Iba al Parnaso a esperar a Luisa para una charla largo tiempo postergada. En la mañana, sobre el cielo defeño, había aparecido en una nube un disco de colores que semejaba un arcoíris disperso y atrapado entre el vapor. El disco de colores temblaba a gran altura y era como estar viendo una maravilla que no tardó en desaparecer. Yo pensaba en ese portento de la naturaleza mientras caminaba a un lado de la iglesia de Coyoacán y me sentía bien, contento, satisfecho por como las cosas se han ido acomodando en mi vida sin proponermelo o tal vez por proponermelo.
A un lado pasaban algunas parejas tomadas de la mano y en una esquina un organillero giraba la manivela del órgano y la música flotaba libre en toda la plaza.
Apenas llegué al Parnaso comencé a buscar libros sin ánimo y muy pronto me di cuenta que en el Parnaso no había nada interesante. La editorial Planeta había desaparecido lo mismo que los libros de Alfaguara. El stand de Sexto Piso tenía pocos libros pero me compré uno de Stig Dagerman a la menor provocación. Entonces, mientras deambuladaba entre las mesas flacas vi a lo lejos a una mujer. Me pareció conocida y me acerqué poco a poco con el libro de Dagerman en la mano. Llevaba una chamarra anudada a la cintura y una blusa a cuadros. Era Valeria. Nos saludamos (la última vez que la había visto, gritaba como desaforada junto con unos amigos y yo porque Blue Demón había perdido frente a Shocker). Iba buscando algo de Ibsen pero le dije, ni lo intentes, hoy aquí no hay nada.
Salimos de la librería, yo a encaminarla afuera, ella para irse a su casa y mientras intentábamos platicar se nos aparecieron cuatro muchachos. ¿Puedo hacerles una encuesta? nos dijeron, es para algo de la escuela. Valeria simplemente se hizo a un lado y me vi rodeado por cuatro chamacos que no pasaban de los veinte años, con los pelos erizados por el gel, las miradas traviesas, las playeras de colores exuberantes. La gente seguía pasando en la plaza y en la calle se detenían algunos taxis y lancé una mirada rápida a la fachada de la iglesia de Coyoacán con sus muros viejos cuando los muchachos me hicieron la primera pregunta:
¿Usted qué opina de los homosexuales?
Miré a Valeria y ella tenía, creo, la misma expresión: ¿quién hace este tipo de preguntas?
Pues, nada, como que qué opino de los homosexuales, es como si me dijeras qué opino de la gente que sale a correr, nada, está bien, son libres, vaya qué pregunta.
Los muchachos se miraron unos a otros, sorprendidos. La respuesta los había agarrado en curva. El que las escribía titubeó un poco, miró a sus compañeros y dijo la siguiente pregunta.
¿Usted qué piensa de que a los homosexuales se les den lugares como cafeterías y antros y todo eso?
Ahi simplemente me quedé callado. ¿Pues qué opino? pues está bien, digo, ¿es necesaria esta pregunta? Es como si me estuvieras otras vez preguntando, qué opinas de que haya clubs de la tercera edad. Está bien, vaya.
¿Qué piensa usted de que se legalicen las bodas entre homosexuales?
Miré a Valeria ya un poco desesperado pero los muchachos seguían entre sorprendidos y esperaban una respuesta.
No sé mucho del tema y la legislación... pero es algo que se hace en lo público o en lo privado. Me parece que debe de hacerse.
Luego llegó la pregunta matona, la pregunta sabrosa que esperaba:
¿Usted tiene amigos o amigas homosexuales o lesbianas? Y cuando hicieron la pregunta se miraron entre ellos, como diciendo, aquí sale este.
Me acordé de la nube de colores flotando en el cielo. Era una nube fantástica. No creo que vuelva a ver una con esas características flotando nunca más. Me acordé que después de la nube había bajado la vista y me había topado con las moles macizas del Popocatépetl y el Izztacihuatl con sus puntas coronadas por nieve.
Sí, sí tengo amigos y amigas homosexuales y lesbianas.
Los muchachos simplemente se movieron como incómodos. El que escribía sonrió con malicia y apuntó un lacónico "si" en la hoja.
Así me preguntaron que si estaba de acuerdo con que las parejas homosexuales adoptaran hijos y que si los iban a educar bien y si los homosexuales se hacen o nacen. La última pregunta simplemente terminó por desesperarme; pero era una pregunta difícil.
¿Dime tu definición de un homosexual?
Yo quería ya agarrar a madrazos al maestro que hubiera puesto esa encuesta. Es como definir porqué un hombre es hombre, porqué una mujer es mujer. Es como definir porqué amamos a quienes nos aman, porqué nos entregamos a quienes nos quieren.
Son, simplemente, gente que ama a otra gente. El sexo no importa, pero importa que amen. Eso, les dije como si hubiera encontrado la palabra correcta, que amen. Mientras amen todo está bien.
La música del organillero seguía en el aire cuando los muchachos apuntaron mi nombre y se fueron. Valería sonreía algo divertida y yo me sentí por momentos cansado. No debí de contestar esa encuesta pero caray, dividimos tanto el mundo que sus divisiones se vuelven ciertas. Miré mi reloj y me di cuenta que ya era un poco tarde. Luego Valería se fue y yo me senté en una banca. ¿Pero entonces, cuál es la definición del amor, cuál es tu definición del amor? me pregunté recargado en el barandal de una jardinera. Y la mente se me puso en blanco y recordé lo bien que me siento en el D.F. y aquella nube de colores que flotando en el aire parecía no tener ningún fin.
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