Thursday, December 30, 2004

Ciudades en la memoria

La ciudad es la medida del hombre. El hombre la edifica, la construye con sus manos y con el sudor de su frente. A veces, en ese ejercicio, logra dominar sus calles, trazar sus avenidas, pero la mayor de las veces la ciudad crece a su antojo: invade terrenos que debía de invadir, ahoga ríos que no debía de ahogar y, como un cáncer malingno, se expande hasta chupar la raíz de los cerros o se detiene en las barrancas, impotente aún por conquistarlas.
Y mientras uno anda en su ciudad, la ciudad te confiere sus rasgos, te regala una identidad que se permea bajo tu piel, que te da un olor y una mirada distinta al resto de la gente que habita en otras ciudades. La ciudad te codifica a sus formas, a sus costumbres.
La ciudad también se lleva en la memoria como un gen indeleble que pasa de generación en generación. Y es cuando te vas, tal vez, cuando la ciudad se hace mejor que nunca: la ciudad añorada.
Andas por las otras calles, por las otras avenidas con una añoranza de la ciudad que se quedó atrás. Recuerdas ese cine donde venden aquellos hotdogs, recuerdas esa sensación de bajar en el camión por aquella avenida y también los lugares, los sitios que tienen tus señas, los lugares donde estuviste que gente apreciada y querida.
De esta manera te llevas contigo a la ciudad. La nomenclatura tiene raíces firmes y cada sitio puede ser una manera de reconstruir en la memoria la ciudad dejada atrás mientras dejas que la ciudad a donde te has ido poco a poco te reconfigure a sus formas, a su identidad, a sus calles y su gente.
Sin embargo, cuando sucede eso también ocurre que pierdes identidad: te conviertes en un ser ya no de una ciudad,sino de dos ciudades. Es entonces cuando ocurre lo mejor: te das cuenta que la ciudad no es aquella donde vives, ni aquella donde viviste. Entonces tiendes a crear la mejor ciudad de todas:una ciudad añorada donde sólo tienes lo mejor de aquella donde estuviste. Entonces creas una ciudad que tiene tus sellos, tus identidades, tus dialectos. Y esa ciudad permanece por siempre en tu memoria es como la mejor ciudad de todas.



Tuesday, December 14, 2004

Reseñas IV El ángel literario

Los caminos por los cuales los libros llegan a nosotros suelen ser curiosos. A veces son recomendados, a veces sus portadas brillan entre un montón de otros libros en puestos y tendajos en mercados en la periferia. Son pocas las ocasiones, sin embargo, donde accedemos al libro desde antes de que sea libro, cuando apenas es un germen, un semen de palabras que después articulará toda una vida, que nos mitificará un nuevo mundo.

Los libros siempre se están construyendo y una vez terminados se quedan quietos pero su proceso de escritura ha terminado para dar paso a un proceso mucho más complejo y rico: la lectura. Dicen los aztecas que la muerte es una continuación de la vida y creo que al morir el libro en las manos de un editor, nace en las manos de un lector, no una, ni dos, sino centenas y miles de veces. Hay libros, sin embargo, que nacen muertos porque nunca salieron del cajón y libros que están condenados a nacer siempre, tal vez porque nunca iniciaron aunque lleven por título "El ángel literario" y aunque el autor se llame Eduardo Halfon.

No me malinterpreten. El libro de Halfon tiene un inicio con: "Lanza hacia la esquina sus zapatos y sus medias" y tiene un final. Pero a través de todas sus páginas siempre se está gestando así mismo a través de las ideas del autor guatemalteco pero también, a través de las respuestas que autores como Vila-Matas, Mario Monteforde Toledo, Bolaño, Carver, Eudora Welty, Hemingway y Nabokov realizan cuando tratan de contestar la pregunta que Halfon les hace: ¿En qué momento decidieron ser escritores?

