Monday, November 29, 2004

La FIL de Guadalajara

Al inicio de la película de Buscando a Nemo (Disney, 2003) los productores de PIXAR incluyeron un corto con técnicas de programas de animación de 1997. La calidad del corto es inegable y la música que sirve de fondo a la historia es simplemente singular. La historia trata sobre un muñequito de nieve encerrado en su bola y que intenta alcanzar a una muñequita tipo barbie para cometer toda clases de fantansías sexuales (se le ve en la mirada). después de mucho batallar logra salir casi por equivocación, cae a una pesera donde está una sirena y antes de llegar a ella vuelve a quedarse encerrado en la bola de cristal.

El corto es muy divertido.

Ir la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, con 27 años, sin libros y un medallero de becas en el hombro es como ser ese muñequito de nieve que desea alcanzar a las bellezas. Salvo por el hecho de que el muñequito es un joven escritor y las bellezas son a) conocer a escritores laureados, b) conseguir editor, c) soñar con publicaciones extranjeras y por ende d) hacerse de un agente; hace la historia de PIXAR en una adecuada metáfora.
Así las cosas me fui a Guadalajara con Eduardo Parra y Claudia Guillen. En el camino comimos barbacoa, cantamos algunas canciones norteñas y vimos el impresionante lago de Cuitzeo. Llegamos a las seis ya con la feria hirviendo de actividad y escritores por todos lados. Ahí encontré Víctor Hurtado, me dio la llave de su casa, quedamos en vernos después mientras él seguía al frente del salón de profesionales de la FIL y andaba entre editores de EMECE, agentes y demás. Yo me sentía a gusto. Llegamos a Planeta y empezaron las presentaciones y después en Era estaban Neus Espressate y Marcelo Uribe y las presentaciones seguía. Por ahí apareció José Agustín y Christopher Domínguez. Los saludaba a todos con nervios. Uno nunca deja de saber quiénes son todos ellos para la literatura mexicana: uno de la onda, uno considerado el mejor crítico mexicano desde hace tiempo, así como el editor y la dueña de ERA.
Pero ya más noche, me encontré con Ricardo Chavez Castañeda, miembro del crack y ahí apareció el divertido de Toscana. Nos fuimos los tres haciéndonos bromas y más tarde nos encontramos en el coctel de Planeta.
El coctel fue en la embajada americana y nada más entrar el muñequito de nieve (es decir, yo) se lamentó de no llevar los libros de Antonio Skarmeta. Ahí estaba el chileno grande y feliz con su copa de vino y charlando con Carlos Fuentes. Luego, ya más noche, llegó Arturo Mendoza y junto con Andrés Ramírez, el editor de ficción de Planeta y con Parra, Toscana, y una autora de Planeta, más José Agustín y Antonia Kerrigan nos sentamos en a platicar. Yo nada más oía y platicana con Andrés, Parra y Toscana. Antonia Kerrigan me impresionó. La famosa y poderosa agente Antonia Kerrigan, la creadora e impulsora del crack. Simplemente me quedé helado.
Luego nos fuimos al coctél del FCE. Toscana se robó un cojín.Toscana me aventó contra Langagne. Toscana se robó unas cervezas y las sirvió. Daniel de la Fuente andaba ahí y ya con él, los regios huimos al Lido.

Domingo.

Casi todo lo mismo. Casi todo igual. Comí con Elena, la pareja de Víctor y cuando llegué a la FIL el Parra me dijo: dónde te metiste, nos fuimos a comer al pargo todos los crakeros, Toscana y yo, te estuvimos buscando. Yo, con Elena. La verdad la había pasado muy tranquilo con ella ahí en el restaurante del hotel guadalajara expo. Nos metimos en bola al evento del crack. Ahí estaba Fabiana Padilla tan deslumbrante como siempre y nos sentamos mero al fondo. Chavez Castañeda nos saludó desde la mesa y fue un evento bastante divertido.
Luego, presentación de Parra en el otro lado de la Feria y ahí vamos los dos panteoneros (Toscana y yo) a ver al otro de la tribu. Cuando se terminó nos perdimos otra vez y nos encontramos rato después para irnos al coctel de Alfaguara.
Me acordé de la nieve cuando entramos al restaurante del Hilton y en una mesa blanca estaban los siente crakeros, Antonia Kerrigan al centro y con grata sorpresa encontré a Mónica Lavín, Toscana y Gaby Riveros. La mesa estaba muy ocupada y decidimos irnos ya al reventón. ¿Cómo explicar que casi le di un empujón sin querer a Saramago? ¿Cómo decir el gusto que me dió ver a Montemayor sentado contando chistes y luego a Fabiana andar entre la gente saludando gente y más gente?
Pero el concenso final es que todo estuvo bien. Yo no soy un muñequito de nieve y aunque la película termina con el muñequito encerrado todos sabemos que siempre existe un post-history. Yo me la pasé bien. Y me di cuenta de lo afortunado que soy por mis amigos del medio. Son buenos amigos, como los otros, los que no están en el medio. Es todo. No he contado en realidad todo lo que pasó en la Feria.

