Sunday, December 30, 2007

Lo mejor del 2007, sin embargo, fue

el día de la boda. Andábamos cansados, estresados, pero ya lo peor había pasado. Es decir, ya habíamos dejado atrás las presiones, comprar la comida para la mini recepción y todo eso. Ya habíamos dicho también el sí acepto y antes de irnos a la fiesta en una casa rentada en el centro de la ciudad, le dije a O que si podíamos ir a ver a mi amigo Rube, que vive a dos cuadras de aquella casa donde sería la fiesta. O me dijo que sí. Rube, desde hace años vive con una extraña enfermedad, una serie de tumores le han infectado la columna vertebral y cada que le quitan uno aparecen varios más.
Camino a la fiesta le dije a O, vamos. Elida y Lacho (que gracias a Dios también sigue con nosotros) estacionaron el coche en la esquina y O bajó haciendo ese alarde propio del vestido blanco. Los vecinos que tomaban el fresco de la noche murmuraron y los dos esperamos frente a la puerta de casa de Rube. Nos abrió la mamá de Rube y rápido nos pasó a la recámara de mi amigo. Estuvimos sólo un rato, platicamos, hicimos las presentaciones formales, contamos un par de chistes. Pero andabámos con prisas. Queríamos llegar al salón y no nos quedamos más tiempo con Rube. Pero sé que estuvo contento con la visita. Ya pensé que no iban a venir, me dijo y nosotros, no cómo crees que no íbamos a venir.
Salimos de nuevo a la noche a las miradas de los vecinos. Creo que durante algún tiempo todos recordaremos el vestido de novia de O en aquella calle sucia. Y Rube, en este casi fin de año nos acordamos de ti. Salud.

Este año

Se nos fue el 2007. Ahora tengo 30 años. Estoy casado.

Friday, December 28, 2007

comida de hospital

De niño me gustaba el olor del desayuno que servían en el hospital. Era casi un momento mágico cuando pasaba el carrito con aquellos atoles, gelatinas y huevos sin sal. Era mágico porque en ese momento desaparecía el otro olor del hospital: a jeringas, cloro, sedantes, el olor a cabellos limpios y ropas mil y un veces lavadas. Por momentos flotaba un aroma particularmente agradable: la comida del hospital. Y miraba entonces a los otros niños, en las otras camas, convalencientes algunos, con suero la mayoría y notaba los rostros felices al devorar aquel huevo o el pan tostado o las gelatinas o el sandwich. Nunca he vuelto a ver tanta felicidad al comer, salvo en aquel evento de APAC donde había la muestra gratis de casi veinte restaurantes y todos nos avalanzábamos sobre el sushi o el pozole o frente al mouse de guayaba o hacíamos filas frente a los mazapanes Toledo.
Hoy en la mañana me vino de nuevo aquel olor de comida recien calentada y pude revivir otra vez los pasillos aclorados, el calor tenue, aquellos pisos de mosaico blanco pero con viejas marcas de suciedad. La comida del hospital era para nosotros, los niños, un momento feliz. Luego pude andar en otras salas del mismo y comprobé la tristeza, apuro o ansiedad con el que comían los adultos, tal vez conscientes de la enfermedad, digerían a medias su comida. Al volver al pabellón infantil, en cambio, qué felicidad aquellas tostadas, las gelatinas casi cristalizadas.

Monday, December 24, 2007

Burbuja azul

Esta es la primer navidad que paso en el Distrito Federal desde que llegué. Los años anteriores, cada que se acercaba la fecha navideña empezaba también esa extraña sensación y comenzón del viaje. Hacer las maletas. Volver a Monterrey. Afincar la tradición, volver con los amigos. Decir salud rápidamente.
Pero este año no. Este año no nos movimos. Varios amigos se fueron. Tomaron sus familias y volvieron al norte. ¿Algún día volveremos al norte? Pasaremos una navidad sencilla. Cocinaré algo fácil, pero nos reíremos en nuestra soledad, en el calor de nuestra sábanas. Es curioso no ir a Monterrey.
Es curioso un 24 de diciembre cuando sales del cine y ya están todos los negocios cerrados. Una chica oriental mira un programa chino en un televisor y los subtítulos de la película viene también en chino o mandarín o cantonés, vaya uno a saber. Y hace frío. En una tienda una mujer regaña a una de sus hijas mayores. Hay en el rostro de la mujer un espíritu nada navideño. Vas a cenar y te encierras a dormir, regaña la mujer a su hija.
Y vemos Seinfield. O graba su mensaje de saludos en su celular nuevo. Yo me pondré a cocinar, después intentaré leer algo.
Y a dormir. No sé dónde habrá más fiesta: si en nuestra sencilla tranquilidad o en el estruendo ebrio, cumbiero o amargoso de allá afuera. Por este día estoy contento con mi burbuja azul.
Que la pasen bien todos ustedes, que han llegado hasta aquí.

Friday, December 21, 2007

Ah, la ilusión

Ahora que es lugar común hablar pestes de la navidad recuerdo que de niño no había nada mejor que el 25 de diciembre. Me levantaba muy tarde y tenía el permiso de poner el nintendo todo el tiempo que quisiera mientras mi madre recalentaba los tamales o los frijoles a la charra (o frijoles charros, como sea). Y después nos íbamos con mis primos Héctor y Pepe a jugar futbol en la calle y el frío nos quemaba las mejillas y se nos metía en la boca como un puño helado. Sólo entonces volvíamos a jugar al nintendo, al Duck Hunt, al Contra o los ya indispensables videojuegos de futbol.
Luego las cosas fueron cambiando lentamente, pero mi sensación de ese tipo de navidad no ha desaparecido. Yo sí quiero mentirles a mi hijos con eso de Santa Clos y hacer la alaraca de la cena. Y llevarlos al cine un 25 de diciembre a ver cualquier película, cobijados en el olor a mantequilla de las palomitas y volver a casa ha comer el recalentado. Sin duda es más fácil recuperar la ilusión cuando la viviste con intensidad durante la infancia. Sin duda.

Monday, December 17, 2007

El constructor de bicicletas

Mi abuelo Eugenio construía bicicletas. Compraba las piezas en los mercados de viejo o los viejos mercados de herramientas que se ponían por la antigua vía a Tampico y volvía a casa con mazos oxidados, llantas carcomidas por el desuso, aros y manubrios de diversas modelos y cadenas urgidas de engrasar. Y de todo ello mi abuelo lograba extraer algo bello o al menos algo decente para que nosotros, la prole de nietos, pudiera pasar al menos un verano libre de largas caminatas pero feliz con el aire sobre el cabello al descender en una bicicleta por alguna de las no pocas pendientes de la colonia.
Las bicicletas de mi abuelo eran raras. Tenía pesados manubrios que casi no lograban sostenerse sobre ruedas diminutas, cuadros de bicicletas de montaña que encajaban en ruedas de bicicleta de carreras o en en ruedas diminutas. Un asiento de bicicleta de cartero terminaba en una bicicleta con alma de deportiva. Pero todas funcionaban a la perfección y mi abuelo era un genio para colocar frenos de cadena.
Después de terminada la bicicleta venía lo mejor. Ir a tunearla con el vendedor de parches, calcomanías, aritos y estelas para los aros de las ruedas. Allá íbamos con la bicicleta recién salida de la fábrica a comprarle calcomanías flourescentes, adornos de plástico, espejos laterales, lucecitas rojas o portavasos de aluminio. Ya con la rila lista nos sentíamos los amos del camino. Tomábamos entonces hasta los confines de la colonia, nos íbamos más allá de la vía a Tampico o a las extrañas colonias más allá de la vía a Tampico y Churubusco. Íbamos los cuatro o cinco más un vecino hasta aquellos trazos irregulares de la colonia Reforma más allá de Félix U. Gómez.
Nos quedábamos allá toda la tarde del sábado o entre semana, comiendo gansitos y coca, viendo a la gente, las construcciones que nada tenían que ver con nuestra colonia, pasando lento frente a las otras escuelas de donde salían el griterio a la hora del receso o la soledad de los patios grandes si la visita era el fin de semana.
Un buen día mi abuelo dejó de hacer bicicletas. Un mal día mi abuelo murió. No sé qué le pasó a esas bicicletas amorfas de mi infancia, mis bicicletas frankensteins, como las apodamos por lo estridente de los colores que le cargábamos, por la forma tan dispar o asimétrica que tenían. No sé qué le pasó a las bicicletas, tal vez se destruyeron por el óxido, no lo sé, pero cada que veo una nueva, de fábrica, cromada, con esa pulcritud de la fabricación en serie me deprimo un poco e imagino que no será lo mismo al bajar por ellas en una pendiente tal vez por que la ilusión ha desaparecido o porque el miedo de que la frankenstein se destruya a mitad del vuelo no está en la sangre. Ha de ser distinto, me digo y al instante vuelvo a mi infancia, a las calles nuevas de las colonias distantes, al amoroso cuidado y lentitud de las manos de mi abuelo. Que quieren. Ando cursi.

Wednesday, December 12, 2007

No viaje

En esta temporada los amigos viajan. Yo no. En esta temporada la gente anda desesperada con las compras navideñas. Yo no. Tengo casi cinco meses sin escribir y eso me altera. Me incomoda. Me pone de mal humor, como si en estos meses sólo estuviera perdiendo el tiempo. Tienes que dejar de escribir, me dijeron unos amigos hace rato, para que te encuentres con otro lenguaje. Lee, me aconsejaron. Pero tampoco tengo ganas de leer. Claro, en estos meses he leído: La muerte de Artemio Cruz, Gringo Viejo, Niño Rico, Niño Listo, Historias de éxito, La llave de Sarah, Corazones ensangrentados, Itinerario de una pasión, los amores de mi general; Columbus, La montaña de las mariposas, El arte en la ejecución de los negocios y no una vez, sino hasta tres veces cada uno, pero eso no tiene chiste. Y si bien he aprendido cuestiones estilísticas de cada uno de los autores de estos libros, no es lo mismo. Es como si sintiera que se me viene en la vida unos meses de completa inmovilidad aunque claro, siga e intente moverme. Es como un stop a fuerzas. No tengo ganas de ver a los amigos, no les escribo correos como solía hacerlo antes, ya no ando buscando restaurantes buenos para comer ni siquiera ando buscando chambitas de free lance como antes. (bueno, me recomendaron para un escribir un libro sobre muebles contemporáneos) Estoy en stand by. No viaje. No cosas nuevas. Al menos tengo que escribirlo. Sí me desespera no ponerme a escribir, quiero hacerlo pero algo me lo impide. Dice Pessoa en el Libro de la incertidumbre algo así como: soy en buena medida lo que escribo, en cada punto y coma me visto". Ando desnudo, pienso entonces. Desnudo de comas, de puntos, de historias. Sólo traigo la mirada extraviada y aburrida del sobrio.

