Thursday, December 30, 2004

Ciudades en la memoria

La ciudad es la medida del hombre. El hombre la edifica, la construye con sus manos y con el sudor de su frente. A veces, en ese ejercicio, logra dominar sus calles, trazar sus avenidas, pero la mayor de las veces la ciudad crece a su antojo: invade terrenos que debía de invadir, ahoga ríos que no debía de ahogar y, como un cáncer malingno, se expande hasta chupar la raíz de los cerros o se detiene en las barrancas, impotente aún por conquistarlas.
Y mientras uno anda en su ciudad, la ciudad te confiere sus rasgos, te regala una identidad que se permea bajo tu piel, que te da un olor y una mirada distinta al resto de la gente que habita en otras ciudades. La ciudad te codifica a sus formas, a sus costumbres.
La ciudad también se lleva en la memoria como un gen indeleble que pasa de generación en generación. Y es cuando te vas, tal vez, cuando la ciudad se hace mejor que nunca: la ciudad añorada.
Andas por las otras calles, por las otras avenidas con una añoranza de la ciudad que se quedó atrás. Recuerdas ese cine donde venden aquellos hotdogs, recuerdas esa sensación de bajar en el camión por aquella avenida y también los lugares, los sitios que tienen tus señas, los lugares donde estuviste que gente apreciada y querida.
De esta manera te llevas contigo a la ciudad. La nomenclatura tiene raíces firmes y cada sitio puede ser una manera de reconstruir en la memoria la ciudad dejada atrás mientras dejas que la ciudad a donde te has ido poco a poco te reconfigure a sus formas, a su identidad, a sus calles y su gente.
Sin embargo, cuando sucede eso también ocurre que pierdes identidad: te conviertes en un ser ya no de una ciudad,sino de dos ciudades. Es entonces cuando ocurre lo mejor: te das cuenta que la ciudad no es aquella donde vives, ni aquella donde viviste. Entonces tiendes a crear la mejor ciudad de todas:una ciudad añorada donde sólo tienes lo mejor de aquella donde estuviste. Entonces creas una ciudad que tiene tus sellos, tus identidades, tus dialectos. Y esa ciudad permanece por siempre en tu memoria es como la mejor ciudad de todas.



Tuesday, December 14, 2004

Reseñas IV El ángel literario

Los caminos por los cuales los libros llegan a nosotros suelen ser curiosos. A veces son recomendados, a veces sus portadas brillan entre un montón de otros libros en puestos y tendajos en mercados en la periferia. Son pocas las ocasiones, sin embargo, donde accedemos al libro desde antes de que sea libro, cuando apenas es un germen, un semen de palabras que después articulará toda una vida, que nos mitificará un nuevo mundo.

Los libros siempre se están construyendo y una vez terminados se quedan quietos pero su proceso de escritura ha terminado para dar paso a un proceso mucho más complejo y rico: la lectura. Dicen los aztecas que la muerte es una continuación de la vida y creo que al morir el libro en las manos de un editor, nace en las manos de un lector, no una, ni dos, sino centenas y miles de veces. Hay libros, sin embargo, que nacen muertos porque nunca salieron del cajón y libros que están condenados a nacer siempre, tal vez porque nunca iniciaron aunque lleven por título "El ángel literario" y aunque el autor se llame Eduardo Halfon.

No me malinterpreten. El libro de Halfon tiene un inicio con: "Lanza hacia la esquina sus zapatos y sus medias" y tiene un final. Pero a través de todas sus páginas siempre se está gestando así mismo a través de las ideas del autor guatemalteco pero también, a través de las respuestas que autores como Vila-Matas, Mario Monteforde Toledo, Bolaño, Carver, Eudora Welty, Hemingway y Nabokov realizan cuando tratan de contestar la pregunta que Halfon les hace: ¿En qué momento decidieron ser escritores?

Hay un ángel literario, dice Halfon, un ángel que un día cualquiera aparece sobre la cabeza de un hombre o una mujer -ya sea para bien o para mal- y lo maldice -o bendice- con el quehacer de la escritura. Pero, ¿existe ese momento? ¿es posible seguir con precisión de neurocirujano el momento donde el ángel roza con sus alas nuestras manos? ¿Es acaso importante? En "El ángel literario" se dan cita a todas y cada una de estas respuestas. Es a fin de cuentas, el libro, un viaje personal de Halfon hacia desentreñar la pregunta del porqué escribe.

Al final me quedé pensando cuando fue que el ángel literario me rozó. Y es cierto. Escribía desde la secundaria, cartas de amor a un amor imposible y poemas pero yo "no" escribía. Es decir, mi acercamiento con las palabras era un mero ejercicio mata tiempo, un intento por alcanzar los labios de Diana, un intento por ganarme el interés de mis compañeros. Pero si este ángel que muestra Halfon existe, si es cierto, debió de rozar mis manos aquella mañana de 1993 cuando el maestro Chavana nos dijo que viéramos por la ventana el descampado, luego la avenida Félix Galván y finalmente la torre de agua de Axa Yazaki.

Sí, Halfon. Fue en ese momento. Apenas alcancé a observar todo ello el campo, la imagen del campo ya no era para mí sino un: "campo lleno de rastrojo, con caminos que, arrebolados, huían en todas direcciones como un ejército disgregado bajo la metralla". Y apenas vi la avenida y los camiones, la avenida y los camiones ya no eran para mí eso, sino: "en la avenida, el dulce y brusco ronroneo de los autos y los camiones Dina aumentaban el desconcierto de la batalla". Y apenas vi la torre de agua, para mí ya no fue la torre de agua sino: "esta torre de vigía, ese dedo rojo que señalaba no un camino sino un fin donde mi vista golpeaba sin poder ser retenida".

Así el escritor pasa de la imagen a la palabra y con la palabra le da un sentido nuevo. Escribir es como un ejercicio de autoantropología. Uno busca en los registros de su historia, en los restos de su vida momentos que nos ayuden a configurar a otros. Es con nuestros dolores y aciertos, el fuego de nuestras pasiones y miedos como re-configuramos la otredad y tratamos de darle forma y asimilarla.

El ángel literario de Eduardo Halfon es de esos escasos libros que permiten una re-escritura personal y a partir de ella, tratar de ver de una forma distinta, todo.

Monday, December 13, 2004

Reseñas III Crónica Sero de Joaquín Hurtado

Hivid 0.75 mg tabletas (noventa) Tomar 1 c/8 hrs.Azitrocin 500 mg tabletas (seis) Tomar 1 al día por seis días.
NO TENGO MIEDO.
¿Qué son, después de todo, tres sexenios sin dinero para medicinas, camas ocondones? ¡Carajo! ¿Qué son, vaya, las declaraciones de los curas?
NO TENGO MIEDO.
Protegerte con la inmaculación para que nadie te lleve a la hoguera porquetienes SIDA.
NO TENGO MIEDO.
Que en las fiestas hay quienes fomentan la burla a costa de los sidosos.
NO TENGO MIEDO.
Que el padre oyó lo del SIDA y puso cara de fotocopiada misericordia.
NO TENGO MIEDO.
Rolo tiene SIDA, Rolo tiene SIDA, Rolo tiene SIDA
NO TENGO MIEDO.
Tantos amigos que se han ido y que pudieran seguir aquí, como tú, querido.
NO TENGO MIEDO.
Hay días de ya se me olvida y días de no puedo acordarme. Hay días de nuevosamigos y nuevos adioses.
NO TENGO MIEDO.
Vienes de despedirlo, de padecer el silencio impotente y pasa un coche dedonde salen gritos furiosamente familiares: "Te jodimos, cabrón".
NO TENGO MIEDO.
Que por las mañanas llegue tu padre y te diga: "Buenos días putito" y porlas noches: "Ya llegué putito.
NO TENGO MIEDO.
Ya no tardan las pústulas y los ojos sumidos.
NO TENGO MIEDO.
No me quieren en la oficina, tengo qué decirle a mis padres y a mishermanos de "esto".
NO TENGO MIEDO.

Leo "Crónica Sero" de Joaquín Hurtado. Lo releo. Hace frío y a pesar de ellohe buscando una cantina en la ciudad de México, una escondida, sin gente,una cantina abierta un domingo cualquiera como recordando aquellas tardescuando me iba a leer a las cantinas en Monterrey después de salir deCONARTE. El libro es luminoso. Recuerdo una frase de un escritor cataláncuando habla sobre los tuberculosos. Dice algo así como: la belleza tísicade los tuberculosos y me pregunto mientras en la tele pasan un resumen de los partidos en España ¿Cómo será la belleza seropositiva de los sidosos? ¿La tendrán?

El Osasuna volvió a ganar. No estoy tomando una cerveza indio sino unavictoria. El SIDA. Caray. El SIDA. Hay una frase que Joaquín Hurtado dijoesta semana en el Sanbors de los azulejos a donde fuimos a refugiarnoscuando los burócratas del INBA cerraron el palacio de Bellas Artes. Dijo. ElSida te va desdibujando. Yo con este libro intento dibujarme de nuevo. También dijo una frase de Savater que ahora reproduzco: "Hay que serimbécil, moralmente imbécil, para suponer que es mejor vivir rodeado depánico y crueldad que entre el amor y el agradecimiento".

Y me da miedo los que tienen miedo, miedo los que asignan sitios marcados, cercados por el miedo. Su miedo. Miedo almorzado, traído de lonche, cenado,merendado. Miedo en el reflejo de cualquier mirada con miedo. Miedo ve aotro baño que me da miedo. Miedo te saludo pero me limpio la mano. Miedo nome quieren en la oficina porque me tienen miedo. Miedo que no sepan losvecinos porque nos echarán de miedo. Miedo si saben mis hermanosenloquecerán de miedo. Miedo soy sidoso y puto y que no sepa nadie porqueles dará miedo. Miedo bájale tres veces al escusado porque ahí flota elmiedo. No, no, mejor de ahora en adelante tendrás tu baño y nosotrosusaremos otro. Miedo quiero un mejor coche para sentirme mejor persona. Miedo si sutanita no me quiere. Miedo no tengo dinero para mi vejez. Miedo el tiempo pasa y no me muevo. Pendejadas. Simples, llanas.

No puede escribirles nada más. Este tema me rebasa como muchos otros. Lean a Joaquín Hurtado. Lean Crónica Sero. Descubrirán la belleza cruel de laenfermedad pero también un libro de amor por sobre todas las cosas y no unlibro de autoconmiseración. Lean. Aquí, yo, le doy un trago a la cervezavictoria que está helada como el aire allá afuera. Son como las cuatro de latarde. El cantinero me observa de reojo porque soy el único cliente. Creoque él ya quiere irse. Cerraré el libro, la libreta, iré a casa a comermeuna sopa calientita, un tori ramen que ayer sobró de la cena. No me sentirémejor ni peor.

Como dice Joaquín Hurtado. No hay días mejores ni peores. Nohay días de diagnostico previo. Solo días que confluyen en la nada.