Sunday, November 21, 2004

En el metro Allende

Cuando me despierto son ya las diez de la mañana y pienso que por hoy, no debo de subir las cortinas y dejar que el sol caiga. Afuera del cuarto escucho a Ana y Jaime mientras van de la cocina y al comedor y me dan más ganas de envolverme en las cobijas y por hoy, sólo por hoy, no salir. Pero no lo logro. Apenas han pasado como siete horas desde que salí de casa de Rodrigo acompañando a Rosy a su troca estacionada en avenida Universidad y aún me siento adolorido del estómago. Pero no, no lo logro. Así que cuando Ana y Jaime se van, como a los veinte minutos me levanto y abro las cortinas. Me pongo el pants, vigilo que no traiga ningún gallo en el pelo y salgo con los veinte pesos en la mano a comprar el periódico.
En el periódico no dicen nada nuevo, sino las mismas cansadas noticias políticas. Me distraigo con el Día siete pensando si alguna vez publicaré ahí algo y lo supongo lejano. Cuando llego a la casa me tiro en el sillón, leo la sección deportiva (el Barcelona ganó 3-0 al Real) y entonces recuerdo que debo de ir a Bellas Artes al evento del 30 aniversario de la revista Tierra Adentro y el homejane al maestro Víctor Sandoval (en realidad no "debo de ir" pero quiero ir para encontrarme a Felipe Garrido y a Minerva Margarita).
Así que me levanto, me meto a bañar, salgo al día, compro el récord, subo al metro, camino por la Alameda con sus vendedoras ambulantes de raspados, lectura del tarot, caballos de policías montada, agua fresca que reborbotea. Camino por una alameda que no tiene olmos sino sauces y fresnos mientras un mimo callejero intenta hace reir a la gente y la Torre Latinoamericana lo mira todo con su cristalina indiferencia.
El evento es lúcido. El maestro Víctor Sandoval recibe su medalla a ante un auditorio puesto de pie. Minerva Margarita sonríe, Felipe Garrido aplaude son su serena magnificencia, Eduardo Langagne igual. El evento termina cuando el maestro Sandoval lee un poema inédito del que sólo recuerdo el final:

"Por qué no nací como mi padre
con esa mirada de muertes prematuras".


