Friday, December 23, 2005

Monterrey, día de un año

Lo primero que me llama la atención al volver a Monterrey y pasar por la avenida Pablo A. de la Garza es el nombre de los negocios. UNOCAL, Tracto partes Treviño, Afasias Martínez, el Piñón de Oro, Autopartes Ubaldo y Llantas Roca, son sólo algunos de los nombres de los lugares donde venden desde calcomonías y defensas de chevys hasta barras de cardan de dinas. La calle Pablo A de la Garza (héroe regional durante la guerra de la revolución mexicana) vive a estas horas con sus negocios abiertos que exponen rines plateados, y chicas que en pantalones entallados y playeras de mangas muy cortas exhiben las mercancías mientras a su lado, sin nada qué hacer, grupos de mecánicos o los dueños toman una coca en la sombra.
Falta un día para navidad y parece que este año la ciudad le ha dicho al frío: hoy no. Y el sol ha evaporado cualquier aire helado. La gente ha salido entonces, sin temor de nada, a la calle a hacer las compras de pánico de último momento y alcanzo a ver a un par de santacloses en la calle con un disfraz espantoso y caliente que les pone un rictus de fastidio en el rostro.
Monterrey huele a carne asada esta tarde y sabe el aire a una lluvia de bistees tibios o salchichas gordas y jugosas. Y camino entre sus calles, compro un par de libros que sòlo le pueden intenresas a gente que lee y escribe en Monterrey. El primero es un anuario de lo que escribieron las primeras cuatro generaciones del centro de escritores de n.l. y el otro es un libro de Cuitlahuac Quiroga, libro editado por Papeles de La Mancuspia.
En Monterrey pasan en la televisión las películas de Godzilla y conductores de camiones o vendedores de naranjas traen puesta la playera de los rayados del Monterrey. Y los camiones son grandes (nada de microbuseros) y la gente come "conchitas" con salsa verde y crema y nada como ir a comprar o perder el tiempo en la calzada Morelos. Hoy le decìa a Ana, me gusta, me gusta la ciudad y se me quedó viendo con cara de ingratitud. Yo ya me quiero ir de aquí, me dijo. Así es el corazón con nuestras ciudades. Nos vamos de ellas para quererlas. Nos quedamos en ellas para odiarlas.

Monday, December 19, 2005

Nos robaron

Desde el partido del jueves nos robaron. Nos robaron ayer también. Para quitarme la tristeza me fui a la Gandhi y me compré tres libros.

El libro del desasosiego de Pessoa.
La presa, de Kenzaburo Oe.
Cóbraselo caro, de Élmer Mendoza.

No cabe duda que la literatura y la escritura, salvan.

Friday, December 16, 2005

Retratos Familiares V

Nadia
Miro sus ojos. Miro sus ojos que enfocan. Miro su cámara negra. Miro su cabello corto, algo alaciado. La miro sonriente y vestida de negro mientras un motociclista la carga. La miro mientras mira a una mujer envuelta en plásticos negros. Miro sus fotos: sus hombres musculosos, el viejo en una zapatería, sus vírgenes blancas sobre retablos claros. Miro sus manos sobre la cámara. Miro y miro y miro sus ojos claros, la sangre que pulsa en sus venas, su sonrisa fotográfica, su aire de encuadrar siempre el mundo. Miro la miro a Nadia sonriente por calles neoyorquinas o mientras trabaja en un bar de dominicanos. Miro y miro a Nadia Baram mientras camina entre la gente en un evento de la representación de Chihuahua; y miro sus ojos nerviosos como dos destellos de ansiedad que a veces se hacen lumínicos y otras se apagan. Miro su larga mirada donde se reflejan globos solitarios y un Chaplin que camina bajo el agua. Miro me mira nos estamos mirando me mirará más tarde cuando deje de leer estas líneas y salga a abrazarme y enfoquemos en el lente de su cámara ese día que nos conocimos. Miro en sus fotos al hombre ebrio que deambula dentro de un ruedo sin mirar al toro. Miro la tristeza de sus mujeres, la placidez de sus hombres, lo esperpéntico de sus musculosos, la panorámica de una alberca donde todo es geométrico. Miro me mira nos miramos nos estaremos mirando habremos de mirarnos seremos mirados mientras exista ese grato recuerdo de salir a encontrarnos. Miro a Nadia feliz y sonriente con su cámara al lado, con sus fotos todas las que no son, incendiándose por ser en sus ojos. Miro sus manos. Atiendo el secreto calor de su sangre. Miro. Me mira. Nadia toma su cámara. Me enfoca. Me atrapa. Es 14 de diciembre. Nadia me está mirando todos estos años atrás, todos estos años que vienen.
Es una fotografía.