A. p.d. el libro lo pueden conseguir en el CONARTE, al 83 48 43 83

Reseñas II El rastro de Margo Glantz

Goldberg, Gould y Glantz
La lluvia arreciaba (se dice que en el sur de la ciudad provocó inundacionesde dos metros de altura). Finalmente encontré un café. Pedí de cenar y mepuse a terminar de leer el libro El rastro de Margo Glantz. En el libro,Nora García me platicó de Juan, de las variaciones Goldberg de Bach,interpretadas por el pianista Gould dos veces en su vida ( una de muy joveny otra cuando ya era viejo) (una duró 37 minutos y la otras 51).
Afueraseguía lloviendo. No dejó de llover desde las seis hasta las nueve de lanoche. Cuando terminé la novela seguía lloviendo. Nora García ya se habíaacabado y Margo Glantz, la autora, a esa hora, imagino estaría en su casa, oen una clase o leyendo sobre otro autor sin sospechar que alguien la leíabajo la lluvia en un café muy cerca del metro Chilpancingo a donde habíahuido con la esperanza de que pasara la lluvia y pasara la gente dentro delmetro y pasara el fastidio de la lluvia. (Llovió desde las seis hastapasadas las nueve de la noche).
No vi ninguna historia que contar después,en la calle. Y en el metro había la gente de siempre y el tren pasó con el mismoruido de siempre y adentro encontré a la gente con el aire de fastidio desiempre, salvo que ahora mojados y las bastillas de los pantalones negruzcospor la lluvia. Llevaba el libro bajo el brazo. O mejor, llevaba ellibro en la mano mientras lo abría para volver a matar el tiempo y volver aleer sobre Gould cuando tocaba las variaciones Goldberg en los estudios deColumbia Broadcasting Company. Y cuando salí del metro y abordé la líneaverde y vi a otra gente que se parecía a la misma gente de siempre como meparezco yo a tantos y tantos, como me confundo yo con tantos y tantosrostros anónimos y con tantos y tantos desconocidos (porque sólo me conozcoyo, a ciencia cierta, sólo yo sé cuando me duele el corazón o cuando tengohambre o cuando deseo ver a alguien conocido) (como ayer cuando buscaba elcafé para huir de la lluvia y me dije, ojalá y conociera más gente en estaciudad para invitarla a tomar un café y no tener que leer esta novela queaunque muy buena, no debe de ser tan buena como una charla que lo mismopuede hablar del metro, de los tantos y tantos rostros anónimos o de lasvariaciones Goldberg.
Dice Nora García, dice Margo Glantz a través de NoraGarcia, el personaje de la novela de "El rastro", que la vida es una heridafugaz. Y dice Nora García, (dice Margo Glantz en realidad, que en estemomento se encuentra en cualquier otro punto de la ciudad y no en el metrocamino hacia la UNAM) que dijo Pascal que el corazón es un órgano de larazón que sólo se entiende a través de lo irracional (al menos esorecuerdo que viene en el libro). Yo le creo. Porque en ese momento en elcafé mientras leía, mientras el metro estaba atestado de gente, pensé, dije:
“Me dije a mi sólo, que el único que me conoce soy yo. Y que también, seríamuy bueno, agradable, como un latido salvaje en el corazón, conocer aalguien más en esta ciudad para hablar. O que la razón me dice: ya vete,regresa a Monterrey un rato. Vuelve. Atiéndete. Pero la sinrazón, elcorazón, me dice: espera. Espera y quien sabe si encuentres lo que buscas. Oquien sabe si deja de llover y dejas de leer esta novela y sales a la calley te mojas hasta el cuello. Pero mi corazón y mi razón no llegaron a ningunacoordenada fija.”
Así que estoy aquí, escribiendo, tendiendo puentes, como digo, no olvidando,como digo, manteniendo la ilusión del no anonimato, del que eres y soytambién mientras otros me leen (así y nunca contesten, al fin y al cabomientras lean estaré bien). Como me pregunto ahorita ¿Dónde andará MargoGlantz? ¿Escucharé pronto las variaciones Goldberg de Bach interpretadas porGould? ¿Me iré o me quedaré? No lo sé. Pero sigue lloviendo afuera. Sigoleyendo El rastro. Allá abajo el metro sigue atestado de gente y yo leo,releo, que la vida es una herida fugaz, que el corazón late a 100pulsaciones por minuto, que mi corazón, en este momento late a 100pulsaciones por minuto y que cuando ustedes lean tendrán su corazón, pequeñoo grande, ahí alojado debajo del esternón, latiendo acompasadamente,bombeando sangre a los pulmones, al cerebro, cobijado por una capa de pielque lo protege. Su corazón donde se supone está el alma, los sentimientos,el odio, donde la sangre va, y se revuelve. Su corazón a donde espero llegarcon estas palabras. Que al fin de cuentas no son mías. Son de otro que escribe. A.
p.d. Lean a Margo. Léanla y entenderán que este correo es un homenaje anónimo a esa novela.

Friday, December 10, 2004

El asma y yo

Ayer me senté un rato a ver la televisión después de comer. A esa hora no pasan nada interesante, incluso en el canal once. De zaping en zaping me instalé con todo y ánimos en en canal siente, en el programa Lo que callamos las mujeres. Recordé que un conocido quería escribir guiones para ese serial y me dije: "veamos".

La historia era aparentemente ligera pero después me interesó por completo. Un padre futbolista y veterinario, (no se aclaró el porqué era veterinario mientras que sí se aclara que era un futbolista medio tipo crack), no quiere a su hijo porque éste es muy débil. La esposa, una chulada verda de Dios, llega a un momento donde le dice que es mejor el divorcio. Mientras todo esto ocurre el niño tose, repatea, gime, llora, se desmaya, en fin. Casi al final nos damos cuenta de algo: el niño es asmático. Después de arduos análisis el médico (un viejito que salía siempre de doctor en el prama de Puro Loco y terminaba muriéndose siempre) le da la ultra maravilla del mundo: un inhalador de salbutamol o ventolín con forma de ovni. El niño es feliz. Los ojos de la madre brillan. El padre sonríe porque ahora su hijo podrá ser lo que él siempre quiso que fuera: un excelente deportista.

Soy asmático. Recuerdo esos ataques asmáticos infantiles cuando estar acostado era un suplicio porque sentía el pecho cerrado; pero igual de terrible era estar sentado. Mamá me daba el salbutamol en jarabe (ni sueños de que existiera el salbutamol inhalado y menos con forma de ovni) y me quedaba ahí detenido en la pared, jalando cuanto aire quisiera hasta que el ataque desaparecia.

Y era terrible. Afuera los niños de la cuadra jugaban al futbol y nada más oía el griterío desplomándose dentro de la casa y recordándome que yo no podía jugar. Cuando podía ninguno de los capitanes me escogía porque yo sólo era bueno para jugar de portero y no porque fuera buen portero, sino porque solamente ahí no me cansaba.

En primero de primaria viví varios meses en la clínica seis del IMSS y después de una noche cuando tuve el peor de mis ataques (recuerdo cómo me hundía en la cama y los rostros blancos de médicos y enfermeras a un lado mío, y en mis brazos una cantidad obsecena de jeringas y sueros) me mandaron otros dos meses más a la clínica veinticinco del IMSS.

Ahí conocí a otros niños como yo y con las manos con sueros y jeringas entablilladas nos íbamos a jugar a los pasillos a jugar carreras con las sillas de ruedas como autos fórmula o bien, a esperar a la maestra Olivia que todos los martes y jueves iba a enseñarnos juegos y nos podía ejercicios.
Luego salí pero siempre recuerdo con cariño esa estancia hospitalaria cuando mi tío Lalo venía desde Querétaro o Monclova a jugar al ajedrez conmigo o mi papá me regalaba libros o ese gran dinosaurio blanco que tenía que armar y desarmar. Fue ahí también donde el hermano de una vecina de dolores me enseñó a dibujar naves galácticas y explosiones de hidrógeno.

Luego, la cosa se calmó y el asma no regresó sino hasta sexto grado donde entré en un círculo vicioso muy raro: Martes y miércoles eran los mejores días porque yo estaba sano, luego, al amanecer del jueves me empezaba a enfermar. Los viernes, invariablementa, ya estaba en el hospital. Sábado y domingo me la pasaba débil y el lunes poco a poco me comenzaba a aliviar. Así fueron como cuatro meses en sexto grado de primaria. A veces me ponía enfermo en clase y mamá iba por mí para llevarme al hospital. Creo que en algún momento de impotencia lloré en la escuela. Diana, una amiga, lo vio y no deja de recordármelo: "me diste cosa esa vez -me dijo años después- te veías tan triste".

Todo niño, el algún momento, intenta imitar a sus padres. Quienes me conocen de mucho tiempo saben o recuerdan cuando andaba vendiendo ropa deportiva en los llanos de la león XIII o en las canchas del río Santa Catarina. Esto no era más que una imitación del trabajo de mi padre. Pero desde mucho antes yo empecé a imitarlo de otra manera: corriendo. Papá corre desde que tengo memoria. Junto con mi tío Homero y mi tío Ovidio se iba corriendo desde la casa hasta la placa del cerro de la Silla. Es un trayecto como de diez kilómetros o más y súmenle subir esa cuesta y regresar ya caminando. Lamentablemente no se ganó nunca un trofeo en cambio mi tío Homero tiene como veinte en su casa pero eso nunca me importó.

Así que yo quería correr. Y ahí estaba el asma, la maldita asma, la culera asma. Pero empecé a correr. Me iba armado con mi salbutamol en spray e inhalaba tres veces. Así empecé a correr. Creo que mi mejor rutina de correr ha sido por intervalos: primero en la prepa, después en Filosofía y Letras; un rato durante la etapa inicial del 2001 en el Conarte y finalmente mis primeros seis meses en el D.F. corría todas las mañanas y luego a inicios del 2004 también corrí desde enero hasta marzo. Y siempre, el ventolín me ha acompañado aunque ahora las inhalaciones son menos.

El asma sigue aquí pero ya no es ese monstruo oprime pechos, ni tapa mis narices. No me impide hacer absolutamente nada, y como dijeron ayer en el programa: "puedo llevar una vida normal, como la de todos". Sin embargo, tengo la certeza de que aún nos falta una última cita al asma y yo y espero que ésta, sea después de muchos, muchos años.

Monday, December 06, 2004

Apologéticas

Me gusta el Distrito Federal. Eso es un hecho. Del Distrito me gusta su clima, su aroma a tierra fría por las mañanas. Me he hecho aficionado a sus quesadillas con queso, al atole de maíz azul por las mañanas y a su arquitectura. Nada disfruto tanto como sentarme en la baza que sostiene al caballito de Carlos V y ver frente a mí al Palacio de Minería, luego Correos y saber que atrás de mi se yergue el MUNAL.

Sin embargo, no soy hecho de estas tierras. Yo soy de Monterrey. No sé dónde leí que el optar por los regionalismos en una forma un tanto decadente de pensar, o una manera de encerrarse a las posibilidades del Mundo. Pero no me importa. Cómo me gusta ser de Monterrey. Cada ciudad tiene su estigma, su forma particular de arrear a su gente y marcarla. Aquí van las mejores cosas o sensaciones que me gustan de Monterrey sin orden de importancia.

  1. Ir en un camión de la ruta Moderna mientras baja por la calle de Arteaga rumbo a Félix U. Gómez, depreferencia sentado junto a la ventana y con la ventana abierta.
  2. Ir al cine Rally, ordenar uno jochos con frijoles, ponerles queso amarillo y entrar a ver una película pasada de estreno.
  3. Puede ser una locura, pero cómo me encantó darme cuenta de mi provincianismo cuando vi de noche el puente atirantado desde la prolongación de Morones Prieto.
  4. Las noches en el barrio antiguo son inmejorables. Vas por las calles cerradas a la circulación y sabe a tanto al juventud que intenta entrar a los bares donde se emborrachará, agasajará y vomitará sus tristes problemas.
  5. Me gusta mucho caminar por la calle Madero en la noche. Pasar de largo por Zuazua, Dr. Coss y llegar hasta los tacos de Madero.
  6. La casa de la cultura con su vagón me trae recuerdos de largos años con talleres y presentaciones de libros.
  7. Nada como una carne asada en el patio de un amigo o en el patio de mi casa mientras todos andamos ahí, de un lado al otro, con el taco en la mano y al cerveza en la otra y te sientas y sabes que todo está bien, estás en casa.
  8. El calor es nefasto pero a veces sin ese calor no seríamos regios.
  9. Me gusta la calle que pasa por mi casa, cuando bajas desde Ruiz Cortínez y se ven a lo lejos las chimeneas de Fundidora, el horno No. 3 y la chimenea No. 1. esa que Montenegro inmortalizó en los vitrales del Aula Magna.
  10. También disfruto mucho ir por Ruiz Cortínez en la noche rumbo a la casa.