Monday, December 10, 2007

Zapatos 1

Siempre me averguenzo al momento de que compro zapatos. Me da cosa mostrarlos al público, así, tan gastados. De niño, sólo me compraban zapatos nuevos cuando los viejos ya estaban muy muy comidos. No había dinero para más. Y yo era una lumbre, decía mi tía Martha, te acabas todo muy pronto. Luego íbamos a la zapatería, Zapaterías Pingo, recuerdo bien el nombre y ahí mirábamos el escaparate mi hermano Jorge y yo mientras mamá hacía cuentas de dinero. Siempre compramos zapatos negros. No había para más. Un zapato negro que combinara con todo: el pantalón de la primaria, el pantalón del fin de semana para la iglesia, incluso para correr y jugar futbol. Recuerdo claramente cómo el sol iluminaba aquellas estanterías repletas de zapatos negros. Y luego entrábamos y a mí me daba una vergüenza tremenda mostrar mis zapatos raídos a la dependienta. Era reconocer desde ya la pobreza o la pobreza que hay en todas nuestras cosas aunque queramos esconderlas con cierto decoro. Antes era pandillero, le dije una vez a un reportero, aunque ahora quiero ser catrín, pero no olvido de donde vengo. Y a mí me avergonzaba, mucho, mostrar esos zapatos viejos. Lo mejor del asunto era volver a casa estrenando zapatos. A las tres cuadras aquello ya era un festín para las ampollas, pero mi madre apuraba más el paso para regresar a casa. Qué espanto cuando salíamos de zapaterias Pingo para ir a comprar el mandado a Soriana. A medio camino me quitaba los nuevos y ah... me ponía los viejos y era como sentir un frescor inédito, un aire helado en esos zapatos que me refrescaba los pies, esos zapatos ya sueltos por el uso, vencidos por el paso. Por eso hoy que fui a comprar zapatos nuevos no pude más que recordar aquellas verguenzas. Yo era niño entonces y volví a ser niño hoy al esconder mis zapatos bajo una silla para que nadie los viera. Es la vergüenza de la infancia lo mismo que nos persigue de adultos. No escapamos a ella.
Pero ya tengo zapatos nuevos. Son blancos como hielo.
El viernes pasaron a los cubículos las chicas encargadas de la decoración navideña en la editorial. Iban, bueno, con sus atavíos verdes, rojos, rimbombantes, con esferas casi sicodélicas en delicadas bolsas de plástico. Llegaban frente a una puerta, le daban a un clavo con un martillo y colgaban un mono de nieve, un santoclós o un reno de peluche. Todas las puertas tuvieron su adorno, todas, menos una. El diseñador en jefe espetó un sólido: "a mí no me gusta la navidad", refunfuñó no sé qué amarguras sobre la época y las chicas se alejaron, solícitas con su navidad a otra parte. Todas las puertas quedaron engalanadas, todas menos esa.
Que a la gente no le guste la navidad es ya lugar común. Que la navidad puede ser una de las épocas más vacías y hasta hipócritas también. En una época no lo fue. La navidad era la esperanza, la ilusión, el engaño feliz. Había qué comprarse juguetes, comer golosinas, llenarse la panza de menudo o tamales. Había qué quedarse a dormir en la casa de la abuela o del abuelo o de los primos o de los tíos. Y todos ahí juntos, en la oscuridad, contaban chistes o cuentos de terror mientras uno o unos, tanteaban en la oscuridad aquellos juguetes recién regalados, tanteándolos como si fueran a desaparecer en la duermevela.
La navidad era la época de los grandes descubrimientos. Incluso los adultos sonreían, bebían, jugaban. Pero luego uno crece. Luego uno ve todo lo que se oculta tras esas sonrisas, bebidas y comilonas lezamianas. Luego uno permite esos cambios, se da cuenta de lo terrible del mundo, se enfría el corazón, se amaina el fuego de la inocencia y aparecen junto con la navidad esa soledad tan temida, ese: "a mí no me gusta la navidad". Y quedan nuestras puertas vacías, carentes de esa ilusión pero a salvo de la vanidad o la hipocrecía, según sea el caso.
Como sea el mundo es terrible. Como sea nos devoran las bestias de la amargura, el spleen o el hambre. Como sea. Como sea. Eso es inevitable. Pero nada malo hay en recordar en esos señuelos algo de lo que sí pudo o puede ser. Uno tiene que aprender a vivir dentro de la oscuridad del bosque, a ver en esos pequeños sueñuelos, lucecitas o migajas el mundo que se nos fue, pero el mundo que siempre podemos recobrar, aunque la navidad nos amargue por hoy, nuevamente.

Friday, December 07, 2007

Gruppie

Aquellos tacos me cayeron mal, pero al menos me había vengado de Siboldi. No hacía ni una semana que lo había perseguido afuera del estadio Universitario, yendo tras su autógrafo. Y Siboldi se dio sus aires de grandeza. Fue deferente con la mirada, con la actitud, con los gestos mientras su pesada mochila azul se bamboleaba tras su hombro. Al final le grité: en el libro, en el libro. Fue entonces que se detuvo, alzó la mano pidiendo una pluma y firmó: Siboldi. Todos mis amigos se rieron de mí (además, soy un sujeto que se presta para que se burlen de él) y luego nos enfilamos de regreso a la facultad.
Pero una semana después, ahí estábamos de nuevo en los tacos, comiendo unos de deshebrada, barbacoa y chicharrón prensado en salsa verde (nada qué ver con el chicharron de papel que venden en los puestos de guisados en el D.F.) cuando vimos a Siboldi comer en una esquina del local, casi con el mismo pants azul de la vez anterior. Y nos reímos. Claro. Nos reímos mucho, de él, de mí, de la escena de ir tras un autógrafo (con eso de que dicen que ando por la vida buscando autógrados de escritores). Muy pronto Siboldi, el portero de los tigres, el afamado portero de los tigres de la UANL dejó de comer y se nos quedó mirando.
Nosotros: callados.
Pero nos ganó la risa de nuevo y Siboldi, no sé si andaba enojado, pero se levantó y se acercó a nosotros.
-Pues qué se traen... no puedo ni comer en paz.
-Es que... -alcancé a responder pero me aguantaba la risa y los nervios- quiero ver si me da un autógrafo, en el libro y saqué a las prisas un libro de Hermeneútica.
Siboldi no dijo nada. Era alto, una jirafa, era y ha sido el gran portero de los tigres, el mítico Siboldi.
-No dejan ni comer -sentenció y le entregué el libro y volvió a firmar un escueto, Siboldi.
Regresó a su mesa pero ya no pudo comer y termino yéndose. Nosotros, cagados de la risa. Esa noche una amiga terminó en el hospital por esos tacos y yo, bueno... digamos que tengo muchos anticuerpos en mi intestino.
Lo malo es que perdí mis autógrafos de Siboldi, el mítico Dante Siboldi, el cancerbero de los tigres, de quien fui gruppie por una vez.

Los nuevos

Ayer vi a los nuevos en un evento literario. Imposible no reconocerlos, llegaron en bolita, felices, a un mundo donde se saben que pertenecen. Escucharon las lecturas con atención, brindaron felices, bebieron, sonrieron. Me recordaron algunas escenas de aquella vieja película de "El primer año del resto de nustras vidas." Fue imposible no compararlos con mis viejos amigos cuando también en bolita íbamos a alguna lectura donde alguno de nosotros leería. Es muy bonito ser los nuevos, sentir esa aceptación por uno mismo, esa camaradería entre los pares. Al verlos me sentí un poco viejo, aunque no han pasado ni dos meses que salí de ese lugar. Sí, me sentí un poco viejo, como si esos dos años hubieran sido hace mucho tiempo y ya me hubiera casado, tenido hijos y más...
... esperen... ya me casé.

Wednesday, December 05, 2007

Y se fue

Ayer hubo fiesta sorpresa en la oficina porque alguien se iba, bueno, ese alguien es ÉL ALGUIEN. Yo sólo miraba la emoción en la gente, los rictus de nerviosismo para que el alguien no se enterara. Habría mariachi, bebida, comida, departir con los compañeros de la oficina, etcétera. Y la gente estaba, sí, desquiciada. Hacían planes para irse en el carro de tal o cual compañero. Vaya, era como si ellos se fueran a festejar.
Como yo apenas y tengo un par de meses y ya, no fui. Me parecía ilógico ir a despedir a alguien con quien ni trato tuve. Acaso dos holas en dos meses y listo. Pero lo que me sorprendió es que todo mundo compartía una felicidad que casi rayaba en la ansiedad y de la ansiedad, en lo ridículo. Una chica que parece niña daba saltitos y alzaba las manitas como si quisiera alzar el vuelo mientras corría para alcanzar el coche que la llevaría a la fiesta. Un editor decía en voz alta: ya me voy, ya me voy, ya me voy.
Yo miraba todo con duda. Dudo de las emociones festivas desbocadas. Imagino que algo no tan agradable tienen en el fondo, una falsedad cálida, pero falsa al mismo tiempo. No es lo mismo con las fiestas de los amigos, pero... en la oficina....????
El caso es que ÉL ALGUIEN se va. Sin conocerlo ni nada, que le vaya muy bien. Con seguridad me lo seguiré topando o sabiendo de él en los años que vienen.

Tuesday, December 04, 2007

Elida y Lacho

Elida es mi amiga. Lacho también. A Elida la conocí en las aulas de FFyL. A Lacho, una noche de fiesta en un antro en San Nicolás de los Garza. Con Elida y Lacho he pasado momentos muy padres. Una vez madrugamos en la Huasteca. Un loco había metido su camioneta al cauce del río y patinaba las llantas y todo el cañón sabía a piedras. Luego, ya de regreso a la ciudad, mientras Elida vomitaba, Lacho y yo comíamos tacos de Felix U Gómez y Madero.
Lacho es muy juguetón. Tiene la capacidad de hacer reir a la gente. Sólo ayer, Elida me dijo que dijo: Me van a sacar el diablo. Y Elida sonrió, creo, al oírlo. Lacho come mucho. Bueno, hemos ido de visita a los tacos de barbacoa en la alameda y una vez llegamos a unas carnitas en el mercado de la bola en el D.F. También fuimos al Chupacabras, antes de que los cambiaran al descubrirles no sé qué tantos microbios en las salsas.
El día de la boda, como bailamos y comos nos reímos. Lacho estaba tome y tome fotos. Traía una camisa blanca con un estampado de smoking bajo el traje. Hemos antreado por el barrio Antiguo, qué más...
Lacho. Horacio. Definitivamente, Horacio es mi amigo, como lo es Elida. Hoy sólo puedo pensar en eso: en mis amigos. Para mí eso importa mucho, esa palabra. Lamentablemente la ofrezco con mucha facilidad a desconocidos o conocidos y luego me entero de chismes, rumores o puñaladas por la espalda. Pero Horacio es mi amigo. Horacio, mi amigo. Sé que leerás esto pronto. Lo sé. Hoy duermes, pero despertarás para leer esto. Lo sé.

Wednesday, November 28, 2007

Guadalajara. Guadalajara. La FIL. Ese monstruo de mil cabezas y mil stands, con tantos libros como escamas, con tanto escritores como dientes. Guadalajara. Hace seis años vine por primera vez a la FIL en el auto de Rubén Soto y con el Toscana de acompañante. Nos quedamos en un hotel patoso pero barato. Hace dos años volví. ¿Te acuerdas de aquella vez?, me preguntó C hace días. Claro que me acuerdo, le contesté, comimos barbacoa en la carretera.
Ahora vuelvo de entrada por salida. Llego en la mañana, me regreso en la noche: el asunto: presentar Los cazadores de pájaros. T me da asilo en su hotel y cuando bajo a desayunar lo veo platicando con Seymur Menton. Sí, tengo de pronto las ganas de interrumpirlos y decirle a Seymur que su libro y que le doy el mío y que si... pero mejor me instalo frente a las enchiladas suizas.
Paso todo el día en el stand de Progreso, platico con Arianna, mi editora, con Fabiola, con Ariel con Yolanda. Pero la FIL a esa hora de la mañana está muerta al menos para mí. Es a las cinco cuando empieza el genterío, cuando aparecen algunos amigos. Andar en el centro de negocios a esa hora es como estar en una fiesta. De todos sé algo, algunos me saludan, me encuentro a Nadir, Naró y Hawayec, luego aparecen Socorro Venegas, Blum, Luna y Velasco y Luis Felipe. La gente, cómo aparece al gente.
Presentamos la colección en la sala Agustín Yañez, con sala llena. Cecilia Eudave habla sobre su novela con su público. Arianna muestra su pasión por la colección, Fabiola también. Me limito a hablar de los cazadores de pájaros, pero al final se logran vender unos cinco ejemplares. Y luego salgo de nuevo al caos ferial.
Casi al anochecer, mientras Socorro em espera en el lobby del Hilton, subo a la habitacion y encuentro a T escribiendo la conferencia que dará hoy. Pensé que te ibas a quedar a dormir, me dice cuando me ve metiendo las cosas a mi mochila. Nombre, sólo vine de entrada por salida. ¿Y entonces a qué viniste? me pregunta. No sé qué contestarle, mejor le sonrío y bajo. De regreso comparto el taxi con Socorro. Hay que vernos pronto en Cuernavaca, me dice. Yo le digo que sí. Hay que vernos. Termino el día en el asiento número 4 del primera plus. Me duermo. A medias. Pero me duermo. Hoy llegué a las siete de la mañana.