Luego salgo con la promesa de Garrido de vernos en Guadalajara y después de la inauguración irnos a comer y mientras avanzo por las calles del centro histórico me voy derrumbando lentamente sin motivo alguno, como si me fuera deshaciendo, desarticulándome, desmorándome lentamente desde el Sanbors de los Azulejos hasta la catedral donde la gente sigue y viene, retumba a un lado mío sus historias de presiones y soles y a lo lejos se escucha el arraigado canto a tierra y vejez que es la música de los danzantes náhuatls. Pienso en qué difícil es convertirte en un escritor con ideología. Qué difícil es ser comprometido. Y me viene al oído y al pecho y a los tendones una sensación de fatiga que se disgrega lentamente por mis nervios. Miro el reloj. Ya van a dar las tres de la tarde. Así que regreso.
Ha sido un buen fin de semana. Madrugué con Mónica caminando las calles aledañas del centro de Coyoacán, el sábado en la noche vi a Luisa en la fiesta de Rodrigo y cómo nos reímos con los chistes de Julio. Y pienso en ello, y en el poema del maestro Sandoval, y si en mi mirada habrá ese aire de muertes prematuras cuando los metros llegan y se van. Del otro lado del andén sólo queda una mujer. Es un tanto gorda, usa una blusa con olanes, falda negra y huaraches abiertos. Sólo somos ella y yo, cada uno de su lado del metro. Entonces comienza a cantar un himno que habla sobre el amor de Dios para con todos nosotros y salta y aplaude mientras dice que Dios es su Señor Todopoderoso. Y me quedo pensando en su fervor a Dios. ¿Es como el mío? No, no lo es. Mi fervor por Dios es contemplativo, un fervor incluso excéptico, no lo sé. Y quisiera cantar como ella, danzar como ella ahí en medio del andén.
Comienza a llegar más gente y la mujer no ceja en sus medios de alabar a Dios y después de la alabanza comienza a decir que Dios mandó a su hijo para que nos derrimiera de nuestros pecados y que sólo Él nos puede quitar nuestras cargas. Por un momento se quedó callada y comenzó a explicarme a mi el plan de salvación. Yo la escuchaba sin sorpresa ya pero la señora no dejaba de mirarme. A veces ella dirigia la mirada hacia otra parte y sus ojos irradiaban fe y fervor. La gente comenzó a llegar pero la señora no dejaba de intentar convencerme. Al rato un policía grito "¡Arriba Satanás!" pero ella no se inmutó. Gritó tres veces más mientras ella decía que sólo el Señor salva y a mi me daba lástima el policía. Luego un señor gritó: "Cállese vieja" y miré al señor con toda su cara de hombre acabado, las mejillas flaccidas, el aire cansado, el sudor en la frente, medio jorobado y sentí que la señora no debía de callarse ni nada. Ella estaba el fervor, envuelta en él. Cuando finalmente el metro pasó y subí algo se había perdido. Me sentí más ligero. Recordé que Dios se encuentra en cualquier sitio y lugar y sólo es cuestión de saber afinar los oídos para escucharlo. Luego me senté, abrí el libro de Yuri Herrera que trata sobre un artista en la corte de un narco y la señora se quedó allá atrás con su fe, con sus huaraches, rodeada de policías que seguro le gritaban: "Arriba Satánas".
Y yo me fui. Sus ojos seguían clavados en mi espalda a pesar de la lentitud del metro, de la porra de los Pumas en el metro Etiopia y de ese aroma a pan recién hecho que me saludó en el metro C.U. y cuando llegué a la casa me miré al espejo y medio sonreí. En ese momento pensé que sí tengo mirada de muertes prematuras y el día me pareció, como dijo Felipe Garrido en el homenaje: un día lúcido y brillante.

Friday, November 19, 2004

Que por qué la literatura

Me preguntan aquí en la oficina que por qué me metí a la Literatura. No tuve otra opción, les digo. O era esto o no era nada. Y la nada se me antoja amplia y con neurosis y la escritura amplia pero llena, atiborrada hasta los bordes.

En sí, creo que siempre he escrito. Aún de niño, recuerdo que tomaba folios de papel periódico sin impresión y los pegaba en las paredes de la cocina en casa de mi abuela. Luego, aún sin dominio de la palabra escrita, pero sí con un amplio dominio de colores y grosores de trazos; me ponía a pintar en los pleigos partenones griegos, asaltantes con capuchas, lanchas a reacción, un helicóptero, la cara del bueno y finamente una cárcel. Luego juntaba a la familia y le contaba la historia de unos ladrones de joyas que robaban en un partenon, huían en una lancha y eran capturados por el bueno y encerrados en la cárcel.

Luego, en la secundaria, no faltaban las cartitas de amor para Diana y la venta de otras cartas para otros. Llegaban los compañeros y decían: Antonio, véndeme una carta. Y yo la escribía y se las vendía. Todo iba muy bien hasta que en una clase de español el maestro nos pidió hacer un soneto. Vi las reglas, la rima abba, las sílabas y me escribí un soneto que no decía nada, pero que técnicamente era bueno. Cuando lo entregué el maestro me quitó puntos por copiar un soneto de un libro. Por más que le juré que lo había escrito no me creyó. Ahí empezaron como dos sanos años de nada de escritura ni lectura sino puro futbol por las tardes, irse de pinta y trabajar con mi tío Roberto en los aires acondicionados.

