Saturday, August 26, 2006

Refrescos

¡Cómo me gustaba, de niño, hurgar en las hieleras en pueblos desconocidos para ver qué tipo de refrescos había! Ése, era el verdadero tesoro del viaje. En esas hieleras se podía encontrar todo un tipo nuevo de sabores embotellados, distintos a los que había en Monterrey. Monterrey siempre ha sido tierra Coca-Cola lamentablemente pero en los pueblos de San Luis Potosí había una gran variedad de colores y frescuras. Me encantaba ver esas botellas de formas extrañas y destaparlas para paladear ese nuevo sabor.
Ayer fui a Querétaro y encontré un refresco nuevo, más bien muy viejo. Era de sabor manzana y no se parecía a nada de los sabores a manzana que he probado en la vida. No puedo decir que era mejor, simplemente era distinto. Lo tomé despacio mientras recordaba cuando me asomaba a las hieleras en mi infancia a descubrir nuevos sabores. Un momento congelado. Un momento no Coca-cola, sino más bien de diversidad.
Me sorprende lo acostumbrado que tenemos el paladar a lo mismo, a lo de siempre. Pleonasmo en la oración y también en la costumbre. Intentaré, en lo sucesivo, encontrar esos viejos sabores embotellados en cápsulas de vidrio extrañas y a ver si hago una colección de lo raro, de los refrescos raros por escasos. Veré si esto sí se vuelve un tesoro siempre en el refrigeador, listo para destaparse cualquier tarde de nostalgia.

Monday, August 21, 2006

Albercas

En las albercas ocurren siempre momentos dichosos. No es lo mismo corretearte en la calle a dentro del cuerpo del agua. Albercas. Hace mucho que no me metía a una de ellas. La última alberca a la que entré fue el mar en Acapulco y la sensación me gustó a pesar de sus inconvenientes. Ayer fui a Las Estacas en el municipio de Yautepec, en Morelos. Socorro cumplía años y no sé en qué momento nos encontramos O y yo en la central de autobuses de Oaxtepec, un municipio que parece existir sólo para tener balnearios.
Aún era un largo camino para llegar a Las Estacas. Abordamos un taxi y vimos parte de la ruta Zapata y una hacienda con sus muros renegridos y un acueducto que atravesaba la carretera. Albercas, albercas. Mientras nos cambíabamos recordé que hacía años que no entraba en ese espacio rectángular poblado por agua. Tal vez, mi último grato recuerdo de una alberca tenga que ver con un día de campo que hizo la fábrica de pantalones donde trabajaba mi papá. El balnearrio se encontraba en el Cerrito. Recuerdo el sol y el escozor. Recuerdo que a los tres días me seguía descarapelando.
Inmediatamente a ese recuerdo se alterna otro: un viaje a El Barrial con mis compañeros de la preparatoria. Fue un viaje casi inaugural. Subimos todos a un autobús. Compré un periódico cuando no era usual que los estudiantes de preparatoria leyeran el periódico y ahora pienso si, actualmente, los jóvenes de quince o dieciséis leen el periódico. ¿Lo comprarán? Me aventuro a decir que no. Pero, fuimos al barrial. En la tarde nos salimos a caminar al cerro. Encontramos un toro suelto y pasamos muy cerca de él, mientras el toro raspaba la tierra con sus astas.
Albercas. Ese sol en la espalda. Ayer me acordé de todo ello. Y de comer hasta saciarse y de andar por todas partes con la menos ropa posible. Había un río En Las Estacas, uno de aguas heladas y profundas. Sólo metí los pies. Qué fría estaba el agua en realidad y a lo lejos se veía sólo un cerro y una pista de aterrizaje donde descendía en ese momento un avioncito pequeño, blanco, como un insecto.