Thursday, December 15, 2005

El millón

En casa nunca hubo mucho dinero pero hubo un momento donde nos creímos ricos. Fue cuando a papá lo corrieron de su trabajo en Pantalones Coloso. Esa fábrica era y es el emblema de mi familia porque ahí se conocieron mis padres. Se enamoraron como todos, por casualidad. Mi papá entró a trabajar ahí como barrendero a los 15 años y cuando lo sacaron, a los 33, era el jefe de la línea de producción. Recuerdo fiestas de pantalones Coloso donde todos los empleados nos chuleaban a mi hermano Jorge y a mi nada más por ser los hijos de "don Toño". Mi papá era importante y eso siempre es fundamental para alimentar la confianza de los hijos.
Además... era uno de los cuatro jefes de pantalones Coloso, una fábrica de casi 300 empleados. pero un buen día la fábrica se fue a la quiebra y corrieron a todos, incluido mi papá. De liquidación le dieron un millón de pesos. Cuando lo dijo pensé: wow, un millón de pesos y se me hacía muchísimo. Pensé que ya éramos ricos. Con un millón de pesos se podría hacer muchas cosas.
Como primer medida mis papas lo pusieron en el banco, en un bancomer. El millón daba al mes un interés muy bueno así que casi creo que con eso nos manteníamos mientras papá encontraba otro trabajo. El millón se convirtió en una especie de ventana de salvación, tabla de flotación y una paz extraña. Era bueno saber que ok, papá no tenía trabajo pero estaba el millón en el banco. Cada 3 de mes íbamos por el interés al banco. A veces acompañaba a mamá y la veía hacer fila y luego meterse el dinero en las bolsas del vestido y salíamos a comprar cualquier cosa de mandado.
Pero los meses pasaron y hubo urgencias. Un día el millón dejó de ser el millón pero yo siempre pensaba que seguía siendo una unidad indesctructible. Una tarde hubo una devaluación. Papá llegó asustado a la casa con la noticia. El dinero se iba a convertir en nada y se decidieron a comprarse algo para invertir. No sé si lo que compraron fue la mejor inversión pero el millón se convirtió en una máquina sobrehiladora pequeñita, pequeñita que más parecía estación espacial que máquina de coser. Claro, me divertí mucho con ella usándola como plataforma de lanzamiento pero al verla, no dejaba de sentir cierto aire de minusvalía porque el millón había desaparecido.
Aún ahora, cuando queremos en casa hacernos a una ilusión o apoyarnos en algo inexistente, mi mamá o mis hermanos hablamos del millón. ¿Y el millón? dice mi mamá y nada más nos reímos.
¿Dónde quedó el millón?

Quiero un transformer de regalo

En fechas navideñas llegaba la temible hora de los regalos para mis papás. No somos muchos pero cómo dábamos lata. Además, el bombardeo televisivo y con Chabelo era terrible, infame, desquiciante. A cada rato veíamos que los carros a control remoto, los juguetes de química mi alegría que siguen siendo el hit dentro del hit o los juegos mesa eran la delicia de chicos y grandes. En la televisión veíamos a niños que jugaban al operando o al pulgas locas. Y mi papá nada más veía la televisión sin decir nada y nosotros mejor ni nos hacíamos a ninguna ilusión.
Yo lo que realmente quería de regalo era un transformer. Quería a Optimus Prime y a uno que otro Desepticón.
Una navidad dio el 24 de diciembre y papá simplemente no alcanzó a comprar nada. Siempre supimos que Santa Clos. Pasamos la noche medio tristes, con la certeza de que no habría regalo porque el tiempo era duro, la crisis mucha y no había dinero. Cenamos algo en casa de mi abuela Petrita y recuerdo que a mis primos les dieron muñecas, una cocineta para niños y colecciones de carritos. A la mañana siguiente con el frío en la calle, el humo de varias fogatas en las calles y el tronero de cohetes que habían soportado la víspera estábamos sentados frente a la casa de mi abuela cuando papá llegó y nos dijo: Vayan a cambiarse, vamos por sus regalos.
Nos pusimos bien contentos. Digo. Super contentos. Tomamos el Moderna y nos bajamos en los puesteros de Reforma mi mamá, mi papá, mis hermanos Jorge y Saúl y mi hermana Ruth (Elda no estaba en las cuentas aún).
Los puesteros eran un bullicio de música, vestidos y pantalones colgantes, series de luces navideñas, cartuchos de atari, televisiones y estéreos en venta. Antes de entrar, como quien está por descubrir una tierra prometida, papá puso la condición. Sólo les puedo dar un regalo de 10,000 pesos (de los viejos, claro). Yo pensé que era mucho dinero. Claro, pero cuando entramos a los puestos y empezamos a preguntar me di cuenta que esos 10,000 pesos no iban a alcanzar para nada.
Al final mi hermana se compró unas "comiditas", Saúl unos luchadores de plástico y Jorge y yo unos trailers a control remoto. Mi tráiler se descompuso a las tres horas. Yo pensaba que era un trailer todo terreno y cuando lo hice saltar como una rampita, cayó y no volvió a arrancar.
Al año siguiente ocurrió lo mismo. Pero ahora, en lugar de ir a los puesteros, papá nos llevó a comprar nuestros regalos a la tienda Benavides de Félix U. Gómez. Y ahí estaba. Optimus prime y compañía. Ahora podíamos gastar 15,000 pesos pero cuando hice las cuentas no me alcanzaba ni para el vocho amarillo que se transformaba. Me compré un jeep con cañón antiaéreo en la parte trasera. Volvimos a casa otra vez con el frío. Cuando llegamos a casa de mi abuela nos dieron menudo y recuerdo que estaban pasando la trilogía de Star Wars. Quedé asombrado por las escenas, por la fantasía de otra galaxia. En los comerciales pasaron que había un juguete llamado "El halcón milenario". Miré a papá y creo que su cara lo decía todo. Ni lo pienses.
Los años siguiente entramos al simple: ya creciste, nada de regalos, solo para Ruth y Saúl. Y creo, que hasta la fecha, no he tenido un transformer de regalo. A veces paso al pasillo de juguetes y pienso en comprarlo pero no lo hago. Algo me detiene. Y sigo. Pero me acuerdo de mi papá preocupado por tener dinero para regalarle algos a sus bestezuelas. Esto lo voy a dejar para navidad, decía antes, ahora creo que ya se ha desentendido por completo. pero nos daba 10,000 pesos para comprar. Que poco dinero era pero qué mucho corazón al mismo tiempo.