En fin, se me fueron las ganas de escribir.

Monday, November 29, 2004

La FIL de Guadalajara

Al inicio de la película de Buscando a Nemo (Disney, 2003) los productores de PIXAR incluyeron un corto con técnicas de programas de animación de 1997. La calidad del corto es inegable y la música que sirve de fondo a la historia es simplemente singular. La historia trata sobre un muñequito de nieve encerrado en su bola y que intenta alcanzar a una muñequita tipo barbie para cometer toda clases de fantansías sexuales (se le ve en la mirada). después de mucho batallar logra salir casi por equivocación, cae a una pesera donde está una sirena y antes de llegar a ella vuelve a quedarse encerrado en la bola de cristal.

El corto es muy divertido.

Ir la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, con 27 años, sin libros y un medallero de becas en el hombro es como ser ese muñequito de nieve que desea alcanzar a las bellezas. Salvo por el hecho de que el muñequito es un joven escritor y las bellezas son a) conocer a escritores laureados, b) conseguir editor, c) soñar con publicaciones extranjeras y por ende d) hacerse de un agente; hace la historia de PIXAR en una adecuada metáfora.
Así las cosas me fui a Guadalajara con Eduardo Parra y Claudia Guillen. En el camino comimos barbacoa, cantamos algunas canciones norteñas y vimos el impresionante lago de Cuitzeo. Llegamos a las seis ya con la feria hirviendo de actividad y escritores por todos lados. Ahí encontré Víctor Hurtado, me dio la llave de su casa, quedamos en vernos después mientras él seguía al frente del salón de profesionales de la FIL y andaba entre editores de EMECE, agentes y demás. Yo me sentía a gusto. Llegamos a Planeta y empezaron las presentaciones y después en Era estaban Neus Espressate y Marcelo Uribe y las presentaciones seguía. Por ahí apareció José Agustín y Christopher Domínguez. Los saludaba a todos con nervios. Uno nunca deja de saber quiénes son todos ellos para la literatura mexicana: uno de la onda, uno considerado el mejor crítico mexicano desde hace tiempo, así como el editor y la dueña de ERA.
Pero ya más noche, me encontré con Ricardo Chavez Castañeda, miembro del crack y ahí apareció el divertido de Toscana. Nos fuimos los tres haciéndonos bromas y más tarde nos encontramos en el coctel de Planeta.
El coctel fue en la embajada americana y nada más entrar el muñequito de nieve (es decir, yo) se lamentó de no llevar los libros de Antonio Skarmeta. Ahí estaba el chileno grande y feliz con su copa de vino y charlando con Carlos Fuentes. Luego, ya más noche, llegó Arturo Mendoza y junto con Andrés Ramírez, el editor de ficción de Planeta y con Parra, Toscana, y una autora de Planeta, más José Agustín y Antonia Kerrigan nos sentamos en a platicar. Yo nada más oía y platicana con Andrés, Parra y Toscana. Antonia Kerrigan me impresionó. La famosa y poderosa agente Antonia Kerrigan, la creadora e impulsora del crack. Simplemente me quedé helado.
Luego nos fuimos al coctél del FCE. Toscana se robó un cojín.Toscana me aventó contra Langagne. Toscana se robó unas cervezas y las sirvió. Daniel de la Fuente andaba ahí y ya con él, los regios huimos al Lido.

Domingo.

Casi todo lo mismo. Casi todo igual. Comí con Elena, la pareja de Víctor y cuando llegué a la FIL el Parra me dijo: dónde te metiste, nos fuimos a comer al pargo todos los crakeros, Toscana y yo, te estuvimos buscando. Yo, con Elena. La verdad la había pasado muy tranquilo con ella ahí en el restaurante del hotel guadalajara expo. Nos metimos en bola al evento del crack. Ahí estaba Fabiana Padilla tan deslumbrante como siempre y nos sentamos mero al fondo. Chavez Castañeda nos saludó desde la mesa y fue un evento bastante divertido.
Luego, presentación de Parra en el otro lado de la Feria y ahí vamos los dos panteoneros (Toscana y yo) a ver al otro de la tribu. Cuando se terminó nos perdimos otra vez y nos encontramos rato después para irnos al coctel de Alfaguara.
Me acordé de la nieve cuando entramos al restaurante del Hilton y en una mesa blanca estaban los siente crakeros, Antonia Kerrigan al centro y con grata sorpresa encontré a Mónica Lavín, Toscana y Gaby Riveros. La mesa estaba muy ocupada y decidimos irnos ya al reventón. ¿Cómo explicar que casi le di un empujón sin querer a Saramago? ¿Cómo decir el gusto que me dió ver a Montemayor sentado contando chistes y luego a Fabiana andar entre la gente saludando gente y más gente?
Pero el concenso final es que todo estuvo bien. Yo no soy un muñequito de nieve y aunque la película termina con el muñequito encerrado todos sabemos que siempre existe un post-history. Yo me la pasé bien. Y me di cuenta de lo afortunado que soy por mis amigos del medio. Son buenos amigos, como los otros, los que no están en el medio. Es todo. No he contado en realidad todo lo que pasó en la Feria.

Sunday, November 21, 2004

En el metro Allende

Cuando me despierto son ya las diez de la mañana y pienso que por hoy, no debo de subir las cortinas y dejar que el sol caiga. Afuera del cuarto escucho a Ana y Jaime mientras van de la cocina y al comedor y me dan más ganas de envolverme en las cobijas y por hoy, sólo por hoy, no salir. Pero no lo logro. Apenas han pasado como siete horas desde que salí de casa de Rodrigo acompañando a Rosy a su troca estacionada en avenida Universidad y aún me siento adolorido del estómago. Pero no, no lo logro. Así que cuando Ana y Jaime se van, como a los veinte minutos me levanto y abro las cortinas. Me pongo el pants, vigilo que no traiga ningún gallo en el pelo y salgo con los veinte pesos en la mano a comprar el periódico.
En el periódico no dicen nada nuevo, sino las mismas cansadas noticias políticas. Me distraigo con el Día siete pensando si alguna vez publicaré ahí algo y lo supongo lejano. Cuando llego a la casa me tiro en el sillón, leo la sección deportiva (el Barcelona ganó 3-0 al Real) y entonces recuerdo que debo de ir a Bellas Artes al evento del 30 aniversario de la revista Tierra Adentro y el homejane al maestro Víctor Sandoval (en realidad no "debo de ir" pero quiero ir para encontrarme a Felipe Garrido y a Minerva Margarita).
Así que me levanto, me meto a bañar, salgo al día, compro el récord, subo al metro, camino por la Alameda con sus vendedoras ambulantes de raspados, lectura del tarot, caballos de policías montada, agua fresca que reborbotea. Camino por una alameda que no tiene olmos sino sauces y fresnos mientras un mimo callejero intenta hace reir a la gente y la Torre Latinoamericana lo mira todo con su cristalina indiferencia.
El evento es lúcido. El maestro Víctor Sandoval recibe su medalla a ante un auditorio puesto de pie. Minerva Margarita sonríe, Felipe Garrido aplaude son su serena magnificencia, Eduardo Langagne igual. El evento termina cuando el maestro Sandoval lee un poema inédito del que sólo recuerdo el final:

"Por qué no nací como mi padre
con esa mirada de muertes prematuras".


Luego salgo con la promesa de Garrido de vernos en Guadalajara y después de la inauguración irnos a comer y mientras avanzo por las calles del centro histórico me voy derrumbando lentamente sin motivo alguno, como si me fuera deshaciendo, desarticulándome, desmorándome lentamente desde el Sanbors de los Azulejos hasta la catedral donde la gente sigue y viene, retumba a un lado mío sus historias de presiones y soles y a lo lejos se escucha el arraigado canto a tierra y vejez que es la música de los danzantes náhuatls. Pienso en qué difícil es convertirte en un escritor con ideología. Qué difícil es ser comprometido. Y me viene al oído y al pecho y a los tendones una sensación de fatiga que se disgrega lentamente por mis nervios. Miro el reloj. Ya van a dar las tres de la tarde. Así que regreso.
Ha sido un buen fin de semana. Madrugué con Mónica caminando las calles aledañas del centro de Coyoacán, el sábado en la noche vi a Luisa en la fiesta de Rodrigo y cómo nos reímos con los chistes de Julio. Y pienso en ello, y en el poema del maestro Sandoval, y si en mi mirada habrá ese aire de muertes prematuras cuando los metros llegan y se van. Del otro lado del andén sólo queda una mujer. Es un tanto gorda, usa una blusa con olanes, falda negra y huaraches abiertos. Sólo somos ella y yo, cada uno de su lado del metro. Entonces comienza a cantar un himno que habla sobre el amor de Dios para con todos nosotros y salta y aplaude mientras dice que Dios es su Señor Todopoderoso. Y me quedo pensando en su fervor a Dios. ¿Es como el mío? No, no lo es. Mi fervor por Dios es contemplativo, un fervor incluso excéptico, no lo sé. Y quisiera cantar como ella, danzar como ella ahí en medio del andén.
Comienza a llegar más gente y la mujer no ceja en sus medios de alabar a Dios y después de la alabanza comienza a decir que Dios mandó a su hijo para que nos derrimiera de nuestros pecados y que sólo Él nos puede quitar nuestras cargas. Por un momento se quedó callada y comenzó a explicarme a mi el plan de salvación. Yo la escuchaba sin sorpresa ya pero la señora no dejaba de mirarme. A veces ella dirigia la mirada hacia otra parte y sus ojos irradiaban fe y fervor. La gente comenzó a llegar pero la señora no dejaba de intentar convencerme. Al rato un policía grito "¡Arriba Satanás!" pero ella no se inmutó. Gritó tres veces más mientras ella decía que sólo el Señor salva y a mi me daba lástima el policía. Luego un señor gritó: "Cállese vieja" y miré al señor con toda su cara de hombre acabado, las mejillas flaccidas, el aire cansado, el sudor en la frente, medio jorobado y sentí que la señora no debía de callarse ni nada. Ella estaba el fervor, envuelta en él. Cuando finalmente el metro pasó y subí algo se había perdido. Me sentí más ligero. Recordé que Dios se encuentra en cualquier sitio y lugar y sólo es cuestión de saber afinar los oídos para escucharlo. Luego me senté, abrí el libro de Yuri Herrera que trata sobre un artista en la corte de un narco y la señora se quedó allá atrás con su fe, con sus huaraches, rodeada de policías que seguro le gritaban: "Arriba Satánas".
Y yo me fui. Sus ojos seguían clavados en mi espalda a pesar de la lentitud del metro, de la porra de los Pumas en el metro Etiopia y de ese aroma a pan recién hecho que me saludó en el metro C.U. y cuando llegué a la casa me miré al espejo y medio sonreí. En ese momento pensé que sí tengo mirada de muertes prematuras y el día me pareció, como dijo Felipe Garrido en el homenaje: un día lúcido y brillante.

Friday, November 19, 2004

Que por qué la literatura

Me preguntan aquí en la oficina que por qué me metí a la Literatura. No tuve otra opción, les digo. O era esto o no era nada. Y la nada se me antoja amplia y con neurosis y la escritura amplia pero llena, atiborrada hasta los bordes.

