Thursday, March 31, 2005

Playa Bagdad

vi nuevamente el mar golpear la playa en Tamaulipas
vi la frontera con el río bravo verde y calmo mientras del otro lado las cámaras cíclopeas indagaban cualquier traspaso.
vi un puesto de pescados en playa Bagdad y en el puesto tres tiburones cazados en la víspera
vi a Ana mientras se quedaba detenida en las olas y dejaba que estas la golpearan
vi a Miguelito, el hijo de Ana, venir hacia mi y darme la mano para que lo ayudara a hacer castillos de arena
vi en la noche salada y húmeda flotar los barcos pesqueros a lo lejos y sus luces balancearse en la oscuridad que llegaba hasta nosotros, como una extensión del mismo mar.
vi un puesto de helados en la playa y a Miguelito, ya en mis hombros, apuntar hacia la gente que venía en la playa
vi un río de luz en el camino por donde pasaban las hammer de regreso de un concierto de música norteña y Ana decía: cuanta troca y yo agregaba, estamos en el norte.
vi en la manaña la bruma que llegaba del mar y ocultaba a la gente que a las nueve de la mañana había salido gozosa a las aguas.
vi una fila inmensa para entrar a los baños y gente que revoloteaba alrededor de los puestos de tacos y café caliente.
vi de regreso el estero donde a veces entraba el agua de mar y esta agua se quedaba ahí, como mansa y dormida a la espera de no se qué vientos, ni de qué canciones nuevas.
vi la carretera vacía, ya de regreso y tractores verdes y gigantes que avanzaban con su sueño de paquidermos a un lado del camino
vi retenes de soldados que bajo el sol aguardaban con las armas cuyas bocas dialogaban con el sol que apretaba los llanos, como hollando el verde con su amarillo firme.
vi luego, cuando pensé que ya nada podría ver, a Ana sentada en una banca blanca en Los Herreras mientras reía con su hijo y yo llegaba y le decía: No hay nada, regresemos a Monterrey y ya en el camino pasar por un puente bajo el que un río caudaloso y verde asomaba sus hombros líquidos.
vi así, a un lado del camino a un grupo de hombres junto a una camioneta negra mientras bebían con la música en alto y las latas a sus pies y a Ana sentenciar: en los pueblos solo puedes salir a emborracharte a un lado del camino.
Así viendo, viviendo, fui y llegué a Monterrey.

Monday, March 28, 2005

Hacia el lado luminoso del corazón

Motivos varios para regresar a Monterrey:


  • Ganarle al scrable a mis hermanas y perder lastimosamente con mi hermano al Stratego.
  • Hacer carnes asadas otra vez en casa y en el rancho de Ana.
  • Ir a cenar con Daniela y Elida a Plaza Real
  • Ir a comer con Daniela, Erika, Helen y Elida (comida cocinada en casa, claro: pasta, vino, nieve, pollo).
  • Esa sorpresa de que Ana vaya por mi a una esquina de Villa de Juárez y me diga: qué onda, vámonos a Matamaros y yo simplemente decir: vámonos.
  • Ver a todos mis primos en la fiesta de Abraham.
  • Jugar a gusto con Rocky, el perro de la casa.
  • Ir con Angélica a ver la tumba de Bernardo Reyes (sentí estar frente a la historia y mis días de futuro cuando escriba esa novela).
  • Estar con Ana en casa de Cristina y Giovani, mientras el hijo de Ana y de Cristina juegan en un cuarto y nosotros platicamos, nos reimos y escuchamos que pasa el tren.
  • Poder ver a mis dos abuelas.
  • Estar en casa de Daniel y que Lety siga presentandome amigas guapas que ni sé de dónde salen.
  • Platicar un rato con papá mientras hace una carne asada y comer buena carne y tacos deliciosos.

Muchos motivos. En Monterrey la frontera sigue estando cerca y la nostalgia y la indeferencia defeña (ese frío de la gente de la gran urbe que se siente siempre aunque uno crea lo contrario) muy lejos. Ahi está mi vida, pero acá mi futuro. ¿qué se debe de elegir, entonces?

