Monday, October 31, 2005

Por Tlalnepantla.

Subieron en algún punto de la avenida Ceylán. Sólo eran dos. Dos. Un muchacho que no pasaba de los dieciséis y otro que rondaba por los diecinueve. Subieron con aire decidido y se fueron al fondo del microbús. El chofer no arrancó y les lanzó por el espejo retrovisor miradas de fastidio. El de 19 años maldijo y le ordenó al de 16 que fuera a pagarle. Entonces escuché una frase que me hizo aferrar bien mi mochila: "total, ahorita vuelve el dinero".
El microbús avanzó a paso rápido por la avenida del norte de la ciudad de México. A veces, en los carriles centrales avanzaban a igual velocidad cuatro o cinco camiones de transportes Primera Plus y todos se estacionaban al llegar un rojo. Fue en un semáforo en rojo cuando subió la mujer. Iba toda de negro y gimió un "me da permiso" a los pasajeros. Entonces, el de 16 se pavoneó (iba sentado conmigo) y le dijo algo al de 19. Lo miré de reojo y había en su mirada todo un gesto sardónica, todo el sarcasmo de los 16 años, una burla reconcentrada que le hacía torcer los labios. El de 19 que iba atrás iba sonriendo también, juntas las manos, su cuerpo delgado acomodado en el asiento.
Y la mujer empezó a cantar y cuando se acercó a donde estábamos el de 16 y yo se detuvo, endureció el rostro y cuando nos dio la espalda el de 16 escupió a sus pies. La mujer volvió a nosotros y siguió cantando mientras se alejaba a la parte delantera del microbús. Yo venía de una carne asada por Tlalnepantla. Venía cansado después de ver el caos de Indios Verdes y decir salud. Por eso, cuando muchacho de 16 años se me quedó viendo supe que algo me iba a decir:
-Oye huey, porqué no le tiras un palo a esta vieja -y sonrió mientras yo mantenía la quijada apretada y luego el de 16 habló con el de 19 y le gritó: tú cógetela.
Las palabras enrarecieron el ambiente. Antes de que la mujer bajara, habló sobre la gente buena y la gente mala que uno se encontraba en la vida. Agregó un: soy viuda, tengo dos hijos a quien mantener. El de 16 nada más se rió. Cuando la mujer bajó, el de 16 se colgó del pasamos de la bajada y gritó al aire y a la noche: "Si yo fuera tu puto hijo me da una tiro, pendeja".
Todos nos mirábamos. Yo había pensando en cuánto dinero llevaba, si las tarjetas tendría que cancelarlas. E iba cansado. Por eso cuando los dos se juntaron y comenzaron a hablar de sus atracos, de las micros incendiadas por el espanto, del lema: "es mejor que sea sin violencia, mejor cooperen", ya traía el alma en vilo.
Me pregunté como reaccionaria cuando pasara el de 16, sonriente, ufano, satisfecho de su poder para traer tranquilidad o impotencia en una micro que a cada kilómetro se acercaba al centro de la ciudad de México. Fue entonces que uno dijo: "no, hoy andamos de suerte" y lo dijo en voz alta, como si la suerte fuera una bendición para nosotros. "Vámonos", dijo el de 19 y se bajaron en una avenida. Los vi alejarse en la noche, toreado unos coches. Luego, ya en la banqueta, iban los dos muy juntitos, riendose, como si nada hubiera importado. Más tarde, cuando le contaba a un taxista, me dijo: con esos no sirve la bendición ni nada. A esos hay que tronarles los tobillos. Yo así me he madreado a varios.
Pero aún no tomaba el taxi y seguía en la micro cuando los perdí de vista en una esquina. Y no olvido esas miradas de quien sabe no le pueden hacer daño, esas miradas de quien sabe, puede, con su consentimiento, hacer lo que le pegue la gana. Esa bravuconería

