor agudo en el pecho. Pero al rato vino una señora y nos dio una colcha con plástico. Con la ayuda de Ana y Jaime la fuimos extendiendo sobre el prado con escombros y la colcha parecía que nunca iba a dejar de extenderse. Era blanca y debajo del plástico se irguieron casas. Yo veía que muy pronto traxcavos y barrenadoras y un ejército de ingenieros comenzaban a erguir los huesos de metal de un nuevo edificio 19.
En un momento del sueño tuve otra vez casa, un librero para ser llenado y hojas blancas para escribir. Aún sentía la pérdida de lo anterior pero incluso en el sueño me senté a leer. Las letras se escapaban. ¿Qué historia estaba ahí en ese libro de portadas amarillas? No lo sé. Ahora, en clase, explicándoles a mis alumnas las características de los poemas simbolistas me quedé pensando qué significaba este sueño, ¿que indaga en mi memoria el derrumbe y la pérdida de todo lo viejo y la construcción de lo nuevo? ¿Es que acaso hay algo nuevo ya cimentándose en el silencio de mis nervios o en la esperanza de vayan ustedes a saber, qué nuevas y necias palabras?

Wednesday, May 04, 2005

Xochimilco V entrega

Uno de los proyectos del FONCA que me llaman la ateción es el de Julieta García. Su proyecto consiste en cuentos que tratan sobre personas que se sienten fuera de lugar. En charlas al calor de la mesa del hotel en Morelia, en el autobús de regreso a la ciudad de México después del primer encuentro o bien en otros momentos, Julieta me ha contado a grandes rasgos el porqué de los cuentos que engloban ese proyecto y yo he insistido en que me gustan las ideas de los cuentos y me anima, en parte, la esencia de las historias tal vez porque me presumo, en muchos momentos de mi vida, como un sujeto fuera de lugar.
Así que fui otra vez a la Casa Blanca, dice Forrest Gump a la señora que lo escucha, sentados ambos en la banca de la parada del camión. Así que fui otra vez a Xochimilco, escribo para leerme dentro de unos meses o dentro de unos años. A última hora Brenda me canceló y yo recibí la noticia con fastidio mientras mis alumnas ponían cara de circunstancias al ver mi débil pataleo de enojo. Luego me fui a casa de Rodrigo. Sólo estaba Efraín recien bañado y poniendose guapo para la tarde. Casi media hora después llegaron Rodrigo, Xóchitl, Laura y Silvia. Dice Barthes que lo que se escribe con placer se lee con placer. No necesariamente pienso que ocurra esto cuando te enfrascas en la crónica de una tarde xochimilca. Abordamos el ibiza de Efra y nos lanzamos al camino. El sol andaba perro y el aire acondicionado no era suficiente. El tráfico defeño es incalculable pero vivirlo cuando traes prisa y vienes apretado en un coche resulta más insufrible. Ahí me sentí por primera vez fuera de lugar. Yo no debería de estar en ese coche, a esa hora.
Luego, ya en el centro de Xochimilco, estuvimos varados por casi veinte minutos en una calle que iba en contra. El oficial de tránsito, muy acomodado en su patrutorta nos dijo, denle por ahi y al darle nos encontramos con una micro. Cuando finalmente llegamos a Xochimilco nos encontramos con Julio, Manolo y su esposa y ya, nos subimos a la trajinera. Se bebió pronto, se relajó mejor. Iba la trajinera en un pasmo de alivio deslizándose por las aguas verdosas de los canales. Iba Silvia riendo con Laura y Efraín al lado, iba Julio tocando "diles que vienes de allá, de un mundo raro" y Xochitl y Rodrigo bien abrazaditos al fondo de la trajinera. Comimos después quesadillas, esquites, enchiladas de pollo con mole y hubo un momento donde la tarde discurría a nuestro alrededor con una paz presentida. De lejos nos llegaba la música de mariachis y conjuntos norteños, una música firme y tonante que conforme nos acercábamos se volvía más fuerte y clara.
Luego empezaron las fotos, ponerse en la proa de la trajinera, abrazos por un lado y otros saludes a otros paseantes. Ibamos cante y cante y una trajinera donde sólo venía un gringo y su esposa nos miraban con una nostalgia de fiestas donde no estaban. Luego empecé a pensar en aquella mujer norteña pero no tenía saldo en mi celular. Le pedí el suyo a Efraín y le mandé un mensaje. La noche había caído y en la mesa había un campo de botellas vacías y bolsas de papas disecadas. Efraín seguía platicando con Silvia y Laura miraba entre aburrida y con chispazos de alegría a los demás mientras Julio había armado una fiesta del otro lado de la trajinera. Luego Efraín me dijo: ahi está, te acaba de mandar dos mensajes. Luego me dijo, ten, ya mejor háblale. Así que tomé el celular y le hablé. Le conté de los canales negros, de las luces de las velas que parpadeaban en la oscuridad, le dije que el remeto traía una gorra azul y que en la mesa tenía un vaso de pulque blanco y salivosamente rico. Le conté también que acaso, podía ver el cerro de la Silla y el rancho y el montón de perros dormidos bajo los árboles. Ella me dijo que había cocinado un arroz con leche y que estaba sola. Luego corté. Me sumí en un silencio absurdo. Así es. La vida siempre está en otra parte. Y me sentí fuera de lugar por segunda vez.
No recuerdo cómo subí al coche, pero alcanzo a atisbar que pagué mi cuota del viaje, que salimos por división del norte, que enfilamos por periférico los seis ahí en el coche de Efraín hasta que llegamos a su casa. Bailamos un rato, nos reímos. Me senté casi acostado a un lado de Laura y ella me contó historias de una ciudad del norte mientras Xochitl iba desplomándose en el sueño y Rodrigo también. Luego vino el sueño. Nos acostamos, yo en el sillón, el resto en los cuartos y al amanecer, no sé, movido por ve tú a saber qué extraña sensación, me sentí completamente fuera de lugar. Efraín leía el periódico, Rodrigo reía con Xochitl y Laura en una recámara y sus risas me pegaban en el pecho con una dulzura no compartida. tomé mi mochila (una donde venían mis libros de la clase del día anterior) y me despedí. Laura salió a decirme adiós lo mismo que Xochitl. Buen viaje, le dije a ella que al lunes siguiente partía de regreso a su casa en Chihuahua. Cuando salí hacía un sol raro para el D.F. Un Sol muy regiomontano.
He ido cinco veces a Xochimilco. La primera en la fiesta de Susana Pagano, la segunda con la gente de santander serfin, la tercera y cuarta en dos fiestas de cumpleaños mías y esta última, la quinta. Cada una ha sido un viaje. Este fue el de la no pertenencia. Es un cuento que Julieta García podría escribir: la historia de quien ya no encuentra en su lugar querido la paz que otras veces le dio y sólo puede bajarse en una parada o, si tiene aire de santo, irse caminando sobre las aguas.