Friday, March 18, 2005

En la Fundación para las letras mexicanas

Apenas bajé del taxi me chistaron. Alzé el cuerpo y miré: era Nadia. Me subí a la camioneta donde su madre manejaba y luego un de rápido saludo y unos metros más llegamos a la Fundación para las Letras Mexicanas. Es una casa imponente. Accedimos a la recepción y de ahí a la planta alta con la secretaria de Eduardo Langagne. Ella nos mostró la casa. Nos enseñó los balcones con sus mesas de hierro forjados, nos mostró las oficinas de Langagne y del contralor, así como las zonas de estar, blancas y con el piso verde, con fuentes diminutas donde había siempre un letrero de se prohíbe fumar. Nadia miraba todo ese sorprendida y alegre. Yo nada más seguía el juego. Luego llegó Coral Aguirre. Había llegado desde antes y alcanzó a unirse con a la travesía por esa casa. Nos mostraron los cubículos donde trabajan los becarios y también una biblioteca donde apenas vi el diccionario de Corominas salté de gusto.
Ya afuera Nadia y yo nos alejamos para alcanzar a Luisa y Tatei quienes esperaban sentadas a un mesa también de hierro forjado. Platicamos breve porque dio unicio pronto la presentación. La presentación no era tal. Las miradas aburridas e inquisitivas de los becarios aunadas al espacio claustrofóbico del lugar me incomodaron de inicio. Vi mi presentación y me dije que estaba completamente fuera de lugar. El otro presentador, becario de la Fundación, hico un gesto se sentía a gusto en su casa y yo empecé. Hablé de la novela, de esas mujeres de la novela y cuando se terminó sentí que había perdido el tiempo. De cuando en cuando miraba de reojo a los becarios, sus sonrisitas breves, ese aire de natural superioridad. Luego leyó Julián, algo breve y entonces Coral salió al ruedo. Los becarios permanecían en silencio. Coral dijo que hablar de su propia obra le parecía un gesto inútil. Me encantó que los acicateara. Me recordó esos días en letras cuando ella nos acicateaba a nosotros. A Coral Aguirre le da coraje juventudes tan pasivas, tal vez porque su juventud no fue nada pasiva.
Coral Aguirre nació en Argentina en 1938. Es dramaturga. Cuando le preguntaron cómo fue que entró a la dramaturgia, ella dijo que por acto dramático. Entonces nos contó de Mónica, su amiga poeta quien escribía la obra de arte y cómo fue secuestrada un día y simplementa ya no apareció. Yo recordé entonces aquella mañana cuando ella nos contó en clase que una noche llegaron por Coral unos amigos y le dijeron: tenés que irte esta misma noche, nos dieron el pitazo y ahora vienen por tí. Casi me volví a conmover por esa mujer que nos dijo que se fue con lágrimas en los ojos.
Inició de esta manera un peregrinaje que la llevó de un lado a otro del océano. Nada hay más hermoso que escuchar la Marsellesa en Francia, nos dijo una vez. Finalmente Coral cayó en Monterrey. Mi generación fue la primera a quien ella le dio clases en al Universidad de Nuevo León. Un creador siempre debe de estar tumbando algo, una barrera, dijo ayer, y yo sigo queriendo derrumbar las cosas. Cuando uno crea no debe de emitir un juicio moral, también dijo. Luego, en un momento, espetó a los becarios: ¿Alguno de ustedes has visto la película de Bertoluchi (no recuerdo el nombre, no he visto la película) donde el director va poniendo un cuadro que avanza y avanza, acercándolo a la cámara. Los becarios permaneceiron mudos. Coral volvió a verme y luego hizo un gesto de fastidio y espetó: claro, pero de seguro vos sí conoces toda esa mierdería hollywodense".
Me acordé de una manaña cuando llegó a clase y dijo, a ver, Raúl, usted leyó Lisistrata. Raúl inclinó el rostro. Y así se fue, preguntándonos uno por uno si habíamos leído Lisistrata. (afortunadamente sí lo había leído ese día). ¡¿Pues ustedes a qué vienen a estudiar?! nos gritó, ¿a qué vienen? ¿Vienen por un papel? A mi me importa un pito un papel, y dicho esto lanzó el gis contra el pizarrón. Cuando salió nos quedamos todos asustados. Nadie se movió de su lugar. Regresó al cabo de unos minutos y nos dijo: muchachos, es que no se engañen. E inició así la revelación de esa mujer, amiga suya, de esa Mónica poeta que desapareció un día y no volvió a verse nunca más. Coral terminó contándonos sobre la ocasión cuando vio por primera vez el Guernica, de Picasso. Nos dijo que ya antes lo había visto pero que verlo ahí, físicamente le supo a un golpe. Se dejó caer de rodillas y comenzó a llorar. Dijo que en ese momento, simplemente, supo que ese cuadro del Guernica mostraba a todos sus amigos y su familia muerta durante la dictadura argentina. Supo que ese cuadro mostraba todo el dolor y del mundo.
Sin embargo, a pesar de ellos no todos volvieron a ser alumnos modelos. Yo aún recuerdo cuando le dije que me habían dado la beca del FONECA. Me felicitó y me dijo: pero cuidado, Antonio, eso no es garantía de que no terminarás el libro. Y esa maldición acompaña esa novela. Por una cosa o la otra no he podido terminarla.
No sé cuántos de los becarios de ayer tomaron a Coral como una mujer loca o una mujer extravagante, ni sé cuantos aprendieron algo de ella. Pero no importa. Al finalizar la presentación yo salí con Nadia, Luisa y Tatei y huimos de ese espantoso sitio. Una becaria nos alcanzó y platicamos un ratito en la calle. Coral ya se había ido con un amigo, creo, de sus primeros tiempos de exilio en México, alla por el ochenta o tal vez un argentino que la conocía de mucho tiempo atrás. Apenas terminó Coral y él se abrazaron y se fueron. Hoy también se presenta el libro en la capilla del centro cultural helénico y prometo no leer sino sacar de Coral otra vez su ideología alucinante, cierta para mí muchas veces.

