Saturday, March 11, 2006

Conmoción

Luego, ya casi todos se habían ido, mientras sólo quedaban en algunas mesas gente del ILCE, de Santander y unas amigas, fue que me conmoví. Apenas una hora y media antes aquella sala se encontraba atestada de gente. Paulina, Cintia, Lucius y más se encontraban en los balcones y escuchaban a Boone, Rodrigo, a Socorro, Hernán o a mí. En la puerta de la entrada se arremolinaba más gente. Algunos becarios, personas de otras partes. Las diez mesas se encontraban atestadas y la barra llena. Aún en las escaleras había personas. Y la presentación avanzaba a buen ritmo. Hernán leyó el cuento de Bandidos, Socorro dijo que mis historias eran desoladoras, Rodrigo dijo, entre risas, que compraras Todos los días atrás a pesar de mis fotos en la solapa y la contraportada. Boone, en cambio, habló de las cualidades del texto, de su diez en la encuesta de El Norte sobre escritores regiomontanos.
Pero sólo, como a hora y media después cuando bajamos Ninett, César Guiterrez, Gándara, Orfa e Irazema, mientras iba con la caja de libros que habían quedado después, fue que me conmoví al recordar a la mamá de Adriana, mi jefa en la escuela, toda ella arreglada y sonriente al acercarse a que le firmara el libro. Agustín estaba también ahí, escapándose por un breve momento de la campaña presidencial. Y los ILCES habían venido desde el sur, atravesando toda la ciudad de México y Rous desde su casa por circuito interior, Ana enferma pero en primera fila, el maestro Langagne en otra.
Sólo entonces, sí, me conmoví porque era martes, casi las diez de la noche y muchos regresaban de mi evento. Decían que nunca habían visto una presentación de libro donde el autor del libro presentado, presentara a sus presentadores de una forma tan cálida. A mí me pareció una buena forma de decirles a los cuatro que se les estima. Pero ya eran las diez cuando nos encaminamos sólo unos cuantos al Covadonga a cenar. Más tarde cuando iba camino a casa con Ella abrazada a mí y nos daba el aire fresco de la noche fue que me di cuenta de una cosa en la que no había reparado: nunca más presentaría por primera vez un libro en la ciudad de México y que bueno, que agradecimiento que la primera vez haya sido un evento insuperable de afecto.