No habían ni pasado cuatro días desde el fin de la Fundación cuando ya tenía tres propuestas de trabajo. Tomé una, por supuesto, una tranquila y sin tanto estres donde me la paso corrigiendo y revisando libros. Reviso un libro, lo termino, me pasan otro, lo termino, me vuelven a pasar otro. No tengo en mi nuevo lugar ni computadora, ni teléfono, ni nada: solo un juego de plumas rojas, un lápiz (que iré reponiendo) y ya. Comparto mi lugar con una impresora bastante promiscua. En estos días he leído la historia de una asesina serial y el policía enamorado de ella, leí por fin una novela a la que le traía ganas desde hace tiempo y ahora vivo en la Francia de finales del siglo XX, en una novela sobre la redada de la Vi' d'Vil.
Por lo demás, no he tenido tiempo porque también me animé a co-editar un libro de Historia de México para una editorial todavía pequeña pero enjundiosa, con gente a toda madre y divertida, pero sobre todo, capaz. Ayer vi a un maestro que estimo y me habló sólo de buenas noticias para el futuro e hicimos planes y pronto saldrán, sin siquiera imaginarlo, más cosas buenas. Por lo pronto debería de irme a dormir que en dos semanas apenas si lo he hecho.
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