Monday, December 12, 2005

1986

Tengo nueve años y estoy frente a la tele. La imagen a blanco y negro muestra la grama gris de un estadio y jugadores que van y vienen tras una pelota. Mi papá está sentado y escucho el ruido del público, veo el destello de las luminarias, la sombra de los jugadores sobre la cancha y veo el partido. En una jugada accidental, un jugador del Tampico Madero lesiona al Wama Contreras. Es un enojo de mi papá, es una sensación amarga en el esófago. Al final viene una jugada, el balón pasa rápido por los pies, le cae al Abuelo Cruz y lanza un tiro venenoso que se convierte en gol y le da el campeonato de fútbol al Monterrey, el del torneo México 86.
Con los años, he ido viendo esa jugada, ese golpe de suerte, ese balón que se incrusta en la portería del equipo tamaulipeco como parte de un suceso mitológico. Lo veo como la realidad pero también como algo mágico. Era tan bueno el recuerdo, la alegría de ese gol del Abuelo que soportó intacto en mi ánimo las siguientes malas y malas y malas y pésimas temporadas de los Rayados. Incluso pensé que nunca vería a mis Rayados campeones y cuando lo fueron, en el verano del 2003, estaba en Guadalajara, en casa de un buen conocido y sentía las ganas de salir a la macroplaza con una inmensa banderola y gritar esa felicidad sorda, tonta y primordial del: "Oe, oe oe oe, campeón... campeón...".
Es sábado y mientras salimos del cine, Daniela, quien estuvo de visita estos días en el distrito, me dijo: ¿Vamos a ir a ver el partido? A mi se me antojaba un encuentro difícil. Tigres había ganado 1-0 en el partido de ida y mis temores de años y años de derrotas florecían en todos mis poros. No, mejor vamos a comer a la casa, hacemos pasta, un vinito y listo. ¿Seguro que no quieres ver el partido? Dudé. Pensé en un gol de Tigres visto en la televisión y le contesté: vino y pasta. Ok.
Llegamos a la casa con el partido empezado y mientras se cocían los tornillos y el pollo Daniela yo platicábamos de cualquier cosa, de la facultad, algunos libros o amigas en cómún. ¿Seguro que no quieres ver el partido? Mmm... ok. Así que fui y prendí la televisión. Iban 0-0, marcador global a favor de los tigres. Volví a la cocina y ayudé en poco a preparar la comida y luego fui y prendí al estereo. Mala suerte, me dije, cuando la única estación que encontré fue RG la deportiva, y al tradicional y fastidioso de Hernández Junior (es increíble como este locutor estupidiza a la gente, como les mueve la entraña y juega con la vana ilusión de regalarles boletos para partidos. La gente es capaz de ladrar si él les dice que lo hagan y todo por un boleto).
El partido iba ya 1-0 a favor del Monterrey y yo estaba feliz. Le hablé a Efraín, otro regio en el exilio y estábamos muy contentos. Daniela y yo empezamos a comer con el partido al fondo y todo estaba delicioso, el vino, la pasta, la salsa de la pasta, el pan con queso. A veces nos reíamos, otras solo platicábamos cuando cayó el gol de Gaytán. Dice Daniela que mi rostro se volvió una masa de decepción y tristeza, que comencé a apretar las quijadas. Luego, faltando cinco minutos para que se terminara el partido cayó el gol del Monterrey. Salté, dije muchas veces: A huevo. Alzaba el puño en señal de victoria, todo un show. Mi amiga estaba asustada. No pensé que iba a ver esa transformación. Pero ganamos es lo que importa.
A la mañana siguiente, mientras el equipo de Carlos Rey filmaba el mural de la torre de Comunicaciones y Transportes, me acordé del triunfo de mis rayados. Tres horas después estábamos en un café de chinos. Entre pláticas del Popol Vu, alabanzas al café negro, un pequeña revisión a Juan Rulfo y mas entró el tema del fútbol. Carlos nada más sonrió y dijo: ¿A poco existe otro deporte? Algo me dice que vienen momentos agradables.

Tuesday, December 06, 2005

cefadroxilo, ibuprofeno y oxolamina

Enfermedad... enfermedad. Hace mucho que no me sentía tan mal físicamente. Esa sensación del cuerpo cortado, las palabras gordas que raspan la garganta, la fiebre helada y la sensación de no contar con las fuerzas para llegar a la esquina eran terreno ya no visitado, aduana en la que no pagaba peaje. Pero me llegó. Y violentamente. He dormido más de lo acostumbrado (siete horas diarias) y casi no he comido nada. Me arrastro de la cama a la sala, me tiro, veo el arbolito, me duermo, vuelvo a despertarme y me da cosa tanta vida allá afuera.
Eso me pasa cuando me enfermo, cuando paso frente a los hospitales y pienso que en algún momento los enfermos y enfermeros mirarán por las ventanas a ver la inmensa ciudad que late allá afuera con su tráfico, vendedores de tamales y atoles, oficinistas apresurados y chicas que hablan por celular mientras conducen sus chevys. Pero ¿me he detenido? No. Me entra junto con la enfermedad la presión de lo que tengo que hacer: ILCE, Fundación, reportes de ciertas lecturas, preparar la última clase del INEA, acabar El Buscón de Quevedo...
Sólo hoy tengo un itinerario de: Panamericana-Tv Azteca-Col. Juárez-TvAzteca-Col. Juárez-Reforma y Tíber-Panamericana. Y mientras sigue la tos, las ganas de no ver a nadie ni nada. Y veo mi receta médica que dice: T.A 110/70 F.C. 80x F.R. 20x Temp. 36 Peso. 94. I.D. 175. Edad. 28 años. En otra parte dice. Dx + FAB + tos + asma. Tomar cefaxodrilo, Ibuprofeno y Oxalamina.
Ayer me acordaba que, de niño, por el asma, en una ocasión una enfermera al ponerme el suero me rompió cuatro venas. Dos en las manos y dos en los brazos. Mi madre estaba histérica contra la susodicha. Al final me dijeron: ¿dónde te ponemos la siguiente inyección? En el pie o en el cuello. Tendría como diez años así que temblé ya no por el asma ni por mis cuatro venas reventadas. Todavía recuerdo cuando la aguja fría y delgada se incrustó por mi tobillo. Y ayer recordaba eso cuando la doctora Claudia me preguntaba: ¿Inyecciones? Y yo: Nunca jamás. Le conté la anécdota y dijo: ah... eso es bien común. De niño las venas son mas delgadas y con la fiebre las paredes se vuelven más delgadas aún. Así que es común romperlas. Lo dijo con una tranquilidad que como sea no me convenció: pastillas, le dije, deme pastillas.
Es martes y sigo enfermo.