Pero muy pronto, en la prepa, apareció el maestro Chavana y nos puso una tarea y del resultado afortunado de esa lectura, en la que Mónica, Rafa, Aneida y Ángel estuvieron presentes (eramos compañeros de clase) fue que empecé a escribir ya con la noción de que, ok, podía intentar escribir. Así salieron los poemas de la prepa, bien guardados en casa y finalmente, ya el letras, aquella mañana que vi a Blanca dejé la poesía para siempre y me dediqué a escribir narrativa.

luego conocería a Parra, después entraría al Panteón y al Conarte y levemente tomaría un camino que es tal vez lento, pero ahi va.

Así que escribo porque no tengo otra opción, pero no entienden cuando les explico eso. No tuve otra opción porque desde muy chico supe qué quería ser. Y con éxito o sin él, yo seguiré escribiendo. Es lo único que me hace digno, como hace digno al ejerce la medica porque quiso ser médico o al ingeniero que construye casas porque eso siempre quiso ser. Si fuera otra cosa, si cambiara por otra cosa, simplemente sería y ya, pero la dignidad de escribir, eso no lo cambio por nada.

Friday, November 12, 2004

Este es mi sitio

Tal parece que somos seres de reacción. Necesitamos una acción para contrarrestar otra. La idea no es mala, ni nueva, sino muy vieja. Ahí está la tercera ley de la dinámica de Newton que dice que a toda acción o fuerza siempre corresponde una reacción. Tal vez estoy esperando las reacciones a este blog que se vean en los comentarios, pero en fin, nunca he sido un ser enteramente social.

Ayer fue día de crisis y malestar. Inició desde la noche del miércoles cuando Parra compartió una noticia que alteró nervios y envidias. Y aunque mi reacción a la noticia fue muy visible (aún no aprendo a dominar mis expresiones faciales) fue al día siguiente cuando en realidad lo sentí. Era un tontería mi reacción y lo sabía, pero faltaba comprenderlo. Gracias a una pequeña charla con Daniel le di una luz distinta a las cosas.

Así que llegué a la casa con mucha hambre pero con comida lista y primero, lo primero, es comer. No digo abarrotarte las tripas y el esófago, simplemente abrir la boca y comer algo rico, masticar despacio mientras el rumor de tu estómago se apaga lentamente. Luego, dormir. ¿Han dormido al menos veinte minutos en la tarde con las persianas bajas? Pues eso hice. Me dormí, me estiré sobre la cama, me puse en posición fetal, subí las piernas a la pared y me ganó la risa.

Como a las cinco, finalmente, encendí la lap, subí el techo del escritorio, miré en la pared las fotos de mis amigos y amigas. Ahí estaba Toscana medio sonriente en la foto que El Universal le tomó cuando vino a publicitar "Duelo por Miguel Pruneda". Ahí estaba Claudia en La Tobara, Janell, Lila y yo en el Museo, Claudia Suarez afuera del Luxor en Las Vegas y Elida sentada en el sillón en casa de Ana Mercedes. Así que me puse a escribir, a corregir el libro de Todos los días atrás y no me levanté hasta las nueve y media de la noche, después de darle vuelta al soundtrak de The cook, the thief, his wife and her lover, al disco de U2, al de Glenn Miller y a Moby.

Los cuentos volvieron a sorprenderme a veces pero más me gustó encontrarle errores nuevos, sentidos en las oraciones que eran raros. Cuando estás muy cerca de tu creación es a veces difícil encontrar los errores. De todos, dediqué el cuento de Todos los días atrás a Mónica Lara, la flaquita, como dice en su messanger. A fin de cuentas ella le dio la idea final y el final al texto, y yo sólo lo escribí. Ver las Nubes me sigue gustando por compacto y simple al igual que los otros. Creo que he escrito un libro modesto y sin pretensiones de ningún tipo y eso me agrada.

Al final, ya, preparado con los pants guangos, la camiseta que dice: Tomen Pulque, los calcetines lustrosos de sucios, puse a Héroes del Silencio. Cómo canté y casi grité la de Perdido estoy en la prisión del deseo junto a tí y Este es mi sitio, esta es mi espina, Iberia sumergiiiiiiiida, tus rumores clandestinos y finalmente, he oído que la noche, es pura magia y que un duende, te invita a sooñar. Pero de todas me gusta más la de la prisión del deseo. Así acabó el subi baja del día. Hoy es viernes y este es mi sitio y mi tiempo y esta es mi espina.