Hay un ángel literario, dice Halfon, un ángel que un día cualquiera aparece sobre la cabeza de un hombre o una mujer -ya sea para bien o para mal- y lo maldice -o bendice- con el quehacer de la escritura. Pero, ¿existe ese momento? ¿es posible seguir con precisión de neurocirujano el momento donde el ángel roza con sus alas nuestras manos? ¿Es acaso importante? En "El ángel literario" se dan cita a todas y cada una de estas respuestas. Es a fin de cuentas, el libro, un viaje personal de Halfon hacia desentreñar la pregunta del porqué escribe.

Al final me quedé pensando cuando fue que el ángel literario me rozó. Y es cierto. Escribía desde la secundaria, cartas de amor a un amor imposible y poemas pero yo "no" escribía. Es decir, mi acercamiento con las palabras era un mero ejercicio mata tiempo, un intento por alcanzar los labios de Diana, un intento por ganarme el interés de mis compañeros. Pero si este ángel que muestra Halfon existe, si es cierto, debió de rozar mis manos aquella mañana de 1993 cuando el maestro Chavana nos dijo que viéramos por la ventana el descampado, luego la avenida Félix Galván y finalmente la torre de agua de Axa Yazaki.

Sí, Halfon. Fue en ese momento. Apenas alcancé a observar todo ello el campo, la imagen del campo ya no era para mí sino un: "campo lleno de rastrojo, con caminos que, arrebolados, huían en todas direcciones como un ejército disgregado bajo la metralla". Y apenas vi la avenida y los camiones, la avenida y los camiones ya no eran para mí eso, sino: "en la avenida, el dulce y brusco ronroneo de los autos y los camiones Dina aumentaban el desconcierto de la batalla". Y apenas vi la torre de agua, para mí ya no fue la torre de agua sino: "esta torre de vigía, ese dedo rojo que señalaba no un camino sino un fin donde mi vista golpeaba sin poder ser retenida".

Así el escritor pasa de la imagen a la palabra y con la palabra le da un sentido nuevo. Escribir es como un ejercicio de autoantropología. Uno busca en los registros de su historia, en los restos de su vida momentos que nos ayuden a configurar a otros. Es con nuestros dolores y aciertos, el fuego de nuestras pasiones y miedos como re-configuramos la otredad y tratamos de darle forma y asimilarla.

El ángel literario de Eduardo Halfon es de esos escasos libros que permiten una re-escritura personal y a partir de ella, tratar de ver de una forma distinta, todo.

Monday, December 13, 2004

Reseñas III Crónica Sero de Joaquín Hurtado

Hivid 0.75 mg tabletas (noventa) Tomar 1 c/8 hrs.Azitrocin 500 mg tabletas (seis) Tomar 1 al día por seis días.
NO TENGO MIEDO.
¿Qué son, después de todo, tres sexenios sin dinero para medicinas, camas ocondones? ¡Carajo! ¿Qué son, vaya, las declaraciones de los curas?
NO TENGO MIEDO.
Protegerte con la inmaculación para que nadie te lleve a la hoguera porquetienes SIDA.
NO TENGO MIEDO.
Que en las fiestas hay quienes fomentan la burla a costa de los sidosos.
NO TENGO MIEDO.
Que el padre oyó lo del SIDA y puso cara de fotocopiada misericordia.
NO TENGO MIEDO.
Rolo tiene SIDA, Rolo tiene SIDA, Rolo tiene SIDA
NO TENGO MIEDO.
Tantos amigos que se han ido y que pudieran seguir aquí, como tú, querido.
NO TENGO MIEDO.
Hay días de ya se me olvida y días de no puedo acordarme. Hay días de nuevosamigos y nuevos adioses.
NO TENGO MIEDO.
Vienes de despedirlo, de padecer el silencio impotente y pasa un coche dedonde salen gritos furiosamente familiares: "Te jodimos, cabrón".
NO TENGO MIEDO.
Que por las mañanas llegue tu padre y te diga: "Buenos días putito" y porlas noches: "Ya llegué putito.
NO TENGO MIEDO.
Ya no tardan las pústulas y los ojos sumidos.
NO TENGO MIEDO.
No me quieren en la oficina, tengo qué decirle a mis padres y a mishermanos de "esto".
NO TENGO MIEDO.