Thursday, March 17, 2005

Pura vida

No sé qué tendré que a estas horas recuerdo una película de Clavillazo. Pura vida... decía siempre mientras levantaba las palmas de la mano, hacía un pasito para atrás, inclinaba un poco el cuerpo y alzaba el rostro mostrándo una sonrisa que quería decirlo todo: "Pura vida... pero hay que vivirla".
Voy a Monterrey. Así es. Preparo la maleta para ir hacia las regias entidades. Pura vida dice Clavillazo y eso pienso hacer allá: pura vida, nada de escritura, nada de lectura, aunque sé que no estaré más que pensando en cómo veré de nuevo a mi colonia para ver si puedo darle un giro inesperado a los cuentos del FONCA. Planes establecidos para esta semana son pocos, todos ellos harto interesantes:

Domingo: nada qué hacer, simplemente estar en casa.
Lunes: comida con Mónica en el chilis de Churubusco y más tarde ir con Angélica al Rally y al café Lefod.
Martes: Todo el día en casa, yendo de casa a casa de mi abuela y regresando. Hasta la tarde, espero que como a las seis, ver a Julia, Lety y Daniel con eso de la página web y el guión del cuento que cada vez veo más lejano e imposible.
Miércoles: Nada, siempre en casa pero en la noche traslado al rancho de Ana a una carne asada.
Jueves: Nada, estar en casa.
Viernes: A pueblear en el norte del estado, todo un día que, si nos agarra la noche, pequeño acampaje por donde andemos.
Sábado: regresar a Monterrey, descansar, no hacer nada.
Domingo: ir por la colonia otra vez, ir acomer al mercado. Todo planeado y a eso de las siete estar ya en la central de autobúses con boleto en mano y mirando el reloj y esperando qué autobús de Omnibus de México habrá llegado.

Y para entonces traeré hartos recuerdos, habré dado luz verde a otros proyectos y volveré a la ciudad de México. Pura vida, dice Clavillazo. Así es, pura vida.

Monday, March 14, 2005

Primer día

La nueva casa es blanca como la anterior pero sus alfombras son color beige y negras. El inquilino anterior la tenía decorada como una gran vaca, cosa que me parece surrealista hasta la muerte pero yo no lo haría. La nueva casa tiene una barra blanca con un cristal y tiene también una cantina blanca con luz amarilla que en las noches se ve padrísimo. Ahí llegué este fin de semana. Más bien descendí el fin de semana, ya que es un departamento que está justo bajo el anterior.
Nos ayudaron en la mudanza Jaime, el novio de Ana y Ernesto, Liz y la mamá de Ana. Terminamos exhaustos, fastidiados y adoloridos. Yo había olvidado ya eso de cargar refrigeradores, escritorios y camas y recordarlo fue gratificante. Así quedó la casa limpia y acomodada.
Pero no dormí bien. Hay muchas cosas qué pensar, repasar ciertos dolores, repasar ciertas gratitudes y el futuro. No dormí casi nada, como molesto, como fuera de lugar. Una amiga me había dicho, ve y tómate unos trago Toño, no te quedes pero yo sólo le dije que no. No va mucho con mi idea el enfrentar mis problemas con alcohol. Casi al amanecer di con la clave y el origen verdadero del berrinche. Y saber el origen siempre ayuda a solucionar el problema.