Tuesday, November 09, 2004

Mi tallerista en Monterrey

No lo sé, pero desde muy joven quise enseñar. Estaba entonces en el taller de Parra en la casa de la Cultura de Nuevo León cuando, gracias a él, se me ocurrió ir al Conarte a solicitar trabajo como tallerista. Eduardo me acompañó a ver a Silvia Zapata y cuando salí del Conarte ya era tallerista. Me asignaron a la Unidad Cultural Juárez en Guadalupe y después me cambiaron a la Casa de la Cultura de Guadalupe. La Casa era un edificio circular donde a la misma hora del taller había otros de acordeón y guitarra que nos obligaban a meternos al museo a tallerear ante las miradas abstractas de los óleos.
Nunca tuvimos mis talleristas y yo un sitio adecuado. Cuando no se podía en el Museo nos mandaban al auditorio y cuando no se podía en el auditorio, a la biblioteca o nos relegaban a las oficinas de la directora. El taller terminó sin los resultados esperados de la edición con los mejores cuentos presentados en los años pero ni en Guadalupe estaban interesados, ni los alumnos soltaban los cuentos y yo andaba ya en otras cosas como disfrutar mi primer beca que tanto gusto me dio.
Así que dejé de dar talleres porque según yo, ya había dado un gran paso con la beca del FONECA y con entrar a El Panteón. Pero nunca dejé de sentir ese saborcillo de enseñar o al menos de guiar con mis pocas herramientas. Pero dejé de dar talleres. (No he dado otro en todos estos años).
Sin embargo, hubo una pequeña tregua de una semana en todo este tiempo. Fue en el Café Brasil, mientras platicaba con el papá de Gerardo Ortega, cuando una chica se nos acercó y me preguntó: ¿Tú das talleres de escritura? le dije que si y la invité a que se sentara. Nos platicó al papá de Gerardo y a mi que ella escribía, que le gustaría tomar una taller, que no sabía con quién ir, que una vez fue con alguien pero no soportó la vanidad de todos los presentes, etc.
Quedamos de vernos al día siguiente ahí mismo, en el Brasil y cuando apareció traía a una banda como de tres chavos. Tallereamos ahí medio incómodos pero bien y luego pedí permiso en la Casa de la Cultura de Nuevo León para estar ahí.
A la siguiente semana fue nada más ella y su novio. Dijo que los otros estaban en otros rollos, pero que a ella sí le interesaba. Cuando entramos a la sala el novio se quedó afuera. No hice por incluirlo cuando ella me dijo que su novio sólo iba a acompañarla. Así fue un miércoles. Esa semana, jueves o viernes, no recuerdo, el Centro de Escritores de Nuevo León dio los resultados de sus becas y resulté electo.
El miércoles fue la rueda de prensa y por la tarde vi a esta chica.
Su novio no volvió a entrar. Fue entonces cuando ella comenzó a llorar, a decir que quería escribir pero no tenía tiempo, a decir que su novio no se quería involucrar en sus proyectos pero que la amaba pero no la entendía. dijo que él era su primer amor y me narró las tardes en la facultad de Psicología, perdidos, en los salones. Luego, dejaba de contar y salía a verlo y regresaba un poco menos tranquila. "Ya se enojó, dice que hablo mucho de ti". Yo pensaba en cómo los primeros amores son los peores. A la tercera vez que salió pensé decirle: "mira tus prioridades, si quieres tu novio, vete con tu novio, si quieres escritura, pues quédate". Pero cuando regresó estaba histerizada. El novio se había ido. Ella queria correr detrás de él.
Me levanté y traté de tranquilizarla pero ella desistió. En eso, en la puerta, apareció Carreño, uno de los escritores de Monterrey y me gritó: "Maestro, felicidades por la beca" y fue un resorte porque apenas terminó de decir aquello, la chica terminó por empezar a correr hacia las escaleras. Carreño y ella se cruzaron en el camino. Luego recibí el abrazo que no mantuve y cuando fui a las escaleras ella ya no estaba. Regresé a las ventanas de la casa de la Cultura por donde se ve la explanada y el cabús de cola estacionado en una esquina y vi la luz del sol sobre los adoquines, los coches en la avenida, el venir de un tren del metro en la línea aérea. Recuerdo la sombra de la chica en el piso y cómo hacia el horizonte el sol se hacía más luminoso y me impedía ver. Le grité desde ahí, asomado la mitad del cuerpo por la ventana y ella se detuvo apenas un momento, un parpadeo quizá. Volvió a verme y luego siguió corriendo detrás de un novio que yo ya no podía ver -era tal la luz del sol-.
Cuando me metí bajé la ventana y Carreño seguía ahí, con su mochila donde juran los antiguos mete las galletas que se roba de las presentaciones de libros y guarda con los libros que vende y sus loables y aguerridas Rayuelas. Pero ya no le dije nada. Ni me despedí de él. Simplemente busqué las escaleras y salí de la Casa de la Cultura hacia otro rumbo.