Thursday, August 17, 2006

la burocracia

Yo era burócrata. Lo afirmo. No, uno de ventanilla pero sí, uno que manejaba proyectos y tenía contacto con público. Fue una buena época. Había un concurso de Producción Musical y los tres años que me correspondió organizarlo iba una señora con su disco de música ranchera. El premio, estaba orientado más hacia un producto con otra visión cultural y era triste ver que todos los años la señora llevaba su disco a concurso. Y todos los años, fallaba. Subía con mucho esfuerzo hasta el ático donde tenía mi lugar junto con Cordelia y Janell y tomaba aire al sentarse. Es mi disco, joven, me decía, nada más que me paguen el mariachi y va a ver que queda muy bueno.
Y lo contaba como si preparara un caldo, la sopa musical lista para ser disfrutada. Y a los meses salía el mismo resultado. Una vez escuché su material mientras terminaba de llenar unas hojas con el desglose de las ventas de libros de una feria y su música me pareció amena, nada terrible. Ella tenía unos graves muy padres aunque eso sí, la música no tenía nada qué ver con el concurso. Salieron como cinco discos esos años: de música electrónica, de coros, un homenaje a Tanguma y más pero nunca salió el disco.
Hoy me acordé de esa señora mientras una mujer me decía cn singular tranquilidad que la tesorería para tramitar unas actas de nacimiento se encontraban como a treinta cuadras de distancia. Nada mas apreté las quijadas y salí murmurando que eso no se hacía pero en ese instante pensé en la señora del disco de rancheras y cómo se iba, escaleras abajo, hacia el olvido.

Sunday, August 13, 2006

O

Nunca, nunca, escribo de ella. Tal vez lo he hecho, pero se me olvida. Tal vez es sólo porque la quiero retener en la memoria y en el presente. No quiero retenerla en lo escrito porque escribir también puede ser artificioso, vago, frío, ególatra, terrible. Quiero retenerla en el presente, en los labios, en el momento cuando me da la bienvenida a su casa. Anoche, después de cenar en un restaurante al que quería llevarla desde hace mucho tiempo, recalamos en los campamentos de Reforma. En uno había música y ella quería bailar. No bailamos. En otro campamento encontramos a un conocido que hacía plantón. O vio unos volantes a favor del pejismo, del voto por voto, casilla por casilla y acertiva como está, con la fe bien puesta en ese lado de la contienda, tomó unos volantes. Nada más una cuadra, ¿sí? me preguntó como pidiéndome permiso para entregar los volantes a las diez y media de la noche en la zona rosa. Yo me sentí viejo y feliz cuando la vi cómo se adelantaba con sus volantes en la mano y los entregaba en la oscuridad a los pocos transeúntes. O. O. De los campamentos manaba una solidaridad noctura, amlista. O iba en la calle entregando y entregando volantes afuera de discotecas, a los vendedores de hotdogs y chiclets, a los gringos que salían a nuestro encuentro, a los policias, a los guardias de seguridad privada. Ella iba feliz en la noche con sus volantes. Yo me sentía viejo, es cierto pero también feliz. Y eso vale mucho, creo yo, mucho.

Friday, August 11, 2006

La tribu

Somos generalmente cuatro: Hinojosa, Vicente, Boone y yo. A veces nos volvemos más cuando Cristhian, Saravia y Mijail se unen con nosotros a la hora de la comida. Me gusta mi tribu. A la hora de la comida ahí vamos juntos y es común que nos veamos en fines de semana, en reuniones o cenas. Al final, todos jalamos para lados distintos pero siempre nos mantenemos cerca. Ultimamente, Edith se ha unido a nosotros, una vez que Karla partió a su natal San Cristóbal de las Casas.
Ahí vamos entonces los ocho o los cinco a comer, en línea, avizarando las calles, el tráfico en Insurgentes y Liverpool, el paso raudo del metrobus. De regreso, cuando alguno se queda en alguna revistería o en una tienda donde venden miniaturas se hace una fila que espera al que se quedó atrás. Adelante queda una avanzada, después un grupo, al final uno que aguarda al detenido. Cuando éste se mueve, todos avanzamos a y los metros nos volvemos de nuevo un grupo compacto. Es la tribu. Uno se siente arropado por estas muestras de afecto. Si alguien se detiene a esperarte es que aún tenemos arraigada en la oscuridad de nuestros instintos esa sensación de las largas migraciones. Antier esperamos a Boone quien se metió a un oxxo. Otras a Vicente o a me esperan a mí.
Me recuerda esto un cuento que leí de Luis Felipe Gómez Lomelí. Luis fue becario de la flm y en su libro de cuenos tiene uno donde narra cómo anduvo cno Vite una tarde caminando por Reforma. Cuando le dije a Vite me respondió que ese año que estuvo en Liverpool 16 fue el mejor de su vida. Es una suerte salir que al salir, al terminar el año te encuentres con gente con quien seguirás el resto de tu vida.