Tuesday, November 29, 2005

Estrellita del Norte al Oriente.

Mi abuelo tomaba pulque. Cuando iba a Venado regresaba con garrafas con pulque y yo las miraba helarse en el refrigerador. Luego, el viejo se iba al mercado a comprar fresas, guayabas o manzana y cuando volvía metía todo eso en la licuadora y hacía un curado. Se tomaba de dos tragos. Afuera hacía calor. Uno de esos que entraba hasta el calor de la cocina y te hacía sudar. Y yo miraba el pulque, la garganta que se inflaba o desinflaba por el líquido que bajaba por ella.
Mi abuelo también vendía periódicos. A veces, cuando perdió la primer batalla contra el alcohol, de la entrega de periódicos se iba a las cantinas y sacarlo se volvía algo imposible. Una vez lo vi ahí adentro, sentado en la barra, la mirada perdida pero aún en ese estado musitaba canciones norteñas.
Y entonces aparecieron las canciones norteñas. Era ese golpe del acordeón, ese sonsonete de la guitarra, el tun tun latigueado del tololoche, el rasgueo medio fino del violín. Cuando se compró una radio para su carro se compró muchos casetes. Ahí escuché unas canciones terribles de padres borrachos que por borrachos perdían a sus hijas y otras muy ardidas pero machas como La carta que te mandé que dice:"si tu cariño perdí qué gano con llorar." O unas más raras y a propósito del día internacional de la mujer: "Me he de robar esa yegua, no importa que sea casada."
Ahí, en el pulque, en las canciones norteñas, en los llanos donde se jugaba al futbol me hice de la idea de un ser norteño que luego perdí. Por eso ahorita que escucho Estrellita del Norte al Oriente me acuerdo, me acuerdo.
Y que bueno ser del Norte

Wednesday, November 23, 2005

Los pequeños dueños

Salí tarde de la Fundación después del taller de Orlando y de corregir algunos textos. Don Ciri me abrió la puerta y dijo: "¿hace frío, verdad?" Y miré al cielo, no sé porqué, y le dije: "Sí, ya se vino el frío". Iba con una chamarra que no protege mucho así que metí las manos en las bolsas y avancé a paso lento por esas calles de la colonia Juárez que huelen a colonia vieja. Traía hambre. Eso era muy cierto. Casi no había logrado comer nada sustancioso, como decía mi abuelo cuando se iba a tomar un pulque: "deme algo sustancioso", decía y le traían un curado de guayaba o de tuna.

Crucé la avenida Chapultepec y me dirigí a un puesto de tacos al que me he hecho aficionado. Para mi sorpresa había cuatro hombres cenando. Uno era chaparro, llevaba un traje de esos de mal gusto y bajo él, un sueter. El otro, medio gordo, blanco, con lentes, llevaba una gran chamarra negra con el logo de Televisa. Los otros dos brillaban por su grisura. Les calculé unos cuarenta años, o acercándose a los cuarenta años. Y el aire helado pegaba sobre el puesto pero de la plancha salía un vapor que se abría paso entre las rachas y me llegaba tibio a la nariz.
-¿Entonces qué? -preguntó el del traje- ¿quién se va a meter con Sandrita?
Lo dijo así, entre las mordidas de sus compañeros a sus tacos.
-Yo paso -respondió el gordo.
-uh... chale, por eso te deja tu mujer y se lleva a tus hijos -respondió el del traje.
-Oye ¿y qué? ¿Va a haber chupe? -dijo uno de los grises-. Porque si no hay chupe yo no voy o me llevo mi botellota de Appletón a la fiesta.
-A huevo que va a haber chupe, pero llévatela. Yo siempre tengo una en mi locker. Lo mejor es el Torles, pero el appleton aguanta.
-quiero pedir vacaciones, el 28 -dijo otro y el del traje contestó.
-pídelas ya, porque Susana va a pedir ese día y se lo van a dar.
-Oh... a esa siempre le dan los días que quiere.
-Estarás de acuerdo conmigo que es mujer... y pues, ya sabes las movidas que tiene.

Siguieron hablando del trabajo, de las botellas, de las veces que han llegado borrachos a las cabinas de Televisa. Hablaron de los mejores congales y salones de salsa del centro histórico y de lo bien que sabe la Appleton. Tiraron mierda contra sus jefes, se cabulearon, se alabaron por ser bien chingones y de cuando en cuando maldecían a las mujeres por arribistas en el lugar, añorando esos tiempos donde en Televisa sólo mandaban los hombres. Yo nada más los miraba y hasta el hambre se me quitó.
-¿Tonces quién se tira a Sandrita? Ya le sabe y dice que su marido ni se entera.
-Yo ya le hice ahí -dijo el del traje- y no hay falla.
El gordo, el de la chamarra con el logo de televisa, negó.
-Yo paso.
-Pinche gordo, por eso te deja tu mujer. Si quieres en navidad te vienes a mi casa para que no estes tan solo.
Y miré al gordo quien se puso rojo y espetó un: cabrón, eso dices y luego andas, como siempre, traicionándonos para quedarte con unas migajitas. Cuando llegó la hora de pagar, el del traje de mal gusto extendió un billete de doscientos pesos. "Cóbrese", le ordenó a la señora. Uno de los hombres grises dijo: "de una vez todo, ¿no, mi Mike?" Mike, que se limpiaba los dientes con un palillo negó con la cabeza. "No, nada más los míos".
Y se fueron los cuatro en la noche, con el frío. Oí sus risas en la calle. Se sentían los dueños de la noche con sus mini tranzas, sus familias dejadas, sus aventuras con casadas en el jale, se sentían los dueños de la noche mientras echaban pestes de sus jefes a los que, al verlos, reverenciaban.
-¿Ya no va a querer otro, joven? -me preguntó la señora. Le dije que no. Luego regresé al frío y cuando iba a entrar al metro volví a verlos, detenidos junto a un puesto de peliculas pirata. Regateaban el precio de un vcd. Y sólo pensé: qué cabrones.