Monday, November 08, 2004

Fusilamientos

"Me da vergüenza perder de esta manera, por eso pido disculpas a la afición pues solitos nos complicamos, sobre todo por los lesionados que tenemos y el que yo no esté bien tampoco ayuda, esto es una vergüenza." Eso dice Franco, el goleador del Monterrey, después del tiro a gol que fue ayer el partido del Atlante-Monterrey en el Azteca. Y recuerdo que le dijé a Mónica, así, con mucha emoción y alegría: qué te parece si en vez de la exposición de fotos nos vamos al estadio Azteca. Mónica titubeó un poco pero después, ya no sé si contagiada por mi emoción, dijo: me gusta, órale (esa es una de sus frases).

Así que nos fuimos en taxi hasta el Azteca Cañedo. Compramos boletos para platea baja, nos comimos unos tacos de crujiente longaniza con salsita verde o de alambre con su pimiento y rajas de cebolla asada y después entramos al estadio.
Los dos equipos peloteaban en la cancha en el ejercicio de calentamiento. Nos ubicamos, nos pegó el sol, platicamos, vimos cómo poco a poco la porra Tito Tepito del Atlante se ubicó detrás de la portería de sombra y mientras buscábamos afanosamente a la parra regia perdida entre esas estocadas de atlantistas que se desperdigaban a nuestro alrededor. Le decía a Mónica, vamos a ganar, somos un buen equipo, aguerrido, peleador y ella simplemente decía que pronto iba a caerle el sol y que quería una gorra.
Cuando el partido empezó yo estaba tranquilo. Finalmente iba a ver jugar a mis Rayados del Monterrey. No cansaban de alabar y decirle a Mónica de la valentía de Franco, la elegancia de Veiga, la juventud de Perez, la destreza de potro loco de Erviti, el tesón de Rotchen, las cualidades de vatos locos de Peralta, Serafin, el Alvin y finalmente la severa tranquilidad de Cristian Martínez.
Al final del primer tiempo, con tres atlantistas con tarjeta amarilla, una penalty regio fallado, dos goles en contra y un jugador expulsado por los Rayados le decía a Mónica, somos un equipo aguerrido, nos vamos a levantar; pero muy en el fondo sabía que era difícil. Ella ya nada más estaba acomodada muy bien en su asiento, con su gorra de plástico lila, viendo, como con la mirada perdida, el campo de juego y a un niño vestido de Superman al que luego fue y le puso bloqueador solar ante la mirada entre agradecida y nerviosa de la madre. Rayados no ha ganado de visitante más que una vez en todo el torneo. Además el señor atrás de nosotros me tenía enojado porque a cada rato nos decía codos (es que acaso los defeños no tienen más imaginación para criticarnos) y que eramos unas locas y que la ciudad era fea y yo pensando en navajas.
Dice la crónica hoy en espn que los goles en el segundo tiempo cayeron al minuto 47, 50, 55, 64 y 79. Yo nada más recuerdo ver el piso mojado por la cerveza y escuchar los gritos, y al Chamagol poniéndose esa gorra del Chavo de Ocho, y al señor atrás de nosotros gritar con la garganta acá, abierta, filosa, aguardientosa e imitando el acento norteño mientra decía: "Es que acá en la capital somos muy espléndidos, cuñao". Dice también la crónica que por Monterrey anotó Luis Perez al 57 y vaya que gritamos el gol. Caray, vaya que lo gritamos porque fue el único canto de esperanza en toda el partido. Claro, atrás de nosotros el señor dijo: "Huy, que miedo, ya nos empataron 5-1, ahora sí" y luego: "Pinches flacos norteños, no comen más que frijoles, tortillas y chile para no gastar" y yo pensaba, traemos el agua desde 600 kilómetros, estos se al roban de los estados de al lado.
Nos quedamos hasta el final. Los regios morimos de pie, me cae. Después, Mónica consumida por el sol y yo con los siete relinchos en el alma salimos del estadio a una explanada que me pareció más sucia que antes, más vacía, más muerta que nunca. Recogí mi mochila en el puesto de tacos, Mónica se encontró un monedero en las escaleras de un paso peatonal y nos fuimos de ahi a otra parte.
Dice que Franco que el partido fue una vergüenza. Dice Herrera que el equipo no mostró carácter, contundencia. Pregunta Mónica que cómo es posible si Monterrey dominó el balón todo el partido. Yo me pregunto simplemente un ¿Por qué? pero recuerdo al señor de atrás que, al momento de despedirse, dijo: Oye Panchito, nos vemos, que Dios te bendiga y al Chamagol poniendose su gorra del chavo del ocho después del sexto gol y diciendo: "No me lo tomen este gol a mal, fue sin querer queriendo" O "es que se me chispoteó.