Hace mucho tiempo, de niño, tenía un amigo, el Chavo. El Chavo era mi gran amigo de la infancia. En la casa de mi abuela hay fotos donde los dos, de niños, jugamos carreritas en coches de plástico: él montado en uno rojo, yo en otro amarillo. A mí me decían El Chavo y me imaginaba al Chavo del ocho. Una tarde esa amistad se perdió porque el Chavo no me quiso prestar un avioncito de unicel pintado como Zero Japonés. Le dije, préstamelo (ya había jugado yo un rato con él) pero él no quiso: ah, entonces es porque tu mamá te pega. Nos agarramos a golpes, yo con el berrinche de querer algo que no era mío desde el principio pero que, al "tenerlo" lo había sentido mío, el Chavo simplemente defendiendo su natural posesión.
No recuerdo mucho de mis peleas en la infancia pero sí recuerdo que el enfrentamiento con El Chavo fue colosal. Nos tiramos al suelo, le di de patadas, él me dio de patadas. Nos sacamos sangre. Ahí perdí mi amistad con el Chavo y no la recuperé nunca hasta que ya grandes, platicamos de cuando en cuando.
Pero no llegué a esa idea sino hasta las cuatro de la mañana de que mi molestia y berrinche actual eran igual al avioncito japonés y que tenía que cambiar la reacción. Así que me dormí, luego me levanté a las seis recordando buenos despertares que ya no viviré y me volví a dormir. A las nueve salí del edificio a comprar el periódico. Leí con abulia el triunfo de los Tigres 6-0 sobre el Toluca y el empate 1-1 entre Monterrey y Jaguares. Cuando Ana se despertó acordamos ir a comer al mercado. Hay unas señoras que hacen unas quesadillas fabulosas. Ahí fuimos. Yo me comí una de hongos y otra de chicharrón (deliciosas, caí en la cuenta de que no había comido en todo el día más que unas piezas de pizza). Compramos fruta y luego fuimos a hacer el mandado.
Cuando regresé la señora que nos ayuda a limpiar ya estaba ahí terminando de acomodar cosas. Pero me sentía débil y pensativo. Una vez una amiga me dijo que mi único amor será la escritura. Me dijo que tendría amores muy fuertes, que sería amado como antes y amaría más que antes pero que, ninguna mujer desplazaría mi amor por la escritura. Yo recuerdo que la miré muy triste porque sentí que era una condena. Pero no está mal, Antonio, me dijo, recuerda que no está mal.
Así que le hice caso y me dejé de cosas y me puse a trabajar. Primero cociné una carne con algo de vino tinto y luego leí una novela que iba muy bien y terminó desastrozamente e hice apuntes sobre ella. Luego, me senté a corregir la serie de artículos sobre Arlt que El porvenir publicará estos días en Monterrey y finalmente, cuando me disponía a releer la novela de Coral Aguirre para hacer la presentación del libro llegó Ana y su familia. Traían carnitas y no sé qué más. Prendimos el televisor y vimos el gran juego América-Chivas. la pelota iba de un lado al otro, los descuelgues del Piojo López fueron espectaculares, el golazo de Reynoso nos dejó boquiabierto y finalmente el empate de las Chivas 3-3 simplemente genial.
Cuando la familia se fue nos quedamos solos Ana se puso a ver televisión y yo a leer Larga Distancia de Coral. Me dormí a las doce de la noche, cansado pero satisfecho de ese primer día en esa nueva casa. Y una semana nueva empieza.

