Wednesday, January 31, 2007

La camioneta del hermano Manuel

Me pregunta Raúl qué recuerdo de los ocho años. Me quedo un momento pensativo y le digo: "Ah... recuerdo que todos los domingos íbamos a la iglesia. Salíamos de la casa y caminábamos hasta Churubusco y Ruiz Cortínes. Ahí tomábamos el ruta tres para bajarnos en la Universidad y de ahí, caminábamos todavía como seis cuadras para llegar a la iglesia.
¿Y ya, eso es todo? me vuelve a preguntar decepcionado.
Mmm... no, no es todo. Había veces que ya en el camión, detenido frente a algún semáforo en rojo, veíamos al hermano Manuel en su camioneta blanca con vivos rojos. Y entonces, por la sorpresa, desde el interior del camión empezábamos a gritarle, a decirle que ahí íbamos. Y nos bajábamos de inmediato armando un caos en los pasillos del urbano, ante la mirada burlona o sorprendida del resto de los pasajeros. Bajábamos felices, los cuatro chiquillos y nos subíamos a la camioneta del hermano. Ahí íbamos en la caja trasera de la camioneta con el aire pegándonos limpio y fresco en la cara, moviéndonos los cabellos, con el corazón feliz de ir con los amigos.
Raúl vuelve a poner cara de interrogación. ¿Y cuántas veces les dio raid?
Uy, no recuerdo, pero fueron muchas veces. A veces le gritábamos desde el camión en marcha y años más tarde, el hermano nos contó que cada que entraba a esa avenida, su esposa y sus hijos, venían con el ojo bien alerta para ver si nos encontraban en el camión. Y entonces él sonaba el cláxon de la camioneta y así nos dábamos cuenta que iba por ahí.
Raúl hace un gesto de uy, qué interesante. ¿Pero qué más recuerdas?, insiste.
Entonces pienso bien qué quiero leer de mí dentro de treinta años cuando llegue a este post y le digo, me digo ahorita:
Recuerdo el aire en la cara, el aire pegándome con toda la infancia posible.

Monday, January 22, 2007

El cuento está en las quesadillas.

Todo el domingo el señor Genaro estuvo en casa de O arreglando los desperfectos del sanitario. Las gatas sólo miraban entre indiferentes y curiosas al hombre o bien se echaban en el sillón a limpiarse el pelo. Además, O tenía dolor de cabeza. Yo me dediqué a embrutecerme tres horas en la computadora, en un juego de estrategia de cuyo nombre no quiero acordarme. Después me dormí. Caí en un sueño pesado, caluroso. La música de la vecina, canciones gruperas viejas, casi nostálgicas, me borraron todos los sueños y me dejaron sólo un sonsonete vacío de que aún no me recupero. Al despertar, pensé que ese domingo no tenía, a esas alturas, nada de espectacular.
Pero me desperté. Pensé que también ese podía ser un buen cuento, si tan sólo le alcanzara la belleza al momento. Y me detuve en el pasillo, con la mirada de Mía, una de las gatas, fija en mi lentitud, en mi sueño, en mi búsqueda de la belleza en ese pasillo de paredes verdes y con la puerta del sanitario abierta. Entraba poco aire. Olía a cemento. De la sala escuchaba el tecleo de O en su computadora. La casa: un desastre. (más tarde, a eso de las seis y cuarto, nos embarcaríamos a la compra de espejos, cojines, tapetes y cosas pero aún no era la hora). Caminé a la sala y pensé: qué calor hace, mañana es lunes, hay tutoría, tengo que ver a Emiliano. No pensé nada más mientras, aburrido, me sentaba junto a O y la miraba jugar al mismo juego de estrategia de cuyo nombre no quiero acordarme. ¿Y dónde está la belleza? ¿Dónde está el cuento?
Veía jugar a O y no encontraba nada. Después me levanté, fui al baño, salí y me puse en la cocina. El día anterior, en una cenita breve, O y yo habíamos comprado cosas para una buena velada y entre ellas, un queso con chipotle. Y me acordé que una vez, en una fiesta, para calmar un pleito, me puse a cocinar quesadillas para mis invitados quienes comían y se miraba a matar, después volvían a comer y después se miraban a matar. Tal vez la belleza esté en las quesadillas, pensé, el cuento esté en las quesadillas. Y me puse a prepararlas mientras O seguía jugando y entraba el sol por la ventana y las gatas se lamían la pelambre. Y después me comí la primer quesadilla. Y me sentí contento. Sï. Ahí estaba, inimaginablemente, el momento bello del día.