Monday, November 26, 2007

día de la boda

El día de mi boda me la pasé con un martillo y taquetes en la mano. De alguna manera tenía que arreglar la casa y sólo se me ocurrió clavar flores en las paredes. Una vecina, Florinda, decoró unos jarrones para ponerlas porque yo ni me había dado cuenta de lo feos que estaban así, sin detallito alguno. Pero al menos hasta el mediodía parecía ser un día normal como tantos otros en Monterrey: ver tele, sentir el calor, ir de casa de mi abuela a mi casa. A ratos alguien me hablaba por teléfono. Platicaba con los testigos o confirmaba la fecha con el juez.
A eso de las dos de la tarde me fui a comprar la carne para la discada. Mi hermano J me prestó su carro y no sé qué hubiera hecho si no me lo presta ese día. Pero ahorita de lo que más me recuerdo, lo que me obliga a escribir, es ese detalle de separar las flores, de cortarle los tallos extremadamente largos, de unirlos, de clavar y pegarlos a la pared. Y si bien es cierto que dos semanas antes de la boda me fui a Guerrero a dar un taller de cuento, nadie me puede decir que esas 24 horas entre la boda civil y la religiosa, anduve aburrido y sin hacer nada. Digo, hasta fui por el pastel en un taxi. El taxista me ayudó a ponerlo en el asiento trasero y esto fue porque, en mi boda, todos se ocuparon por sí mismos en arreglarse, ir por novias o en dejar a hermana del novio llorando y a punto de arruinarme la ceremonia, pero el novio??? El novio tuvo que ir por su pastel en un taxi y qué taxi... qué asientos... qué sudor.
Diría una amiga mía, J, cero glamour

Sunday, November 18, 2007

FILIJ

Es sorprendente la cantidad de personas que asisten a la FILIJ. Niños, jóvenes, madres, padres, hermanos que se pelean por los libros. Una FILIJ tan llena sólo pueda otorgar una esperanza para el futuro: los niños sí leen. Los niños sí quieren leer. Esta semana pasada estuve presentando mis libros en varios municipios de Monterrey y a veces los chicos ponían atención, pero a veces, tosían, se tiraban papelitos, jugaban con sus mochilas, tosían burlonamente. Pero había unos pocos que seguían la lectura con atención, que preguntaban qué le había pasado a tal o cual personaje. Yo estaba atento, pero también muy atento a todos los que miraban por la ventana con la esperanza para que acabara ya esa presentación. Pensé en los libros, claro y en cómo hacerle para que esos libros llegaran a ellos. Preguntense, ¿por qué no hay libros en su casa?, les dije el último día a los chicos en El Carmen Nuevo León. Ellos muy participativos, dieron sus respuestas. Denme cinco razones para no leer un libro y al instante los chamacos aburridos, los que se habían tirado de papeles, los que tosían burlonamente, levantaban la mano y respondían con un dejo de indiferencia, con toda la burla en el rostro y decían: por que son aburridos, porque apestan. (eso dijo uno: porque apestan), que me di cuenta que su pleito en realidad no era contra los libros, sino contra algo que estaba ahí, muy cerca a ellos, una indolencia aprendida a fuerza, tal vez inconscientemente, pero que en el fondo, no era nada contra los libros ni contra la lectura, sino contra algo que ya los abrazaba lejos de toda esperanza, o tal vez, lejos de un hastío que apenas alcanzaban a probar por primera vez (ese hastío del mundo), pero que aunque apenas lo abrazaban, ya comprendían con suma cabalidad. Y no, no era contra los libros, sino contra algo más.
Los noté con tantas ganas de ofender al mundo, de denigrar el mundo, de no sé, de hacer de los libros una quema sincera y universal. Pensé: cómo escribir un libro para esos niños que no quieren tomar un libro. Cómo escribir un libro para esos niños que no tienen ninguna cercanía con la lectura ni con el arte, ni con nada, pero sobre todo, que no les interesa- ¿Deberían interesarles?
Este fin de semana, en cambio, me topé con niños y más niños, con gemelos y chicas con sus madres, con adultos felices por leer libros para niños, con abuelos que querían escribir. Fue una fiesta de alguna manera. Firmé libros hasta cansarme, contento de que Los cazadores de pájaros ahi se vayan abriendo su camino. Luego, por la tarde, en una charla-entrevista en la carpa de la FILIJ, me preguntaban Miguel Angel, el locutor de radio UNAM. ¿Qué es lo que le deseas a tus libros? Me quedé callado por un momento y recordé las reseñas que algunas personas han hecho de Dejaré esta calle y que luego encuentro en internet. Esas reseñas espontáneas de Antonio Mars, de Javo, de Josué, de Iván, de una chica que tiene Dejaré esta calle entre sus recomendaciones y otras reseñas en varias revistas. Respondí: deseo que se sigan abriendo camino ellos solos, porque ya fue la última vez que hablo en público de Dejaré esta calle.
Pero de regreso a casa pensé cómo hacer para que este mundo de los libros llegue a donde no han llegado, a esos chicos de corazón alborotado, que miran por la ventana con el ánimo nervioso, con las ganas de salir de la escuela para irse a la casa a ver la televisión. Hace falta aún mucho trabajo.
Nos hace falta escribir mejor, encontrar mejores historias y tal vez escribir menos, pero mejor.

Thursday, November 08, 2007

Paseando por la Roma

Cinco años tardé en llegar a la colonia Roma. Antes, mi periplo me llevó por seis casas en Aragón, Plateros y Villa Panamericana. La colonia Roma fue mi primer contacto con el D.F. porque ahí está el hotel donde me hospedé la primera vez que vine a la capital. Y ya he vivido en dos casas en la Roma. De una me echaron porque la dueña ya necesitaba el departamento y en la otra sigo. Ahora que vino K, una amiga de O, de Mty, nos dimos dos días para caminar por la Roma. Comimos pescados y mariscos en un sitio de Cuauhtemoc, fuimos al Garros a ver cosas para gatos, tomamos café, compramos chucherías en una tienda de artículos de diseñadores gráficos y pasamos por el célebre hotel Roma donde hace unas semanas golpearon a Fabiruchis, es decir, Fabían Lavalle, por ir "a una fiesta con mujeres". Ajá.
Los fines de semana la Roma muere. La mitad de su población, (oficinistas), se van. Se pone un mercado por el porque Puskin (mercado un poco caro) y otro de anticuarios y cosas artísticas. Engloban esas cosas artísticas a coleccionistas de tarjetas ladatel, vendedores de ataris 2600, músiqueros cubanos, artístas del óleo y el martillo, vendedores de lámparas esquizofrénicas, detallistas con minuaturas de naves espaciales y soldados de plomo. Además, los alrededores de los bisquets de Obregón se atiborran por familias que pagan una millonada por comer fuera de casa un plato de huevos con jamón o a la mexicana.
Es curioso el fenónemo este de los restaurantes o cadenas. Por 50 pesos te dan 150 gramos de huevos a la mexicana, frijoles de lata y un bolillo. Y la gente asiste contenta a gastarse un dineral ahí. Van con la abuelita sedienta por el chocolate de 25 pesos, los churros de 18 y la pieza de pan de 10 pesos. Con los niños ansiosos de los hot cakes de 45 pesos con refresco incluído y los chilaquiles con huevo de 70 (tortillas quedadas con un huevo). Yo prefiero gastar, al menos, en algo donde la cocina tenga un poco más de elaboración.
Así que anoche, después del evento, nos fuimos a los tacos de la Alvaro O. Hacía mucho frío y me encontré al buen Villarreal. Hace un par de semanas él también estaba en Acapulco, en un evento que se llamó La nueva Ola. Yo andaba dando un taller. Quedamos de vernos pero me acometió un cansancio terrible y no pude disfrutar de la noche porteña con al menos un amigo. Me llegaba la música de la ciudad por las ventanas del Acapulco Tortuga. En fin.
La Roma, qué festín cuando no te golpean en un hotel, ni te balean frente a una gasolinera como a un amigo hace unos meses.

Motel

Anoche fui a la premiación de un proyecto de la editorial. Tocó la Gusana Ciega y Motel. Antes habló Xavier Velasco. Vestido como rock star (sencillamente creo que lo es o ha labrado esa imagen), Velasco se recostó en un sillón rojo e hizo como si fuera un paciente de un doctor y bueno, Velasco actúa como si leyera. A menudo me preguntan qué pienso de Diablo Guardían y digo, sinceramente, que es excelente hasta el punto donde se le acaba el dinero a la protagonista. Después, bueno, ahi va. Temo que se vea como una reseña de la obra. En suma, sólo dos veces antes había visto a Velasco, una en un jardín de San Angel, mientras Velasco coqueteaba con una chica oriental y al tiempo paseaba a su perro inmenso y blanco, y otra cuando cantó en una presentación en la FIL de Guadalajara y cantó y cantó y cantó.
Me cae bien Xavier Velasco porque veo que se divierte. No sé si sea un tipo divertido, pero se ve que se divierte, que son dos cosas completamente opuestas. Lo que me impresionó fue La Gusana Ciega y Motel. A veces creo que sí debería de escuchar más música, pero tengo casi cinco meses que no escucho un disco completo o menos. Claro, la música en vivo es otra cosa, un boleto esperado, pero si huyo de la música en cd, imagínense de la música en vivo. Casi al salir vimos a Laura Dreyffus tomandose un poco de jugo de naranja que unas edecanes daban al salir del evento. Es buena la novela que Laura me dejó leer. Ojalá algún día se la publiquen donde ella quiere y se sienta en un sillón rojo -a hablar con un fantasmal psiquiatra- a hablar delante de un público como el de ayer: rockero, fiestero y aguantador.

Tuesday, November 06, 2007

Al América en la Libertadores

Hace tiempo que, por una u otra razón, no veo a mis amigos, mis amicis, mis all my friends como decíamos en el campo de batalla que era el panteón. El día de la despedida, dije: all my friends y el pelón se sonrojó. ¿Quien sábe qué estará haciendo el buen P en este momento? Así que, como no los veo, los echo de menos y también los puedo recordar. Me acuerdo del Efraín cuando le dije que yo sí le voy al América en la Libertadores. Efraín se la curó mucho con aquella frase lapidaria.
A ver, Toño, me dijo con una cara entre de burla y de... burla, ¿cómo está eso de que le vas al América en la Libertadores? Sí, le voy al América en la Libertadores. No le voy al América porque sí, sino porque representa al país, el honor del futbol nacional, digamos. Efraín no se paraba de reír. ¿El honor del futbol nacional? ¿Cuándo se ha visto que el futbol nacional tenga honor? Bueno, por los colores de mi país entonces...
Ninguna respuesta satisfizo al buen Efraín y de cuando en cuando, en reuniones, salía de nuevo con la cantaleta: oigan, el Toño le va al América en la libertadores. Claro, los grupos siempre eran de cruzazulinos, rayados, tigres o pumas. Y ahí estaba yo, de nuevo, justificando mi pasión por el América en la libertadores. Debo admitir que incluso, me empezaba a gustar esa porra de: Aaaaaamérica, águilas, Aaaaaamérica, águilas.
A todo mundo le causaba gracia mi nacionalismo futbolero, lo veían como una especie de neerdentalismo disfuncional. ¿Irle al América en la libertadores? Pero debo también dejar en claro que festejé mucho el campeonato del Pachuca o aquella final del Cruz Azul y que me lastimó profundamente (pero también me alegró) aquella goleada que el Barcelona le propinó a las águilas en el pasado mundial de clubes.
Con Efraín viví muy buenos momentos futboleros, futbolísticos. Todos episodios tristes, pero vividos. Una vez nos juntamos con Rodrigo y Grace para ver un clásico Monterrey vs Tigres. El Monterrey perdió y a mí me cayeron mal las alitas de pollo. Después, nos juntamos para la final Monterrey contra Pumas y creo que esa ha sido una de mis noches tristes en la ciudad de México. La ciudad olía a puma orgulloso. Los pocos regios nos escondíamos. Después nos juntamos para ver la final Monterrey vs Toluca y ahí decidimos no vernos nunca más en alguna final del Monterrey.
Una vez, también, fuimos al estadio del Cruz Azul para ver cómo eliminaban al Monterrey en cuartos de final. Al medio tiempo, cada uno estábamos en nuestras casas y el Monterrey ya ganaba dos cero. Nos hablamos por teléfono, en cinco minutos Efraín pasó por mí y recorrimos en su Seat desde C.U. hasta el Azul en menos de diez minutos. Al final del partido estábamos eliminados y una mala copia de Chatanoga sentado atrás de nosotros se la curaba de nuestra derrota. Decía: ssssh, ssssh, no festejen que me pareció ver un par de rayados.
El final apoteósico de mi relación con Efraín y el fubtol y con el yo le voy al América en la libertadores, tuvo lugar una noche que Monterrey venció a los pumas en C.U. Las porras se pelearon. Nosotros estábamos en medio de la bronca. Habíamos cantado quedito quedito los goles rayados (ah... esa época dorada cuando el Monterrey no sólo ganaba de visitante, sino que metía goles de visitante...) Al final unos trogloditas pumas persiguieron a una chica rayada por cantar con exceso la victoria. Pero es mujer, le dijo con tono de súplica un porrista al líder de la barra del pebetero. Su respuesta fue lapidaria: No importa que sea mujer, ustedes vayan y madreenla.
Ah... qué bonitas son las porras pumas.
Y si me lo preguntan, sí, también le voy a Pumas en la Libertadores.