Saturday, August 05, 2006

Sábado de Beatles

A Fabian y a Rafael les gustaba mucho la música de los Beatles. A mí, no. Esto terminó cuando me dieron a oír el disco de Help. Desde "yesterday" hasta "ticket to ride" el disco me gustó. Era imposible mantenerse al margen. Después me dieron a escuchar al Sgt. Pepper´s Lonely hearts club band y simplemente caí profundamente con "A day in the life". Le sigueron muchas de las clásicas, como "With a little help from my friends" o "Eleanor Rigby", "Love you to", "Here, there and everywhere", "For no one" y las clásicas de el Album blanco, clásicas al menos para mí, como "Julia" "Blackbird" y "While my guitar gently weeps".
Desde entonces la música de los Beatles es un referente en mi vida. Con la repetición de "While my guitar gently weeps" escribí una mañana de hace muchos años un capítulo de una novela de trenes que sigue esperando y me enamoré y desenamoré con otras tantas. Había una que se hizo referencia automática cuano Rafael quería hablar de la prepa y en algún meil sentimentalón nos las recordó: "In my life".
También la hice bandera pero luego la olvidé hasta hoy que vengo en sábado a la flm como hacia tanto no lo hacía. Camino hacia acá recordé esa canción. Alguna vez la escuché tranquilo frente a un escritorio en el negocio de baterías de mi tío José Luis. Su radio no servía. Estaba amarrada con cinta para que no se abriera como un melón y para sintonizar las estaciones había que tener, en realidad, dedos muy finos. Aún así lograba sintonizar todos los sábados Estéreo Siete y estar desde las diez de la mañana escuchado canciones de los Beatles. Iba por una coca bien helada y unas papas y mientra comía, oía las canciones con una paz inigualable. A las doce que terminaba el programa le cambiaba a Estereo Rey porque ahí había otro programa y éste terminaba hasta la una.
Hace mucho tiempo que no escucho un disco completo de The Beatles pero creo que no lo disfrutaría como aquellas mañanas frente al escritorio. La sensación de escuchar "en verdad" a los Beatles tiene ya mucho que ver con ese recuerdo. Ahora que lo intento en la oficina o en la casa apenas si rozo la atmósfera de la música. Me he contaminado con el recuerdo y como dice la canción, hay lugares que recordaré toda mi vida. Algunos han cambiado, para bien o para mal.

Friday, August 04, 2006

Retratos Familiares

Se nos cayó. Se nos cayó de un primer piso. Se nos cayó de espaldas y aún me pregunto qué fue lo que dijo, qué fue lo que pensó al momento del miedo, del saber que iba hacia abajo y que nada detendría su caída y que nadie iba a estar ahí para abrazarlo al chocar contra el piso. Se nos cayó con sus herramientas que volaron de su mano, se convirtieron en pájaros los tornillos, la pinza eléctrica, mordido su caucho, los desarmadores y las llaves alem, la lija cola de rata, el amperímetro, los codos de cobre para tapar compresores. Se nos cayó con sus aires acondicionados abiertos, sus zapatos sucios y ese volkswagen viejo, feo, por donde tirábamos la comida para obligarlo a que nos comprara un almuerzo decente. Fue hacia abajo y aún veo la forma como su cuerpo manoteó en el aire, la forma como intentó enderezarse, andar, andar, caer de pie pero iba para abajo. Era él. El que nos enseñó a manejar, el que conquistaba a las mujeres con kiwis, el que nos pagó la escuela, el que iba por nosotros a las centrales de autobuses, el que nunca se casó. Se nos cayó de un primer piso cuando antes, todos, por poner un aire acondicionado hacíamos la faena de retar a la gravedad desde la parte alta de una escalera que subía hasta cincuenta metros. Allá estábamos todos, él, una mano aferrada a la escalera, la otra con esa herramienta para hacer agujeros y cuyo nombre ya no recuerdo. Se nos cayó de un piso. Su nuca se dobló contra el cemento duro. Extendió los brazos que ya no tuvieron dueño ni ordenanza. Yo me caí también con él cuando me enteré. Me sigo cayendo cuando lo recuerdo con su muerte silenciosa, cerebral. Afuera estaba el mundo, indiferente como siempre. Y con estas palabras, me levanto, me levanto, me levanto, arriba a recoger sus herramientas, las pinzas, las llaves alem, los tornillos, me levanto a recoger todas sus palomas y volverlas a casa donde siempre, ahora, está.