Leo "Crónica Sero" de Joaquín Hurtado. Lo releo. Hace frío y a pesar de ellohe buscando una cantina en la ciudad de México, una escondida, sin gente,una cantina abierta un domingo cualquiera como recordando aquellas tardescuando me iba a leer a las cantinas en Monterrey después de salir deCONARTE. El libro es luminoso. Recuerdo una frase de un escritor cataláncuando habla sobre los tuberculosos. Dice algo así como: la belleza tísicade los tuberculosos y me pregunto mientras en la tele pasan un resumen de los partidos en España ¿Cómo será la belleza seropositiva de los sidosos? ¿La tendrán?

El Osasuna volvió a ganar. No estoy tomando una cerveza indio sino unavictoria. El SIDA. Caray. El SIDA. Hay una frase que Joaquín Hurtado dijoesta semana en el Sanbors de los azulejos a donde fuimos a refugiarnoscuando los burócratas del INBA cerraron el palacio de Bellas Artes. Dijo. ElSida te va desdibujando. Yo con este libro intento dibujarme de nuevo. También dijo una frase de Savater que ahora reproduzco: "Hay que serimbécil, moralmente imbécil, para suponer que es mejor vivir rodeado depánico y crueldad que entre el amor y el agradecimiento".

Y me da miedo los que tienen miedo, miedo los que asignan sitios marcados, cercados por el miedo. Su miedo. Miedo almorzado, traído de lonche, cenado,merendado. Miedo en el reflejo de cualquier mirada con miedo. Miedo ve aotro baño que me da miedo. Miedo te saludo pero me limpio la mano. Miedo nome quieren en la oficina porque me tienen miedo. Miedo que no sepan losvecinos porque nos echarán de miedo. Miedo si saben mis hermanosenloquecerán de miedo. Miedo soy sidoso y puto y que no sepa nadie porqueles dará miedo. Miedo bájale tres veces al escusado porque ahí flota elmiedo. No, no, mejor de ahora en adelante tendrás tu baño y nosotrosusaremos otro. Miedo quiero un mejor coche para sentirme mejor persona. Miedo si sutanita no me quiere. Miedo no tengo dinero para mi vejez. Miedo el tiempo pasa y no me muevo. Pendejadas. Simples, llanas.

No puede escribirles nada más. Este tema me rebasa como muchos otros. Lean a Joaquín Hurtado. Lean Crónica Sero. Descubrirán la belleza cruel de laenfermedad pero también un libro de amor por sobre todas las cosas y no unlibro de autoconmiseración. Lean. Aquí, yo, le doy un trago a la cervezavictoria que está helada como el aire allá afuera. Son como las cuatro de latarde. El cantinero me observa de reojo porque soy el único cliente. Creoque él ya quiere irse. Cerraré el libro, la libreta, iré a casa a comermeuna sopa calientita, un tori ramen que ayer sobró de la cena. No me sentirémejor ni peor.

Como dice Joaquín Hurtado. No hay días mejores ni peores. Nohay días de diagnostico previo. Solo días que confluyen en la nada.