Saturday, November 03, 2007

ILCE

¡Qué feliz fui en el ILCE! Me reía mucho, trabajaba bien, me pagaban excelente y además, estaba a cinco minutos de mi casa. Ahí hice muy buenos amigos. Heydi con quien hablaba en lenguas, Ioio con quien descubrí el performance, el Mushasho que siempre me hacía reir, la sólida felicidad de Raúl, la siempre divertida charla con la señora Gladys, la amistad de Laura, las veces que me iba a platicar al cubículo de Isabel, los chistes de René y Alejandro.
Hoy que estaba viendo discos para ver qué contenían, me encontré de golpe con la música del ILCE. Rodrigo me pasaba canciones de Cesar Costa para reírnos de ellas y sólo volteaban a mi alrededor mis compañeros cuando yo no aguantaba la risa. Al mediodía iba una señora a vender cacahuates y gomitas. Cuando renuncié el negocio había prosperado y ya vendía chilaquiles, tortas y bandejas de zanahoria y mas. Sí, yo fui muy feliz en el ILCE pero tampoco me arrepiento de haber renunciado a él. Mi vida, al menos mi vida este tiempo, es producto de aquella renuncia.
Pero es bueno recordar esos viejos y buenos trabajos, esas rutinas que nos imponen y que se vuelven parte de nuestra vida. Nunca antes, no lo sé después, un trabajo me estimuló tanto a disfrutar de la vida, de las sonrisas, de encontrar a gente en la calle y platicar con ella. No el trabajo y sí el trabajo, sino la gente, la gente del ILCE hasta que los empezaron a correr a todos. Se fue Ioio con sus ropas multicolores, se fue el padre, después me fui yo, más tarde Heydi y otros tantos. ¿Qué es del ILCE sin nosotros?, ese pequeño grupito de la biblioteca digital que agarró una temporada de calentar palomitas al mediodía, de hacer buffet de pepinos con salsa y que de pronto soltaban las computadoras para ponerse todos a platicar?
Bueno, imagino que el ILCE sigue igual. Pero, por un momento, hoy, al recordarlo, sentí un poco de nuevo de aquella magia. Como le escribí a una amiga de ahí: yo lo ignoraba todo cuando entré al ILCE y lo sigo ignorando, pero con esa gente aprendí a sonreír, cosa nada más bella y nada más difícil.

Tuesday, October 30, 2007

Cada que sueño con la Fundación tengo pesadillas. En mis sueños vuelvo a vivir las intrigas, las murmuraciones, los golpes bajos, las burlas entre costillas que fueron también la Fundación. Y vivo los pleitos que omití, desdeñé o ignoré como si fueran algo verdadero, escenas más contundentes de esas trifulcas inútiles sobre el quehacer literario.
¿Era bueno estar en la Fundación? Me preguntaron en Tuxtla hace días. No supe qué responder de inmediato, pero dije, sí, sí es bueno, pero al final se torna en algo vicioso. Todos hacen grupos, todos se creen excelentes poetas, narradores o ensayistas y desdeñan, por eliminación, lo que hacen los otros.
Lo recordé este domingo mientras veía Project Runway. Eliminaban a un diseñador que no logró vestir con elegancia a una mujer pasada de peso y el amigo, un diseñador considero yo que con talento, un paco pagado de sí mismo, pero con talento, se ponía a llorar al ver a su amigo expulsado al tiempo que gritaba: se quedó gente que no es diseñador, y los buenos se van.
En todas partes se cuecen habas. A mí me da por olvidar entonces esa vida. Por borrarla, casi.

Sunday, October 28, 2007

De viaje

Rolando y Alejandro, gracias.
Héctor y Dámaris, gracias.
Fui a Tuxtla Gutierrez este jueves pasado y sólo ver desde el avión el recoveco del cañon del Sumidero, la mancha de agua de las presas de Chichoasén y aledañas, me llenó de verde el alma. Qué hermoso es Chiapas y apenas y si pude olerlo, embarrarme en él. Me perdí un rato en la casa oscura del ZooMat y sentí escalofríos al ver las cucarachas de la selva. Miguel me llevó con suma diligencia y buena charla de un sitio a otro. Al final cenamos tranquilamente en el restaurante del María Eugenia.
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Tres veces en mi vida he ido a Acapulco. La primera me llevó el ILCE, la segunda me llevó Omar Préstegui, la tercera me invitó Aída Espino-Barros. Pude conocer a un escritor crítico quien me preguntó, sabiendo que la pregunta no se me iba a olvidar nunca: ¿porqué aceptaste venir a Acapulco? Me turbé en ese momento, di mi respuesta casi diplomática. Pero no dije mi respuesta sincera: porque sé que puedo con el paquete de venir a Acapulco. Creo que esa respuesta me definirá durante un rato.
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Este viaje doble fue también la última vez que, creo, presentaré Dejaré esta calle. Ha sido un largo maratón. Gracias a Vicente, Liliana, Jair y Nadia puede ir a Torreón, Tampico, Tlaxcala y Tuxtla. Gracias al Conarte, pude presentar ese libro en la calle. Muchas personas hablaron de este libro, le dedicaron tiempo para preparar sus presentaciones. En Torreón terminamos en un antro, en Tampico me asedió la maratampiculta, en Puebla me llevaron corriendo de un sitio a otro, en Ixtapan dijeron sobre la mandala del libro, en Apaxco me encontré con un grupo de chicos interesados, quienes me preguntaron: ¿y porqué nos cuenta esto? Así, cada ciudad, dejó algo de sus calles en mi memoria, memoria callejera, pandilleril.
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Noviembre aún viene cargado de preces.

Tuesday, October 23, 2007

Breves

Llueve en la ciudad. Un vaho neblinoso se adhiere a las paredes. El tráfico es el mismo. Con sol o con lluvia, con neblina o sin él, el caos es tradicional. Me sorprende un poco el frío. No es que no lo esperará, desde anoche se sentía ya la baja temperatura, pero al amanecer, apenas lo vi tras la ventana, empecé a sentirme un poco más cómodo, más agusto. Me gusta el frío. Creo que en el frío se dan las cosas buenas, por ejemplo, se puede percibir el calor de las demás personas. Tal vez, en realidad, me gusta el calor, y el frío sólo hace que pueda sentirlo de mejor manera.
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Ayer volví a escribir. Tenía desde mediados de agosto que no escribía nada. Es decir, para mí, escribir, tiene más que ver con un proyecto, no con un cuento que salga por ahí. Claro, a veces ocurre, pero básicamente intento escribir proyectos de libros. No considero escritura cuando aparece un texto libre. Es decir, lo es, pero no lo considero así. Pero ayer, cosa rara, inicié un nuevo proyecto de libro. Como ahora me dirigiré a la literatura juvenil, el libro, creo, es para jóvenes. Veamos qué sale.
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Lentamente acomodamos la casa. No ha sido fácil. A veces unos muebles me gustan a mí, en otras no. Pero acomodamos la casa. Creo que quedará bien. Al menos no ese caos en el que vivimos. Lentamente la hemos ido modificando y hoy, creo, nos entregan las cortinas. Es que, no están ustedes para saberlo (pero Iván y Mar sí lo saben), pero las ventanas de la casa son sólo unas colchas que una buena amiga me regaló hace cinco años. Como no estaré este fin de semana en la ciudad (Tuxtla y Acapulco) los cambios se detendrán todavía una quincena, pero seguiremos.
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En mi nuevo trabajo leo, corrijo, transcribo, reviso y vuelvo a revisar. Un libro lo leo tres veces. Me volví un revisor. Es algo que me gusta. No habían ni pasado tres días desde que la Fundación terminó cuando ya tenía dos ofertas de trabajo. Tomé la que me pareció más tranquila. Ahora soy un hombre que revisa. (pero no revisa luego cómo escribe en su blog)
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Tal vez, por los cambios, he estado un tanto enfadoso estos días. Me altero con facilidad. Eso, aunado a varios trabajos de free-lance que tomé me mantuvieron copado tarde, noche y fines de semana del mes de octubre. Quiero cerrar ciclos, es lo que me digo. Pero creo nunca se podrán cerrar. Este fin de año, como sea, me esperan muchos vuelos y carreteras de nuevo. Ah... y la dieta, ahora sí, hasta terminarla.

Thursday, October 18, 2007

El metro

Estos días he vuelto a utilizar el metro. Y voy feliz. Veo los rostros, la gente, huelo los sudores, noto las miradas perdidas, el fastidio, la ansiedad que explota cada que se cierran las puertas. Ya no usaré taxi más que en situaciones inesperadas, pero algo me dice que no tendré situaciones inesperadas, al menos no muchas, últimamentes. Estoy en ese extraño proceso de volver al mundo real. Sí, el mundo real, porque dentro de la Fundación se vive con otros valores, otras cosas tienen importancia. O al menos, de la forma como yo viví la Fundación.
Pero hoy iba en el metro. De salida del trabajo alcancé a una amiga de O y nos encaminamos hasta la boca de la estación Zapata. Había mucha gente en la calle. Demasiada. Algo ocurrió, le dije y ella asintió antes de despedirse. Y abajo, sí, abajo era el caos: un desorden contenido en el andén. La gente llegaba, pasaban trenes vacíos. ¿Alguna vez se han preguntado a dónde van los trenes vacíos que pasan por las estaciones en las horas pico y pasa golosamente, así, sin un alma, restregándonos en las narices su espacio? Al tercer tren pude subirme o más bien, me subieron. Sentía el calor de los demás cuerpos alrededor de mí. Era un calor amigable, sí, un poco nauseabundo también, pero amigable al fin y a cabo. Me recordó las tardes que salía del CME y volvía con Manuel de Villa de Cortés después de dejar a Socorro, quien tomaba el tren hacia la estación Taxqueña.
Entonces la ciudad apenas me mostraba sus caminos y yo llegaba al zócalo, todos los miércoles, me sentaba bajo el hasta bandera y observaba la catedral, el sol, la luz que se pegaba a las paredes de palacio nacional. Después volvía al metro y me bajaba en Aragón. Esos eran buenos viejos tiempos.
Ahora he vuelto al metro. Nunca he dejado que el metro de la ciudad de México me quite el buen humor. Así es, nadie lo va a cambiar. Unos chicos tal vez me entendieron o me leyeron la mente porque todo el camino de regreso fueron bromeando sobre lo lógico: somos sardinas dentro de un pequeño bote: somos sardinas jugositas, casi sudadas que boquean al interior del metro y luego jalan mucho el aire cuando salen.

Saturday, October 13, 2007

Los cazadores de pájaros

No tuve libros en mi infancia. Mi infancia fue estéril sólo en ese sentido. La literatura llegó (me llegó) de golpe en la adolescencia y desde entonces, aunque tengo mis temporadas sin leer ni escribir, no la dejo. Un vecino leía mucho y gracias a él supe de la existencia de "La cabaña del tío Tom", "La isla misteriosa" y "Los hijos del capitán Grant".
Pero, yo no tuve libros de niño. A veces lamento eso, como lamento algunas otras cosas más. Por eso hoy, en la feria del libro del zócalo, pude regalarle a un chico un libro, al menos, uno de mis libros. No sabía que ya había sido impreso, no sabía que ya estaba a la venta, pero gracias a un fortuito encuentro fui al stand de editorial Progreso (no la editorial que edita libros rusos) y me encontré con los ejemplares de "Los cazadores de pájaros", mi último libro. La gente del stand aprovechó que estaba ahí y empezó a decir que un autor se encontraba en el stand y en menos de lo que me di cuenta ya había varia gente con el libro en la mano y formando un escueta fila para el autógrafo. Pero esto es, vanidad, tal vez lo escribo por eso, pero en el fondo quiero hablar de la señora y su hijo de diez años. Se acercó al stand y la vendedora quiso agenciarle un libro. El chamaco lo tomó, lo hojeó, leyó un fragmento y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Después miró a su madre y ella negó con la cabeza. La vendedora insistía pero el chico sólo miraba el libro, lo hojeaba mientras la señora ya emprendía la huida ante el acoso. Se les miraba que no tenían para gastar en un libro, o al menos no en uno de esos, o es lo que yo me quiero imaginar.
De repente me acordé de mí a esa edad, sin libros, cachetón, con la certeza de que en casa no había para estar gastando en libros, y le dije al chico: ¿lo quieres? Te lo regalo. El chico observó a su madre, buscando la aprobación y ésta accedió. Compré el ejemplar y se lo di. Tal vez, también, me estaba regalando a mí mismo un libro. Se fueron agradecidos y yo agradecido con ellos. Los cazadores de pájaros, mi cuarto libro, ¿qué les puedo decir de eso? Una novela para niños y jóvenes: una novela que ya fue regalada y que, a esta hora o más adelante, un chico leerá en alguna casa de la ciudad de México o la dejará de leer en la ciudad de México, pero algo de este día se quedará con él y conmigo y con la historia personal que tendré con los cazadores de pájaros, como la historia que cada quien tiene con las cosas que quiere, o con las personas que ama.