Friday, October 28, 2005

Retratos familiares VI

Elida

Amo de Elida muchas cosas: su cabello que cambia cada dos meses; la mirada tierna que brota de sus ojos pero no sólo de sus ojos sino de la raíz misma de ellos. Amo de Elida su sonrisa fácil, su carcajada certera, la esbeltez de su cuerpo que a veces parece casi de niño y las más de mujer esbelta de cadera precisa. La conocí en una de las aulas frías de la Facultad de Filosofía y Letras y con ella he andado por las calles tibias de Monterrey, en las avenidas inmensas de la ciudad de México y una noche fría en los cañones de la Huasteca. Hubo un tiempo que me hablaba muy seguido sólo para decirme que me quería y hubo otro tiempo en el cual no supe nada de ella. Elida estaba lejos con su vida, con su nueva vida. Un hombre lanzó el recuerdo de ella en las frías aguas del Mediterráneo pero Horacio lo recogió y se casó con ella. Una noche que Elida cumplía años mientras íbamos en la avenida, le dije a Lacho que detuviera el coche y corrí hacia una puerta donde colgaban unos globos. Los arranqué. Cuando volví, le dije a Elida: “tus globos”. Kilómetros más, nos detuvimos en un Gigante y salté a comprarle un minipastel. Eran las dos de la mañana cuando me abrí paso entre el estacionamiento vacío con un pastel diminuto en la mano, coronado con una vela inmensa y al verlo Elida simplemente lloró. Amo de Elida muchas cosas; pero amo más el tiempo que me permite disfrutarla, un tiempo pequeño y luminoso como aquella vela que chispeaba luz en un estacionamiento vacío, pintando de luz la negrura del olvido mientas ella me esperaba en el carro y Lacho buscada una regalo de cumpleaños que, afortunadamente, también encontró.

Monday, October 24, 2005

San Lucas


¿Cómo es que nos encontramos el domingo a las seis de la tarde en la pulquería El templo de la Diana y nos dicen, a Nadia y a mi: hay fiesta en San Lucas? ¿Cómo es que al instante, apenas Esteban pronuncia las palabras fiesta y San Lucas juntas, empieza en nosotros, primero, como una leve curiosidad, después, como un deseo, ir a esa fiesta?
Y Nadia dice, ahorita vengo y se va entre las mesas a seguir tomando fotos a los parroquianos que no dejan de mirarla y se abrazan entre ellos para ser capturados por la cámara. La pulquería El templo de la Diana navega en aguas tranquilas aunque de aqui o de allá se vean las miradas abotargadas, lo mismo de un hombre que si lo encuentras en la noche te daría miedo, hasta de Karla, la vestida del lugar: espalda ancha, rostro duro, maxilares amplios pero sonrisa coqueta y pestañas largas.
Y ya para irnos es un despedirse de todo mundo: del flaco que lleva flautas en las manos y las toca de cuando en cuando y cada que me mira alza el pulgar para decirme salud, del señor con quien compartimos mesa y casi termina su tina de pulque, de Esteban que nos ha dibujado un mapa ininteligible para llegar a San Lucas y de las meseras con delantal rojo que se pasean de un lado a otro. Y no quisiera sacar a Nadia de la pulquería porque ella anda feliz con su cámara y escuchando la improvisada serenata que un cantante le recita.
Pero salimos y el cantante se aproxima y me dice: "amigo, es con todo respeto, creame, es con todo mi respeto" y yo sólo asiento y le digo: "no se preocupe, siempre pasa lo mismo".
Afuera, la tarde es puro olor a frutas y animales que se van amontonando con el calor y el cielo desierto y azul. Enfilamos hacia San Lucas. Vayan al fondo, me dijo Esteban, topan y a la derecha hasta la avenida principal, dan vuelta en U, pasan por unos arcos, dan vuelta en la primer calle junto a los bomberos, suben la colina, la calle está cerrada por la fiesta.
Y apenas llegamos nos encontramos con un San Lucas en la punta del cerro y desde ahí se ven cerquita los volcanes y lejos la ciudad de México. Las calles estan atiborradas, silban los cohetes y truenan arriba, huele todo a pan de fiesta y a papas. En la iglesia toca una orquesta y de sus instrumentos dorados sale una música que se queda ahi al lado, cayendo sobre las luces de los juegos mecánicos y las señoras que venden gorditas de harina. Nadia es una prolongación de la curiosidad y entra a la iglesia, besa la imagen del patrono del pueblo y sale sólo para ver cómo es que me acabo de ganar una coladera en una mini rifa.
Así seguimos en la feria. Un Chuky lanza agua a la calle, un hombre rie cuando Nadia le toma una foto y siguen tronando los cohetes.
Entonces vemos el "Calipso". Veo el "Calipso". Es un juego mecánico con forma de pulpo. Ahí esta bien, para tomar la foto, dice Nadia. Nos subimos. Unas niñas rien en las canastillas cercanas y cuando empieza el juego aquello es una revoltijo, un desfile de luces, un golpeteo de lámina contra lámina, un borrón de imágenes que se secundan ininterrumpidamente. Y veo a Nadia que sostiene su cámara y a las niñas que gritan" ¡Más, más, más"! Y me río, ¿qué otra cosa puedo hacer, recordando la pulquería, el pasillo de carnitas en el mercado de Xochimilco donde los mercantes extendían las manos para darnos de comer de sus carnitas?Cuando bajamos todo da vueltas. Salimos de los juegos pero antes me detengo ante un puesto de pan de fiesta. Los panes brillan bajo la luz amarillenta del foco. Compro tres y ya domingo, ya las ocho y cuarto de la noche emprendemos el camino de regreso al distrito federal. Aún se escuchan en la noche las explosiones de los cohetes cuando bajamos del pueblo de San Lucas, pero nosotros seguimos adelante. Llevo en la mano, como medalla de una tarde inesperada, la coladera de plástico color naranja y Nadia la ve y cada que la ve se ríe y yo con ella.