Tuesday, August 01, 2006

Seis meses

O me dice que ya cumplimos seis meses de estar juntos. Como siempre, ni me había dado cuenta. Tal vez así es como se vive con felicidad: no hay tiempo y luego te descubres viejo. Juntos, aunque aún no juntos, fuimos a ver a Nadja y recuerdo que ahí en la jaula de la gata también estaba Mía. Mía me rasguñó desde el primer día y aún es fecha que se deja ni cargar ni acariciar. Nadja sí. O dice que esa gata acepta cualquier tipo de amor. En este tiempo fuimos a un concierto de Ely Guerra donde me aburrí mucho y hemos comido demasiada comida china para mis cánones. Y también me cambié otra vez de casa. Y claro, me dieron el premio y salió otro libro y un cuento en la antología de Marcial. Mía se nos cayó del sexto piso una tarde mientras jugábamos en el cuarto contiguo al doble doce con Xo, Ro, Efraín y Grace y no le pasó nada.
hemos recibido visitas varias: Raúl y Monserrat, mis padres, Toscana, Alan. Kuba y el North vienen esta semana e incluso tuvimos la intempestiva visita del hermano de O con su mujer, ahora ex -mujer. También salimos un fin de semana a Tehuacán Puebla a conocer a un tío de ella y la familia de O me cayó muy bien. Una de sus primas, en un desliz, me dijo frente a O que me iba a presentar a otra prima para ver qué pasaba.
y ah... O conoció a mis padres cuando vinieron en abril y sufrió conmigo todas las vejaciones que la "hermosa ciudad de México" les ofreció. Yo también fui a ver a sus padre y me comí un tamal oxaqueño que su papá me había dado aunque ya había comido mucho, demasiado. Son casi seis meses ya. Ayer me dijeron que lo mejor era sí, ir viviendo de a poquito, de poquito.

Corazón delatador

Ayer corregía uno de mis cuentos. Se llamaba Revancha Mística y ahora se llama Atlas Poderoso. La historia trata sobre un hombre que tiene problemas con su hijo y, para ganarse su estima, se da a la atarea de diseñar un juego de mesa, un juego de lucha libre que lleva como luchador insigania al luchador Atlas. Antes era el Místico pero me di cuenta que era demasiado peligro situar tanto al texto. Total, luchadores Atlas siempre va a haber. La primera versión del cuento me gustó porque la escribí casi en cuatro horas. Salieron 13 cuartillas. El cuento en sí, había salido de una llamarada, no sé si imaginativa, cuando vi un juego de mesa sobre luchadores en una tienda vieja por Chapultepec.
Eso fue hace como cinco meses. Todavía ayer seguía trabajando esas pequeñas cuartillas. Todavía lo seguiré trabajando. Ahora he eliminado casi todo sobre el juego y me centré en la relación de padre e hijo. Sin embargo, mientras escribía, tal vez después, ya en mi casa al leer el diario Record me quedé pensando en porqué escribo. Repasé mis historias y me parecieron vagas, vanas. Tal vez, es hora de hacer otra pausa y buscar otras cosas o una honestidad más, válgame la redundancia, honesta en los textos. No sé si en realidad haya dado en un espacio de nueve cuartillas -es lo que dura ahora el cuento- con ese espacio vital, con ese corazón delatador del que cuenta Poe en su famoso cuento. Toda historia debería de tener ese corazón delatador encubierto en las cuartillas.