Monday, January 15, 2007

Dedos enchilados.

De regreso de Monterrey la vida vuelve a encauzarse: voy a la Fundación, intento escribir, como con los muchachos, O y yo vamos al cine o tenemos la enésima charla sobre si ir o no ir un fin de semana a un antro. Y, también, cocino. En vistas del futuro poco alentador que tenemos, un futuro en términos económicos, claro, decidimos ya no comer fuera. De ahora en adelante nos vamos a preparar lonche. Así que ayer anduvimos todo el día de compras en el mercado o el super mercado. Compramos empanadas de pollo rellenas de jamón y queso, unos filetes de mojarra, algo de mole verde, de pipian, espaguetis, salsas ragú, hongos.
Es increíble cómo el proceso de cocina empieza desde la selección de las verduras, cómo la imaginación culinaria parte desde el momento que ves un tomate rojo, abundante y sano en medio de la bola de verduras. Así que nos fuimos a casa a cocinar. Ya teníamos mucho con ganas de hacer chiles rellenos. Ok. Nunca había hecho chiles rellenos, acaso había ayudado pero hasta ahí. Así que, como todo cocinero inexperto que se preste de inexperto, sólo nos quedaba una opción: hacer como que sabíamos y a darle, claro, previa llamada a nuestras madres respectivas.
Primero pusimos los chiles poblanos sobre la lumbre para despellejarlos mientras hacíamos el relleno con carne picada, salsa ragú, sal, pimienta, ajo y orégano. Después sacamos los chiles y los metimos en una bolsa para que sudaran mientras batíamos la clara de huevo. El procedimiento nos llevó algo de tiempo pero al final, una vez que le quitamos las semillas a los chiles y los rellenamos con la guarnición y los pasamos en harina para después depositarlos en la clara de huevo, tuvimos nuestro primer chile poblano en el plato.
¡Qué bárbaridad! Los desgraciados picaban como ninguno. Pero qué ricos quedaron. La verdad es que verlos bien dorados junto al arroz y con tortillas medio endurecidas por el calor resultó una grata experiencia. El sabor estuvo en su punto. Todavía traigo los dedos enchilados. Cosa que toco, la enchilo. Suda mi botella de agua del apuro. Sufre el teclado mientras lo utilizo para escribir este post. Y claro, sufre mi toper en el refrigerador donde guardos dos de esas bombas deliciosas, adictivas y altamente peligrosas.

Tuesday, January 09, 2007

Retratos Familiares

Heidy
Yo seguía ignorándolo todo entonces, pero cuando encontré a Heidy en uno de esos nudos del camino comencé a entender algunas cosas. Con ella entendí que nada vale más que una buena sonrisa y que es posible dialogar en lenguas desconocidas aún y cuando no tengas idea de lo que dices. Con Heidy en esa oficina del ILCE, donde la mayoría eran desconocidos, lograba sentirme en casa. No conocí entonces persona más dispuesta a la amabilidad y al corazón que ella. A veces se hacía la mala y decía con un aire autoritario que no le salía: “Sí, soy mala, mala y qué”. Otra de sus frases era: “a verdad”. Y yo me divertía mientras leía lo mismo a Zweing que a Ignacio Manuel Altamirano. Una vez me dijo que le recordaba a su hermano. No lo sé. Tal vez no le recordaba a su hermano pero algo había que nos hacía buenos compañeros de trabajo y buenos amigos. Junto con Luis, su pareja, y otros amigos, nos íbamos al cine o a cenar y era sorprendente cómo ambos se conectaban para las bromas y la seriedad. Siempre elegante, con la sonrisa dispuesta y la broma que aligeraba la larga mañana de trabajo, a veces Heidy llegaba a mi cubículo y me hacía reír. Le gustaba pintar y siempre tenía un cuadro pendiente por acabar. Una vez me dibujó y fruncía el seño porque mi imagen no le salía. Yo recuerdo y recordaré por siempre su pelo corto peinado por en medio, sus lentes negros, cuadrados, su sonrisa sin emboscada. Luego, cuando se iba, yo le decía en broma: “no te vayas, no te vayas”. Ella se detenía un momento, miraba por la ventana y decía: “pero a quedar. A verdad”. Y se iba. Así es como se va la gente que siempre importa, en medio de una sonrisa que te deja limpio el corazón.

