Tuesday, October 30, 2007

Cada que sueño con la Fundación tengo pesadillas. En mis sueños vuelvo a vivir las intrigas, las murmuraciones, los golpes bajos, las burlas entre costillas que fueron también la Fundación. Y vivo los pleitos que omití, desdeñé o ignoré como si fueran algo verdadero, escenas más contundentes de esas trifulcas inútiles sobre el quehacer literario.
¿Era bueno estar en la Fundación? Me preguntaron en Tuxtla hace días. No supe qué responder de inmediato, pero dije, sí, sí es bueno, pero al final se torna en algo vicioso. Todos hacen grupos, todos se creen excelentes poetas, narradores o ensayistas y desdeñan, por eliminación, lo que hacen los otros.
Lo recordé este domingo mientras veía Project Runway. Eliminaban a un diseñador que no logró vestir con elegancia a una mujer pasada de peso y el amigo, un diseñador considero yo que con talento, un paco pagado de sí mismo, pero con talento, se ponía a llorar al ver a su amigo expulsado al tiempo que gritaba: se quedó gente que no es diseñador, y los buenos se van.
En todas partes se cuecen habas. A mí me da por olvidar entonces esa vida. Por borrarla, casi.

Sunday, October 28, 2007

De viaje

Rolando y Alejandro, gracias.
Héctor y Dámaris, gracias.
Fui a Tuxtla Gutierrez este jueves pasado y sólo ver desde el avión el recoveco del cañon del Sumidero, la mancha de agua de las presas de Chichoasén y aledañas, me llenó de verde el alma. Qué hermoso es Chiapas y apenas y si pude olerlo, embarrarme en él. Me perdí un rato en la casa oscura del ZooMat y sentí escalofríos al ver las cucarachas de la selva. Miguel me llevó con suma diligencia y buena charla de un sitio a otro. Al final cenamos tranquilamente en el restaurante del María Eugenia.
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Tres veces en mi vida he ido a Acapulco. La primera me llevó el ILCE, la segunda me llevó Omar Préstegui, la tercera me invitó Aída Espino-Barros. Pude conocer a un escritor crítico quien me preguntó, sabiendo que la pregunta no se me iba a olvidar nunca: ¿porqué aceptaste venir a Acapulco? Me turbé en ese momento, di mi respuesta casi diplomática. Pero no dije mi respuesta sincera: porque sé que puedo con el paquete de venir a Acapulco. Creo que esa respuesta me definirá durante un rato.
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Este viaje doble fue también la última vez que, creo, presentaré Dejaré esta calle. Ha sido un largo maratón. Gracias a Vicente, Liliana, Jair y Nadia puede ir a Torreón, Tampico, Tlaxcala y Tuxtla. Gracias al Conarte, pude presentar ese libro en la calle. Muchas personas hablaron de este libro, le dedicaron tiempo para preparar sus presentaciones. En Torreón terminamos en un antro, en Tampico me asedió la maratampiculta, en Puebla me llevaron corriendo de un sitio a otro, en Ixtapan dijeron sobre la mandala del libro, en Apaxco me encontré con un grupo de chicos interesados, quienes me preguntaron: ¿y porqué nos cuenta esto? Así, cada ciudad, dejó algo de sus calles en mi memoria, memoria callejera, pandilleril.
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Noviembre aún viene cargado de preces.

