Wednesday, March 15, 2006

Venta al por menor

Salí en la mañana con nueve periódicos Record, y tres El Universal. Salí con ellos bajo el brazo, listo para venderlos en una compra de periódico a calle y media de mi casa. Llegué, los pesaron. El dependiente batalló un poco para dar con el peso exacto. Cinco kilos, dijos. ¿Y a cuánto está el kilo? pregunté con la esperanza de, al menos, alcanzar a comprarme con ese dinero, un tamal. 4.50 me respondió el hombre. Me entregó dos monedas de a peso, una de a dos y una de cincuenta centavos. Esos periódicos me costaron, en total, mínimo 60 pesos y ahora ni para el tamal me costaron. Como sea me comí uno de rajas con queso. Estuvo delicioso. Es tres meses más llevaré más periódicos.
Tuve, mientras caminaba, la idea de recoger los que estuvieran en la calle.

Saturday, March 11, 2006

Retrato de cuatro presentadores

Cuatro en el estrado.

Hernán


De noche y la fiesta era en casa de Rocío Cerón. Estaba entonces, apenas, en mis primeros y nerviosos meses en el distrito federal, e ir a una fiesta me entusiasmaba porque en realidad tenía como cuatro meses sin asistir a alguna. El microbús me llevó desde Aragón hasta Hipódromo Condesa y cuando llegué a la fiesta me sentía animado, tranquilo, en paz. Susana, Marina, Rodrigo y Claudia Guillén estaban ahí. Había música rélax en el estéreo que se encontraba en una esquina de la casa. La fiesta navegaba en aguas tranquilas hasta que un muchacho alto, con lentes negros, pelo crespo y sonrisa cordial gritó: “Vamos a cambiar esos discos”. Se abrió paso hasta el estéreo, revisó los cidis y apenas puso la canción de: “Qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi gran noche,” la fiesta dio un giro hacia la locura y todos empezaron a bailar. Ese muchacho era Hernán. Me lo he encontrado en otras reuniones, en un camión atestado de becarios del fonca camino a Morelia o cantando en la noche bajo la luz amarillenta de los arcos en la plaza de Veracruz, y ahora casi todos los días en el cubículo junto al mío en la Fundación. Bailador excepcional, poeta intenso, crítico puntual, antologador visionario y buen amigo, siempre ha sido una celebración sus palabras y un deleite hablar con él lo mismo del verano en turno o de poesía. Gracias, Hernán, por estar aquí.



Socorro


Cuando apareció en aquella salita de la casa donde se encontraba el Centro Mexicano de Escritores supe que iba, con el tiempo, a querer, estimar y admirar mucho a Socorro Venegas. Con ella y Efraín, su pareja, he ido a comer chapulines a Tepoztlan, a comer pasta en un restaurante junto a la catedral de Cuernavaca y a una que otra boda en tardes donde todo tiene un aire festivo. La he visto en Monterrey en una mesa de lectura, en el Café iguanas, en centrales camioneras y en el patio de una de sus casas donde crecían naranjas. A Marcelo, su hijo, le regalé un títere hace mucho tiempo y en familia hemos visto la serie de 24 una tarde algo helada por fuera pero tibia y familiar por dentro. Admiro de Socorro su tesón, su escritura y agradezco la amistad que me tendió cuando no conocía a nadie en el distrito federal y las reuniones de los miércoles en el centro mexicano eran como un escaparate hacia la buena vida. Una vez aunque me desvié como una hora la acompañé hasta taxqueña y platicamos muy a gusto en el camino. Agradezco también que venga desde Cuernavaca a fiestas en Xochimilco como agradezco mucho que hoy, haya tomado un autobús y que en el camino, mientras el camión daba la vuelta en la pera o serpeaba los desfiladeros verdes leyera o no esta presentación que está a punto de leerles.