Guía de turistas

Usualmente, él iba los fines de semana a las puertas del hostal de la ciudad a donde llegaban los turistas o jovenes mochileros europeos. Se quedaba un rato ante la puerta, curioso, con la mirada ágil. No buscaba una presa, no, la suya es una búsqueda, una curiosidad le resecaba los labios y por los cuales se pasaba la punta de la lengua de tanto en tanto, abrillantándola ligeramente. De la ciudad, se sabía todo: la historia secreta y la que veían señalada con puntos e íes en las guías de turismo. Conocía también los mejores restaurantes, los sitios exóticos, los apacibles lugares cargados con una naturaleza apacible y al mismo tiempo alcohólica que le pudiera dar al visitante esa ligera, pero a la vez buscada sensación de haber llegado a un sitio en el que nunca se había estado. Conocía, por ejemplo, el mito de la asesinada en la cañada del Marqués y se sabía de memoria los incidentes. A veces, mientras charlaba con algun turista sobre un tema cualquiera, soltaba por ahí, perdido entre la charla, apenas un indicio de la historia de la asesinada y más tarde volvía al tema hasta que, animados, los turistas decidían buscar esa cañada y recrear con la imaginación la forma como la mujer había sido golpeada la principio y más tarde asesinado a manos del amante despechado. Sí, esa era una historia de amor. Y él pensaba que un turista no podía irse de una ciudad sin al menos, haber conocido una historia de amor de aquel sitio, una historia de amor que no viniera en las guías de turismo, tan hechas a la carrera, tan hechas sólo a la pasada de las cosas, un embadurre acaso de los techos y columnatas de la ciudad.
Eso hacía él los fines de semana. Había salido con jóvenes turistas alemanas, italianas, con un grupo de chicos búlgaros, con un enjambre de brasileños y brasileñas con quienes había terminado bailando en un antro pringoso, de paredes casi malhumoradas pero que contrastaban con el color chisporroteante de la barra nacar y verde, con lo exótico del color de las bebidas, con el contoneo sabroso de las brasileñas que, al hablar, parecía como si bailaran primero las palabras en la boca...

Wednesday, October 10, 2007

Otra de Mía

Mía se escapó. No supimos en qué momento, pero en la noche, antes de irnos a dormir, la casa estaba demasiado callada. No se oía el ajetreo de Mía mientras que Nadja, la madre, se echaba sobre el brazo del sillón con singular pereza. ¿Y Mia? (Ya estaban las luces apagadas en la casa) No sé, ha de estar dormida por ahi. Y nos dormimos. En la mañana se había consumado la desaparición. Antes de alarmarnos (había motivos) O salió a las escaleras del edificio y gritó ¡Mía! Lejano y tímido nos llegó el maullido. ¡Mía! ¡Míaaaa! ¡Míiiiiiaaa! O salió y trepó por las escaleras y la oí hablarle a la gata y después el maullido de Mía se me hizo más sólido, más próximo, más bigotón, hasta que finalmente O la depositó en la alfombra del departamento.
Esa gata parece haber nacido para todas las cosas buenas y malas que puede tener un gato doméstico: caerse de un sexto piso, pasar por la plancha del veterinario, vivir encerrada y ahora, perderse en las escaleras del edificio toda una noche. O estaba contenta. A mí me da cosa admitir una cosa: estoy encariñado con Mía la sagaz.
No habían ni pasado cuatro días desde el fin de la Fundación cuando ya tenía tres propuestas de trabajo. Tomé una, por supuesto, una tranquila y sin tanto estres donde me la paso corrigiendo y revisando libros. Reviso un libro, lo termino, me pasan otro, lo termino, me vuelven a pasar otro. No tengo en mi nuevo lugar ni computadora, ni teléfono, ni nada: solo un juego de plumas rojas, un lápiz (que iré reponiendo) y ya. Comparto mi lugar con una impresora bastante promiscua. En estos días he leído la historia de una asesina serial y el policía enamorado de ella, leí por fin una novela a la que le traía ganas desde hace tiempo y ahora vivo en la Francia de finales del siglo XX, en una novela sobre la redada de la Vi' d'Vil.
Por lo demás, no he tenido tiempo porque también me animé a co-editar un libro de Historia de México para una editorial todavía pequeña pero enjundiosa, con gente a toda madre y divertida, pero sobre todo, capaz. Ayer vi a un maestro que estimo y me habló sólo de buenas noticias para el futuro e hicimos planes y pronto saldrán, sin siquiera imaginarlo, más cosas buenas. Por lo pronto debería de irme a dormir que en dos semanas apenas si lo he hecho.

Sunday, September 30, 2007

En Aguascalientes la vida es más sabrosa

Siempre que voy a Aguascalientes y por alguna extraña razón, termino a horas de la madrugada en fiestas de desconocidos y me la paso muy bien. En una ocasión fue en un patio, con quesadillas y chiles rellenos de queso que se asaban sobre una parilla y mientras cantábamos, qué vergüenza, canciones de una banda argentina. Después fue en una casa por el segundo anillo periférico y ahora, recientemente, en casa de Jorge, un excelente pintor y dueño del café el codo que, en Aguascalientes, es de los típicos del centro.
Así que ahí estaban con Aldan, semidormido bajo una llovizna pertinaz y platicando con Jorge y Gema con un vaso de champurrado al frente mientras en el resto de la cocina el resto de los invitados comía tamales y platicaban animosamente y en otras habitaciones de la casa dormían unas chicas.
Es curioso que hable de la casa de Jorge, porque técnicamente fue la persona con quien menos tiempo pasé en mis dos días en Aguascalientes, pero es que su casa me gustó. Tiene al fondo un taller de pintura con muebles y libreros bonitos por ser poco convencionales. El taller dar a un patio con un gran zapote al centro y después la recámara es muy padre, con una cama baja y casi empotrada en el piso, luego un pequeño lugar con sillones, mesas y cuadros por doquier y finalmente el estudio de arquitecto con planos, más cuadros, computadoras, etcétera.
Es una casa muy bonita. Horas antes habíamos estado en el café del codo tomando vino y soya con pico de gallo. Aldan es un tipo muy divertido y amable, conocí a Oscar Santos, un poeta del que ya había oído cosas buenas (luego sucede que oyes bien de muchas personas y cuando las conoces confirmas que en el carácter también se confirma la crítica literaria). Estaban también Atahualpa y su novia, Salvador Gallardo Cabrera, un amigo de éste y dos chicas de la UA. Sólo sentía la noche y la lluvia.
Sin embargo, lo mejor de la noche fue poder platicar con María Antonieta. María Antonieta es una joven escritora de Aguascalientes. En realidad, no tan joven, pero es joven.
María Antonieta vive en una silla de ruedas y tras cinco años, se sigue recuperando del accidente carretero donde murió su esposo y donde ella quedó seriamente herida. María Antonieta se me acercó en el Museo Descubre y me dio la mano, me dijo que había podido ver muy bien los ambientes del cuento que había leído en la premiación y después me dijo que ella también escribía, que seguía escribiendo aunque fuera mentalmente porque físicamente aún no puede sostener un lápiz y menos utilizar una computadora, pero sigue escribiendo.
María Antonieta me habló de sus cuentos, de los que no ha escrito y se le llenaban los ojos de esperanza y yo me sentía ridículo, porque es ridícula en muchas maneras la frivolidad de los escritores. Me hubiera gustado llevarle algo digno de regalo, pero sólo tenía ese mismo cuento que había leído media hora atrás. Sé que no es mucho, le dije, pero si me aceptas unas hojas, con gusto te las doy. Y María Antonieta se emocionó mucho. No creo que haya sido por mi regalo, pero se emocionó mucho. Ya verás, me dijo, que en cinco años yo seré quien te regale cuentos.
No lo dudo, María. Horas más tarde mientras veía a Jorge mostrarle a Gema su casa y miraba a Aldan dormido en una silla de mimbre y mojado ligeramente por la llovizna hidrocálida, volví a pensar en María, tal vez ya dormida mientras nosotros seguíamos buscándole algo a la noche.

Thursday, September 27, 2007

Reseñita apurada de dos años

Hoy es mi último día en la Fundación. Ya los cubículos están limpios. Desde hace un semana me he llevado mis cosas. Ojalá pudiera hacer, con precisión, un paso detallado de todo lo que viví estos dos años, pero van dos veces que borro sin querer lo que he escrito. Hablaba de Depeche Mode, de los amigos, del calentador de María, de la vez que Boone se cayó de una mesa una tarde que cayó un fuerte granizo. La biblioteca de inundó, pero nosotros mirábamos desde la terraza aquella masa blanca y helada que había ocultado el suelo y flotaba a la deriva como un témpano desmayado.
Pero he borrado, sin querer, todas esas largas descripciones. Con Orlando escribí una novela que me llevó un año, con Bernardo escribí un libro de cuentos en ese primer año. Gracias a Edgar me apuré a terminar un libro misceláneo y en marzo apareció el Torri. Cómo trabajé Dejaré esta calle y aún cuando lo leo me lleno de horror al encontrarle fallas. Por eso ya no lo leo. Fue un primer año de hacer amigos también, de llegar a la fundación a las nueve de la mañana e irme a las ocho mientras Ciri hacía rondines para vigilar que en la noche todo estuviera con bien. Ese año empecé otro libro de cuentos y cuando se llegó el final del primer periodo (me dijeron en Juárez que podía tener otro año más), me sentí entre cansando y desilucionado. No supe ni sé porqué.
Me sentí cansado porque no tenía nada nuevo qué escribir. No dejé por eso de revisar todo lo anterior pero llegaba un momento en el que ese cantante de muertos, en el que los cuentos de esa primera versión de Sola no puedo me tenían harto. Varias veces estuve a punto del delete. Las historias me habían cansando. Esa navidad, después de las piñatas de libros, decidí tranquilizarme. En enero, empecé a llevar con Orlando un nuevo libro de cuentos que habían salido a cuenta gotas, casi de manera lateral al otro. Yo seguí en la tutoría todo cansado, aburrido, sin encontrarle un rumbo interesante a mi proyecto nuevo. En febrero, Arianna me escribió para invitarme a una colección de novelas para jóvenes. Su correo fue una gran sorpresa y me aventuré. Empecé la historia de un chico que vive en una unidad donde se roban a los niños y nadie sa quién es. Iba a cuenta gotas, un tanto emocionado porque al escribir esa novela recordaba las montañas de Monterrey, el cerro de la loma larga y el cerro de la silla. Casi podía internarme en ellos de nuevo, gracias al recuerdo.
Y después vino la revolución.
No lo puedo llamar de otra manera. Después de tanto frustración y gracias a una charla con Nadia (mi compañero de equipo y mafia de dos, como decía Julian Etienne) fue que apareció un maestro de historia que le gustan las batallas. Y escribí una primera línea y ya no pude parar. Fueron seis semanas de llegar a las ocho de la mañana y de irme a las diez. Seis semanas de escritura extrema, no por la calidad, sino por la cantidad. Sólo a la mitad de ese proyecto me detuve. De pronto, el personaje se había ido por otro lado. Tuve que hacer una pausa de un día y al finalizar borré parte de lo que había escrito. Al día siguiente, creo, la novela había vuelto a su cauce.
Fue una descarga emocional escribir de esa forma. No hablo de la pretensión de escribir como si, al hacerlo, escriba algo bueno, hablo simplemente de vomitar, no meto la calidad en esto, sólo de sacarlo todo. Al finalizar esas seis semanas me temblaban las muñecas y los dedos: la artrítitis, única enfermedad digna de quien se diga escritor. Pero no había tiempo para descansar y volví sobre la novela de Arianna y la terminé para las fechas estipuladas. En ese inter fui a Oaxaca, al ICC junto con Hinojosa varias veces a Monterrey a festejar los 30 años. Todo ese tiempo, no dejé de escribir cosas nuevas, de revisar cosas viejas. Sin embargo, para agosto, ya me sentía cansado. Días antes de la boda, le decía a O que estaba por cerrar el changarro. Aún volví de la luna de miel y me apuré a escribir un último texto, sencillo, de un chico que cuenta todo lo que no le tocó vivir en los ferrocarriles.
El saldo, ha sido generoso. La vida ha sido generosa. Anoche me salí a tomar un último café con mis amigos: Boone, Hinojosa, Vicente, Mijail. Hablamos de lo de siempre, nos reímos, nos burlamos. Al final, frente a la mesa vacía, era imposible no sentir que nos íbamos con las manos llenas. Nunca en mi vida había escrito tanto. Tres libros de cuento, tres novelas, un libro misceláneo, la mitad de un libro de entrevistas, la mitad de un libro de retratos. No hablaré de los cambios en mi vida personal, pero esto fue un regalo. No fue algo para que presumiera, no fueron galones para decir: fui becario de tal parte o como muchos lo ven también, una cuestión de dinero fácil. No, esto fue un regalo. Así lo veo, un regalo cuya envoltura no terminó de caer sino hasta el último día, hasta el último momento para mostrarle a cada quien, lo que tenía, lo que se llevaba.
Podemos hacer tontos a los demás, pero no a nosotros mismos. Yo me voy en paz. Tengo una cámara para grabar a mis amigos y a la casa, tengo tambien la garganta un poco anudada, porque mi regalo fue muy generoso, pero me lo gané. Escucho Home. Hoy vienen los nuevos a firmar sus convenios. Al rato brindaremos y a la noche me voy a Aguascalientes.