Friday, November 05, 2004

Cuando nos tocó vivir

Abajo, en el cuarto piso, hay una discusión sobre en qué épocas nos habría gustado vivir. Alguien quiere ir en un trirreme por el Egeo, otra ser Cleopatra, uno más vivir en la década de los sesentas en Francia. Cuando me preguntan no dudo en decir: ser un persa en las cortes de Persépolis y Ectabana, ser un inmortal en la marcha hacia Sardes. Pero luego, ya mientras subo al quinto piso me quedo pensando y no, esta muy bien la época en la que vivo.
Los grandes pasos de la tecnología actual imagino que serán como balbuceos dentro de cuarenta años, (si es que vivo cuarenta años más) pero, para mi mundo, este mundo, me parecen sorprendentes. El celular, aunque no lo utilizo, me parece un aparato mágico. El internet es como una nueva forma de renacimiento italiano o de enciclopedismo Francés. Qué habrá pensando Diderot, D´Alambert y Voltaire cuando empezaban sus tomos de la Enciclopedia si supieran lo que ahora existe de forma virtual.
Me gusta también el rudimentario nivel que la medicina ha alcanzado desde las sangrías medievales pasando por la gastrocámara y nuestras actuales cirugias de corazón abierto pero imagino que todo eso quedará obsoleto en varios años más.
Si hubiera vivido, ya no en la edad persa, sino en la medieval, no tendría acceso al placer de la bicicleta, ni a los servicios hospitalarios. Claro, tampoco habría los males que vienen con el bien, pero caray, sería fabuloso vivir en una época donde sabemos la fisión nuclear y donde podemos enviar una sonda que atraviese siete años el espacio para dejar caer otra sonda en una luna de Saturno. Y de libros y obras, mejor ni hablar. Cómo sería la vida actualemente sin el llanto, sin la obra de basquiat, sin la lucidades de Saramago, o el realismo mágico de Garcia Márquez, sin Borges.
Yo sí mataría por haber podido leer al mejor premio nobel del 2065, o por haber podido ver el momento cuando el primer hombre llegue a Marte o cuando la nanotecnología podrá limpiar nuestras venas o cuando la gran fusión nuclear al frío sea posible como imagino que alguien atrás de mi podría haber matado por ver las Torres Petronas. ir en un avión, escuchar a Megadeth y los Beatles, comer nieve y subir por teleféricos.
La vida actual está formada de tantas pequeñas maravillas y milagros tecnológicos que al mismo tiempo son tan efímeros que serán desbancados en pocos años. Quién sabe qué novelas y poemas nos deslumbraran con el paso el tiempo, ni qué sorpresa tecnológica dejará de ser eso para convertirse en parte de nuestra vida, pero esa certeza de seguir en este tiempo aún al borde de la quimera, la piedra filosofal, el huevo de oro y al mismo tiempo de pensar en la inteligencia artificial y la conquista de la salud, mas no de la inmortalidad, me parece sorprendente. Así que este es para mí el mejor tiempo de estar en la vida, cuando las distancias, tiempos y dificultades se han acortado, pero no por ello siguen siendo distancias, tiempos y dificultades por romper.
Sobre los males. Siempre los habrá pero siempre tendremos la utopia. La Utopia no cambiará nunca.