Rodrigo


Pues ándele, anímese, es lo que Rodrigo me dice siempre que voy con él con alguna duda literaria, personal, revanchista o más. Y como es norteño dice también palabras como “Sí K”, “cheve”, “morro” y el apócope de órale: “ooora”. Los cuentos de Rodrigo cargan con un humor muy fino y sus personajes son personas desesperadas, aburridas, sin chiste a quienes les extrae una gota de belleza. Pero, los chistes de Rembao de: Soy Homero el trailero, el de batman, el del luchador y el de están todos contentos, simplemente nos y me han hecho reír tantas y tantas veces que le debo muchas carcajadas en estos cuatro años y también leer buenos cuentos. Gracias a él he conocido mucha gente y en su trabajo como periodista ha hecho muchas de las entrevistas que he querido hacer en la vida. Un día estuvo casi doce horas entrevistando a Michael Jourdain y a las edecanes del Consejo Mundial de Lucha libre y a Venessa Vauche, Charlyn Corral y a Flor Gervera, la flor mas bella de Xochimilco en fiestas pasadas. Inventa comidas, es fan del fútbol americano, cinéfilo y posee un repertorio de mp3 de música de los ochentas cuyas letras tienen tanto humor involuntario que bueno. Xochimilcazos, karaokazos, idas a la lucha libre a ver al Místico con él y Xóchitl, su esposa han sido parte de fiestas que hemos compartido, como hoy, gustosamente, esta mesa de presentación. Gracias.


Boone

Hay un muchacho ahí en la Fundación que te vas a encontrar, me dijo Toscana en un mail, es de Monclova, se llama Boone, seguro te va a caer bien. Terminé de leer el mail y entre líneas entendí la sugerencia de Toscana: también es mi amigo y el amigo de mi amigo pues es mi amigo. Y aunque no busco amigos por sugerencia lo cierto es que Boone es un buen amigo y no porque Toscana lo haya mencionado. Tiene una hija que se llama Marifer con quien he bailado en una posada en la fundación y a quien he llevado a los columpios. Su esposa, Tere, cocina muy rico y es un gusto seguir encontrando gente que será importante en la vida de uno. Poeta, narrador, maestro de primaria y muy monclovense es Boone. Me da gusto saber que cuando yo iba a Monclova a mis 18 y 19 años a vender ropa deportiva y andaba en esos campos secos y agrietados de fútbol, en ese aire polvoso y con una sensación a fierro por los hornos de AMHSA, muy cerca vivía un poeta joven que casi diez años después estaría en esta mesa compartiendo con ustedes su lectura de un libro que a los 18 ni siquiera sabía que estaba en mi camino. Y antes de terminar, quiero agradecer públicamente a la salmonelosis y a la tifoidea que le dio a Boone hace como una semana, fueron tan buenos virus que atacaron a Boone con el tiempo exacto para que fuera al hospital, lo internaran, saliera a recuperarse y pudiera estar aquí, esta noche.