Tuesday, October 23, 2007

Breves

Llueve en la ciudad. Un vaho neblinoso se adhiere a las paredes. El tráfico es el mismo. Con sol o con lluvia, con neblina o sin él, el caos es tradicional. Me sorprende un poco el frío. No es que no lo esperará, desde anoche se sentía ya la baja temperatura, pero al amanecer, apenas lo vi tras la ventana, empecé a sentirme un poco más cómodo, más agusto. Me gusta el frío. Creo que en el frío se dan las cosas buenas, por ejemplo, se puede percibir el calor de las demás personas. Tal vez, en realidad, me gusta el calor, y el frío sólo hace que pueda sentirlo de mejor manera.
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Ayer volví a escribir. Tenía desde mediados de agosto que no escribía nada. Es decir, para mí, escribir, tiene más que ver con un proyecto, no con un cuento que salga por ahí. Claro, a veces ocurre, pero básicamente intento escribir proyectos de libros. No considero escritura cuando aparece un texto libre. Es decir, lo es, pero no lo considero así. Pero ayer, cosa rara, inicié un nuevo proyecto de libro. Como ahora me dirigiré a la literatura juvenil, el libro, creo, es para jóvenes. Veamos qué sale.
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Lentamente acomodamos la casa. No ha sido fácil. A veces unos muebles me gustan a mí, en otras no. Pero acomodamos la casa. Creo que quedará bien. Al menos no ese caos en el que vivimos. Lentamente la hemos ido modificando y hoy, creo, nos entregan las cortinas. Es que, no están ustedes para saberlo (pero Iván y Mar sí lo saben), pero las ventanas de la casa son sólo unas colchas que una buena amiga me regaló hace cinco años. Como no estaré este fin de semana en la ciudad (Tuxtla y Acapulco) los cambios se detendrán todavía una quincena, pero seguiremos.
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En mi nuevo trabajo leo, corrijo, transcribo, reviso y vuelvo a revisar. Un libro lo leo tres veces. Me volví un revisor. Es algo que me gusta. No habían ni pasado tres días desde que la Fundación terminó cuando ya tenía dos ofertas de trabajo. Tomé la que me pareció más tranquila. Ahora soy un hombre que revisa. (pero no revisa luego cómo escribe en su blog)
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Tal vez, por los cambios, he estado un tanto enfadoso estos días. Me altero con facilidad. Eso, aunado a varios trabajos de free-lance que tomé me mantuvieron copado tarde, noche y fines de semana del mes de octubre. Quiero cerrar ciclos, es lo que me digo. Pero creo nunca se podrán cerrar. Este fin de año, como sea, me esperan muchos vuelos y carreteras de nuevo. Ah... y la dieta, ahora sí, hasta terminarla.

Thursday, October 18, 2007

El metro

Estos días he vuelto a utilizar el metro. Y voy feliz. Veo los rostros, la gente, huelo los sudores, noto las miradas perdidas, el fastidio, la ansiedad que explota cada que se cierran las puertas. Ya no usaré taxi más que en situaciones inesperadas, pero algo me dice que no tendré situaciones inesperadas, al menos no muchas, últimamentes. Estoy en ese extraño proceso de volver al mundo real. Sí, el mundo real, porque dentro de la Fundación se vive con otros valores, otras cosas tienen importancia. O al menos, de la forma como yo viví la Fundación.
Pero hoy iba en el metro. De salida del trabajo alcancé a una amiga de O y nos encaminamos hasta la boca de la estación Zapata. Había mucha gente en la calle. Demasiada. Algo ocurrió, le dije y ella asintió antes de despedirse. Y abajo, sí, abajo era el caos: un desorden contenido en el andén. La gente llegaba, pasaban trenes vacíos. ¿Alguna vez se han preguntado a dónde van los trenes vacíos que pasan por las estaciones en las horas pico y pasa golosamente, así, sin un alma, restregándonos en las narices su espacio? Al tercer tren pude subirme o más bien, me subieron. Sentía el calor de los demás cuerpos alrededor de mí. Era un calor amigable, sí, un poco nauseabundo también, pero amigable al fin y a cabo. Me recordó las tardes que salía del CME y volvía con Manuel de Villa de Cortés después de dejar a Socorro, quien tomaba el tren hacia la estación Taxqueña.
Entonces la ciudad apenas me mostraba sus caminos y yo llegaba al zócalo, todos los miércoles, me sentaba bajo el hasta bandera y observaba la catedral, el sol, la luz que se pegaba a las paredes de palacio nacional. Después volvía al metro y me bajaba en Aragón. Esos eran buenos viejos tiempos.
Ahora he vuelto al metro. Nunca he dejado que el metro de la ciudad de México me quite el buen humor. Así es, nadie lo va a cambiar. Unos chicos tal vez me entendieron o me leyeron la mente porque todo el camino de regreso fueron bromeando sobre lo lógico: somos sardinas dentro de un pequeño bote: somos sardinas jugositas, casi sudadas que boquean al interior del metro y luego jalan mucho el aire cuando salen.