Tuesday, November 22, 2005

Cómprame estas naranjas para mi consolación

Trabajaba entonces en el Conarte, ya en los últimos meses. Y estaba enojado, fastidiado porque todos se iban y yo me quedaba. Tal vez, enojado por no saber a dónde irme. Salía de casa al filo de las ocho y media y me bajaba en Juárez y Reforma para tomar el ruta 1. Así había sido durante casi año, año y medio, dos años tal vez. Luego cambié mis rutinas y seguía en el ruta 127 hasta el cruce de Juárez con Padre Mier y de ahi tomaba un taxi hasta las oficinas del Consejo para la Cultura de Nuevo León ubicadas en el cerro del Obispado.
Una mañana cuando el camión se detuvo en un rojo vi en la banqueta frente al Colegio Civil a un anciano. Encorvado, pequeño, estaba sentado sobre un pequeño taburete y vendía naranjas con chile y limón. Las naranjas estaban en un cajón sobre una patineta y dentro del cajón había muy pocas, cinco, siete acaso. Luego el camión partió y me quedé pensando cuánta ganancia podría sacarle alguien a siete naranjas. He imaginé la mañana del anciano, su lento despertar, la mirada de reojo hacia el cajón en la oscuridad con las seis o siete naranjas dormidas. Y la idea de cuánto podía ganar alguien con siete naranjas se me quedó muy grabada.
Así pasaron los días pero nunca le compré naranjas. Nunca me bajé del camión. Nunca. Luego me fui de Monterrey pero cuando al año y medio volví por motivos ajenos a naranjas, pasé de nuevo frente al colegio civil y me encontré al viejito con su caja de naranjas, las mismas siete u ocho en el cajón. Pasé de largo pero no pude dar más pasos. Me detuve, volví y le pregunté al anciano cuánto costaban las naranjas. Alzó el rostro y me dijo: a cinco. Conté el dinero en el pantalón y le dice: deme todas.
No puedo olvidar la felicidad en el rostro del anciano, la mano temblorosa, la voz que recobró una chispa de algo. ¿Las quiere con chilito?, me preguntó. Asentí. El anciano hundió el cuchillo y las naranjas soltaron su jugo que desfilaron por el filo del cuchillo hasta caer, nerviosas y gordas sobre la banqueta. Tomé todas las naranjas. Pagué cuarenta pesos y las metí en una bolsa. ¿Qué habrá hecho el anciano con cuarenta pesos en sus manos? No lo sé. Pero yo seguí por la banqueta con las naranjas copeteadas de chilito y cuando llegué a la biblioteca, donde me esperaba un grupo de amigos y amigas, volaron las naranjas mientras caminábamos por la Macroplaza, ahora, rumbo al coche de una de ellas.
Hace falta pensar en lo mínimo para no marearse con lo grande.

Thursday, November 17, 2005

A whiter shade of Pale

La primera vez que escuché A whiter sade of Pale de Procul Harum no supe qué decía ni qué significaba. Sigo sin saberlo. La escuché en la camioneta de Guillermo, el muchacho más inteligente de la preparatoria Siete Oriente, allá por los noventa y cuatro del siglo pasado. Guillermo era alto, grande, macizo como un toro. Usaba unos lentes negros de pasta y un bigotillo vergonzoso dudaba entre salirle o no. Íbamos entonces hacia el recreativo de ¿Hylsa? ¿Vitro? a una comida. En la camioneta iba Mónica, Aneida y Ángel y cuando llegamos al estacionamiento y la música seguía le pedí a Guillermo que no apagara la radio. Quería escuchar bien bien la música. La letra no me importaba, pero algo en esa música me adormecía los nervios y me hacía pensar en una nostalgia que no sabía de donde llegaba, ni con qué heraldos se presentaba, victoriosa o no, en mi alma.
Y Guillermo me hizo caso. Mantuvo el motor de su camioneta encendido mientras salía las tonadas de Procul Harum. ¿Sabía yo que A whiter sade of Pale se llamaba A whiter sade of Pale? No. ¿Sabía que quien la cantaba era un tal Procul Harum o un grupo llamado Procul Harum? No. Pero la canción me gustaba.
A veces, pasado el tiempo, mientras escuchaba por estereo siete el programa de Beatles forever, antes o después del programa, tocaban a whiter y yo me emocionaba porque solo en esos momentos era posible que la escuchara. A veces, también, en un intento por saber de quién era esa canción, tarareaba las notas a conocidos quienes sé, son unos expertos musicales pero, o mi tarareo era muy malo o mis amigos no eran tan expertos como yo pensaba. Así la canción se me fue olvidando, sin saber qué decía. Mi terquedad para no aprender inglés le da un caracter de nubosidad a toda esa cultura.
Y la canción me gusta ahora porque me hace recordar esa tarde que fuimos a Vitro a asar hamburguesas y carne asada. Antonio, su novia, Mónica, Ángel, Aneida, Dora, Miguel y Fabian además de Guillermo y yo, jugamos toda la mañana al futbol, a las damas chinas, comimos, nos reímos. Caminamos hasta el gimnasio y rentamos una mesa de ping pong y veíamos a los que entraban a la alberca. Cuando salimos seguía un sol rabioso. Teníamos apenas dos semanas de habernos graduado de la preparatoria y A whiter sade of Pale era como un buen pretexto para recordar solo un momento.
¿Quiero saber qué dice en realidad la canción? No. He formado mis letras para esa tonada. Le he dado mis metáforas y aunque sé que distan mucho de lo que debe de decir no me importa. Ahorita la estoy escuchando después de una larga temporada de no oírla y escucho al motor de la camioneta de Guillermo y veo a Mónica y Aneida que caminan hacia la palapa donde el asador está listo y todos los demás nos esperan.