En sí, creo que siempre he escrito. Aún de niño, recuerdo que tomaba folios de papel periódico sin impresión y los pegaba en las paredes de la cocina en casa de mi abuela. Luego, aún sin dominio de la palabra escrita, pero sí con un amplio dominio de colores y grosores de trazos; me ponía a pintar en los pleigos partenones griegos, asaltantes con capuchas, lanchas a reacción, un helicóptero, la cara del bueno y finamente una cárcel. Luego juntaba a la familia y le contaba la historia de unos ladrones de joyas que robaban en un partenon, huían en una lancha y eran capturados por el bueno y encerrados en la cárcel.

Luego, en la secundaria, no faltaban las cartitas de amor para Diana y la venta de otras cartas para otros. Llegaban los compañeros y decían: Antonio, véndeme una carta. Y yo la escribía y se las vendía. Todo iba muy bien hasta que en una clase de español el maestro nos pidió hacer un soneto. Vi las reglas, la rima abba, las sílabas y me escribí un soneto que no decía nada, pero que técnicamente era bueno. Cuando lo entregué el maestro me quitó puntos por copiar un soneto de un libro. Por más que le juré que lo había escrito no me creyó. Ahí empezaron como dos sanos años de nada de escritura ni lectura sino puro futbol por las tardes, irse de pinta y trabajar con mi tío Roberto en los aires acondicionados.

Pero muy pronto, en la prepa, apareció el maestro Chavana y nos puso una tarea y del resultado afortunado de esa lectura, en la que Mónica, Rafa, Aneida y Ángel estuvieron presentes (eramos compañeros de clase) fue que empecé a escribir ya con la noción de que, ok, podía intentar escribir. Así salieron los poemas de la prepa, bien guardados en casa y finalmente, ya el letras, aquella mañana que vi a Blanca dejé la poesía para siempre y me dediqué a escribir narrativa.

luego conocería a Parra, después entraría al Panteón y al Conarte y levemente tomaría un camino que es tal vez lento, pero ahi va.

Así que escribo porque no tengo otra opción, pero no entienden cuando les explico eso. No tuve otra opción porque desde muy chico supe qué quería ser. Y con éxito o sin él, yo seguiré escribiendo. Es lo único que me hace digno, como hace digno al ejerce la medica porque quiso ser médico o al ingeniero que construye casas porque eso siempre quiso ser. Si fuera otra cosa, si cambiara por otra cosa, simplemente sería y ya, pero la dignidad de escribir, eso no lo cambio por nada.

Friday, November 12, 2004

Este es mi sitio

Tal parece que somos seres de reacción. Necesitamos una acción para contrarrestar otra. La idea no es mala, ni nueva, sino muy vieja. Ahí está la tercera ley de la dinámica de Newton que dice que a toda acción o fuerza siempre corresponde una reacción. Tal vez estoy esperando las reacciones a este blog que se vean en los comentarios, pero en fin, nunca he sido un ser enteramente social.

Ayer fue día de crisis y malestar. Inició desde la noche del miércoles cuando Parra compartió una noticia que alteró nervios y envidias. Y aunque mi reacción a la noticia fue muy visible (aún no aprendo a dominar mis expresiones faciales) fue al día siguiente cuando en realidad lo sentí. Era un tontería mi reacción y lo sabía, pero faltaba comprenderlo. Gracias a una pequeña charla con Daniel le di una luz distinta a las cosas.

Así que llegué a la casa con mucha hambre pero con comida lista y primero, lo primero, es comer. No digo abarrotarte las tripas y el esófago, simplemente abrir la boca y comer algo rico, masticar despacio mientras el rumor de tu estómago se apaga lentamente. Luego, dormir. ¿Han dormido al menos veinte minutos en la tarde con las persianas bajas? Pues eso hice. Me dormí, me estiré sobre la cama, me puse en posición fetal, subí las piernas a la pared y me ganó la risa.

Como a las cinco, finalmente, encendí la lap, subí el techo del escritorio, miré en la pared las fotos de mis amigos y amigas. Ahí estaba Toscana medio sonriente en la foto que El Universal le tomó cuando vino a publicitar "Duelo por Miguel Pruneda". Ahí estaba Claudia en La Tobara, Janell, Lila y yo en el Museo, Claudia Suarez afuera del Luxor en Las Vegas y Elida sentada en el sillón en casa de Ana Mercedes. Así que me puse a escribir, a corregir el libro de Todos los días atrás y no me levanté hasta las nueve y media de la noche, después de darle vuelta al soundtrak de The cook, the thief, his wife and her lover, al disco de U2, al de Glenn Miller y a Moby.

Los cuentos volvieron a sorprenderme a veces pero más me gustó encontrarle errores nuevos, sentidos en las oraciones que eran raros. Cuando estás muy cerca de tu creación es a veces difícil encontrar los errores. De todos, dediqué el cuento de Todos los días atrás a Mónica Lara, la flaquita, como dice en su messanger. A fin de cuentas ella le dio la idea final y el final al texto, y yo sólo lo escribí. Ver las Nubes me sigue gustando por compacto y simple al igual que los otros. Creo que he escrito un libro modesto y sin pretensiones de ningún tipo y eso me agrada.

Al final, ya, preparado con los pants guangos, la camiseta que dice: Tomen Pulque, los calcetines lustrosos de sucios, puse a Héroes del Silencio. Cómo canté y casi grité la de Perdido estoy en la prisión del deseo junto a tí y Este es mi sitio, esta es mi espina, Iberia sumergiiiiiiiida, tus rumores clandestinos y finalmente, he oído que la noche, es pura magia y que un duende, te invita a sooñar. Pero de todas me gusta más la de la prisión del deseo. Así acabó el subi baja del día. Hoy es viernes y este es mi sitio y mi tiempo y esta es mi espina.

Tuesday, November 09, 2004

Mi tallerista en Monterrey

No lo sé, pero desde muy joven quise enseñar. Estaba entonces en el taller de Parra en la casa de la Cultura de Nuevo León cuando, gracias a él, se me ocurrió ir al Conarte a solicitar trabajo como tallerista. Eduardo me acompañó a ver a Silvia Zapata y cuando salí del Conarte ya era tallerista. Me asignaron a la Unidad Cultural Juárez en Guadalupe y después me cambiaron a la Casa de la Cultura de Guadalupe. La Casa era un edificio circular donde a la misma hora del taller había otros de acordeón y guitarra que nos obligaban a meternos al museo a tallerear ante las miradas abstractas de los óleos.
Nunca tuvimos mis talleristas y yo un sitio adecuado. Cuando no se podía en el Museo nos mandaban al auditorio y cuando no se podía en el auditorio, a la biblioteca o nos relegaban a las oficinas de la directora. El taller terminó sin los resultados esperados de la edición con los mejores cuentos presentados en los años pero ni en Guadalupe estaban interesados, ni los alumnos soltaban los cuentos y yo andaba ya en otras cosas como disfrutar mi primer beca que tanto gusto me dio.
Así que dejé de dar talleres porque según yo, ya había dado un gran paso con la beca del FONECA y con entrar a El Panteón. Pero nunca dejé de sentir ese saborcillo de enseñar o al menos de guiar con mis pocas herramientas. Pero dejé de dar talleres. (No he dado otro en todos estos años).
Sin embargo, hubo una pequeña tregua de una semana en todo este tiempo. Fue en el Café Brasil, mientras platicaba con el papá de Gerardo Ortega, cuando una chica se nos acercó y me preguntó: ¿Tú das talleres de escritura? le dije que si y la invité a que se sentara. Nos platicó al papá de Gerardo y a mi que ella escribía, que le gustaría tomar una taller, que no sabía con quién ir, que una vez fue con alguien pero no soportó la vanidad de todos los presentes, etc.
Quedamos de vernos al día siguiente ahí mismo, en el Brasil y cuando apareció traía a una banda como de tres chavos. Tallereamos ahí medio incómodos pero bien y luego pedí permiso en la Casa de la Cultura de Nuevo León para estar ahí.
A la siguiente semana fue nada más ella y su novio. Dijo que los otros estaban en otros rollos, pero que a ella sí le interesaba. Cuando entramos a la sala el novio se quedó afuera. No hice por incluirlo cuando ella me dijo que su novio sólo iba a acompañarla. Así fue un miércoles. Esa semana, jueves o viernes, no recuerdo, el Centro de Escritores de Nuevo León dio los resultados de sus becas y resulté electo.
El miércoles fue la rueda de prensa y por la tarde vi a esta chica.
Su novio no volvió a entrar. Fue entonces cuando ella comenzó a llorar, a decir que quería escribir pero no tenía tiempo, a decir que su novio no se quería involucrar en sus proyectos pero que la amaba pero no la entendía. dijo que él era su primer amor y me narró las tardes en la facultad de Psicología, perdidos, en los salones. Luego, dejaba de contar y salía a verlo y regresaba un poco menos tranquila. "Ya se enojó, dice que hablo mucho de ti". Yo pensaba en cómo los primeros amores son los peores. A la tercera vez que salió pensé decirle: "mira tus prioridades, si quieres tu novio, vete con tu novio, si quieres escritura, pues quédate". Pero cuando regresó estaba histerizada. El novio se había ido. Ella queria correr detrás de él.
Me levanté y traté de tranquilizarla pero ella desistió. En eso, en la puerta, apareció Carreño, uno de los escritores de Monterrey y me gritó: "Maestro, felicidades por la beca" y fue un resorte porque apenas terminó de decir aquello, la chica terminó por empezar a correr hacia las escaleras. Carreño y ella se cruzaron en el camino. Luego recibí el abrazo que no mantuve y cuando fui a las escaleras ella ya no estaba. Regresé a las ventanas de la casa de la Cultura por donde se ve la explanada y el cabús de cola estacionado en una esquina y vi la luz del sol sobre los adoquines, los coches en la avenida, el venir de un tren del metro en la línea aérea. Recuerdo la sombra de la chica en el piso y cómo hacia el horizonte el sol se hacía más luminoso y me impedía ver. Le grité desde ahí, asomado la mitad del cuerpo por la ventana y ella se detuvo apenas un momento, un parpadeo quizá. Volvió a verme y luego siguió corriendo detrás de un novio que yo ya no podía ver -era tal la luz del sol-.
Cuando me metí bajé la ventana y Carreño seguía ahí, con su mochila donde juran los antiguos mete las galletas que se roba de las presentaciones de libros y guarda con los libros que vende y sus loables y aguerridas Rayuelas. Pero ya no le dije nada. Ni me despedí de él. Simplemente busqué las escaleras y salí de la Casa de la Cultura hacia otro rumbo.

Monday, November 08, 2004

Fusilamientos

"Me da vergüenza perder de esta manera, por eso pido disculpas a la afición pues solitos nos complicamos, sobre todo por los lesionados que tenemos y el que yo no esté bien tampoco ayuda, esto es una vergüenza." Eso dice Franco, el goleador del Monterrey, después del tiro a gol que fue ayer el partido del Atlante-Monterrey en el Azteca. Y recuerdo que le dijé a Mónica, así, con mucha emoción y alegría: qué te parece si en vez de la exposición de fotos nos vamos al estadio Azteca. Mónica titubeó un poco pero después, ya no sé si contagiada por mi emoción, dijo: me gusta, órale (esa es una de sus frases).