Sunday, October 23, 2005

En fiesta de Julián

Ayer fui a una fiesta. Una fiesta de disfraces. Cuando pienso en una reunión donde la única condicionante para que te sirvan bebidas es, que vayas disfrazado, no puede dejar de sentirme en uno de esos viejos castillos venecianos, con chicas hermosas, protegida su belleza por antifaces, y principitos con aire de quien sabe, puede conquistar el mundo.
Y me pienso como en el Decamerón de Boccacio, donde las doncellas de la ciudad asediada por la peste, huyen hacia una finca y, para matar el tiempo, deciden contarse historias.
Así me sentí ayer mientras estaba en la fiesta, con mi negra máscara de zorro puesta y grupos de niños y niñas bien que bebían, felices de la vida, ignorando los azotes de Stan, las muertas en Juárez, el paso destructor de los violadores en la noche defeña. Y comprobé que las chicas hermosas protegían su belleza con antifaces y los jóvenes príncipes se sentían dueños del mundo.
La fiesta era del buen Julían Etienne y sus hermanas Sofía y Mercedes. Ahí estaban parte del staff de la revista El Polemista, revista que probablemente no salga más a la luz (y sería una lástima, era y es una revista que apuesta por la lectura crítica y especializada). Vi a Guillermo, el editor de una revista nueva, El inquilino, que publica reseñas del libros. Debería de haber una cultura de la reseña, pero ah, es mucho pedir, lo sé.
Tomé un par de Cosmopolitan y unas rodajas de pan con trozos de tomate con vinagre mientras platicaba con Haydé y Nadia. ¿De qué se habla en las fiestas? De todo y de nada. Al rato llegó Mariana y Julían, vestidos de vaqueros y se quedaron un rato ahi, con nosotros. Cuando menos nos dimos cuenta ya era la una de la mañana. Guillermo bajó con nosotros. Guillermo es delgado y no tan alto. Mientras nos entregaba un ejemplar de El Inquilino a Haydé y a mi, nos dijo: "Debería de haber mas bondad en el mundo y no tanta ironía, y no lo digo por decir algo irónico". Tomé la revista y la hojeé. "En serio, lo digo en serio, debería de haber más bondad". Miré a Haydé y lo único que pude contestar fue: "Intención la hay y la ironía es una forma dolorosa de querer ayudar". Guillermo se despidió y regresó a la fiesta.
Y la fiesta de disfraces continuó, con su jovenes poderosos y sus chicas hermosas bailando y platicando en la noche y con los palacios defeños alumbrando en la noche historias medievales.