Saturday, October 13, 2007

Los cazadores de pájaros

No tuve libros en mi infancia. Mi infancia fue estéril sólo en ese sentido. La literatura llegó (me llegó) de golpe en la adolescencia y desde entonces, aunque tengo mis temporadas sin leer ni escribir, no la dejo. Un vecino leía mucho y gracias a él supe de la existencia de "La cabaña del tío Tom", "La isla misteriosa" y "Los hijos del capitán Grant".
Pero, yo no tuve libros de niño. A veces lamento eso, como lamento algunas otras cosas más. Por eso hoy, en la feria del libro del zócalo, pude regalarle a un chico un libro, al menos, uno de mis libros. No sabía que ya había sido impreso, no sabía que ya estaba a la venta, pero gracias a un fortuito encuentro fui al stand de editorial Progreso (no la editorial que edita libros rusos) y me encontré con los ejemplares de "Los cazadores de pájaros", mi último libro. La gente del stand aprovechó que estaba ahí y empezó a decir que un autor se encontraba en el stand y en menos de lo que me di cuenta ya había varia gente con el libro en la mano y formando un escueta fila para el autógrafo. Pero esto es, vanidad, tal vez lo escribo por eso, pero en el fondo quiero hablar de la señora y su hijo de diez años. Se acercó al stand y la vendedora quiso agenciarle un libro. El chamaco lo tomó, lo hojeó, leyó un fragmento y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Después miró a su madre y ella negó con la cabeza. La vendedora insistía pero el chico sólo miraba el libro, lo hojeaba mientras la señora ya emprendía la huida ante el acoso. Se les miraba que no tenían para gastar en un libro, o al menos no en uno de esos, o es lo que yo me quiero imaginar.
De repente me acordé de mí a esa edad, sin libros, cachetón, con la certeza de que en casa no había para estar gastando en libros, y le dije al chico: ¿lo quieres? Te lo regalo. El chico observó a su madre, buscando la aprobación y ésta accedió. Compré el ejemplar y se lo di. Tal vez, también, me estaba regalando a mí mismo un libro. Se fueron agradecidos y yo agradecido con ellos. Los cazadores de pájaros, mi cuarto libro, ¿qué les puedo decir de eso? Una novela para niños y jóvenes: una novela que ya fue regalada y que, a esta hora o más adelante, un chico leerá en alguna casa de la ciudad de México o la dejará de leer en la ciudad de México, pero algo de este día se quedará con él y conmigo y con la historia personal que tendré con los cazadores de pájaros, como la historia que cada quien tiene con las cosas que quiere, o con las personas que ama.