Conmoción

Luego, ya casi todos se habían ido, mientras sólo quedaban en algunas mesas gente del ILCE, de Santander y unas amigas, fue que me conmoví. Apenas una hora y media antes aquella sala se encontraba atestada de gente. Paulina, Cintia, Lucius y más se encontraban en los balcones y escuchaban a Boone, Rodrigo, a Socorro, Hernán o a mí. En la puerta de la entrada se arremolinaba más gente. Algunos becarios, personas de otras partes. Las diez mesas se encontraban atestadas y la barra llena. Aún en las escaleras había personas. Y la presentación avanzaba a buen ritmo. Hernán leyó el cuento de Bandidos, Socorro dijo que mis historias eran desoladoras, Rodrigo dijo, entre risas, que compraras Todos los días atrás a pesar de mis fotos en la solapa y la contraportada. Boone, en cambio, habló de las cualidades del texto, de su diez en la encuesta de El Norte sobre escritores regiomontanos.
Pero sólo, como a hora y media después cuando bajamos Ninett, César Guiterrez, Gándara, Orfa e Irazema, mientras iba con la caja de libros que habían quedado después, fue que me conmoví al recordar a la mamá de Adriana, mi jefa en la escuela, toda ella arreglada y sonriente al acercarse a que le firmara el libro. Agustín estaba también ahí, escapándose por un breve momento de la campaña presidencial. Y los ILCES habían venido desde el sur, atravesando toda la ciudad de México y Rous desde su casa por circuito interior, Ana enferma pero en primera fila, el maestro Langagne en otra.
Sólo entonces, sí, me conmoví porque era martes, casi las diez de la noche y muchos regresaban de mi evento. Decían que nunca habían visto una presentación de libro donde el autor del libro presentado, presentara a sus presentadores de una forma tan cálida. A mí me pareció una buena forma de decirles a los cuatro que se les estima. Pero ya eran las diez cuando nos encaminamos sólo unos cuantos al Covadonga a cenar. Más tarde cuando iba camino a casa con Ella abrazada a mí y nos daba el aire fresco de la noche fue que me di cuenta de una cosa en la que no había reparado: nunca más presentaría por primera vez un libro en la ciudad de México y que bueno, que agradecimiento que la primera vez haya sido un evento insuperable de afecto.

Monday, March 06, 2006

un buen fin de semana

Es la una y veo mi cuarto. Una toalla está sobre la cama, unos zapatos fuera de su lugar. Un par de cuadros siguen recargados en la pared y creo que ya es hora de acomodarlos. Prendo la televisión y la dejo en el canal cuatro donde pasan la nascar busch en la ciudad de México y voy a la sala con el ruido de los motores inundado mis libros. Acomodo algunos trastes, limpio el librero, abro las cortinas y una luz blanca blanca lame los sillones donde está el periódico y un comic que compré en la mañana. El comic se llama Robotech y aunque no tengo las cinco series completas intento tener la colección completa.
Mientras el ruido de los motores siguen en marcha recibo un mensaje electrónico. Es H. Quedamos de vernos a las tres en el parque de río de Janeiro. El parque está casi en una orilla de la colonia Roma. Es grande y tiene al centro una gran fuente con la réplica de un David. Cuando salgo descubro una colonia tranquila, negocios cerrados, alguna gente pasea a sus perros y el sol lame las banquetas, se entrevera entre las ramas de los árboles, salta jubiloso en el capacete de los coches estacionados. Corre un aire tibio y nada más.
En el parque unos niños corren entre los pasillos y una mujer blanca con pelo rubio pasea a su perro. Haydé llega por una orilla del parque y nos encaminamos a un café. En el camino, frente al Hospital de Durango, me dice: siempre he querido comer ahí. El restaurante se llama Andramari.
Cuando entramos es como descubrir un pequeño eden. Las mesas están dispuestas alrededor de un jardín y al centro del jardín hay un gran sauce del que penden alimentadores para pájaros y colibries y un revoloteo de gorriones y colibries es lo primero que te saluda al entrar. Poca gente come pero el aire adentro es un poco más helado. Un pequeño riachuelo artificial rodea al sauce y baja en escalones hasta un laguito.
Haydé pide pato y yo un tazón de fabada y mientras comemos el aire mueve las hojas y un murmrullo de hojarasca envuelve el lugar. Comemos con calma, platicamos, nos reímos, untamos piezitas de pan con mantequilla. AL final pido un arroz con leche y cuando salimos nos detenemos frente a una vitrina con hielo y adentro hay camarones gigantes, brillosos, su carne suave y anaranjada sigue dura entre el hielo que los refleja.
Salimos a buscar un café y lo encontramos en otra plaza de la colonia. Alrededor de la plaza hay varios cafés y mucha gente toma y platica. Las risas nos llegan con claridad desde todos los puntos posibles. Venden paninis y más. Tomo un descafeinado y mientras la tarde sigue cayendo. A las seis me despido de Haydé y regreso a casa. La colonia Roma los fines de semana es la tranquilidad vuelta verdad. Entre semana los negocios y el tráfico la vuelven tediosa, aburrida, pero los fines un aire calmo la inunda. Las luces de un par de bancos ya están prendidas y un par de ciclistas pasan junto a mi y se pierden en una esquina.
A las siete salgo de nuevo a casa. Debo leer algo y camino hacia el otro lado de la Roma. Atravieso la rotonda del metro insurgentes donde unos muchachos patinan y hacen acrobacias y decenas de enamorados o gente que espera deambula entre las jardineras y la entrada del metro. En la zona rosa busco un café y pido un smoothie de chocolate blanco. Leo desde las siete hasta las nueve y media, de jalón, poco entretenido en lo que leo pero debo de hacerlo. De regreso paso por una iglesia y afuera venden elotes. Pido uno. El sabor caliente me llena el paladar junto con el picor del chile. LLego a casa a dormir y son las diez y media. Mañana, hoy, tengo lectura en la Fundación. Apenas me duermo pienso en todo lo que hice: el sábado poner examenes, ir al cine, en la noche ir al concierto de Ely Guerra, leer el periódico, ir a comer. Ojalá haya más fines tranquilos como este.