Monday, October 17, 2005

Feria

Estamos Socorro y yo. Socorro sentada sobre un taburete verde. Igual yo. Estamos Socorro y yo cansados después de andar la feria del libro, con ensayos de ingleses en las bolsas y ese agotamiento que da el estar dos días en un encuentro de narradores de Tierra Adentro. Ya oímos lecturas, a Chimal leyendo su cuento sobre cristianos, a Espartaco contando sobre el "maestro Habedero", y más. Ya nos fuimos a reventar y nos mojamos y leímos también. Así que estamos ahí, ella y yo, Socorro con los libros de ensatistas ingleses, y yo también. Los taburetes son verdes y pequeños en el área de litetatura infantil del Fondo de Cultura Económica. Socorro hojea "Los cuentos del Señor Burdwick" y yo leo "El sastrecillo Valiente". Luego intercambiamos libros. Ella toma uno sobre una torre encantada y yo otro sobre una escoba voladora. Esto es felicidad. Debería de haber cuentos para adultos con imágenes, dice. ¿porqué se condenan las imágenes? Subo los hombros y le digo que no tengo idea. Luego volvemos a intercambiar libros. Bien sentados los dos. Bien a gusto.
Y entonces, de entre la gente que pasa y hurga en los títulos, llegan al área de infatil del Fondo, cuatro chicas. No son tan chicas y ya las formas les robustecen pantalones y blusas. Tienen un aire juvenil pero en sus voces habla la infancia. Mira, aquí está la señora más mala de mundo, gime una entre un chillido. Y las cuatro se lanzan sobre el libro, lo pasan de mano en mano, lo hojean, cuenta la historia. Y mira, allí está El granja Groshman. Y vuelven a tomar ahora el Granja Groshman y dicen de vampiros, brujos y fantasmas.
Socorro y yo nos miramos de reojo y cerramos los libros en la mano para prestar atención a estas cuatro chamacas, que visten ya como adolescentes, pero a quienes se les llenan los labios de gusto, las palabras se les pueblan de infancia para seguir nombrando libros y más libros. Dentro de poco, espero no sean tan pronto, dejarán las páginas y huirán tras estrellas juveniles vacías o con novios más preocupados por llegar a segunda base que por compartir una lectura. Y está bien. Dentro de poco ya no irán a la sección de libros del fondo de cultura económica e irán a Mondadori o Anagrama o el stand de la UNAM pero ese momento, ese breve instante que llegaron a la sección de infantiles del Fondo nos dejó anonadados a Socorro y a mi.
Cuando se fueron, llegó Fernando, un escritor que venía de los Estados Unidos y se sentó con nosotros a ver libros infantiles. Cuando dieron las ocho nos fuimos al salón del Conaculta a la presentación de "Novísimos de la República Mexicana", un libro editado por Tierra Adentro y antologado por Mayra Inzunza. ¿Qué imágenes podría haber llevado ese libro?, pensé cuando Mayra contaba la forma de selección de autores. Y pensé otra vez en las ya no tan niñas hojeando La peor señora del Mundo. Luego acabó la presentación. Una hora después llegó un camión por nosotros y nos llevó a cenar al Mirador. Apenas eran las nueve y media. Y el resto de la noche fue muy larga.

Wednesday, October 12, 2005

Las horas previas

Faltando unas horas, un vuelo, una noche para buscar a Manuel García y llevarlo con silla de ruedas y todo a Cintermex y con tantas y tantas preguntas de a qué hora te vas a Monterrey, siento nervios. Y luego tranquilidad. Y luego me pregunto si la sala será suficiente, si no faltará nadie. Si saldrá bien la fiesta después o no irá gente. Que tensión es presentar un libro. Preparar. Pero, como me acaban de decir, ya está todo hecho, el trabajo, todo. Sólo es cuestión de presentar, sentarse a la mesa y estar con la gente que te estima.
Así que eso haré. Desde la primera vez que salieron las palabras en aquel lejano 1993 hasta hoy han pasado muchas cosas buenas y malas y el libro, creo, una suma rara de excentricidades y trabajo que mañana dará su listonazo final.
Así que vuelo en unas horas. Aterrizo. Veo a Elida que irá por mi al aeropuerto y listo. Que empiece la fiesta.