Así que nos fuimos en taxi hasta el Azteca Cañedo. Compramos boletos para platea baja, nos comimos unos tacos de crujiente longaniza con salsita verde o de alambre con su pimiento y rajas de cebolla asada y después entramos al estadio.
Los dos equipos peloteaban en la cancha en el ejercicio de calentamiento. Nos ubicamos, nos pegó el sol, platicamos, vimos cómo poco a poco la porra Tito Tepito del Atlante se ubicó detrás de la portería de sombra y mientras buscábamos afanosamente a la parra regia perdida entre esas estocadas de atlantistas que se desperdigaban a nuestro alrededor. Le decía a Mónica, vamos a ganar, somos un buen equipo, aguerrido, peleador y ella simplemente decía que pronto iba a caerle el sol y que quería una gorra.
Cuando el partido empezó yo estaba tranquilo. Finalmente iba a ver jugar a mis Rayados del Monterrey. No cansaban de alabar y decirle a Mónica de la valentía de Franco, la elegancia de Veiga, la juventud de Perez, la destreza de potro loco de Erviti, el tesón de Rotchen, las cualidades de vatos locos de Peralta, Serafin, el Alvin y finalmente la severa tranquilidad de Cristian Martínez.
Al final del primer tiempo, con tres atlantistas con tarjeta amarilla, una penalty regio fallado, dos goles en contra y un jugador expulsado por los Rayados le decía a Mónica, somos un equipo aguerrido, nos vamos a levantar; pero muy en el fondo sabía que era difícil. Ella ya nada más estaba acomodada muy bien en su asiento, con su gorra de plástico lila, viendo, como con la mirada perdida, el campo de juego y a un niño vestido de Superman al que luego fue y le puso bloqueador solar ante la mirada entre agradecida y nerviosa de la madre. Rayados no ha ganado de visitante más que una vez en todo el torneo. Además el señor atrás de nosotros me tenía enojado porque a cada rato nos decía codos (es que acaso los defeños no tienen más imaginación para criticarnos) y que eramos unas locas y que la ciudad era fea y yo pensando en navajas.
Dice la crónica hoy en espn que los goles en el segundo tiempo cayeron al minuto 47, 50, 55, 64 y 79. Yo nada más recuerdo ver el piso mojado por la cerveza y escuchar los gritos, y al Chamagol poniéndose esa gorra del Chavo de Ocho, y al señor atrás de nosotros gritar con la garganta acá, abierta, filosa, aguardientosa e imitando el acento norteño mientra decía: "Es que acá en la capital somos muy espléndidos, cuñao". Dice también la crónica que por Monterrey anotó Luis Perez al 57 y vaya que gritamos el gol. Caray, vaya que lo gritamos porque fue el único canto de esperanza en toda el partido. Claro, atrás de nosotros el señor dijo: "Huy, que miedo, ya nos empataron 5-1, ahora sí" y luego: "Pinches flacos norteños, no comen más que frijoles, tortillas y chile para no gastar" y yo pensaba, traemos el agua desde 600 kilómetros, estos se al roban de los estados de al lado.
Nos quedamos hasta el final. Los regios morimos de pie, me cae. Después, Mónica consumida por el sol y yo con los siete relinchos en el alma salimos del estadio a una explanada que me pareció más sucia que antes, más vacía, más muerta que nunca. Recogí mi mochila en el puesto de tacos, Mónica se encontró un monedero en las escaleras de un paso peatonal y nos fuimos de ahi a otra parte.
Dice que Franco que el partido fue una vergüenza. Dice Herrera que el equipo no mostró carácter, contundencia. Pregunta Mónica que cómo es posible si Monterrey dominó el balón todo el partido. Yo me pregunto simplemente un ¿Por qué? pero recuerdo al señor de atrás que, al momento de despedirse, dijo: Oye Panchito, nos vemos, que Dios te bendiga y al Chamagol poniendose su gorra del chavo del ocho después del sexto gol y diciendo: "No me lo tomen este gol a mal, fue sin querer queriendo" O "es que se me chispoteó.

Friday, November 05, 2004

Cuando nos tocó vivir

Abajo, en el cuarto piso, hay una discusión sobre en qué épocas nos habría gustado vivir. Alguien quiere ir en un trirreme por el Egeo, otra ser Cleopatra, uno más vivir en la década de los sesentas en Francia. Cuando me preguntan no dudo en decir: ser un persa en las cortes de Persépolis y Ectabana, ser un inmortal en la marcha hacia Sardes. Pero luego, ya mientras subo al quinto piso me quedo pensando y no, esta muy bien la época en la que vivo.
Los grandes pasos de la tecnología actual imagino que serán como balbuceos dentro de cuarenta años, (si es que vivo cuarenta años más) pero, para mi mundo, este mundo, me parecen sorprendentes. El celular, aunque no lo utilizo, me parece un aparato mágico. El internet es como una nueva forma de renacimiento italiano o de enciclopedismo Francés. Qué habrá pensando Diderot, D´Alambert y Voltaire cuando empezaban sus tomos de la Enciclopedia si supieran lo que ahora existe de forma virtual.
Me gusta también el rudimentario nivel que la medicina ha alcanzado desde las sangrías medievales pasando por la gastrocámara y nuestras actuales cirugias de corazón abierto pero imagino que todo eso quedará obsoleto en varios años más.
Si hubiera vivido, ya no en la edad persa, sino en la medieval, no tendría acceso al placer de la bicicleta, ni a los servicios hospitalarios. Claro, tampoco habría los males que vienen con el bien, pero caray, sería fabuloso vivir en una época donde sabemos la fisión nuclear y donde podemos enviar una sonda que atraviese siete años el espacio para dejar caer otra sonda en una luna de Saturno. Y de libros y obras, mejor ni hablar. Cómo sería la vida actualemente sin el llanto, sin la obra de basquiat, sin la lucidades de Saramago, o el realismo mágico de Garcia Márquez, sin Borges.
Yo sí mataría por haber podido leer al mejor premio nobel del 2065, o por haber podido ver el momento cuando el primer hombre llegue a Marte o cuando la nanotecnología podrá limpiar nuestras venas o cuando la gran fusión nuclear al frío sea posible como imagino que alguien atrás de mi podría haber matado por ver las Torres Petronas. ir en un avión, escuchar a Megadeth y los Beatles, comer nieve y subir por teleféricos.
La vida actual está formada de tantas pequeñas maravillas y milagros tecnológicos que al mismo tiempo son tan efímeros que serán desbancados en pocos años. Quién sabe qué novelas y poemas nos deslumbraran con el paso el tiempo, ni qué sorpresa tecnológica dejará de ser eso para convertirse en parte de nuestra vida, pero esa certeza de seguir en este tiempo aún al borde de la quimera, la piedra filosofal, el huevo de oro y al mismo tiempo de pensar en la inteligencia artificial y la conquista de la salud, mas no de la inmortalidad, me parece sorprendente. Así que este es para mí el mejor tiempo de estar en la vida, cuando las distancias, tiempos y dificultades se han acortado, pero no por ello siguen siendo distancias, tiempos y dificultades por romper.
Sobre los males. Siempre los habrá pero siempre tendremos la utopia. La Utopia no cambiará nunca.

Thursday, October 28, 2004

Punto y seguido

Escribe Luis Rosales en Diario de una resurrección.
¿No recuerdas que a veces encontramos una persona
cuya infancia podemos reconstruir
por una sola huella que queda en su mejilla
igual que un esqueleto puede reconstruirse por sólo un hueso suyo?
[1]

El inicio de cada libro es esa huella que queda en la mejilla, ese hueso solo a partir del cual podemos reconstruir una vida. Como si fuera un juego de adivinanzas o el enigma que escucha Edipo cuando se presenta una y otra vez frente a la Efigie, el inicio de los libros es la adivinanza, el conjuro, el secreto mejor guardado a partir del cual se desencadenará la trama.
Inicios de libros son incontables como las arenas del desierto. Cada libro necesita de ese berrido liberador, de ese golpe en las nalgas o el lomo para tomar aire y que la imaginación se desate. En el principio creó Dios los cielos y la tierra, dice el Génesis en la Biblia, pero más adelante, en el evangelio de Juan dice también: en el principio era el verbo y el verbo era Dios.
Sin palabra no existe la vida. Sin la palabra viviríamos en un mundo de sombras, de gestos que interpretaríamos más a nuestra idea e imaginación, como lo hace el caballero del libro de El castillo de los destinos encontrados, de Italo Calvino, donde el inicio de cada historia parte de la suposición que se da a partir de una carta.
“Uno de los comensales recogió las cartas dispersas, despejando buena parte de la mesa; pero no las juntó en una baraja ni las mezcló; cogió una y la echó. Todos advertimos la semejanza entre su cara y la cara de la figura, y nos pareció entender que con aquella carta quería decir “yo” y que se disponía a contar su historia.”
[2]

Desde siempre, la palabra nos ha reunido frente al fuego, después alrededor de las ágoras, a un lado de los caminos, en las tabernas medievales, en las cortes, en las ciudades, para escuchar siempre una historia. Y de esas historias relatadas con gusto nos han quedado vestigios que nos cuentan sobre las andanzas de un tal Rodrigo Díaz de Vivar, hasta las andanzas de Roldán en el Paso de Roncesvalles.
Y luego aparecieron fórmulas indestructibles para contar una historia como el: “Había una vez”, o el famoso pleonasmo que nos seduce y nos dispone a escuchar: “Érase que se era” Cada inicio de un libro es la resurrección de una vida. Las primeras páginas son ese aliento primigenio, ese soplo de divino.
Hay inicios condenados a ser sólo inicios, como los cuentos del libro Los misterios del Señor Burdik donde sólo tenemos el título y la frase inicial para soltar la imaginación. Por ejemplo el cuento que se llama “Las siete sillas” y cuya única frase es:
La quinta silla terminó en Francia.
[3]

Pero desde hace tiempo, el érase que se era… y el había una vez… dejaron de sorprender a los lectores cada día más predispuestos a la indiferencia. Ahora es necesario que el inicio se de como un mazo contundente, una garfio que nos meta de tirón a las acciones. Los largos prolegómenos donde primero se contaban sobre la ciudad donde vivían los personajes, luego la casa que habitaban, luego la descripción general de la familia, han caído en desuso desde lustros atrás. Ahora, nada como empezar matando, metiendo al lector a la acción. Un inicio rápido es el siguiente, escrito por Vargas Llosa en su novela de cadetes.
—Cuatro —dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias del vidrio.

Hay otros inicios de libros donde la tensión se presenta apenas hablan los personajes, apenas murmuran algo y nos atrapan. Por ejemplo en Contrapunto de Aldous Huxley:
—¿No volverás tarde?
Había una gran ansiedad en la voz de Marjorie Carling; había algo semejante a una súplica.
—No, no volveré tarde —dijo Walter, con la culpable y desdichada certeza de que lo haría.

Inicios que se pierden hay muchos, pero pocos pueden llegar a recitarse como una mandala. Son esas palabras de punta de partida las que nos han seducido como antaño y son harto conocidos que no puedo dejar de pasarlos por alto:
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha tiempo un varón…
[4]
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella mañana cuando su padre lo llevó a conocer el hielo.”
[5]
Y finalmente, el inicio mandala del libro mexicano más atrayente:
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté las manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerle todo.”
[6]

A veces los inicios venden su historia en las primeras líneas y entonces se crea un reto entre el autor por mantener al lector atento aunque ya casi le ha contado la historia y el lector acepta el reto para ver qué tanto lo sostiene. Por ejemplo, Paul Auster en El palacio de la Luna.
Fue el verano en que el hombre pisó por primera vez la luna. Yo era muy joven entonces, pero no creía que hubiera futuro. Quería vivir peligrosamente, ir lo más lejos posible y luego ver qué me sucedía cuando llegara ahí. Tal y como salieron las cosas, casi no lo consigo.
[7]
O bien:
El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque del obispo.
[8]

Inicios donde al parecer no se cuenta nada, pero se crea música, hay pocos. El más claro ejemplo es el que nos regala Alejo Carpentier en el Concierto Barroco:

De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de su plata recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, cromadas por una grana de plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas; de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las cucharillas con adorno de iniciales…
[9]

Hay otros autores que en las primeras páginas ya nos sugieren un dulce asesinato:
No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacia mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados.
[10]
Hay también inicios engañosos, como si el autor quisiera decirnos que un libro no está condenado a iniciar siempre en la primera página. El mejor ejemplo de esto es Rayuela, de Cortázar. ¿Dónde iniciar? Podemos hacerlo a la manera tradicional como lo dice el libro, con esa pregunta de:
¿Encontraría a la Maga?
O bien, podemos iniciar la lectura con:
Sí, pero quién nos hablará de fuego sordo, de fuego sin color que corre al anochecer por la rue de Huchette, saliendo de los portales carcomidos.