Tuesday, September 18, 2007

Empiezo a limpiar mi cubículo. Guardo el poster del luchador, hurgo en las cajoneras para tirar lo que ya no necesite, esos papeles que uno va cambiando de lugar interminablemente sin saber aún la importancia de los mismos. Aún no me atrevo a quitar la calaca huesuda y amarilla que Heidy me regaló y que traigo en procesión desde el ILCE, ni mucho menos el cuadro que Yuri me regaló, cuadro pequeño, pero que ha estado en este lugar desde que llegué. Todavía hoy, tal vez con ánimo de no irme, pegué en una pared la portada de mi último libro, los cazadores de pájaros, que hoy me hicieron llegar vía mail. Es una portada muy bonita, negra con cuadros anaranjados secos. Aún no puedo creer que este año saliera un libro más y sobre todo, que fuera a pedido. Los cazadores de pájaros es una novela de 160 cuartillas escrita de febrero a julio, además de las batallas que salió de marzo a abril y ahora está esperando en el cajón. Pero aún no quiero irme, pero también ya es hora. En fin. Ojalá quien ocupe luego este lugar, escriba tanto como yo lo hice o de menos, vaya a todos los cursos y conferencias.

Monday, September 17, 2007

Al final

Estos días me he sentido como al final de la fiesta, cuando sigues con una botella en la mano, semivacía ya, caliente incluso la cerveza y ves cómo los demás se despiden y se alejan con un breve ademán de adiós y los dueños de la casa empiezan ese lento y arduo proceso de limpiar los destrozos; pero tú no te vas, sigues ahí en ese rincón, aún tratando de exprimir una charla, esperanzado no sé qué cosa, como si todavía fuera a ocurrir algo importante a esas horas de la fiesta donde ya no puedes hacer amigos, ni iniciar charlas con aquel con el que nunca hablaste y donde los que murmuraron de ti no lo dejarán de hacer como lo hicieron desde el momento que entraste a la reunión y te preguntas, acaso con cierta inocencia, si las cosas pudieron ser distintas, qué habría pasado sí le hubieras hablado a la chica guapa ¿tendrías su teléfono? ¿Habrías podido acostarte esta noche, con ella? ¿Qué habría pasado si te hubieras acercado con aquel con quien no parecías tener ningún punto en común o si hubieras hablado aún más con aquellos que te dieron la bienvenida e iniciabas charlas torpes sobre la amistad y la política, esas charlas de principio de fiesta que todo mundo sabe, son sólo el tanteo para las charlas verdaderas, las que ocurrirán al filo de la madrugada, al calor de la ebriedad y el frío?, incluso te preguntas que si hubieras llevado más cerveza ¿aún habría fiesta? ¿aún estarían los amigos junto a ti?, porque esto de hacer amigos en las fiestas, ya se sabe, nunca es una decisión personal sino causal: bien pude volverme amigo del que a media noche me increpó por tardarme frente a la ensaladera.
A esta hora ya se bebió lo suficiente, se comió hasta saciar, se bailó, se cantó, etcétera.
Estoy en ese momento de la noche cuando te das cuenta que todos los que fueron a la reunión te empiezan a parecer extraños, porque hay un momento de la fiesta donde nadie está a gusto ni consigo mismo, cuando la botella está a punto de caérsete de la mano a causa de la ebriedad y ves a los que se van juntos, satisfechos para seguir con la parranda en otras casas o en la noche, por las calles de la ciudad, al filo de los mariachis o de los karaokes o en mesas donde se cocinan espaguetis y enchiladas o en los hospitales y las calles ebrias y no sabes si debes irte con ellos o quedarte con los que sólo fueron a la fiesta a chupar gratis, sin ánimos de conocer a nadie o si acompañarás un momento más a los que se van solos a casa, con las manos vacías, a sus camas heladas.
Estoy en ese momento de la fiesta; ya me corren, ya los dueños de la casa bostezan a mi lado, miran el reloj, me sonríen con cierto apuro y no intentan ni siquiera una última charla y veo los destrozos de la noche, las botellas vacías, las bolsas de basura, las manchas de vino, las colillas de cigarro, los platos sucios, los sillones donde un grupo cantó toda la noche, las esquinas donde se fumó con placer, las terrazas de donde se oían risas y complots, recuerdo los equívocos, porque en el fondo, toda fiesta, más que una reunión de amigos, es una reunión de contradicciones, de contradictores. Y veo a los últimos que se van para pegarme a ellos y como siempre, en un último afán de rapiña, todavía voy por algunos cacahuates, me robo la última cerveza para el camino y para empezar a recordar, arrullado por el ruido de la ciudad o de mis pasos, todo lo bueno y malo que pasó durante esta reunión de dos años, para empezar desde este momento la fiesta desde el único lugar de donde la podremos recuperar, desde la nostalgia.

Monday, September 10, 2007

Qué cosa, más gente se va de aquí y ni me entero. Bueno, muchos se han ido. Un tiempo sentí que todos se estaban alejando de sus lugares cómodos para emprender cosas o viajes inauditos, al menos para mí. Llegó un momento en el que tuve que tomar la decisión de también volar. Eso del sedentarismo, creo, no es lo mío. Pero ahora, ¿a dónde iré? Una vez pensé que quería trabajar en la Universidad del futbol en Pachuca o en la organización de los tuzos del Pachuca. Ahora quiero poner un negocio de dulces o de bolsas... después, un amigo me dijo que ojalá no dejara de escribir, de tal manera que al hacer autogestión, un día sólo me diera risa que un día quise buscar un trabajo que no tenía nada qué ver con escribir. A veces, un buen amigo me pregunta: ¿y cómo va el negocio de las bolsas? Yo nada más suspiro y le contesto: ahi va, ahi va.
Asi que... qué haré ahora. Eso de trabajar para que otros ganen no me llama mucho la atención...

Monday, September 03, 2007

Me encantan los blogs porque es una oportunidad para que todos nos sintamos especiales, al menos durante el ratito que escribimos para subirlo a la blogosfera. El que sube textos literarios o se publicita, quiere ser reconocido, el que sube chistes, algo de Jo jo jorge falcón tendrá, el que sube de su vida, como en este caso, quiere de alguna manera ser cute y aceptado. Esta generación tiene el complejo friends: wanabe, fresa, cool y con problemas. En fin.

Sunday, September 02, 2007

Monterrey

Ah... pues ya volvimos. Algo de tristeza me da cada que regreso de Monterrey, pero cada que vez esta tristeza se acrecienta. Vuelvo y pienso en los buenos amigos que se quedan allá, en las probables cenas en casa de Rilva y Monse, en salir con Odiel y Kara a sitios padres, en jugar al dominó cubano con mis padres y los papás de O, en trabajar en Monterrey, algo que no he hecho desde hace seis años.
Pienso entonces que ya es hora de volver, de vivir de nuevos con los amigos de allá, de organizar pequeñas reuniones en casa, de tener una casa, de ir a helados Sultana, de huir del sol para meternos al Rally huyendo del sol.
Ah.. Monterrey...
Y pienso, claro que tendría futuro en Monterrey, sólo que no sé en qué.
Ah...

Wednesday, August 22, 2007

Días antes de la boda

uy miércoles prisas maletas acomodar vestidos de novia trajes para civil y la ceremonia limpiar la casa sacar la última tanda de la lavadora ver el arenero de las gatas acomodar el sillón pasar un trapo por la pantalla del televisor buscar el cargador del ipod y la videocámara ir a sears a sacar tarjetas ver el corte de pelo empezar a sacar cuentas de quienes van a faltar buscar pantalones cerrar las maletas ponerme a limpiar la casa cocer huevos llueve llueve llueve llueve que técnica de reiteración tan más gastado ver las noticias esperando que Dean no llegue morderme las uñas decidir si el saco café o el saco con tonos verde oscuros buscar otra vez mis pares de calcetines ¿qué camisa me pondré? llegar a las seis cuarenta a Santa Fe ¿dónde quedó la cámara? ¿las invitaciones? ¿ya metí los anillos a la maleta? ¿dónde quedó el vaucher de depósito de la casa donde será la fiesta? cocer huevos comerlos limpiar el refrigerador que la abuelita de O hará una comilona el día de la boda que mi mamá anda histérica para comprar una mesa de cristal para firmar el civil y tarde tarde nos dimos cuenta que los viernes se pone un mercado afuera de la casa divertido los declaro marido y mujer y afuera ¡compren el kilo de tomates! ¡Llévese tres hamburguesas por veinte pesos! pero ya dijo el buen Felipe risas es lo que ya tienen y mientras buscar calcetines y ver a las gatas y sonarme las narices y pasar abúlico varios canales de televisión e intentar una última jugada de Age of Empires y pensar en los amigos del D.F. que no podrán ir y levantar las maletas y buscar las invitaciones otra vez y todo otra vez y todo otra vez porque la trnaquilidad aunque exista no está permitida y vigilar la maleta donde está el vestido cauda y velo y ¿dónde me voy a comprar ese ramito de flores que el novio debe de llevar en la solapa del traje? y caray, no podremos llevarnos las velas y los vasitos de vidrio y ver si el sonido está bien y el pastel y comprar salchichas para la fuente de queso, porque el chocolate blanco ya está ok oquei ocas y ¿qué dirán en la casa? y sacar la licencia para el carro y levantar la basura limpiar el arenero sacar la última tanda de ropa de la secadora enrrollar el cable de la plancha bañarme apagar el boiler salir tomar un taxi uy miércoles prisas acomodar maletas vestidos de novia para iglesia y civil y todo que vuelve a empezar otra vez.

Sunday, August 19, 2007

Despedida

Al final, en el Red fly, nos birlaron 1300 pesos, pero la fiesta salió bien. Me dice O que no piense en los que faltaron, pero a veces es difícil no pensar en los vacíos del corazón. Yo pienso en esas faltas y esas personas y me digo: algo me faltó, no he sido buen amigo. Imagino que así se llena los albumes familiares, un 80 por ciento con la gente que está dentro, un 20 porciento en el recuerdo de otras gentes.
Pero, la despedida, fue estupenda. Parra habló, Claudia bailó, César y Rodrigo tambien dijeron discursos: "ese intelectual irredento de las taquerías". O regaló paletitas de corazones a las chicas, yo iba de bandera en bandera. En algún momento de la noche aleccioné al guerco sobre las cosas buenas y las malas de la vida, pero es que el chamaco me cayó bien. Heidi se aventó el chiste de la noche, Katia nunca se separó de una esquina, Lilia bailó norteñas, Sarabia iba y venía, Paty y Maty estaban muy bien sentaditas en una mesa, lo mismo que Geney y Nadia y más tarde llegó Nadia Baram y Pedro, los dos de negro, muy apuestos, elegantes vaya.
Mariana llegó con un amigo francés y le dijo después, que pensaba con la frase despedida de soltero, una noche salvaje, tragos, mujeres, etcétera, pero le gustó, en lugar de eso, encontrar a una grupo de gente que se estima en el D.F. reunidos para ver cómo otros se casan, con buenos deseos y discursos de alegría por parte de los amigos.
Los pesimistas dirán: cuando te divorcies a ver cómo lees este post.
Ah... sí, el pesimismo siempre tiene formas de salir.

Qué más.