Friday, November 11, 2005

De un mail para Ana

Vivo en la oscuridad.
Cuando llego ya es de noche. Cuando salgo de la casa a la oficina aún respira la madrugada. Los policias de la unidad comienzan a desperezarse después de una vigilia helada y sólo la luz de la caseta de taxis parlotea en la negrura. El camino a la oficina es rápido. Los policias del edificio de zafiro, su masa cuadrada y azul dentro en lo oscuro, vive en silencio a esas horas de la mañana. Murmuro un buenos días que apenas recibe respuesta y subo por el elevador los nueve pisos.
En el piso donde está la oficina, los dos policias que cuidan, cabecean, sentados en las sillas. Hoy descubrí a uno acostado bajo los escritorios, con un petate hecho del cartón de las cajas de la computadora. Uno de ellos es un excelente papirofléxico. Hace cuadros, cabezas, estrellas de mar, estilizadas y barrocas flores. Nunca lo he encontrado haciendo nada pero hay mañanas cuando la recepción amanece erizada de papel de colores con formas caprichosas.
Luego, el día se me va en el trabajo, cotejar textos, escribir pies de fotografías, huir al mediodía e a la fundación donde el policia de don Ciri siempre abre la puerta con amabilidad, a diferencia de otro, chaparro, mal encarado, que ahuyenta incluso los buenos deseos. Ahi veo a Alfonso, a Claudia, a Edith, al maestro Langagne a veces. Me pongo a escribir en una sala medio oscura, con una luz blanca que apenas ilumina el monitor de mi computadora.
Lo bueno es que hoy es viernes y podré, hacer al distinto. El fin de semana aparece como un gran barco blanco sin nada ni nadie con quien estar.
Es excelente.

Monday, November 07, 2005

Una de Aguascalientes

Que no pare nunca la música, gritó Claudia y seguimos bailando, sin saber de la noche que estaba allá afuera pero también dentro, oscura, como un ojo medio cerrado. Que no pare nunca la música, gritó Claudia otra vez aunque sabíamos que iba a parar en algún momento. Ya la tarde se nos había ido en recorrer Aguascalientes una y otra vez desde una parte de la catedral hasta la iglesia, luego a bajar a los estacionamientos. Hicimos fila para que nos leyeran la mano y nos echaran el tarot y la mujer nos habló de felicidades, de viajes y finales felices. Y Claudia solamente me miraba y asentía porque ansiaba, como todos, un final feliz, que las cosas salgan como uno quiere y no tener que llorar ni sufrir de mas, sino nada más tantito. Desear que, porqué no, ser felices sin saber de cosas que no se podían dar.
Y cuando nos levantamos de con la señora y volvimos a recorrer la plaza donde un tiempo atrás éramos tres, Claudia simplemente me abrazó y dijo que era bonita la tarde. Y lo era. El sol se había olvidado de guiños y llenaba de color la calle: brillaba el rosa de las paredes de cantera, brillaban los rojos labios de la guera Rodriguez y el verde lleno de los árboles y el amarillo era un incadescencia en el cruce de peatones. El sol sacaba color a la fachada azul de los bancos y la pintura negra de las bancas. Y nosotros íbamos de una color deslavado de mezclilla y Claudia de tristezas.
No había pasado ni dos horas que habíamos estado en el cementerio de vagones de ferrocarril en Encarnación de Díaz. Habíamos subido a la frialdad del vagón de correos a tomar unas cervezas, comer papas y ver desde ahí, apenas como un recorte, las sierras enanas donde se veía un árbol. Y ahi en los vagones, después de decir salud, Claudia había llorado y yo nada más la abracé, porque es lo único que vale la pena hacer. Traigo un fantasma de sacerdote, maestro y figura de confort que no me puedo quitar.
Y regresamos a Aguascalientes, a que la mujer no leyera la mano. Luego fuimos por Sigfredo. Lo subimos al coche. Compramos cervezas en la distribuidora de Modelo y nos encaminamos a casa de ¿Claudia? En el patio, al fondo había un corral con cuatro borregos, el piso con hojas de elote, crepitaba el fuego y en una parrilla se asaban las carnes. Comimos chiles rellenos de queso, salchichas para asar, carne crujiente, quesadillas que al moderla dejaban salir el queso derretido como cera.
Más noche lloró Claudia ante el silencio imcomprensible de Sigfredo, ante mis recuerdos de aquella mañana, camino a Guadalajara, cuando los tres trepábamos al cementerio de vagones de ferrocarril y , en una de las paredes del vagón de correos, escribimos:
"Siendo el día 29 de diciembre de 2001, los aqui presentes, damos por fundada la villa de Solidaridad de Santa Juana, que tiene por medidas dieciocho vagones de ferrocarriles nacionales que han de fungir como casas, correos, habitaciones, cantinas, prostíbulos y panteones".
Y bajamos felices de pasar del papel, de la historia de mi novela que no termina por ser escrita, a la realidad. Ahi quedaba Solidaridad de Santa Juana en esos vagones de Ercarnación de Díaz. Eso recordé. Luego cantamos, nos abrazamos todos. Cada media hora iba un hermano de Claudia para decirme que era bienvenido en la casa. Que un amigo de Claudia era como un hermano para ellos. Emprendimos el viaje de regreso Sig, Claudia y yo. En casa apagamos todas las luces y comenzamos a bailar, nos tomamos de las manos y no dejamos de bailar, en una danza que no tenía compás ni estructura. Así en la noche mientras Mano Chao gritaba desde las bocinas. Que no acabe la música gritó Claudia en un momento. pero hacía tiempo que la consola estaba apagada y estamos los tres, tirados en el sillón, viendo como en la casa de enfrente parpadeaba una luz. Parpadeó otro rato y finalmente se apagó.