Así, cada libro se va reconstruyendo desde el embrión de una frase larga, desde la respuesta a una pregunta que alguien hace. Los inicios de los libros buscan simplemente capturar el momento de tensión de una vida que constantemente está tensionada. Intentan responder a preguntas que ya nos hemos hecho y a partir de ellas reconstruir el esqueleto de la novela. A partir de esas frases la vida toma su curso, los personajes se desenmascaran, nos muestran sus arrogancias, sus dolores, sus muertes premeditadas. Y sucede que a veces, cuando terminas de leer la novela, el cuento, cuando la historia te acaba de dar el último golpe, a veces se regresa al inicio de la novela y te quedas preguntando sobre la maravilla de que eso que leíste haya iniciado con las palabra mágicas de:
Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne.
O
Nada como matar un hombre.
O
—Te digo que no es un animal… Oye cómo ladra el Palomo… debe ser algún cristiano.
O
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía.

Todo libro parte del silencio y un buen libro vale por su inicio. Podemos enterarnos después de la historia. Luego podemos dar cuenta de Carolina Govea, o de un grupo de soldados americanos que pelean en la isla de Anopopei. Podemos después saber que la señorita Coldfiel odia a Sutpen o que Virgilio le pedirá a sus amigos que destruya el original de la Eneida mientras agoniza o enterarnos después de lo que piensa Nora García sobre el corazón y la música cuando regresa al pueblo al velorio de su ex-marido. Todo lo demás es hasta cierto punto intrascendente. Lo que verdaderamente importa es el inicio, esa canción que duerme a la bestia, ese conjuro que separa las nieblas caóticas de la imaginación. En el principio sólo era la oscuridad y cuando Dios dijo hágase la luz, se descubrieron las cosas. Mucho tiempo después algún hombre diría: hágase la palabra. Y al momento de decirlo, ya comenzaba a contar la historia, una historia que nos sigue seduciendo, conmoviendo: la historia de lo que es la vida con sus amores, dolencias y traiciones. Antes que nada, hay que intentar escribir buenos inicios, un inicio que nos permita reconstruir por una sola huella una mejilla, con una sola oración toda una vida. Si podemos hacerlo mereceremos, como dice Bonifaz Nuño, que al corazón nos apunten al matarnos.

[1] Luis Rosales. Diario de una Resurrección.
[2] Italo Calvino, El castillo de los destinos cruzados.
[3] Chris Van Allsburg, Los misterios del Señor Burdick
[4] Miguel de Cervantes. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
[5] Gabriel García Márquez. Cien Años de Soledad.
[6] Juan Rulfo, Pedro Páramo
[7] Paul Auster, El palacio de la luna
[8] Gabriel García Márquez Crónica de una muerte anunciada.
[9] Alejo Carpentier, Concierto barroco
[10] Javier Marías, Corazón tan blanco.

Monday, October 25, 2004

Breves informativas.

1. Se acabó el Encuentro de Escritores en Monterrey. Terminó así la gran manifestación del gremio de escritores y el boicot. Algo de mala organización y una deslucida participación de asistentes le dan mejor calificación al evento.
2. Acaba de salir, por estos meses, una excelente novela, ya he hablado de ella antes: "Un mundo infiel", de Julían Herbert. Editorial Planeta.
3. El viernes, en la mañana, fui al FONCA a firmar el convenio de la beca. Entregué las dos miserables fotografías mías tamaño postal. Luego regresé al Sur y a las seis y medio ya estaba otra vez a dos cuadras del FONCA esperando a Luisa para irnos a cenar al Daikoku.
4. En un juego vibrante en el primer tiempo, medio aburrido en el segundo, los Rayados le quitaron la racha invicta al Morelia de siete partidos sin perder. Los goles de Franco y Oribe Peralta permitieron al Monterrey llegar a 23 puntos. Ya quiero que sea 11 de noviembre para ir al Azteca al Monterrey-Atlante.
5. Katia se va. Su fiesta de despedida el sábado terminó a las cinco de la mañana. Elliot, la Peja, Edith, Verónica y demás desconocidos bailamos y cantamos hasta el ronquerío. Después a casa de Katia a dormir y a las once del mediodía, desvelados, con dolor de cabeza, a Coyoacán a comer caldo de pescado y camarones.
6. No lo pude ver, pero me hubiera gustado estar sentado en la casa cuando Mario Domínguez cruzó el tercer lugar el Surfer Paradise, en Australia, en la penúltima carrera de la Champ Car.
7. Que dice mi abuelita que siempre no. Esa cara debió de poner Bejarano cuando se enteró que siempre sí le van a quitar el fuero legislativo. La pregunta es ¿funciona en realidad la justicia mexicana o en "realidad" a quién le va a servir que metan a la cárcel a nuestro famoso modelo de panzita, cara con lentes y cinismo?
8. Boston tiene la serie 2-0 a favor. Ahora irán a San Luis, aunque sin Schiller, lesionado del tobillo.
9. Mi hermana quiere ir a la FIL. Me lo dijo por teléfono. Yo, pues vete. No sé si irá, pero espero que si.
10. Es lunes, bendito lunes. Mi credencial de elector sigue perdida y adivinen, si no la encuentro no podré cobrar el viernes. Tengo un semana para encontrarla. Por otro lado, es lunes, al siguiente lunes, Janell andará por acá. ¿qué extrañas aventuras nos esperan?


Monday, October 18, 2004

La inteligencia como racismo

A todos nos gusta que nos miren a los ojos, que no se cuchicheé a nuestras espaldas y aún más, que nos acepten en todas partes como Juan cuando entra a su casa. Pero lo cierto es que no siempre ocurren estas cosas. No siempre uno es monedita de oro como dice la canción de Cuco Sánchez y que después grabó como canción de batalla Gloria Trevi cuando estaba recluída en el Penal de Brasil. No, no somos monedita de oro. Pero no es odio hacia lo que me refiero. No. Sino al mutilado rechazo que la gente padece día con día. Rechazamos a los gordos porque son gordos, no queremos tener amigas gorditas porque nos quemamos, rechazamos a los indígenas mexicanos porque huelen mal y no son parte de nuestro México (ajá) y al mismo tiempo, nos rechazan por usar lentes, porque llevamos pants, nos rechazan porque no profesamos una misma religión o fe, porque le vamos al América o a los Pumas (yo le voy a los Rayados).
Rechazamos a los solteros consetudinarios porque siguen buscando pareja y a los solteros rechazamos en parte a los casados con sus hijos. Rechazamos a los pobres por jodidos, a los ricos por creídos. Y nosotros rechazamos igual. El arte del rechazo está bien asimilado en nuestra sociedad. Rechazamos a los nuevos porque no sabemos nada de ellos y en los trabajos, rechazamos a los que llevan años trabajando y que no han subido de puesto por x o y razón. Y ah, rechazamos a la gente que creemos no tiene talento y también, a la que no es tan inteligente como nosotros.
De todos los anteriores, los últimos dos rechazos o racismos, (la palabra en sí significa un rechazo y todo rechazo presupone un arriba y abajo, un blanco y negro donde yo soy negro y tú eres blanco) me parecen los más alarmantes.
No entiendo cómo, por ejemplo, en una iglesia, creyentes avezados pueden rechazar a creyentes que por una y otra cosa no avanzaron a la misma velocidad que ellos o a los que se les ocurre expresar con tal claridad sus faltas que asustan a los otros.
Pero igual que esta, usar la inteligencia como racismo es cada día, un poco más, una forma de ejercer un apartheid. Yo lo veo en los círculos de escritores cuando no se ejerce una amistad con subliminales y subterráneos, cuando fulano o mengano no ha obtenido la meritoria beca o el afortunado premio. A veces, si una persona no piensa lo mismo que yo, simplemente no entra a mi círculo y ahí mandamos al traste con la libertad de expresión. Si no entiendes al menos cabalmente las teorias de Heidegger o de Pascal, ni te me acerques.
Una vez, incluso, un amigo casi me mata cuando le dije que no sabía ni por asomo siquiera de chiripada, quién era Elías Canetti y ahora que murió Derrida, más de una puso cara de sorpresa cuando pregunté ¿oye y ese que murió, que hacía o qué? Luego, por ejemplo, si no eres licenciado ni te me acerques o si no eres de mi universidad, ve a tu a saber.
Creo que en el fondo, el racismo habla mucho de querer construir tu mundo. Rechazo a todos los que no son como yo para así llevármela tranquila, disfrutar mejor de la vida, etcétera. Y me parece criticable pero aceptable. Claro, lo mejor sería la indiferencia, pero esa nunca es completa. Pero en cambio, comparto y acepto la otredad para construir mi mundo me parece, al menos personalmente, mejor.
Lo otro. El miedo a lo otro. Es mejor aceptarlo y a no ser desechables. Eso es lo que pienso. Si yo no sé quién es Elias Canetti o no tengo la misma manera de aproximarme que tu a la poesía española del siglo de Oro o en sí, no puedo explicar de la misma manera que tú el proceso de revelación que debe de tener todo buen poema, puedes rechazarme en este momento. Es una generalidad. Y al momento de rechazarme, alguien te rechaza.