A. p.d. el libro lo pueden conseguir en el CONARTE, al 83 48 43 83

Reseñas II El rastro de Margo Glantz

Goldberg, Gould y Glantz
La lluvia arreciaba (se dice que en el sur de la ciudad provocó inundacionesde dos metros de altura). Finalmente encontré un café. Pedí de cenar y mepuse a terminar de leer el libro El rastro de Margo Glantz. En el libro,Nora García me platicó de Juan, de las variaciones Goldberg de Bach,interpretadas por el pianista Gould dos veces en su vida ( una de muy joveny otra cuando ya era viejo) (una duró 37 minutos y la otras 51).
Afueraseguía lloviendo. No dejó de llover desde las seis hasta las nueve de lanoche. Cuando terminé la novela seguía lloviendo. Nora García ya se habíaacabado y Margo Glantz, la autora, a esa hora, imagino estaría en su casa, oen una clase o leyendo sobre otro autor sin sospechar que alguien la leíabajo la lluvia en un café muy cerca del metro Chilpancingo a donde habíahuido con la esperanza de que pasara la lluvia y pasara la gente dentro delmetro y pasara el fastidio de la lluvia. (Llovió desde las seis hastapasadas las nueve de la noche).
No vi ninguna historia que contar después,en la calle. Y en el metro había la gente de siempre y el tren pasó con el mismoruido de siempre y adentro encontré a la gente con el aire de fastidio desiempre, salvo que ahora mojados y las bastillas de los pantalones negruzcospor la lluvia. Llevaba el libro bajo el brazo. O mejor, llevaba ellibro en la mano mientras lo abría para volver a matar el tiempo y volver aleer sobre Gould cuando tocaba las variaciones Goldberg en los estudios deColumbia Broadcasting Company. Y cuando salí del metro y abordé la líneaverde y vi a otra gente que se parecía a la misma gente de siempre como meparezco yo a tantos y tantos, como me confundo yo con tantos y tantosrostros anónimos y con tantos y tantos desconocidos (porque sólo me conozcoyo, a ciencia cierta, sólo yo sé cuando me duele el corazón o cuando tengohambre o cuando deseo ver a alguien conocido) (como ayer cuando buscaba elcafé para huir de la lluvia y me dije, ojalá y conociera más gente en estaciudad para invitarla a tomar un café y no tener que leer esta novela queaunque muy buena, no debe de ser tan buena como una charla que lo mismopuede hablar del metro, de los tantos y tantos rostros anónimos o de lasvariaciones Goldberg.
Dice Nora García, dice Margo Glantz a través de NoraGarcia, el personaje de la novela de "El rastro", que la vida es una heridafugaz. Y dice Nora García, (dice Margo Glantz en realidad, que en estemomento se encuentra en cualquier otro punto de la ciudad y no en el metrocamino hacia la UNAM) que dijo Pascal que el corazón es un órgano de larazón que sólo se entiende a través de lo irracional (al menos esorecuerdo que viene en el libro). Yo le creo. Porque en ese momento en elcafé mientras leía, mientras el metro estaba atestado de gente, pensé, dije:
“Me dije a mi sólo, que el único que me conoce soy yo. Y que también, seríamuy bueno, agradable, como un latido salvaje en el corazón, conocer aalguien más en esta ciudad para hablar. O que la razón me dice: ya vete,regresa a Monterrey un rato. Vuelve. Atiéndete. Pero la sinrazón, elcorazón, me dice: espera. Espera y quien sabe si encuentres lo que buscas. Oquien sabe si deja de llover y dejas de leer esta novela y sales a la calley te mojas hasta el cuello. Pero mi corazón y mi razón no llegaron a ningunacoordenada fija.”
Así que estoy aquí, escribiendo, tendiendo puentes, como digo, no olvidando,como digo, manteniendo la ilusión del no anonimato, del que eres y soytambién mientras otros me leen (así y nunca contesten, al fin y al cabomientras lean estaré bien). Como me pregunto ahorita ¿Dónde andará MargoGlantz? ¿Escucharé pronto las variaciones Goldberg de Bach interpretadas porGould? ¿Me iré o me quedaré? No lo sé. Pero sigue lloviendo afuera. Sigoleyendo El rastro. Allá abajo el metro sigue atestado de gente y yo leo,releo, que la vida es una herida fugaz, que el corazón late a 100pulsaciones por minuto, que mi corazón, en este momento late a 100pulsaciones por minuto y que cuando ustedes lean tendrán su corazón, pequeñoo grande, ahí alojado debajo del esternón, latiendo acompasadamente,bombeando sangre a los pulmones, al cerebro, cobijado por una capa de pielque lo protege. Su corazón donde se supone está el alma, los sentimientos,el odio, donde la sangre va, y se revuelve. Su corazón a donde espero llegarcon estas palabras. Que al fin de cuentas no son mías. Son de otro que escribe. A.
p.d. Lean a Margo. Léanla y entenderán que este correo es un homenaje anónimo a esa novela.