Un fin de semana antes de casarme, siempre recordaré que el viernes fui con Iván, Mar, Caro y Alex a ver la lucha libre. Me acordé de mi tía Martha. Luego, el sábado por la noche, después del cine y mientras O trabajaba, me puse a limpiar la casa. Afanado con jergas y pino para la alfombra, pensé poco en la boda y más en el olor del pino. Y todavía el viernes por la tarde estaba preocupado por el destino de mi novela de los muertos.
Hace mucho tiempo buscaba cosas que me definieran. Veía en el dolor y la felicidad de los otros, una marca, algo dónde reconocerme, en el dolor y la alegría. Otras familias me agradaban, otros amores también, otros dolores adoptaba. Luego llegaron los propios, los familiares.
Y estoy ahora aquí, en esta casa mientras escucho el ruido de la secadora y Nadja duerme tirada junto a un baúl y ahora se acaba de desperezar un poco y se recarga contra una lado del mueble y se queda viendo la orilla del sillón. Y yo escribo: aunque intente dejar de hacerlo, no podré dejar esto.
Ayer me probé mis dos trajes para la boda civil y la religiosa. Me pronto me ganó la curiosidad de ver cómo me veré, (gesto puro de egocentrismo). O estaba contenta cada que aparecía frente a ella, midiendome un traje, luego el otro, comparando las corbatas. Me sentía de distintas maneras con juguete nuevo.
Con esto del matrimonio, además, he oído todas las malas y buenas vibras del mundo. ¿Qué puedo hacer ante el escepticismo generalizado y el optimismo sin solidez? Sólo lanzarme como lo hacemos todos: ciegos, mudos, pero hacerlo, qué mas, confiando y tambien, amando.

Friday, August 17, 2007

Me apliqué, por primera vez en mi vida, un producto para evitar la caída de pelo. Olía muy fuerte y en la frialdad de la regadera sólo pude sentir cómo pasan los años, como en realidad no hacemos nada con nuestro tiempo. ¿O sí?

Friday, August 10, 2007

Me puse a cortar papel. Al cabo de una media hora, me dolían los nudillos y los dedos a causa de las orejas de las tijeras. Me acordé de mi padre, cuando decía que ya no podía cortar más ni un metro de tela. Y me mostraba las manos enrojecidas, los callos reblandecidos y rojos a causa del esfuerzo. Por momento me sentí terriblemente feliz al intuir que mis callos no estarían en la piel ni en mis nudillos como con mi padre.
Pero después me invadió el temor: ya encontraría la vida otras formas de ablandarme.

Sunday, July 29, 2007

Voy a Buenavista durante una semana a dar un taller de cuento con gente de allá. Diez horas, cinco días, en un pueblo perdido entre la selva y los cerros. Hay que bajarse en la carretera y caminar por el mercado (que no es más que una serie de columnas dispuestas en línea) y llegar hasta el centro cultural de Buenavista. La pequeña Grecia, también le dicen a este pueblo, gracias a que un maestro (abuelo de un amigo), se dedicó a ponerle nombres a un sin fin de recién nacidos. Al más puro estilo del cuento de "La tona", el profesor dio nombres que iban de Aristóteles a Zenón y toda una generación de Temistocles, Pericles, Demócritos y más andan aún en la pequeña Grecia.
Y hacia allá voy a dar un taller de cuento...
Suspiro entonces por conocer Buenavista.

Saturday, July 21, 2007

Tengo treinta años, pero a veces, al mirarme en el espejo, me sigo imaginando de diecisiete. Eso es terrible, porque habla de una miopía para comprender el tiempo, la edad. A veces creo que sigo en la preparatoria 7 Oriente, sentado en las bancas, feliz porque junto con un par de amigos, Josué y Fabián, compramos una pizza de Mister Pizza a la hora del receso. Y mientras el resto de los alumnos se conforman con una vil torta de jamón o conchitas con salsa, nosotros tres estamos probando una deliciosa pizza de salami y peperoni.
Pero lo cierto es que los dieciséis, los diecisiete, hace mucho quedaron atrás. No sé si uno empieza a amargarse cuando de golpe, se da cuenta en realidad de que tiene treinta o más años y que los tiempos del juego o de la esperanza, no sé, empiezan a quedar atrás. No sé si esta juventud que sigo disfrutando, también, tenga que ver con un hecho, que he retardado todo lo que puede envejecer a un hombre. No me he cargado de grandes presiones. He decidido vivir así, como dice la canción, sencillamente.
Parece complicado lograrlo, lo es.
Pero hoy me siento de treinta años, pero no puedo dejar tambien de sentirme un poco más jóven. Sigo viendo a veces, a gente de mi edad, muy grande, con una madurez en los ojos y el rostro que yo aún no veo en mí. Así que sigo con esta miopía de la edad. Espero que, cuando me calzen los lentes a la fuerza, esto, lo que vea al espejo, no me asuste.
Hago de comer, desflemo el pescado, limpio las espinacas, corto en rebanas pequeñas el queso. La cebolla, el tomate, el chile van a parte junto con las hierbas de olor....
Cocinar...
Cocinar...
Nunca seré Anthony Bourdain...

Thursday, July 19, 2007

Muchos años atrás, una tarde calurosa, me encontré, no como Dante en medio de una selva umbrosa, pero sí aburrido, en una plaza comercial al poniente de la ciudad, cansado después de comer unas gorditas doña Tota. Y me sentí lleno, hastiado mientras la gente hacía compras en aquella Soriana y un sopor extraño se paseaba entre los carritos de la despensa.
Salí a la avenida, sin saber muy bien a dónde ir. Y esperé. Esperé. Miraba las resbaladillas de un parque acuático, azules y frías bajo la tarde y la fachada gris y aburrida de un FAMSA. Así que caminé y me fui al otro lado del centro comercial. Llegué a una juguetería, entré, me perdí un rato en el pasillo de los juegos de mesa, tomé un juego, dispuesto para comprarlo, pero lo abandoné al llegar a la caja y salí con las manos vacías.
Ahora pienso que por aquel tiempo mi vida y mis días eran así. Ahora, cuando me descubro con esa misma sensación me parece que las cosas no han cambiado mucho en realidad. Así que tomé un camión Huinalá y vi pasar la ciudad: Lindavista con sus negocios pequeños y con un lujo clasemediero, las filas para comprar en el pollo loco, el insípido monumento a la madre con el sol quitándole cualquier belleza. En Monterrey, bajo el sol y el calor, se pierde cualquier rasgo de belleza. El trazo urbano quema, los arbustos y árboles se resecan. Monterrey es entonces un gran desierto que arde aún más con el reflejo platinado de sus coches y la sequedad de sus cruceros.
Llegué hasta Colón y Nueva Rosita. Entonces, lo recuerdo bien, aún vivía mi tío Roberto. Y en una esquina de ese cruce había un Bancrecer, ahora desaparecidos. Y a veces iba a realizar depósitos a ese banco, depósitos del negocio de mi tío Roberto. Me bajé y me detuve un rato frente a las puertas del banco. Pensaba que de un momento a otro podría aparecer por ahi alguien conocido. Pero no apareció nadie.
Así que, como en otras ocasiones, entré al Raly.
Aire acondicionado.
Entrada a quince pesos
Palomitas grandes a quince pesos
Refresco a ocho pesos.
chili-dogs a ocho pesos
El paraíso.
Vi Moulin Rouge. Salí enamorado de la película. Salí enamorado de las voces, del tango de Roxanne. Caray, hasta me dieron ganas de estar enamorado.

Tuesday, July 17, 2007

Historias minínas

Mía está en celo. Se arrastra sobre la alfombra como si trajera no sólo fuego por dentro, sino tambien navajas. Maulla de cuando en cuando, maullidos largos, agónicos y después que ha expulsado tanta tensión, se queda tranquila momentáneamente y se echa a un lado del refrigerador o en una orilla de la ventana donde le da el sol. Mía es una gata voyeur. En el otro departamento llegaba de un salto a la parte alta de una pequeña bardita y desde ahí miraba los techos de las vecindades, el bullicioso andar de la gente pisos más abajo. Luego se ponía a jugar. Luego huía de mí. Luego se tiraba junto a O como si sólo junto a ella estuviera en paz. (ya somos dos).
Pero ahora, Mía está en celo y es una gata insorportable. Debemos operarla, pero cuando la llevamos con el veterinario, éste dijo que no, así no. Así que la estamos sufriendo mientras Nadja, su madre, se tira junto al platón de croquetas, olvidada del mundo y de nosotros. Entonces pienso que tendremos a esas gatas durante muchos años más. No sé si esto sea, necesariamente una declaración de optimismo, pero debo decir que tal vez quiero más a Mía por rejega, pero más a Nadja por su capacidad zen. Y cuando O llega a la casa y se tira a jugar al Age, pienso por un momento en esa cuestión rara que son las familias. Qué cosa esto de formar las familias.

Monday, July 02, 2007

Retratos familiares

Tío rito
Escribo una novela y sin querer aparece en ella mi tío Rito, el hermano de mi abuelo. Mi tío Rito sale hasta la tercera revisión, aparece de la nada entre el diálogo de dos personajes. ¿Por qué sale mi tío Rito? Por uno de los personajes hablan sobre la viudez y yo recuerdo en ese momento al viudo de mi familia, al viudo honorable de mi familia. Se le murió mi tía Vickie a una edad donde ya todo estaba perdido, pero él se quedó con su silencio y sus misterios. Siempre fue el compañero de parrandas de mi abuelo. Siempre andaba con pantalón de vestir, camisa rayada, bien pasada por la plancha. Guardaba libretitas donde apuntaba todo y cuando estaba borracho se cubría los ojos con gruesos lentes de motociclista. Mi tío Rito siempre fue el viudo de la casa. Nosotros no fuimos sus sobrinos preferidos: los hijos de mi tía Paz siempre lo fueron de toda la familia, pero algo había en mi tío Rito que nos llamaba a la risa y a la seriedad. Murió accidentalmente, una tarde que, borracho, por evitar que lo atropellara un coche, dio un paso hacia atrás y lo arrolló un autobús de la ruta Monterrey-Mina. Estuvo convaleciente por meses, pero una tarde simplemente ya no soportó la carga de la vida, la enfermedad y la viudez. No recuerdo dónde lo velaron, sólo que en la madrugada, una ambulancia del IMSS salió con su cuerpo para llevarlo a Venado, en San Luis Potosí. Mi tío Rito. Qué sorpresa verlo aparecer en mi novela. Qué sorpresa, tío Rito, verte otra vez con su vestimenta bien planchada y tu libretita con apuntes, mientras le dices a mi personaje: "Yo soy de un pueblo de valientes."
Ayer domingo limpié la casa. Me descalcé y con tina, jergas y cloro me puse a barrer la alfombra, los azulejos, a limpiar, vaya, la casa. Me sentí muy bien limpiando. O trabajaba en la computadora y a las seis salí por la comid: sushi y pizza. Comimos tambien, muy agusto, mientras afuera caía un aguacero. La vida doméstica, pensé al volver a casa, aunque las gatas salten de un lado a otro y haya que cambiarles la arena y el departamento esté chico, creo, bueno, al menos por este momento lo pienso: será genial.

Tuesday, June 26, 2007

Cuestiones domésticas

Ayer llegó la lavadora-secadora. La buscamos en muchas mueblerías y al final, terminamos comprándola en el Wal-Mart (el Wal-Mart es la esencia de nuestra cultura). Es LG y tiene una puerta frontal, con espejito. Es plateada. Ayer me sentí técnico cuando la instalé y cuando me corté y me abrí una herida vieja, hecha con un cuchillo, no pude más que recordar cuando instalaba aire acondicionado con mi tío.
Y bueno, ayer estrenamos la lavadora. Primero nos dio risa que Mía fue y se sentó frente a ella para ver cómo se removía la ropa, después nos dio risa que fuera Nadja. Una hora más tarde, yo estaba frente a nuestra lavadora plateada y viendo cómo se movía la ropa. O nos tomó foto a los tres en ese momento, viendo el invento del hombre blanco.
Me dije Mijail, cuando les cuento, que un matrimonio no es compartir y ver los electrodomésticos, y me pregunto, si no es eso, entonces qué sí es.

Saturday, June 23, 2007

Construyendo la casa

Lo mejor de estos días es la sensación de construir una casa. Y aunque nos han sugerido una mudanza, la verdad es que estamos a gusto en nuestro pequeña casa, un tanto apretados, (nos faltan muebles y otras cosas), pero lo mejor es ir dándole forma a nuestro espacio. Quitándole cualquier dejo de cursilería y nostalgia, me parece que es algo sencillo. Claro, a veces no, pero en general es algo sencillo. Y claro, tambien paso un rodillo quita pelos de muebles, ropa y alfombra, pero no me molesta. En realidad, creo, me gusta. Y veo mi casa, nuestra casa cómo se vuelve algo nuestra. Sí, no es como la casa de otros amigos con sus cosas buenas y espacios amplios para juegos, cenas, etcétera. Pero hoy en la mañana fui a la cocina y vi los sartenes y las palas colgado de unos ganchos de plástico y no pude más que sentirme tontamente feliz. Y tomé un vaso de agua y un yogurt y me senté a ver a "Los padrinos mágicos".