Thursday, March 10, 2005

Pláticas de oficina

Puede ser un estudio de alto grado, con dinámicas, tablas comparativas e incluso búsqueda de retruécanos el hecho de analizar las charlas de oficina. ¿De qué se habla en una oficina? De todo y de nada. No tengo ni veinte minutos aquí sentado cuando ya se han tocado los "importantes" temas de la ausencia de directores verdaderos en las escuelas y de ahí saltaron a que hasta Guam nos gana en las pruebas escolares. Apenas hacía diez minutos hablaban del maldito de López Obrador y en un giro inesperado (esa vuelta de tuerca) comenzó una discusión sobre el dinero que maneja TV Azteca en sus programas unitarios.
Una de las charlas más interesantes y que levantó ámpula en la oficina fue sobre las urnas electrónicas en Brasil. ¿Cómo fue que llegamos a eso? No lo recuerdo pero terminaron haciendo toda una revisión histórica del voto, pasando por el primer fraude priista (uno que le hicieron a José Vasconcelos) hasta el que Luz Inacio de Silva era un Obrador inteligente y democrácito. Y mientras más gente iba llegando, se detenía a oír y luego ocupaba sus lugares como esperando en ese pequeño momento poder calibrar una idea inteligente, ya no inteligente, vaya, sino aguda, para meterla al caldo discursivo. Yo los escucho con un audífono puesto para escuchar radio Nuevo León donde las norteñas voces hablan de doña Elba Ester Gordillo y con el otro escucho el cantante acento defeño.
Yo los oigo pero en realidad no quisiera está aquí. Simplemente no sé qué ocurre. Tengo una aberración por el procesador de palabras y no he podido escribir más que lo urgente (veánse trabajos y más). Me pongo a leer bastante aunque dudo que logre tener otra vez ese ritmo de lectura de seis horas al día que tuve en Aragón. Y luego ayer me sentí terriblemente cansado. Miré por la ventana los edificios y me sumí en el sillón a ver la tele. Doña Queta, quien nos ayuda a limpiar la casa todos los miércoles, al verme con las papas fritas en mano y la coca en la otra me dijo: usted tiene nervios ocasionales. Yo dejé de morder. ¿Y eso qué es? Algo le preocupa. Yo pensé en estos días donde nada extravagante ha ocurrido. Puede ser... La verdad es que no me quiero cambiar de casa. Aquí ya estaba a gusto. Y entonces ella empezó a contarme de sus problemas y yo la oí y lentamente me fui olvidando de este fastidio que me acompaña desde hace semanas. Cuando terminó lloraba y yo no pude más que levantarme y decirle que todo siempre se pone mejor... que son cosas que pasan.
Ella volvió a su trabajo y yo me fui a dejar un envío para Tampico. De regreso subí a una microbús que me dejó por el estadio Azteca y luego a una combi que iba a C.U. Caminé a paso muy lento rumbo a la casa pensando en cómo las cosas parecen siempre estarse desplomando pero aún con esa sensación era necesario no dejarse caer completamente. Y el día, en realidad... no había estado mal. Había recibido un mail donde me informaban que ya estaba en la revista Ficticia en la web y luego Julia y Daniel me informaron de los avances de la revista web.
Pero apenas llegué a casa me puse a leer a Garrido y luego intenté releer mi novela de lucha libre pero terminé guardándola otra vez. Me sentí solo, poco comunicado y le marqué a Elida, a Ana, a Mónica y a Lili. Sólo estaban Lili y Elida. Elida hablaba en voz baja porque estaba en el trabajo y solo dijo que me extrañaba. (Yo también la extraño). Lili y su franca voz norteña me dijo que qué milagro. Yo me disculpé. He tenido muchas cosas qué hacer (y es cierto). Luego ella me contó de sus clases en la UdeM, la maestría, la escuela donde da clases. Lili siempre tan hiperactiva. Mis muchachas pensé, siempre tan luchonas. Luego seguí leyendo a Garrido pero no pude. Quise escribir y tampoco salió nada.
Luego llegó Ana Rosa y Jaime. Había varias botellas en la barra. ¿Qué es esto? le pregunté a Ana. Es brandy. Me serví media vaso. Le di un trago largo y sólo sentí como el licor me iba quemando el esófago, reblandeciendo mis nervios, articulando el sueño. Eran las ocho y media. Va. Así que me fui a dormir a esa hora. Le dije a Ana, si habla alguién no estoy. ¿Quién sea? No estoy para nadie. Ok. Y me fui a dormir con la certeza de que nadie me iba a hablar un miércoles por la noche. Dormí muy bien y cuando desperté a las siete de la mañana vi mi cuadro de Joy Laville. Y dije: no me quiero ir de esta casa. Pero tengo que irme. Luego cuando me quise bañar me acordé que no hay agua. Así que me vestí, me lavé con la poca agua almacenada y salí a la oficina. No sé cuánto tiempo llevo escribiendo esta entrada al blog y aquí siguen platicando. Ahora charlan sobre el crecimiento de los niños. Los niños todo lo aprenden, dicen. Los niños son velocísimos. Luis dice. ¡qué capacidad para aprender! y Gladys agrega: alguna vez tuve alumnos que venían de escuela activa, tanto mental como físicamente. Y Laura agrega, no sé por qué: Roxana estudió en una escuela en el Madrid y que había unos casos de niños activos que para qué les cuento.