Friday, December 10, 2004

El asma y yo

Ayer me senté un rato a ver la televisión después de comer. A esa hora no pasan nada interesante, incluso en el canal once. De zaping en zaping me instalé con todo y ánimos en en canal siente, en el programa Lo que callamos las mujeres. Recordé que un conocido quería escribir guiones para ese serial y me dije: "veamos".

La historia era aparentemente ligera pero después me interesó por completo. Un padre futbolista y veterinario, (no se aclaró el porqué era veterinario mientras que sí se aclara que era un futbolista medio tipo crack), no quiere a su hijo porque éste es muy débil. La esposa, una chulada verda de Dios, llega a un momento donde le dice que es mejor el divorcio. Mientras todo esto ocurre el niño tose, repatea, gime, llora, se desmaya, en fin. Casi al final nos damos cuenta de algo: el niño es asmático. Después de arduos análisis el médico (un viejito que salía siempre de doctor en el prama de Puro Loco y terminaba muriéndose siempre) le da la ultra maravilla del mundo: un inhalador de salbutamol o ventolín con forma de ovni. El niño es feliz. Los ojos de la madre brillan. El padre sonríe porque ahora su hijo podrá ser lo que él siempre quiso que fuera: un excelente deportista.

Soy asmático. Recuerdo esos ataques asmáticos infantiles cuando estar acostado era un suplicio porque sentía el pecho cerrado; pero igual de terrible era estar sentado. Mamá me daba el salbutamol en jarabe (ni sueños de que existiera el salbutamol inhalado y menos con forma de ovni) y me quedaba ahí detenido en la pared, jalando cuanto aire quisiera hasta que el ataque desaparecia.

Y era terrible. Afuera los niños de la cuadra jugaban al futbol y nada más oía el griterío desplomándose dentro de la casa y recordándome que yo no podía jugar. Cuando podía ninguno de los capitanes me escogía porque yo sólo era bueno para jugar de portero y no porque fuera buen portero, sino porque solamente ahí no me cansaba.

En primero de primaria viví varios meses en la clínica seis del IMSS y después de una noche cuando tuve el peor de mis ataques (recuerdo cómo me hundía en la cama y los rostros blancos de médicos y enfermeras a un lado mío, y en mis brazos una cantidad obsecena de jeringas y sueros) me mandaron otros dos meses más a la clínica veinticinco del IMSS.

Ahí conocí a otros niños como yo y con las manos con sueros y jeringas entablilladas nos íbamos a jugar a los pasillos a jugar carreras con las sillas de ruedas como autos fórmula o bien, a esperar a la maestra Olivia que todos los martes y jueves iba a enseñarnos juegos y nos podía ejercicios.
Luego salí pero siempre recuerdo con cariño esa estancia hospitalaria cuando mi tío Lalo venía desde Querétaro o Monclova a jugar al ajedrez conmigo o mi papá me regalaba libros o ese gran dinosaurio blanco que tenía que armar y desarmar. Fue ahí también donde el hermano de una vecina de dolores me enseñó a dibujar naves galácticas y explosiones de hidrógeno.

Luego, la cosa se calmó y el asma no regresó sino hasta sexto grado donde entré en un círculo vicioso muy raro: Martes y miércoles eran los mejores días porque yo estaba sano, luego, al amanecer del jueves me empezaba a enfermar. Los viernes, invariablementa, ya estaba en el hospital. Sábado y domingo me la pasaba débil y el lunes poco a poco me comenzaba a aliviar. Así fueron como cuatro meses en sexto grado de primaria. A veces me ponía enfermo en clase y mamá iba por mí para llevarme al hospital. Creo que en algún momento de impotencia lloré en la escuela. Diana, una amiga, lo vio y no deja de recordármelo: "me diste cosa esa vez -me dijo años después- te veías tan triste".