Vestidos de novia

Yo me resistía a acompañarla. Pensaba que era lo mejor, que ella fuera con sus amigas a buscar su vestido de novia. ¿Yo qué sé de vestidos de novia? El encaje aqui, el encaje allá, la cola larga y el velo corto, la crinolina. Caminamos, no mucho, pero sí, recorrimos la calle de Chile desde Tacuba hasta el deportivo en la Lagunilla. Vendedores de churros, qusadilleras, vendedores de ropones y jubones para primera comunión y maleantes nos salían al camino. Y los vestidos blancos, de novia, se alejaban, blancos, aburridos algunos, terribles otros y bonitos los demás. Pero el presupuesto, bueno, dejaba cosas fuera. Ella se probó varios pero yo no los vi. Me quedaba en las aceras escuchando al Ipod y busgueando entre frituras para ver qué comer. Entré a tiendas de vestidos de novia comiendo elotes o esquites y miraba a las otras chicas que tambien buscaban vestidos. Iban en bola, armando relajo, con las miradas ansiosas. De un rápido repaso negaban, enjuiciaban y se iban.
Ah, los vestidos de novias.
Ayer, creo, finalmente encontramos uno que "nos" gusta.
Ya quiero vérselo puesto el día de la boda.

Monday, June 18, 2007

Aquí los días están muertos. Ya huele a cadáver en descomposición. Yo mismo ando echándome a perder en los rincones. Tanta pus y peste condensadas tanto tiempo en algún momento te inmovilizan la tráquea por las arcadas.

Monday, June 11, 2007

Lunes. Hoy no he hecho nada, en realidad, sí, pero apenas me encamino a este lugar y respiro la sensación de "literatura" en el aire y me entran ganas de nuevo de volver a casa. Creo que trabajaré allá al menos esta semana.
Ha sido, por lo demás, un día tranquilo. Fui a casa de O a limpiar el arenero de las gatas (prepárense lectores para un post aún más instrascendente que los normales) y le puse pino a la zotehuela. Las gatas me miraban con un poco de curiosidad y olían el cemento, asustadas. Después fui al banco y comprobé, con alegría, que no me habían dado baje con la tarjeta bancaria. La traía perdida desde la noche del sábado y hoy lunes mi saldo estaba intacto.
Lo mejor de la mañana fue que llevé una máscara a componer con un maestro escultor. Estuvimos platicando un rato y después me fui.
Vi Samurai 7 en el dvd, me encontré a un amigo la calle de Alvaro Obregón... me hice de comer...
¿se ve que necesito salir ya de esta rutina??
Yo creo que sí, porque estoy como desesperando esperando que ya pongan el cable y el internet en casa.

Friday, June 08, 2007

No sé si sea normal que me encuentre tan agotado. Imagino que, como sucede después del hundimiento de barco, viene una succión de energia. Y yo creo que estoy justo a la mitad o pasando un poco a la mitad de esa succión. No hablo sólo de estos meses, sino de un par de años o más. Hablo de la energia agotada y chupada, cuando la creatividad "tómemosle sin eufemismo de calidad, sólo el simple ejercicio creativo", se convierte ya en una boca estéril, en un estómago que ha vaciado toda su capacidad de decirlo todo. Pero hablo también de los viajes y las ausencias y la vida vivida a menos velocidad aunque sea más rápida en apariencia. Estoy oficialmente cansado, pero aún así debo de hacer el esfuerzo para sacar una cosa más, un pendiente para este mes de julio que viene. Luego no me pidan más: haré otra cosa, si es que puedo, en suma, hacer otras cosas.

Tuesday, June 05, 2007

Ofialmente terminé mi primer tratamiento.
Los resultados han sido alentadores. Bajé 16 kilos en casi tres meses, claro, con sus pequeños contratiempos. Fácil no fue: había días, sobre todo al principio, donde todo se me antojaba, pero ahora esos días han quedado atrás. Rompí la dieta sólo unas tres veces y luego se atravesaron las tres salidas de la ciudad, seguidas, creo que hubiera bajado más.
En fin, las cosas han vuelto a su lentitud normal. Ya sólo me quedan cuatro meses de beca. Espero que sean sin contratiempo alguno.

Friday, June 01, 2007

Vi

Vi la selva desde lo alto de la pirámide de Cobá.
Vi un par de muchachos platicar en la plaza de Carrillo Puerto.
Vi un viejo que mordisqueaba un trozo de madera junto a un scabé.
Vi a una chica y su novio metere a las aguas en Tulum.
Vi muchos insectos alados, muertos, en los pasillos de la casa de la cultura de Puerto.
Vi a una chica que decía: "mis herederos son Rimbaud, Baudelaire."
Vi una víbora huyendo del paso de los camiones.
Vi a un viejo artesano, piel negra por el sol, que miraba con ojos de niño una obra de teatro infantil y se afanaba por que su nieto, de unos tres años, no olvidara esos disfraces chillones y flourescentes.
Y después de tantas cosas vistas: sólo escogí estas para recordar también, todas las imágenes que no he escrito. Adivanar o recordar de forma indirecta, creo, es uno de los placeres de la nostalgia.
Y también de la vejez.

Thursday, May 31, 2007

La lluvia y el cumpleaños

La lluvia me sigue. Desde Cancún, lugar al que llego, traigo la lluvia conmigo. Salgo de presentar mi libro y ya están afuera esperándome las gotas limpias y caribeñas. Camino a Tulum el agua anegó la carretera, pero a la hora de la lectura me permitió una ventana de paz nublada. Al salir, ya estaba de nuevo el agua siguiendome la espalda y yo dejando que me alcanzara. Hoy, en las espléndidas ruinas de Cobá, sólo por un instante estuve libre de agua. Anduve en bicicleta por el scabé dorado y me detuve a ver las construcciones para el juego de pelota y más tarde subí a la portentosa pirámide principal de Cobá y miré las selva, las colinas verdes que se extendían a todas direcciones y lejos, sí, muy lejos, miré unas nubes negras que no tardarían en alcanzarme. Camino a Carrillo Puerto nuevamente llovió y el agua fue tan terca que incluso dentro del autobús, mientras miraba la película de Zahara (ese desierto mordisqueable), algunas gotas se coloran hasta mi asiento y bañaron mi mochila y en el rostro. Para venir a este internet, también llovió. Hoy presentaré mi libro de nuevo con un chipi chipi incesante. En el norte, la lluvia es de buena suerte: creo que la tendré.
Los 30 años
He pasado mis días previos y posteriores a los mi 30 aniversario viendo gente nueva, reconociendo lugares: Oaxaca, San Agustin Etla, Monterrey, Cancún, Tulum, Carrillo Puerto. He recorrido en estas dos o tres semanas la mayor cantidad de kilómetros de mi vida: en avión, en autobús, en taxi, en bici y a pie. Un hombre, creo, es tambien el resultado de lo que camina: he visto en estas semanas un desfile de mujeres con huipil camino a la iglesia de Santo Domingo, a una anciana manca y muda pidiendo limosna en una calle en Carrillo Puerto, a muchachos con uniforme naranja en la carretera a Cobá y desde el aire, la forma como el mar se detiene en la playa. Y la lluvia, claro: la lluvia ha seguido junto a mí. Y a todos los lugares a los que he ido, he llevado mis libros por delante: he viajado gracias a ellos: a Necrologías, a Dejaré esta calle y a Felinos. Sin embargo, sigo estando a la expectativa: todo me parece fabuloso, por eso no puedo hacer un examen a conciencia. Tal vez no haya que hacerlo. Soy feliz y no me doy cuenta o sí me doy cuenta pero callo mi euforia y miro, miro, sigo mirando las carreteras y sus líneas amarillas: seguro conducen a una parte.
O
Me conduce la carretera a ti.

Saturday, May 26, 2007

Uff... 30

Wednesday, May 23, 2007

Este proceso de adelgazar me ha modificado mucho no sólo físicamente. Hoy llegué a 88 kilos, cifra impensada. Al salir del consultorio me dije, bueno, ya me dieron permiso de dieta libre gracias al viaje a Monterrey. Y me dije, ah, me voy a comer unos tlacoyos, como los que vi ayer en el programa de cocina del canal 11. Y caminé pero cuando llegué con los tlacoyos me dije: no, mucha grasa. Pasé por un puesto de licuados y dije, no demasiada azúcar. Así fui desechando puesto tras puesto mientras avanzaba a lo largo de 9 calles. ¿Tortas? No, muy pesado para la mañana. ¿Tacos? Nombre, eso es pura grasa. Y así caminé con hambre y todo hasta que llegué al Sumesa y terminé comprándome dos manzanas. Sí: dos verdes y frescas manzanas. Es lo que desayuno en este momento que escribo. ¿Quién me rescatará de la comida saludable?

Monday, May 21, 2007

Breviarios familiares

Abuelo Eugenio

La herencia de mi abuelo fue una herencia de muerte: antes de él y después de él, prometí que nunca más vería a mis muertos en el ataúd. Me despidió con una sonrisa aquella tarde ahora fría y cuando volví a casa me dijeron. No pude llorar durante su funeral: no me acerqué a su féretro. De mi abuelo sólo quedó para mí la sonrisa con la que me despidió con unas bendecidas palabras: “que te vaya bien, mijo.” Y lo dejé ahí, para siempre, recostado en la cama, cubiertas las piernas con una colcha de cuadros, la sien protegida con su gorro azul. No le lloré. Hice el intento; pero no le lloré. Sin embargo, miles de rostros de mi abuelo aparecen a veces frente a mí: la ausencia de su rostro muerto en mis recuerdos ha dado cabida a otros a veces misteriosos, otras festivos. Volví a oír de él por boca de mi abuela la tarde que presenté mi libro en Monterrey, en las calles donde él se sentaba a mirarnos camino a la secundaria. La presentación avanzó con rumbo normal. Cuando hablé empezaron a cantar cigarras en los árboles vecinos. Al terminar el evento fui con mi abuela y me dijo: “¿las oíste?” “¿Oír qué?”. “Las cigarras, ¿oíste las cigarras?” “Ah, sí, claro que las oí.” Entonces mi abuela suspiró y dijo: “te viniron a ver, Martha, Rubén, Genio, todos vinieron aquí para estar otra vez con nosotros.” Sólo sentí un escalofrío y busqué en los árboles sin encontrar nada. Sí, la muerte de mi abuelo me dejó una herencia de muerte: no ver nunca en la vergüenza de esos féretros; pero ahora, gracias a mi abuela esa herencia ha cambiado: escuchar en las cigarras a mi familia: escuchar con el canto de las cigarras a todos mis muertos que vuelan, que vienen, que están aquí conmigo; esperando que yo también me vuelva canto.

Saturday, May 19, 2007

Oaxaca

Oaxaca es música, son olores, son colores. Mientras camino por el mercado sólo puedo asombrarme ante el desfile multicolor de las frutas y las flores: los pasillos huelen a cuero, a engrudo y cebollas y del área de comidas viene una nube blanca que sabe a tasajo, a cecina enchilada y cebollas. Oaxaca sabe a una raíz de lo mexicano. En el hotel, con una pequeña fuente al centro, parlotean mirlos, canarios y otras aves cuyo nombre no conozco. En la calle las señoras extienden huipiles, rebozos naranjas que me producen ansiedad en el paladar y ganas de morder las paredes. Por la mañana, la señora Yolanda, la directora del ICC, nos llevó a San Agustín Etla, el pueblo donde el maestro Toledo fundó el Centro San Agustín. Entrar a esa construcción es remontarse, al menos por breves segundos en un paraíso donde la arquitectura y el agua tienen no sólo una función arquitectónica, sino lúdica. Espejos de agua se encuentran tras las escaleras o pequeños estanques iluminan los techos. Del techo de la nave principal (el centro fue antes una fábrica de hilados) bajan cortinas de agua que refrescan el interior de los edificios y bajan por la montaña en surcos.
Es tarde y dentro de un par de horas finalmente conoceré, probablemente, al maestro Toledo. Eso no me hace ni su amigo, ni su comparsa, ni su igual: simplemente será un gusto ver, al menos por un momento, a un hombre que ha dado mucho por su ciudad. Me cuenta Yolanda que el día que ganaron la demanda contra Mc Donalds, todos se fueron a comer tamales al zócalo. Yo le creo. Imposible no hacerlo. Si sólo de estar aquí, en mi pequeño hotel frente a una iglesia de paredes maduras y ocres me dan ganas de ir comiendo tamales por siempre, o al menos, de comprar una casa y traerme los sueños: claro, para acá.