Wednesday, March 09, 2005

Mis casas

He ido dejando mis casas. Esas casas que me retuvieron dentro de sus muros firmes o bajo sus techos de lámina han ido quedando atrás. Y vuelvo entonces la mirada a sus ventanas calladas y sus puertas sin magia con el pestillo corrido y no puedo más que volver a recordarlas y sentirlas. En ellas he ido dejando mi poca vida y aún no sé en cuál de ellas la dejaré para siempre. Recuerdo de la casa de Aragón esa fuente a un lado de la puerta y al Sansón echado debajo del calentador del agua. En el pequeño jardín que cuidaba la señora Alma tomaban la siesta Celic y Ramsès, los dos gatos indiferentes de la familia. Me gustaba vivir en Aragón porque todo estaba lejos y salir de la zona requerìa demasiada fuerza de voluntad. A veces compraba de pan en la panaderìa Lecaroz y muy cerca de ahi, todas las mañanas, salía a correr con frío o sin frío al deportivo Aragón que no eran más que cuatro canchas de futbol y una pista de atletismo donde siempre, de ocho a nueve de la mañana hacían aerobics un grupo de mujeres bajo la guía de un hombre moreno y diminuto que decìa y uno y dos y uno dos tres al ritmo de la música.
Pero luego dejé Aragón y me mudé a ese frío departamento de Plateros donde sólo estaba mi gato Ajax y un helecho que tuve que subir a un lavadero porque Ajax lo maltrataba. Plateros fue como un golpe seco con la vida. Subía por esas escaleras de fierro rodeado por el aroma de la comida que usaba las escaleras como chimenea para salir de entre las paredes apretadas. Abrìa la puerta y veìa en la casa nada más que el silencio y el ir y venir del gato que muy pronto tuve qué dejar. En Plateros había otros refugios como el pequeño pueblo de tiendas y los café internet. Sin embargo, el café internet que más me costó fue un donde perdí mas de 100 pàginas de mi inacabada novela de los trenes de Solidaridad y despuès de eso me sumí en un silencio que no podìa romper a pesar de estar ahi siempre con la mirada por la ventana desde la que se veía el pasillo delgado y gris, el jardín que siempre cambiaban los vecinos cada mes con el afán de ponerlo mejor.
Y luego me cambié con Ana al departamento 301 del edificio 19 de Vistas de Maurel. Era un departamento frío y yo no me acostumbraba a vivir con ella y creo que ni ella a mi. Tenía una estufa blanca y un refrigerador de donde hurté comida los primeros días ya que no tenía dinero para nada. No me hallaba a gusto en ese departamento sin puertas en los cuartos y donde la televisión estaba en el cuarto de Ana. Sentía que entrar a èl era no respetar la privacidad de Ana.
Pero luego todo cambió. Nos fuimos al departamento 503 un mes de marzo del 2003. Y las cosas ya eran distintas. Esa casa, ese nùmero marca simplemente lo mejor de mis dìas hasta ahora en el distrito federal. La casa era más acogedora y una luz càlida entraba por las ventanas y aunque el viento chiflaba afuera la casa tenía su olor especial que nos recibía como nuestro hogar. Ahí aprendì a cocinar con un poco menos de tartamudeos, ahí empecè a escribir de nuevo después de aquel silencio donde habia caido en Plateros. Ahí tambièn Minerva cocinó crepas cuando vino al D.F. junto con un novio en turno y yo les cedí mi lugar de suelo porque aún no compraba cama. Y cenamos crepas de pollo y hubo clericot y recuerdo con afecto esa noche en el sillón mientras pontificàbamos sobre literatura. En el 503 de Vistas recibí a Elida una noche de octubre y se quedó conmigo una semana. Le comprè flores, le hice de cenar varias veces, le preparaba el café en las mañanas antes de que se fuera a sus clases y en su piso nos tiramos a ver pelìculas al menos una vez antes de que se fuera. Elida dejó una sensación aún más cercana a casa con su risa, con su despertarse toda olvidada de si misma. Iba ahí a tumbos sacando la ropa de su maleta mientras yo la seguía con la mirada burlándome de ella.
Ahí también vino después mi hermano Jorge y luego Miguel y la pasamos bien platicando con cervezas fàciles y libros. Jorge aprovechó mi cuarto para dormir casi quince horas y Miguel como base de acción para partir de ahí hacia sus citas en el doctorado. Ahi también llegó otra vez Elida y Lacho cuando vinieron a mi cumpleaños.
Y luego, finalmente, como para cerrar bien ese ciclo feliz de casa, vino Ana apenas dos semanas atrás. Llegó con su risa, con sus cabellos rizados y largos. Así ràpido recuerdo ir a despertarla un sábado en la tarde para irnos al cine con unos amigos y estaba toda hecha ovillo bajo el edredón naranja (Uno que la señora Alma me había comprado en el 2002 y que ahora, despues de tres años, habìa vuelto a mi cama). Y ella abrió los ojos con flojera y me dijo, mejor no vamos. Y yo mirè por la ventana los otros edificios y màs lejos el barullo de las casas en un cerro. Volvì a verla y ella seguía dormida. Ana no come mucho asì que no le preparè grandes cosas pero creo que cuando se fue el domingo por la tarde, cansada despuès de errar por el centro històrico de la ciudad de Mèxico (fuimos a una exposiciòn de fotos en Reforma, al Polanco a ver hombres jugar con barcos miniatura, fuimos a Minerìa y la Munal y a caminar al centro y de regreso a Minerìa y a comer a un lugar en Gante) iba tan cansada pero creo que tan a gusto que luego me dijo se durmió de inmediato y no despertò sino hasta las cinco de la mañana.
Y ahora, asì como todos ellos llegaron y se fueron dejando la casa con sus aromas, sus manías, sus fantasmas de buenos recuerdos asomàndose por mi cama, buscando en maletas ropa y tiràndose en los sillones a ver la televisiòn; así también ahora yo me voy. Ana me lo dijo apenas ayer martes. Nos cambiamos, dijo, nos subieron demasiado la renta. Y ¿ahora a dònde? Aqui abajo, al 402. Yo miré la puerta de madera del 402. Un piso abajo. Pero creo que no es lo mismo. Ahora hay que volver a poblar ese otro departamento de recuerdos... ahora hay que hacer la gente vuelva y yo con ellos a momentos agradables. Pero me queda una cosa con este cambio. Ya no quiero estar cambiandome tanto de casa. Es hora de empezar a ver y comprar una donde los recuerdos no tengan que dejarse atràs, donde los aromas y las miradas còmplices no se queden y desaparezcan.