Todo niño, el algún momento, intenta imitar a sus padres. Quienes me conocen de mucho tiempo saben o recuerdan cuando andaba vendiendo ropa deportiva en los llanos de la león XIII o en las canchas del río Santa Catarina. Esto no era más que una imitación del trabajo de mi padre. Pero desde mucho antes yo empecé a imitarlo de otra manera: corriendo. Papá corre desde que tengo memoria. Junto con mi tío Homero y mi tío Ovidio se iba corriendo desde la casa hasta la placa del cerro de la Silla. Es un trayecto como de diez kilómetros o más y súmenle subir esa cuesta y regresar ya caminando. Lamentablemente no se ganó nunca un trofeo en cambio mi tío Homero tiene como veinte en su casa pero eso nunca me importó.

Así que yo quería correr. Y ahí estaba el asma, la maldita asma, la culera asma. Pero empecé a correr. Me iba armado con mi salbutamol en spray e inhalaba tres veces. Así empecé a correr. Creo que mi mejor rutina de correr ha sido por intervalos: primero en la prepa, después en Filosofía y Letras; un rato durante la etapa inicial del 2001 en el Conarte y finalmente mis primeros seis meses en el D.F. corría todas las mañanas y luego a inicios del 2004 también corrí desde enero hasta marzo. Y siempre, el ventolín me ha acompañado aunque ahora las inhalaciones son menos.

El asma sigue aquí pero ya no es ese monstruo oprime pechos, ni tapa mis narices. No me impide hacer absolutamente nada, y como dijeron ayer en el programa: "puedo llevar una vida normal, como la de todos". Sin embargo, tengo la certeza de que aún nos falta una última cita al asma y yo y espero que ésta, sea después de muchos, muchos años.

Monday, December 06, 2004

Apologéticas

Me gusta el Distrito Federal. Eso es un hecho. Del Distrito me gusta su clima, su aroma a tierra fría por las mañanas. Me he hecho aficionado a sus quesadillas con queso, al atole de maíz azul por las mañanas y a su arquitectura. Nada disfruto tanto como sentarme en la baza que sostiene al caballito de Carlos V y ver frente a mí al Palacio de Minería, luego Correos y saber que atrás de mi se yergue el MUNAL.

Sin embargo, no soy hecho de estas tierras. Yo soy de Monterrey. No sé dónde leí que el optar por los regionalismos en una forma un tanto decadente de pensar, o una manera de encerrarse a las posibilidades del Mundo. Pero no me importa. Cómo me gusta ser de Monterrey. Cada ciudad tiene su estigma, su forma particular de arrear a su gente y marcarla. Aquí van las mejores cosas o sensaciones que me gustan de Monterrey sin orden de importancia.

  1. Ir en un camión de la ruta Moderna mientras baja por la calle de Arteaga rumbo a Félix U. Gómez, depreferencia sentado junto a la ventana y con la ventana abierta.
  2. Ir al cine Rally, ordenar uno jochos con frijoles, ponerles queso amarillo y entrar a ver una película pasada de estreno.
  3. Puede ser una locura, pero cómo me encantó darme cuenta de mi provincianismo cuando vi de noche el puente atirantado desde la prolongación de Morones Prieto.
  4. Las noches en el barrio antiguo son inmejorables. Vas por las calles cerradas a la circulación y sabe a tanto al juventud que intenta entrar a los bares donde se emborrachará, agasajará y vomitará sus tristes problemas.
  5. Me gusta mucho caminar por la calle Madero en la noche. Pasar de largo por Zuazua, Dr. Coss y llegar hasta los tacos de Madero.
  6. La casa de la cultura con su vagón me trae recuerdos de largos años con talleres y presentaciones de libros.
  7. Nada como una carne asada en el patio de un amigo o en el patio de mi casa mientras todos andamos ahí, de un lado al otro, con el taco en la mano y al cerveza en la otra y te sientas y sabes que todo está bien, estás en casa.
  8. El calor es nefasto pero a veces sin ese calor no seríamos regios.
  9. Me gusta la calle que pasa por mi casa, cuando bajas desde Ruiz Cortínez y se ven a lo lejos las chimeneas de Fundidora, el horno No. 3 y la chimenea No. 1. esa que Montenegro inmortalizó en los vitrales del Aula Magna.
  10. También disfruto mucho ir por Ruiz Cortínez en la noche rumbo a la casa.

En fin, se me fueron las ganas de escribir.