Friday, March 03, 2006

Escribir.
Escribir.
Escribir.
Escribir.
Que si el texto, la nota, la última versión, que si el personaje o no.
Escribir más que un exorcismo es como una piedra en el zapato que es imposible quitarse.
¿Llegará algún día la historia perfecta, la intención verdadera, el golpe seco de un personaje
inolvidable?
¿Llegará algún día esa sensación de transmitir correctamente lo que se quiere?
Escribir.
Escribí
Escribo
Escribiré
Dejé de escribir
Escri
Es

Hospitales

Hospital. He olvidado lo que se siente estar en un hospital en la madrugada. Todo se encuentra en silencio. Alguna enfermera pasa con aire silente y sólo alcanzo a ver su silueta que se pierde en el pasillo albo. Un olor a medicina anda entre las bancas de la sala de espera. Son bancas de fierro con cubiertas plásticas. ¿A quién se le ocurrió pensar que pueden ser cómodas para dormir en la madrugada?; pero me siento, me recuesto, pongo la chamarra de Boone como almohada, su gorra del Fondo de Cultura Económica e intento dormir. Son las doce y media. Dentro de dos horas saldrá el doctor para decirme cómo ha evolucionado mi amigo. Siempre he sabido que el desvelo es inutil en estos casos. Pongo la alarma del celular para las dos y aunque intento dormir no lo logro. La banca es incómoda. Hace rato me puse a caminar en los pasillos y llegué a la recepción. Un hombre con manos toscas atendía. Alzó la mirada con aire somnoliento, arrebujado en unas mantas aún y cuando era el frío lo que andaba afuera. Preguntó con voz tosca algo que no supe entender y se volvió a arrebujar.
Afuera del hospital está la calle de Londres. Muy cerca hay antros y restaurantes y por eso no es difícil ver algunas parejas que caminan abrazadas o taxis que pasan. Me acuerdo de hace muchos años, muchos ya, cuando miraba desde el ventanal del sexto piso del hospital No. 25 a la gente que pasaba por la avenida López Mateos y Lincoln. Estaba enfermo de asma y vivir fuera de ese lugar era como tentar a la muerte.
A la dos de la mañana sale el doctor y me llama. Me da los generales del caso y me dice: Dígale a su amigo si se interna o qué hace. Voy y Boone está tirado en la cama. Le cuento, le sugiero que es mejor internarse y él asiente. A las tres de la mañana está cómodamente instalado en su habitación y yo salgo con la noche a la casa que está a sólo cuatro calles del hospital. Hace frío, pero al menos Boone ya comienza a recuperarse. Dice que quiere estar listo para el martes y pueda presentar mi libro. Estoy seguro que si