Monday, March 07, 2005

Retratos Familiares

Mi amiga Claudia parece provenir de una estirpe de trapecistas. Su cuerpo esbelto y moreno como un día de julio se desliza lo mismo entre fiestas o trabajos. Hace mucho tiempo estudiaba historia y no era raro encontrar en su boca palabras como Ramsés, Nabudoconosor y Asurbanipal Un tiempo estuvo en guerra contra el sueño. Al llegar la noche se preparaba con libros y controles remotos y después de mucho batallar terminaba dormida a las cinco de la mañana rodeada de almohadones y páginas de letras palíndromas. El mejor recuerdo que tengo de ella se remonta a una tarde, en una feria de libros. Fiel amante del retraso, llegó a nuestra cita pasada más de hora y media ycuando yo ya estaba embrigado de portadas y títulos serios. Apareció de la nada con un globo rojo atado a la muñeca de su mano., seguida por un enjambre de enanos con tricotes, hombres en zacos vestidos de ángeles, dragones chinos anaranjandos de crestas rojas y un barullo de payasos, mimos y ventrilocuos. Atraída por esa fuerza de gravedad multicolor me gritó a lo lejos sin poder salirse de ese cauce y yo alcancé a agitar la mano con desesperación sin poder alcanzarla. Lenta, inexorablemente, la perdí de vista en esa muchedumbre y sólo bailoteaba su globo rojo en el aire como si fuera una doncella recién despierta después del beso del príncipe.

Friday, March 04, 2005

En casa de Garrido

Me gusta ir a casa de Felipe Garrido. Tiene un jardín muy grande y al fondo una biblioteca colosal de dos pisos donde se hacinan sus libros y cuadros. A un lado de la cocina hay una especia de patio trasero con techos de vidrio y una mesita de cristal y unos sillones. A veces platicamos en la biblioteca y el lugar huele a puro y libros. Felipe tiene varios gatos y de todos ellos sólo una me busca. Apenas me ve ronronea y en cuanto me siento va y se recoge en mi regazo, en mis piernas. Felipe nada más sonrié y dice cosas como: ya se acomodó y luego seguimos platicando de libros, autores y formas cómo afrontar la escritura. Déjalo todo, me dice, no te llenes de trabajo, solamente lee y escribe. Y yo no sé cómo decirle que no he leído en un buen como quisiera y que no he escrito más que cosas en mi blog, sacudiéndome perezosamente de las palabras.
Felipe es un gran promotor de la lectura. Cuando lo aceptaron en la Academia Mexicana de la Lengua (recuerdo haber escrito algo sobre esto en este blog) Jaime Labastida dijo, al responder el discurso de Felipe, que si este país lograba tener más lectores iba a ser por el trabajo incansable de gente como Felipe Garrido. Él estaba emocionado hasta las lágrimas mientras a un lado el resto de los miembros de la academia asentían con severidad.
Ayer le pregunté: tú cómo quisieras ser recordado Felipe, como promotor o como escritor. Se quedó en silencio mientras la gata se arrullaba en mis piernas y luego, Felipe le dio una fumada al puro. Sólo dijo que tenía que volver a escribir. Los tiempos son cortos, ineludiblemente.
La gata se levantó entonces y nos pusimos de pie. Él iba a su evento sobre Torreón, su ciudad natal y yo regresaba a casa después de un largo día de comida, citas y vino tinto.
Con Felipe Garrido aprendo mucho sobre una visión tal vez, honesta de la escritura.

Tuesday, March 01, 2005

importancia

En la oficina platican de nada. Son tan tontas sus charlas, más bien las charlas del ocio se pierden siempre en una maraña de nada, en tiempo perdido. ¿Qué es lo que importa? me pregunto, en realidad qué es lo que importa. ¿ Importa acaso la mirada de una desconocida? ¿Importan acaso las ideologías? ¿Las formas de la vida? Quisiera hablar con Dios en este momento. No es este momento el que importa sino los pasados. No se puede mostrar la felicidad y cortarse de tajo pero esa ventana donde ocurre, cuando ocurre, ese pequeño tiempo es entonces como un pequeño fragmento de lo que debe de ser la vida eterna. A los hambrientos el olor a comida les causa placer. A los que padecen insomnio un cerrar de ojos es un bálsamo, un gramo de sueño, un gramo de sueño.

¿Pero qué es lo que importa entonces? ¿Vestir a tus hijos para fiesta? ¿Abrazar un cuerpo que se deja abrazar? Debe de haber un pensamiento y una sensación que no acepten negativas ni peros. ¿Es la muerte acaso lo único cierto?

En un parque alguien hace una encuesta

Iba al Parnaso a esperar a Luisa para una charla largo tiempo postergada. En la mañana, sobre el cielo defeño, había aparecido en una nube un disco de colores que semejaba un arcoíris disperso y atrapado entre el vapor. El disco de colores temblaba a gran altura y era como estar viendo una maravilla que no tardó en desaparecer. Yo pensaba en ese portento de la naturaleza mientras caminaba a un lado de la iglesia de Coyoacán y me sentía bien, contento, satisfecho por como las cosas se han ido acomodando en mi vida sin proponermelo o tal vez por proponermelo.
A un lado pasaban algunas parejas tomadas de la mano y en una esquina un organillero giraba la manivela del órgano y la música flotaba libre en toda la plaza.