Don Rafa

Llego y no encuentro a don Rafa en la puerta del edificio. Además, no tengo agua y el recibo de luz me espera tras la puerta. Al par de horas salgo y la silla donde se sienta don Rafa sigue vacía. Me preocupo. Al día siguiente veo a la esposa del portero. ¿Y don Rafa? La mujer nada más suspira. Ay, joven, fíjese que se nos enfermó. Si, feo, en los días de fiesta. Le dio una cosa en los pulmones y se le complicó con una enfermedad en el corazón. Ay, joven.
¿Y sigue en el hospital?
No, joven, ya salió. Está allá arriba, en la casa, recuperándose.
Ah, pues, qué bueno, eso quiere decir que está mucho mejor.
Pues sí, joven, gracias a Dios ya está mejor.
Al rato subo y lo veo.
Ándele, joven, ándele, le dará mucho gusto.
Don Rafa. Al rato subo y lo veo. Me abre la señora. Encuentro a don Rafa acostado en la cama, el cuerpo robusto, la mirada un poco desmejorada. Pero sonríe al verme.
¿Ya llegó?
Sí, le contesto mientras veo su casa.
Y llegando y chingado, eh... así debe de ser.
Y me empieza a contar cómo le fue. Y yo nada más lo escucho. Atento. Es lo menos que uno puede hacer cuando otro te cuenta sus enfermedades. O sus tristezas.

Monday, January 08, 2007

Las cosas cursis de la prepa

Ah... las cosas cursis de la prepa. Recordábamos muchas.

Cuando fuimos a Mina Nuevo León, todos grabamos nuestros nombres en unas piedras. Dijimos que volveríamos.

En cierta ocasión, decidimos meternos a un arroyo entubado por agua y drenaje. Salieron cucarachas blancas junto a unos desagües. Las alcantarillas a ras del suelo nos dejaban ver la panorámica de las hormigas. A mitad del camino, alguien nos gritó: "qué hacen ahí, pendejos". Ángel contestó: "chinguen a su madre". Y después apagamos las linternas y huimos en la oscuridad.
Mónica era fan de Selena y siempre vestía como ella. A veces le decíamos que cantara. Y cantaba. Sin embargo, uno de los sucesos más importantes fue cuando la casa de su tía se incendió. Ahí vamos todos a apagar el fuego. Adentro las llamas se habían comido paredes y muebles. Yo estaba con una tina muy cerca de fuego y escuchaba cómo tronaba la cristalería. Alguien preguntó: ¿sacaron el tanque de gas? Y quienes salimos fuimos nosotros.
Viene Miguel de la expedición a escalar el cerro de las Mitras. Está a punto de resbalar por un barranco cuando se sostiene de una nopalera. Fabian lo rescata. Del miedo, sólo pasada una hora siente las manos todas espinadas.
Fue en segundo cuando fuimos a El Barrial. Aún, hoy, esa noche de enero del 2007, todos pueden decir qué tipo de bikini traía cada una de las muchachas. Hay duda en el caso de lo que vestía Mónica. Yo digo que traía un bikini amarillo, Rafa dice que rojo, Fabian que era de otro color y además, con puntitos negros.
Dora nos recuerda cuando andaba con Ángel. Fueron a Chipinque y de regreso Dora retrasaba la bajada. Ángel, bien intencionado, gritada al aire: "a la otra no traemos mujeres." Y Dora pensó, si esto es al mes de novios, no quiero saber qué pasará después.
Don Juve, el jardinero, se cae de un árbol que podaba. Lo vamos a ver al hospital. Fabian, Rafa, Dora, Miguel, están sinceramente preocupados. Cuando me dejan con él, don Juve me dice: A ver qué día escribes de mí. Yo nada más asiento con una sonrisa de pena o burla. Sí, claro, yo voy a escribir sobre usted. Y cómo son las cosas, nunca pensé escribir sobre él pero hoy lo estoy haciendo.