Guía de turistas

Usualmente, él iba los fines de semana a las puertas del hostal de la ciudad a donde llegaban los turistas o jovenes mochileros europeos. Se quedaba un rato ante la puerta, curioso, con la mirada ágil. No buscaba una presa, no, la suya es una búsqueda, una curiosidad le resecaba los labios y por los cuales se pasaba la punta de la lengua de tanto en tanto, abrillantándola ligeramente. De la ciudad, se sabía todo: la historia secreta y la que veían señalada con puntos e íes en las guías de turismo. Conocía también los mejores restaurantes, los sitios exóticos, los apacibles lugares cargados con una naturaleza apacible y al mismo tiempo alcohólica que le pudiera dar al visitante esa ligera, pero a la vez buscada sensación de haber llegado a un sitio en el que nunca se había estado. Conocía, por ejemplo, el mito de la asesinada en la cañada del Marqués y se sabía de memoria los incidentes. A veces, mientras charlaba con algun turista sobre un tema cualquiera, soltaba por ahí, perdido entre la charla, apenas un indicio de la historia de la asesinada y más tarde volvía al tema hasta que, animados, los turistas decidían buscar esa cañada y recrear con la imaginación la forma como la mujer había sido golpeada la principio y más tarde asesinado a manos del amante despechado. Sí, esa era una historia de amor. Y él pensaba que un turista no podía irse de una ciudad sin al menos, haber conocido una historia de amor de aquel sitio, una historia de amor que no viniera en las guías de turismo, tan hechas a la carrera, tan hechas sólo a la pasada de las cosas, un embadurre acaso de los techos y columnatas de la ciudad.
Eso hacía él los fines de semana. Había salido con jóvenes turistas alemanas, italianas, con un grupo de chicos búlgaros, con un enjambre de brasileños y brasileñas con quienes había terminado bailando en un antro pringoso, de paredes casi malhumoradas pero que contrastaban con el color chisporroteante de la barra nacar y verde, con lo exótico del color de las bebidas, con el contoneo sabroso de las brasileñas que, al hablar, parecía como si bailaran primero las palabras en la boca...

Wednesday, October 10, 2007

Otra de Mía

Mía se escapó. No supimos en qué momento, pero en la noche, antes de irnos a dormir, la casa estaba demasiado callada. No se oía el ajetreo de Mía mientras que Nadja, la madre, se echaba sobre el brazo del sillón con singular pereza. ¿Y Mia? (Ya estaban las luces apagadas en la casa) No sé, ha de estar dormida por ahi. Y nos dormimos. En la mañana se había consumado la desaparición. Antes de alarmarnos (había motivos) O salió a las escaleras del edificio y gritó ¡Mía! Lejano y tímido nos llegó el maullido. ¡Mía! ¡Míaaaa! ¡Míiiiiiaaa! O salió y trepó por las escaleras y la oí hablarle a la gata y después el maullido de Mía se me hizo más sólido, más próximo, más bigotón, hasta que finalmente O la depositó en la alfombra del departamento.
Esa gata parece haber nacido para todas las cosas buenas y malas que puede tener un gato doméstico: caerse de un sexto piso, pasar por la plancha del veterinario, vivir encerrada y ahora, perderse en las escaleras del edificio toda una noche. O estaba contenta. A mí me da cosa admitir una cosa: estoy encariñado con Mía la sagaz.
No habían ni pasado cuatro días desde el fin de la Fundación cuando ya tenía tres propuestas de trabajo. Tomé una, por supuesto, una tranquila y sin tanto estres donde me la paso corrigiendo y revisando libros. Reviso un libro, lo termino, me pasan otro, lo termino, me vuelven a pasar otro. No tengo en mi nuevo lugar ni computadora, ni teléfono, ni nada: solo un juego de plumas rojas, un lápiz (que iré reponiendo) y ya. Comparto mi lugar con una impresora bastante promiscua. En estos días he leído la historia de una asesina serial y el policía enamorado de ella, leí por fin una novela a la que le traía ganas desde hace tiempo y ahora vivo en la Francia de finales del siglo XX, en una novela sobre la redada de la Vi' d'Vil.
Por lo demás, no he tenido tiempo porque también me animé a co-editar un libro de Historia de México para una editorial todavía pequeña pero enjundiosa, con gente a toda madre y divertida, pero sobre todo, capaz. Ayer vi a un maestro que estimo y me habló sólo de buenas noticias para el futuro e hicimos planes y pronto saldrán, sin siquiera imaginarlo, más cosas buenas. Por lo pronto debería de irme a dormir que en dos semanas apenas si lo he hecho.