Friday, November 04, 2005

Calaverita

ILCE. Heydi. Día de muertos. Heydi se propuso, como siempre lo hace, sorprendernos, e hizo una mini ofrenda en su escritorio. Todos colaboramos de una u otra forma. Hubo calacas de chocolate con nuestros nombres, chocorroles que pasaron por ataudes, fotos de Jim Morrison, una que otra flor de cempazuchil y por su puesto, calaveritas. A mi me dieron dos. Sólo escribo la segunda. La otra es muy larga.


Estaba Antonio
sentado en su sillón
corrigiendo los textos de una lección
cuando la muerte lo sorprendió:
"Vámonos Jesús Antonio
te esperamos en el panteón
tus amigos de la biblioteca
para ofrecerte un pachangón".
Antonio emocionado se preparó
panes de muerto compró
y hasta con un cabrito se mochó
Pero la muerto lo traicionó
y su tumba cabó.
La muerte carcajéandose a Antonio le gritó:
"por ingenuo la huesuda te llevó".

Monday, October 31, 2005

Por Tlalnepantla.

Subieron en algún punto de la avenida Ceylán. Sólo eran dos. Dos. Un muchacho que no pasaba de los dieciséis y otro que rondaba por los diecinueve. Subieron con aire decidido y se fueron al fondo del microbús. El chofer no arrancó y les lanzó por el espejo retrovisor miradas de fastidio. El de 19 años maldijo y le ordenó al de 16 que fuera a pagarle. Entonces escuché una frase que me hizo aferrar bien mi mochila: "total, ahorita vuelve el dinero".
El microbús avanzó a paso rápido por la avenida del norte de la ciudad de México. A veces, en los carriles centrales avanzaban a igual velocidad cuatro o cinco camiones de transportes Primera Plus y todos se estacionaban al llegar un rojo. Fue en un semáforo en rojo cuando subió la mujer. Iba toda de negro y gimió un "me da permiso" a los pasajeros. Entonces, el de 16 se pavoneó (iba sentado conmigo) y le dijo algo al de 19. Lo miré de reojo y había en su mirada todo un gesto sardónica, todo el sarcasmo de los 16 años, una burla reconcentrada que le hacía torcer los labios. El de 19 que iba atrás iba sonriendo también, juntas las manos, su cuerpo delgado acomodado en el asiento.
Y la mujer empezó a cantar y cuando se acercó a donde estábamos el de 16 y yo se detuvo, endureció el rostro y cuando nos dio la espalda el de 16 escupió a sus pies. La mujer volvió a nosotros y siguió cantando mientras se alejaba a la parte delantera del microbús. Yo venía de una carne asada por Tlalnepantla. Venía cansado después de ver el caos de Indios Verdes y decir salud. Por eso, cuando muchacho de 16 años se me quedó viendo supe que algo me iba a decir:
-Oye huey, porqué no le tiras un palo a esta vieja -y sonrió mientras yo mantenía la quijada apretada y luego el de 16 habló con el de 19 y le gritó: tú cógetela.
Las palabras enrarecieron el ambiente. Antes de que la mujer bajara, habló sobre la gente buena y la gente mala que uno se encontraba en la vida. Agregó un: soy viuda, tengo dos hijos a quien mantener. El de 16 nada más se rió. Cuando la mujer bajó, el de 16 se colgó del pasamos de la bajada y gritó al aire y a la noche: "Si yo fuera tu puto hijo me da una tiro, pendeja".
Todos nos mirábamos. Yo había pensando en cuánto dinero llevaba, si las tarjetas tendría que cancelarlas. E iba cansado. Por eso cuando los dos se juntaron y comenzaron a hablar de sus atracos, de las micros incendiadas por el espanto, del lema: "es mejor que sea sin violencia, mejor cooperen", ya traía el alma en vilo.
Me pregunté como reaccionaria cuando pasara el de 16, sonriente, ufano, satisfecho de su poder para traer tranquilidad o impotencia en una micro que a cada kilómetro se acercaba al centro de la ciudad de México. Fue entonces que uno dijo: "no, hoy andamos de suerte" y lo dijo en voz alta, como si la suerte fuera una bendición para nosotros. "Vámonos", dijo el de 19 y se bajaron en una avenida. Los vi alejarse en la noche, toreado unos coches. Luego, ya en la banqueta, iban los dos muy juntitos, riendose, como si nada hubiera importado. Más tarde, cuando le contaba a un taxista, me dijo: con esos no sirve la bendición ni nada. A esos hay que tronarles los tobillos. Yo así me he madreado a varios.
Pero aún no tomaba el taxi y seguía en la micro cuando los perdí de vista en una esquina. Y no olvido esas miradas de quien sabe no le pueden hacer daño, esas miradas de quien sabe, puede, con su consentimiento, hacer lo que le pegue la gana. Esa bravuconería