Apenas llegué al Parnaso comencé a buscar libros sin ánimo y muy pronto me di cuenta que en el Parnaso no había nada interesante. La editorial Planeta había desaparecido lo mismo que los libros de Alfaguara. El stand de Sexto Piso tenía pocos libros pero me compré uno de Stig Dagerman a la menor provocación. Entonces, mientras deambuladaba entre las mesas flacas vi a lo lejos a una mujer. Me pareció conocida y me acerqué poco a poco con el libro de Dagerman en la mano. Llevaba una chamarra anudada a la cintura y una blusa a cuadros. Era Valeria. Nos saludamos (la última vez que la había visto, gritaba como desaforada junto con unos amigos y yo porque Blue Demón había perdido frente a Shocker). Iba buscando algo de Ibsen pero le dije, ni lo intentes, hoy aquí no hay nada.

Salimos de la librería, yo a encaminarla afuera, ella para irse a su casa y mientras intentábamos platicar se nos aparecieron cuatro muchachos. ¿Puedo hacerles una encuesta? nos dijeron, es para algo de la escuela. Valeria simplemente se hizo a un lado y me vi rodeado por cuatro chamacos que no pasaban de los veinte años, con los pelos erizados por el gel, las miradas traviesas, las playeras de colores exuberantes. La gente seguía pasando en la plaza y en la calle se detenían algunos taxis y lancé una mirada rápida a la fachada de la iglesia de Coyoacán con sus muros viejos cuando los muchachos me hicieron la primera pregunta:

¿Usted qué opina de los homosexuales?

Miré a Valeria y ella tenía, creo, la misma expresión: ¿quién hace este tipo de preguntas?

Pues, nada, como que qué opino de los homosexuales, es como si me dijeras qué opino de la gente que sale a correr, nada, está bien, son libres, vaya qué pregunta.

Los muchachos se miraron unos a otros, sorprendidos. La respuesta los había agarrado en curva. El que las escribía titubeó un poco, miró a sus compañeros y dijo la siguiente pregunta.

¿Usted qué piensa de que a los homosexuales se les den lugares como cafeterías y antros y todo eso?

Ahi simplemente me quedé callado. ¿Pues qué opino? pues está bien, digo, ¿es necesaria esta pregunta? Es como si me estuvieras otras vez preguntando, qué opinas de que haya clubs de la tercera edad. Está bien, vaya.

¿Qué piensa usted de que se legalicen las bodas entre homosexuales?

Miré a Valeria ya un poco desesperado pero los muchachos seguían entre sorprendidos y esperaban una respuesta.

No sé mucho del tema y la legislación... pero es algo que se hace en lo público o en lo privado. Me parece que debe de hacerse.

Luego llegó la pregunta matona, la pregunta sabrosa que esperaba:

¿Usted tiene amigos o amigas homosexuales o lesbianas? Y cuando hicieron la pregunta se miraron entre ellos, como diciendo, aquí sale este.

Me acordé de la nube de colores flotando en el cielo. Era una nube fantástica. No creo que vuelva a ver una con esas características flotando nunca más. Me acordé que después de la nube había bajado la vista y me había topado con las moles macizas del Popocatépetl y el Izztacihuatl con sus puntas coronadas por nieve.

Sí, sí tengo amigos y amigas homosexuales y lesbianas.

Los muchachos simplemente se movieron como incómodos. El que escribía sonrió con malicia y apuntó un lacónico "si" en la hoja.

Así me preguntaron que si estaba de acuerdo con que las parejas homosexuales adoptaran hijos y que si los iban a educar bien y si los homosexuales se hacen o nacen. La última pregunta simplemente terminó por desesperarme; pero era una pregunta difícil.

¿Dime tu definición de un homosexual?

Yo quería ya agarrar a madrazos al maestro que hubiera puesto esa encuesta. Es como definir porqué un hombre es hombre, porqué una mujer es mujer. Es como definir porqué amamos a quienes nos aman, porqué nos entregamos a quienes nos quieren.

Son, simplemente, gente que ama a otra gente. El sexo no importa, pero importa que amen. Eso, les dije como si hubiera encontrado la palabra correcta, que amen. Mientras amen todo está bien.

La música del organillero seguía en el aire cuando los muchachos apuntaron mi nombre y se fueron. Valería sonreía algo divertida y yo me sentí por momentos cansado. No debí de contestar esa encuesta pero caray, dividimos tanto el mundo que sus divisiones se vuelven ciertas. Miré mi reloj y me di cuenta que ya era un poco tarde. Luego Valería se fue y yo me senté en una banca. ¿Pero entonces, cuál es la definición del amor, cuál es tu definición del amor? me pregunté recargado en el barandal de una jardinera. Y la mente se me puso en blanco y recordé lo bien que me siento en el D.F. y aquella nube de colores que flotando en el aire parecía no tener ningún fin.