Tuesday, October 12, 2004

Cuando tenga 27 años

Hoy, mientras me desperezaba bajo el agua caliente en la regadera y vislumbraba por una ventanilla el cielo oscuro y el frío acechante en la calle, pensé que ojalá y hoy me contestaran del periódico El Norte sobre la columna que les propuse. Y pensado en eso, recordé no sé por qué, cuando en la preparatoria 7 Oriente, en una clase de Educación Motivacional o no sé qué diablos, terminé decidiendo que deseaba ser periodista o escritor. No lo sabía a ciencia cierta entonces, pero simplemente me imaginé de grande, como a los 40, sentado en un escritorio y escribiendo las columnas para los periódicos donde trabajaría, encerrado en mi biblioteca y afuera el campo (esa imagen ya fue explotada en uno de mis cuentos).
Y luego, ya seco, mientras me ponía los calcetines, subí las cortinas y vi que seguía el cielo nublado pero abajo, en las calles de la unidad habitacional, ya pasaba la gente y qué lejos me descubrí de esas aulas de la prepa 7 oriente de la Universidad.
Y bien, tengo ahora 27 años, tenía 17 entonces, mientras la profesora nos decía que había una carrera llamada Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras y si miro atrás, veo lo accidentada y feliz que ha sido mi vida. He tenido la fortuna de contar con una familia que le da sabor a esta vida. Mi papá es un hombre trabajador, que cuando quiere llorar por causa de una telenovela, se va al patio para que nadie lo vea. Nunca llegó a casa borracho, ni oliendo a cigarro pero sí con más trabajo para convertirlo en alimento para sus pollos. Mi madre cree en Dios, pero no es una religiosa de Dios. Se atiene a él con una fe que puedo envidiar. Hace tiempo que dejó de preocuparle lo que las demás personas digan y aunque a veces sigue desesperándose por la falta de dinero, me gusta verla cuando voy a casa y saber que duerme tranquila por al menos por unos días, todos sus hijos dormirán en la misma casa.
Jorge es el hermano que me sigue. Fue un misterio, un pleito constante. Pero Jorge también fue un hambre por saber que podía llevarme bien con él. (El D.F., creanme que ha hecho maravillas conmigo). Jorge todo un hombre de la construcción y yo un letrólogo. No había esperanza. Pero poco a poco hemos cimentado una buena relación que no termina en monosílabos.
De Ruth tengo una foto cuando ella tenía un año y yo como cuatro. Me consta que le ha costado trabajo salir adelante y aunque de pronto se pone el switch en of y se me descontrola todo y ve las cosas negras (es que le gusta coleccionar a veces decisiones no tan lógicas), siempre termina adelante. Es orgullosa y emprendedora y tiene un celo por que no la denigren ni la hagan menos que a mi me asusta.
Saúl siempre fue el más pequeño. Dientre de mugre, le decía mi tía Martha cuando Saúl no quería ir a hacerle mandados. Yo lo veo en esta época, feliz con ir a la iglesia, con su trabajo de medio tiempo, sus amigos. Jorge y yo siempre nos hemos medio preocupado por su vida social pero bueno, si el mucho no se la pasa mal, pues que le vaya bien.
Elda, ahora sí, que es la más pequeña. Cuando nació fue una sorpresa. Hay una foto de ella de cuando tiene un año pero la foto está mal. Le falta un brazo y no nos dimos cuenta sino hasta creo que varios meses después. Una vez imaginé cómo sería ir a la preparatoria donde ella estudiara y yo, ya como un buen escritor, a hablar sobre la literatura. Ese sueño se cumplió hace meses pero en lugar de ser preparatoria fue una secundaria. Elda estaba al fondo del auditorio mientras yo me aventaba mis choros sobre la lectura. Al final, me preguntaron: ¿es cierto que eres hermano de Elda Ramos? Asentí y empezó el chiflerio.
Una ves vestido, fui a la cocina y me preparé los modestos desayunos del día. También pensé en mis amigos. Dicen que los amigos se cuenta con la palma de la mano y yo estoy agradecido con Dios porque me dio más de una mano: Raul, Josué, Gándara, Gerson, Daniel de la Fuente, Victor Hurtado y Daniel son mis mejores amigos. Aquí en el D.f. puedo decir lo mismo de Rodrigo.
Amigas, ellas sí son más, pero cercanas siento a Elida, que viajó más de mil kilómetros en auto sólo para mi cumpleaños, a Lili, a Mónica Morales, a Janell, a Xochitl, Blanca, Diana,a Irazema, Claudia y Marlen.
Gente que quiero y estimo hay muchos como Cordelia, Claudia Esparza y Lozano, Aude, Alfredo y Mario Carrasco Teja, Fabiana, Liliana, Yeso, Manuel Valdivia, Gabriela, Manuel García, Jorge Silva, Aneida, Dora, Socorro y Efraín, Fabían y Hernán.
Luego, ya caminé y salí. Me gusta ese trayecto de salir de la unidad habitacional y caminar por la calle arbolada hasta Periférico. A veces veo a los niños cuando entran a la escuela y cuando paso por el paradero de las micros los choferes casi siempre estan alrededor del carro donde un muchacho vende tamales y atole caliente.
Así que me dediqué a escribir. Simplemente a eso. Me dediqué con intención y método. Salieron primero intentos de poesía en honor a Diana y luego una etapa surrealista y finalmente, un día, me dediqué a escribir mi primer novela histórica y última, que se perdió en un viento fuerte que desperdigó todas sus hojas en una calle. Primero Raúl Silva me tallereaba mis cuentos. Luego Manuel. Manuel me decía, a ver Toño, vamos a ver y empezaba la carnicería. Luego, tuve la suerte de encontrarme en el camino a Eduardo Antonio Parra en en el taller de narrativa que él coordinaba en la casa de la Cultura. Fue como en 1996 y apartir de entonces fue camino obligado que todos los sábados a las 10 de la mañana ya estaba ahí en el tercer piso de la estación del golfo tallereando mis textos con Parra. No falté en dos años ni un sólo sábado. Parra llegaba en su golf roja, hacía unos cenizeros con papal y se tomaba como dos litros de coca mientras trabajábamos. Animado por él, decidí dos cosas: dar una taller de narrativa en la casa de la cultura y meter una solicitud de beca para el FONECA. Ambas cosas se dieron. El taller duró un año, con dos jovenes escritores cada viernes por la tarde y la beca duró lo mismo. Fue en el 98 cuando Parra me habló por primera vez de El Panteón, el mítico grupo de escritores de Monterrey. Aún recuerdo la mañana cuando le dije a Raúl, compay, me aceptaron en El Panteón. Toscana, Hugo Valdes, Ruben Soto, Parra y yo, nos juntábamos primero en una casa en Padre Mier y luego en otra en Modesto Arreola. Casi al mismo tiempo empecé a trabajar en el Conarte como encargado de almacén. Víctor fue determinante (otro de quien he aprendido mucho), en eso. Luego llegó la beca del Centro de Escritores de N.L. (Ruben me decía en broma, hasta que no tengas esa beca no eres del Panteón). Después las cosas han ido demasiado rápidas y muy prontas, la beca del centro mexicano de escritores fue un cometa raro, el premio nuevo león un dado ganado a la suerte y el ahora, la beca del FONCA, algo que respalda que debo de seguir trabajando. Ya me siento muy a mis anchas en el mundo literario regiomontano y aunque no es mi intención, creo que solitas las cosas se darán para sentirme a mis anchas también en el mundo literario defeño. Pero sigo escribiendo. No se me olvida. No me la creo. O al menos eso me repito.
Cuando tenga 27 años, creo, sabré que Cristina Aguirre y Diana y Mónica, amores frustrados, quedaron atrás. Sabré que Karla y Sonia, amores bien vividos, también quedaron atras. A los 27 años me descubriré en una plenitud sabrosa y latiente, con buenas amigas y amigos, con posibles relaciones en el futuro y libros. Sabré que no debe de tardarse más el libro en Nuevo León (Garrido debe de darle ya la última revisada al borrador) y aunque habrá días buenos y malos y los mayores dolores y los mejores triunfos, y las mejores alegrías y tristezas y los mejores amores, etcétera, aún no asoman en el horizonte pero yo ya estoy aquí, como hace diez años, sentado, esperando a decir. Ok, vengan. Mi Dios es uno y está vivo. Yo soy uno y sigo hasta que Él lo decida. Tengo mis palabras, mi familia, mis amigos y amigas, tengo mis silencios y mi deseo. Los estaré, como siempre, esperando.




Friday, October 08, 2004

About weddings

"Yo no lo sé, de cierto, lo supongo, que un día un hombre y una mujer se van quedando sólos, solos se conocen, se unen." Algo así dice Sabines en uno de sus libros. Me parece una sentencia verdadera pero no una sentencia justa (versos, dirían los demás, versos).
Pero la gente se casa. Andamos ahí, solitarios como nacemos, y un día, sin que uno se de cuenta, comienza toda la maquinaria del amor, feromonas, alma, etcétera y empezamos a contemplar la broma primero, el miedo después, la duda más adelante, la certeza final, de que hay que esa mujer a tu lado, ese hombre, es con el que te vas a quedar, con el que vas a dormir y despertar y llorar y reir en resto de tu vida. Yo no sé cómo es que terminamos pensando eso a fin de cuentas, pero ahi estamos luego, en los preparativos, ensayos, en el cotejo de presupuestos, en la búsqueda de viejos amigos y amigas. Ahí estamos despúes en las despedidas, en el nervio, en no dormir la noche anterior, en la terrible decisión de las invitaciones. Por que luego pasa que no se casa uno o una, no, para nada. Te casas tú y toda tu familia. El hermano busca su traje, la hermana el vestido. Rebuscan en el alhajero pendientes y collares. La madre y el padre lloran secretamente en los rincones o hablan en secreto en las noches pensando que su muchachito o muchachita, se va a casar.
Y al día siguiente es el orden o al crisis: aguardar la llegada de la novia, oir el llanto del sobrinito o hija que se aburre, el paso nupcial, las sonrisas, la prisa. Luego sucede que el día de la boda resulta ser el más efímero del mundo porque lo vives aprisa, aprisa, corriendo de un lado a otro.
Yo no me he casado. Pero muchos amigos y amigas sí. Yuri expuso una película flash el día de su boda donde hablaba de su amor por Nancy. Parra y Claudia tuvieron más de treinta testigos cuando se casaron en aquella casa por el Desierto de los Leones. Josué y Laura andaban más nerviosos que ellos mismos e incluso, al final, tuve que manejar el auto de él porque no había pensado quién se lo iba a llevar. Héctor andaba todo nervioso cuando se casó con Chelis y recuerdo que ni le salían los pasos pero ah como bailaban todos los hijos de mi tía Mite en la pista: bien apertrechados con sus sombreros, hebilla comalera y botas con punta de plata para que se viera más finol. Cuando Irazema se casó la boda se retrasó porque antes, en la catedral, hubo un bautizo. Diana y Mario, en cambio todo tuvieron en orden y recuerdo cómo bailaban y cómo ella lo miraba mientras iban de un lado a otro en la pista. Mi tío Vidal, al casarse, le cantó una canción de amor a mi tía Silvia y mi tío Ruben anduvo baile y baile en día de su boda en el rancho mientras mi tía Lula descansaba del tratongo. No fui a la boda de daniel de la Fuente pero sí a la Gerson y por otro lado, cómo me hubiera gustado ir a la boda de mis padres, (habría sido socialmente negativo si efectivamente ya estuviera ahí para cuandose casaron).
Bodas, bodas, bodas. Inicio de una vida, fin de otra. Sólo puedo decir que hoy es viernes. No es el fin de semana lo que inicia. No es viernes social lo que esperamos. No. Lo que esperamos son todas las filas de carros nupciales, todo el desfile de pasarela en la iglesia, toda la felicidad contenida en las mesas. Hoy, que los novios y novias tomen por asalto sus iglesias, salones de baile, estudios de fotografía y que llenen las calles de novias y hombres vestidos de frac. Que lo hagan y ya. Esa también es una forma de ganarse el cielo.

Thursday, October 07, 2004

dos novelas del norte, un libro de cuentos y Bolaño

Tal vez hace diez años, cuando en el centro del país, en las editoriales, en los consejos de cultura, se preguntaban por autores del norte, no tenían más que hablar al INBA y preguntar por ellos y el INBA les diría número y direcciones de autores del norte que misteriosamente, se encontraban todos en el D.F. Autores como Carlos Montemayor, Felipe Garrido, Ignacio Solares. Gabriel Zaid o Rafael Ramírez Heredia, nacidos todos ellos en el norte, representaban y no, a los autores de esta zona del país; pero el norte, propiamente, no se encontraba con tal fuerza en su obra. Había otros autores, como Daniel Sada y Jesús Gardea (Chihuahua ha dado grandes autores) cuya obra reflejaba este norte utópico, asoleado y lejano, con sus ciudades perdidas en el desierto y a quienes se les llamó autores de la Literatura del desierto.
Pero eso pasaba hace más de diez años. Luego, los escritores del norte empezaron a salir debajo de las piedras, fueron vistos mientras bebían en los ojos de agua y muy pronto, reconocidos y publicados. Toda una fauna y flora salió entonces y tomó por asalto el d.f. Eduardo Parra, Luis Humberto Croswhite, Rosina Conde, Cristina Rivera Garza, David Toscana, etcétera, le dieron forma a este disierto, desdibujaron la ciudad y la noche para volver a presentarla con otras palabras y otras técnicas.
Hoy, la nueva generación de narradores del Norte ya comienza a despuntar mientras que la generación vigente, los nacidos en los sesentas, mantienen ese paso sostenido. Recientemente Heriberto Yépez, Julian Herbert y un sorprendente libro de Luis Felipe Gómez, han surgido como lo más nuevo de los escritores del norte. La novela de Heriberto Yépez, "El Matasellos" trascurre en una ciudad que podríamos denominar norteña y aunque se mantiene alejada de lo metalinguistico y espacial del norte, hay en ella los rasgos clásicos del norte, la frontera, las ciudades enanas. Julían Herbert, en cambio con, "Un mundo infiel", trae ante nosotros más de lleno este nuevo norte con sus traficantes, sus trenes que parten a la frontera, la infidelidad y por qué no, el hastio de vivir en el Norte, donde la violencia aún anda silvestre. Julian Herber retrata de manera magistra a Saltillo y de alguna manera, por primera vez vemos a Saltillo como ciudad literaria y no de paso y es ahí donde la novela se desarrolla, dándole forma a una forma de vida, a una manera infiel o fiel de ver la vida.
Finalmente, Luis Felipe Gómez, presenta un estupendo libro de cuentos, donde el lenguaje es elemento vivo, donde las prostitutas, traficantes y la noche, toman por control las páginas. Luis Felipe tiene claras influencias de dos decanos del norte: Daniel Sada en cuento al manejo del lenguaje y Eduardo Parra en cuanto a la construcción de atmósferas. Pero influencia no es lo mismo que imitar y los cuentos de "Todos los santos de california", otra vez descubrirnos otro norte, son sólidos y como dice Roberto Arlt, pegan como un jab a la mandíbula.