Thursday, October 06, 2005

San Gabriel por las mañanas

Así inicia, creo, uno de los cuentos de Rulfo que más me gusta: "Diles que no me maten". Y ahorita al escribir esto recuerdo que, cuando estaba en las oficinas del CONARTE, a veces, Cordelia me decía que le contara alguna historia. Sin ánimo de nada y más con calor y hambre, dejaba de trabajar y le contaba: Ah... pues recuerdo que una vez... Y así empezaba mis historias. Y hoy, en la mañana, mientras salía de la casa para llegar a la oficina a las seis y media me acordé de mis madrugadas. Al menos de las viejas. Que estas son buenas y he tenido mejores y peores en cuanto a fuerzas y ánimo. Los despertares viejos. Los despertares de antes tenían una mezcla de que el día no tenía compromisos y de hacer el día. Podía hacer lo que se me antojara. No había ni presión ni tensión ni necesidad por hacer algo, o ir a la oficina o salir corriendo al mediodía. El plazo era solamente vivir el día. ¿Y qué hacer con el día? Nada. Disfrutarlo. Agendarlo entre desayuno, salir a jugar fútbol, pescar mariposas en el llano, escuchar las sabias enseñanzas malandras de Toño, comer bollos helados era la única responsabilidad. Así se me hubiera ido la vida, creo, hasta que llegó mi abuelo Nabor.
Mi abuelo Nabor siempre fue una figura omnipotente, un hombre toro que podía echarse más de cincuenta periódicos en cada hombro. Después, cuando llegaba frente a una casa, bajaba los bultos, tomaba un periódico "El Norte", lo doblaba y allá va. El periódico salía impulsado y se abría sólo al momento de caer sobre el piso una vez atravesada la reja o una vez que llegaba hasta la puerta de la casa pasando el estacionamiento vacío. Y yo miraba eso sorprendido, aún medio adormilado. Y es que mi vida hubiera sido sólo un disfrute si no es que un día llega mi abuelo Nabor, habla con mi madre, ésta se me queda viendo con cierta malicia y dice: mañana va a pasar tu abuelo para que le ayudes a vender periódicos.
Es cierto. Él vendía periódicos. Cuando terminaba la faena diaria llegaba a su casa y extendía sobre la mesa los cientos y cientos de monedas centaveras, peseras, pesadas y gordas de antes. Las amontonaba por columnas mientras desayunaba tres huevos con salsa, hartos frijoles y se empuñaba un litro de pulque que mandaba traer desde Venado San Luis Potosí, de donde son mis raíces. Le daba a mi abuela para el gasto del día y se iba a dormir desde las doce hasta las siete, bajaba un rato, cenaba y otra vez a la cama. Todo él olía a periódico, a tinta, a desvelo.
El Norte. Así que empecé a vender El Norte por las calles, a entregarlo casa por casa en la madrugada. Pasaba mi abuelo en su valiant viejo o en su oldsmobile carcacha repleto de periódicos hasta el tope y yo me hacía ovillo en una esquina del asiento, así, calientito por el calor que entraba desde el motor y por tanto periódico. Cuando llegábamos a la colonia Victoria mi abuelo desmontaba la bicicleta, echaba sus ciento cincuenta periódicos repartidos en las canastillas delantera y trasera y se iba a entregarlos. Yo me quedaba a entregar periódicos en las primeras ocho calles.
¿Intenté echarme los periódicos al hombro? Claro. Por su puesto. Pero se me caían. Se derrumbaban los pliegos a mis pies y era más lata después acomodarlos, meter finanzas en avisos de ocasión, avisos de ocasión en cultura, cultura en locales, locales en espectáculos, espectáculos en deportes y deportes en internacional. Me iba por las calles al filo de las seis de la mañana y andaba esas calles oscuras, silenciosas apenas, sacudida la quietud cuando me ladraban los perros. Llovía y mojaba un periódico, hacía frío y me metía entre ellos. Esto es muy aburrido, le dije un día. A la mañana siguiente mi abuelo me presumió la radio. Compré casetes y mientras volvía los escuchaba. Una vez me mordió un perro. Otra vi cómo chocaban dos coches. Vi un pleito y un domingo vi tres fiestas que seguían desde el sábado en la noche. Los borrachos me invitaron a pasar, todo nervioso les dije que no, gracias, y seguí.
Tendría entonces unos ¿nueve años?
Así seguí ayudándole a mi abuelo a la entrega y la venta de periódicos por muchos años. La última mañana que fui él andaba borracho (el pulque había engendrado otros vicios). Estaba en el puesto en la colonia Villa de San Miguel. Le dije, sólo te traje en el carro para que no chocaras pero él no entendió. No, no, te vas a quedar a vender periódicos, me ordenó. Yo tenía examen de ciencias de la comunicación en tercera oportunidad en la facultad de Comunicaciones. No puedo quedarme, le dije. En eso pasó el camión. Corrí y lo tomé y sólo vi a mi abuelo agitándo un periódico y gritándome que regresara pero no lo hice. Sentía las miradas árticas de los pasajeros. Después de eso no volví nunca más a vender periódicos ni a despertarme a las cinco de la mañana por causa suya. Y me queda esa imagen de mi abuelo Nabor que era un toro, con los ojos abotargados por el alcohol y agitando el periódico. El me decía que regresara pero yo veía el periódico y sólo sentía que eso era un adios. Y como quiero al viejo.

Monday, October 03, 2005

Luego llega un momento donde simplemente hay que seguir haciendo cosas al lado.
Simplemente seguir haciendo cosas al lado.

¿Dinero? Esperemos no escasee.