Cursilería

Pasa la noche. Hace frío. El autobús avanza con una lentitud inexplicable. Me despierto. Asomo la mirada hacia afuera y me vuelvo a dormir. Cuando despierto estamos en San Luis Potosí. A la mañana ya nada la interrumpe. Afuera del Central de Autobuses de hay un puesto de barbacoa y mucha gente hace fila o se arremolina frente al mostrador. Sólo pienso que ya voy de regreso. Un nuevo regreso a la ciudad de México pero, por alguna razón, me siento diferente. En Monterrey vi a mis amigos de la preparatoria. Cenamos un día y nos reímos de esas viejas cosas que hicimos. Recordamos los viajes a Mina, las exploraciones por el drenaje, las subidas a la M de Chipinque o las bromas en el metro. Recordamos nuestra casi inocente edad preparatoriana. Oigan, les dije mientras una anécdota daba paso a la otra, ¿no se están dando cuenta que fuimos bien tetos en la prepa? Y de pronto el sonrojo nos llega. Vemos nuestras fotos de ese lejano 1994, todo lo que hemos cambiado en casi doce años. Al irme, un amigo me dice: "escribe sobre nosotros." ¿Pero qué puedo escribir que no caiga en lo sentimental, en lo cursi? Cuántas veces nos estamos salvando de ser cursis y es lo único que podemos hacer.
Y yo iba ya de regreso en el carro de mi hermano pensando en la cursilidad. Vaya que éramos tetos, con una inocencia muy clara, con una maldad muy ligth, con una perversión no tan desarrollada. San Luis Potosí tiene unas avenidas grandes, puentes nuevos, unos camellos con figuras hechas con tierra. Desde sus camellones amplios se ve que no es una ciudad grande. En las ciudades grandes todo el asfalto es bienvenido. Luego, mucho más tarde, después de ver una película donde Marc Dacassoss rescata a una teniente del ejército norteamericano (apresada en su lucha contra Al-Qaeda) pienso otra vez en la cursilidad. Veo el paisaje y se me antoja algo cursi. Recuerdo mis anécdotas de la prepa y me parecen cursis. Recuerdo mis ambiciones y me parecen cursis. Además -y esto hay que anotarlo- leo una novela muy muy cursi.
Escribe algo sobre nosotros, me pidió mi amigo. Imagino que todos queremos que escriban algo sobre nosotros y qué son los blogs más que eso: el deseo de que otro nos lea, de que a otro, nuestra vida y nuestras ideas les parezcan al menos propias para poder dialogar con ellos.

Wednesday, January 03, 2007

Días, días.

Mi abuelo duerme en el hospital. Le han sacado toda la sangre, le entubaron la garganta, la tráquea y yo estoy en cambio atado a un trabajo express en un banco. Me paso el día revisando los forwards, las cuentas de Enlace dólares, los crédito quirográficos y preparando tips de venta para los ejecutivos de sucursal. Y O está lejos. Ha vuelto al D.F. a empezar a trabajar, el trabajo que buscó durante seis meses. Sí me siento ojete por estar revisando la redacción de préstamos y fianzas pero yo me metí en eso desde hace días. Ok. Son mis vacaciones, pero tenía muchas ganas de volver a una oficina, de sentarme y no hacer nada ni por equivocación, literario y apenas me llegó la oportunidad y lo tomé. Pero mi abuelo me recordó otras cosas entonces.
Antes de que lo entubaran me decía que veía cosas, me lo decía en el rato que fui a cuidarlo. Me preguntaba la hora y cuando se la daba nada más se quejaba con un: uh.. apenas son las siete. Y después: uh, apenas son las ocho. ¿Pero dónde está la brujería? me preguntaba cuando quería flexionar el brazo y yo no lo dejaba por indicaciones de la enfermera.
Eso me decía. Y cuando se quedó dormido me pregunté cómo será mi agonía y me pregunté también cómo se irá formando mi pequeño libro de Retratos Familiares donde escribo sobre mi familia, mis amigos, también sobre mis muertos. Y me dije que, en mi agonía, en mi sueño anterior a la muerte, si es que se me concedía reposo antes de morir y no muero por violencia o repentínamente (no sé qué sería mejor o peor), que ojalá alguien me leyera estas crónicas, estos días donde marco mi felicidad o mi fastidio, donde marco la vaga ilusión del futuro o el engaño del presente.
Pero eso pienso estos días que O está lejos, que debo terminar esos prontuarios para el banco, estos días que mi abuelo está en esa cama, las manos gordas, hinchadas por la diálisis, el par de tubos que entran por su boca y con un sueño espantoso donde sin querer, me veo.