Al fin, Roberto Bolaño. El chileno tiene en su libro "Putas Asesinas", un cuento muestra en toda su cabal magnificencia lo que es ser del Norte, lo que es las casas llenas de polvo y sol, el fastidio del calor, las vida sin línea ni destino. En "Gómez Palacio" asistimos a ver a un joven escritor que va a Gómez Palacio a dar un taller de literatura. Es un cuento magnífico como muchas de las obras arriba descritas. En todas ellas el norte respira, vive, se convulsa. Es una buena manera de saber que los autores del norte aún tienen mucho que decir y no son parte de una moda que imagino, muchos del centro ya quieren que desaparezca.

Wednesday, October 06, 2004

Por la mañana

El día empieza bien cuando recibes mails afectuosos y tienes junto a la computadora el clásico tamal de mole y el atole hirviente de chocolate mientras afuera sigue nublado.
Usualmente el amanecer suele ser lo más fastidioso del día, pero a últimas semanas me descubro levantándome antes de la cuenta y llegando temprano al trabajo. No sé en dónde radique tal proceso evolutivo, pero recuerdo cuando estudiaba comunicaciones en la UANL, allá por la Loma Larga y apenas abrir los ojos era pronunciar la primera maldición del día.
Y ahora, pensando el mis amaneceres, se me va para siempre lo que pensaba escribir sobre tacos y desayunos. No es la forma como duermes sino como amaneces. Puedes dormir cayendote de borracho (eso es tan placentero) o de cansancio. Cuando viajo de noche me tomo mis tres pastillas para dormir y no abro los ojos hasta que, afortunadamente, el autobus va bajando a Monterrey y veo la capa de smog (los regios siguen pensando que es neblina, jajaja).
Nunca he amanacido sin saber qué hice la noche anterior. Por otro lado, me gusta despertar en casas que no son mi casa. En un hotel en Taxco desperté y cuando abrí la ventana las calles empinadas y angostas estaban cubiertas de niebla (esa sí era neblina, me cae) y no faltó la señora con su bolsa para el mercado en la mano. Una vez, después de la única panteonada que hicimos los del Panteón, desperté en el rancho de Hugo y me leí Aura mientras aguardaba a que Parra y cia se despertaran e hicieran el desayuno. Claro, cuando despiertas con tu mujer al lado es mejor aunque aún no sé lo que es despertar aparte de con tu mujer, con tus hijos envueltos en las sábanas.
Hay despertares odiosos, cuando sabes que el día que viene será terrible. Es como una premonición porque apenas abres los ojos ya te vino la palabra asesina a la mente y te rompe la tranquilidad y a partir de ahí el día se convierte en una espiral de fastidio y terror.
Amanecer frente al mar es delicioso a pesar de la arena y del frío o los moscos en la madrugada. El sol se levanta perezosamente pero después, en una fracción de segundos se elevan como globo aerostático. En las mañanas se han ganado batallas y perdido imperios. En las mañanas se han perdido amores y se han consolidado otros. Quisiera saber qué pensó Napoleón esa mañana cuando el duque de Wellington lo derrotó a Waterloo o las palabras de Antonio Machado cuando llega al pueblo donde ha muerto su madre.
Mañanas, inicio del desastre, nacimiento de la esperanza. Yo creo que el día empieza bien cuando recibes mails afectuosos y tienes junto a la computadora el clásico tamal de mole y el atole hirviente de chocolate mientras afuera sigue nublado. Todo lo demás, es como espejismo.

Tuesday, October 05, 2004

Retratos familiares II

Cuando conocí a Daniel de la Fuente y Claudia Lozano no pensé que con los años se convertirían en parte de los mejores amigos, ni que asistiría a su casa a ver a su hijo recién nacido y menos, mucho menos, que cuidaría a ese hijo en la ciudad de México. Así sucede, creo, con las grandes amistades. Haces clic con ellos de golpe, sorprendentemente de porrazo.
No recuerdo qué mes de ese verano, julio, agosto de 1997, cuando me dieron el 2 lugar del premio de literatura joven universitaria de la UANL. Un amigo me dijo: felicidades Toño, por tu premio. Yo ni enterado estaba pero ya había salido en el periódico y toda la cosa. Asi que ahi estaba el día de la premiación. Jak Zúñiga había ganado el primer lugar y Renato Tinajero el tercero (al siguiente año yo tendría el tercero y Renato el primero y un año después yo el primero.) Nos sentamos en la mesa en la sala minuscula con sillas plegadizas. Don Celso Garza Guajardo leyó el parte de guerra, el número de participantes y luego cada quién procedió a leer un fragmento de cuento o del poema ganador. Jack leyó algo muy padre, luego me aventé un discuriso breve de cómo había salido el cuento y al final Renato leyó parte de su "Desesperanza".
Luego vino la ceremonia, el bello momento de los cheques (me compré mi primer máquina de escribir con ese dinero y llevé a mis padres y a mi hermana a comer helados). Y luego me descubrí solo.
Cuando salí del departamento, ubicado estratégicamente en el interior del estadio universitario, no había nadie en el estacionamiento. Caía un sol típicamente regiomontano y a lo lejos, entonces, vi a Daniel y a Claudia. Me apuré y los alcancé. Nos fuimos platicando hasta Leyes sólo por hacernos compañia. después, cada que me lo encontraba, Daniel me preguntaba por mi "obra". Lo sigue haciendo pero ahora ya somos distintos y nuestra amistad es más fuerte. Este es el pequeño retrato que hice de él:

Daniel

Grande como un oso, Daniel se tira en el sofá de su casa y observa la televisión. Es la única cosa decente que alguien como él puede hacer después de lidiar todo el día con la burocracia cultural del estado y con las divas y divos que pululan por la pequeña y regia ciudad. Sus manos son grandes pero con ellas puede abrir con tranquilidad unos tacos y acariciar a su hijo. No juega boliche y su más grande sueño como el de todos es: ya no tener que trabajar. Cigarro en mano, mordaz por naturaleza, devorador de nieve baskins robins, Daniel escribe poesía. Ha imaginado un mundo que se me antoja inabarcable. A veces quisiera tener los mapas de esa tierra desolada y verde donde habitan sus personajes pero mantiene el mapa escondido entre los archivos de su computadora. Aún no lo termino, me dice. Estoy apenas formando el cielo, me comenta irónico mientras enciende otro cigarro y lanza la mirada a la calle con un dejo de impaciencia. Así son a veces los dioses cuando crean vida. Daniel mantiene la batuta de lo inasible mientras Patricio, su hijo, estaciona todos sus carros en la sala y Claudia, su esposa, lee la última poesía de un autor desconocido que vive en un mundo de tierras desoladas y verdes, de una tierra sin mapas, perdida entre los archivos de una computadora.

Friday, October 01, 2004

Causas y azares

No es para habitar una casa que construimos una casa
no es para quedarnos en el amor que amamos
ni morimos por morir
sucede que tenemos sed y paciencia de Animal

Juan Gelman.

Monday, September 27, 2004

Muñecos de nieve.

La forma de la nieve


—Esta ciudad no es para muñecos de nieve. ¿Qué no ves el sol? —le contestó al niño y después, arrepentido por su osquedad, Patricio agregó—, ya veré si consigo uno, —y se quedó callado mientras afuera la tarde declinaba envuelta en la tibieza.
Uno de los deseos de Patricio era ver un gran muñeco de nieve. Cuando inusualmente nevaba en la ciudad, acudía a los cerros a estregar la poca escarcha caída entre las rocas. Juntaba bolas, trozaba varas y construía un muñeco que resultaba flaco, sucio, muy lejos de sus aspiraciones. Hacia mucho que no pensaba en ellos hasta que su hijo le preguntó: ¿papá, haremos muñecos de nieve el veinticuatro? y Patricio sólo pudo recordar la ciudad invadida por el calor, el tumulto en los almacenes para realizar las compras navideñas, el bochorno apretado entre los coches, ese sol nervioso azuzando el fastidio.
—Con este calor las fiestas ni saben, —dijo sin ganas y fue por una Indio al refrigerador. Sacó la botella y apenas dio un trago se arrepintió. La cerveza estaba tibia.
Abrió la nevera para guardarla. Ahí se enfriaría más pronto. En algunas partes del congelador el hielo formaba estalactitas y una capa de escarcha frágil pendía del techo. Cuando comenzó a raspar el hielo, primero con los dedos, pensó en las aceras calientes, el asfalto tibio, el cielo sin rastros de nubes. Después fue por una cuchara. Caían indecisos los copos a cada restregón. Cuando juntó un montón de nieve la apretó con las manos y éstas se enrojecieron. El niño regresó a la cocina y le preguntó. ¿Qué haces? Lo miró de reojo mientras el frío del congelador le pegaba en la cara. Sentía las manos duras, rojas por el hielo y los brazos se le entumecían a causa del aire helado. Comenzó a darle forma a un muñeco. Primero hizo una bola grande que cupo en su mano entrecerrada. Luego formó una pequeña y finalmente una más chica y las encimó
Fue a la recámara, arrancó un botón de una camisa y cortó una cinta de sus tenis viejos. Cuando regresó, su hijo permanecía inexpresivo frente al refrigerador. Cuando el hombre prendió el botón en la figurilla y anudó la cinta al cuello, el niño acercó una silla, subió y vio. Sus ojos se agrandaron cuando encontró al muñequito. ¿Cuándo fue la última vez que nevó? se preguntó Patricio mientras veía al muñequillo solo entre algunos montones de escarcha que ocultaban unos trozos de carne y la bolsa con las verduras refrigeradas.
—Te hice un muñeco de nieve, —le dijo mientras salía el aire helado del congelador, como una fumarola que pronto se descomponía en el aire de la cocina.
Animado, comenzó a formar más muñecos. No se percató cuando su hijo se marchó pero lo escuchó subir por las escaleras. Formó cuatro hombres más. Se veían felices ahí dentro, cobijados por el frío. Uno de ellos, el más próximo a la bolsa de verduras parecía estar inmerso en sus propios pensamientos. Los otros sonreían como si estuvieran en una fiesta.
El hombre no quiso cerrar la puerta de la nevera aunque el calor entraba a bocanadas. ¿Cuánto aguantarán? se preguntó mientras pasaba un trago de cerveza. Entonces el niño regresó. Llevaba unas gorras de papel lustrina en las manos.
—Es para que no tengan frío, —le dijo.
Entre ambos las colocaron a los muñecos y éstos parecieron abrigarse con felicidad, sonreír, contentos porque el sol allá afuera, bloqueado por dos cabezas gigantes, nunca descongelaría su mundo donde los trozos de carne de la cena semejaban riscos para escalar y la bolsa de verduras, una gigantesca montaña verde donde no tardaría en caer más nieve.