Friday, October 28, 2005

Retratos familiares VI

Elida

Amo de Elida muchas cosas: su cabello que cambia cada dos meses; la mirada tierna que brota de sus ojos pero no sólo de sus ojos sino de la raíz misma de ellos. Amo de Elida su sonrisa fácil, su carcajada certera, la esbeltez de su cuerpo que a veces parece casi de niño y las más de mujer esbelta de cadera precisa. La conocí en una de las aulas frías de la Facultad de Filosofía y Letras y con ella he andado por las calles tibias de Monterrey, en las avenidas inmensas de la ciudad de México y una noche fría en los cañones de la Huasteca. Hubo un tiempo que me hablaba muy seguido sólo para decirme que me quería y hubo otro tiempo en el cual no supe nada de ella. Elida estaba lejos con su vida, con su nueva vida. Un hombre lanzó el recuerdo de ella en las frías aguas del Mediterráneo pero Horacio lo recogió y se casó con ella. Una noche que Elida cumplía años mientras íbamos en la avenida, le dije a Lacho que detuviera el coche y corrí hacia una puerta donde colgaban unos globos. Los arranqué. Cuando volví, le dije a Elida: “tus globos”. Kilómetros más, nos detuvimos en un Gigante y salté a comprarle un minipastel. Eran las dos de la mañana cuando me abrí paso entre el estacionamiento vacío con un pastel diminuto en la mano, coronado con una vela inmensa y al verlo Elida simplemente lloró. Amo de Elida muchas cosas; pero amo más el tiempo que me permite disfrutarla, un tiempo pequeño y luminoso como aquella vela que chispeaba luz en un estacionamiento vacío, pintando de luz la negrura del olvido mientas ella me esperaba en el carro y Lacho buscada una regalo de cumpleaños que, afortunadamente, también encontró.

Monday, October 24, 2005

San Lucas


¿Cómo es que nos encontramos el domingo a las seis de la tarde en la pulquería El templo de la Diana y nos dicen, a Nadia y a mi: hay fiesta en San Lucas? ¿Cómo es que al instante, apenas Esteban pronuncia las palabras fiesta y San Lucas juntas, empieza en nosotros, primero, como una leve curiosidad, después, como un deseo, ir a esa fiesta?
Y Nadia dice, ahorita vengo y se va entre las mesas a seguir tomando fotos a los parroquianos que no dejan de mirarla y se abrazan entre ellos para ser capturados por la cámara. La pulquería El templo de la Diana navega en aguas tranquilas aunque de aqui o de allá se vean las miradas abotargadas, lo mismo de un hombre que si lo encuentras en la noche te daría miedo, hasta de Karla, la vestida del lugar: espalda ancha, rostro duro, maxilares amplios pero sonrisa coqueta y pestañas largas.
Y ya para irnos es un despedirse de todo mundo: del flaco que lleva flautas en las manos y las toca de cuando en cuando y cada que me mira alza el pulgar para decirme salud, del señor con quien compartimos mesa y casi termina su tina de pulque, de Esteban que nos ha dibujado un mapa ininteligible para llegar a San Lucas y de las meseras con delantal rojo que se pasean de un lado a otro. Y no quisiera sacar a Nadia de la pulquería porque ella anda feliz con su cámara y escuchando la improvisada serenata que un cantante le recita.
Pero salimos y el cantante se aproxima y me dice: "amigo, es con todo respeto, creame, es con todo mi respeto" y yo sólo asiento y le digo: "no se preocupe, siempre pasa lo mismo".
Afuera, la tarde es puro olor a frutas y animales que se van amontonando con el calor y el cielo desierto y azul. Enfilamos hacia San Lucas. Vayan al fondo, me dijo Esteban, topan y a la derecha hasta la avenida principal, dan vuelta en U, pasan por unos arcos, dan vuelta en la primer calle junto a los bomberos, suben la colina, la calle está cerrada por la fiesta.
Y apenas llegamos nos encontramos con un San Lucas en la punta del cerro y desde ahí se ven cerquita los volcanes y lejos la ciudad de México. Las calles estan atiborradas, silban los cohetes y truenan arriba, huele todo a pan de fiesta y a papas. En la iglesia toca una orquesta y de sus instrumentos dorados sale una música que se queda ahi al lado, cayendo sobre las luces de los juegos mecánicos y las señoras que venden gorditas de harina. Nadia es una prolongación de la curiosidad y entra a la iglesia, besa la imagen del patrono del pueblo y sale sólo para ver cómo es que me acabo de ganar una coladera en una mini rifa.
Así seguimos en la feria. Un Chuky lanza agua a la calle, un hombre rie cuando Nadia le toma una foto y siguen tronando los cohetes.
Entonces vemos el "Calipso". Veo el "Calipso". Es un juego mecánico con forma de pulpo. Ahí esta bien, para tomar la foto, dice Nadia. Nos subimos. Unas niñas rien en las canastillas cercanas y cuando empieza el juego aquello es una revoltijo, un desfile de luces, un golpeteo de lámina contra lámina, un borrón de imágenes que se secundan ininterrumpidamente. Y veo a Nadia que sostiene su cámara y a las niñas que gritan" ¡Más, más, más"! Y me río, ¿qué otra cosa puedo hacer, recordando la pulquería, el pasillo de carnitas en el mercado de Xochimilco donde los mercantes extendían las manos para darnos de comer de sus carnitas?Cuando bajamos todo da vueltas. Salimos de los juegos pero antes me detengo ante un puesto de pan de fiesta. Los panes brillan bajo la luz amarillenta del foco. Compro tres y ya domingo, ya las ocho y cuarto de la noche emprendemos el camino de regreso al distrito federal. Aún se escuchan en la noche las explosiones de los cohetes cuando bajamos del pueblo de San Lucas, pero nosotros seguimos adelante. Llevo en la mano, como medalla de una tarde inesperada, la coladera de plástico color naranja y Nadia la ve y cada que la ve se ríe y yo con ella.

Sunday, October 23, 2005

En fiesta de Julián

Ayer fui a una fiesta. Una fiesta de disfraces. Cuando pienso en una reunión donde la única condicionante para que te sirvan bebidas es, que vayas disfrazado, no puede dejar de sentirme en uno de esos viejos castillos venecianos, con chicas hermosas, protegida su belleza por antifaces, y principitos con aire de quien sabe, puede conquistar el mundo.
Y me pienso como en el Decamerón de Boccacio, donde las doncellas de la ciudad asediada por la peste, huyen hacia una finca y, para matar el tiempo, deciden contarse historias.
Así me sentí ayer mientras estaba en la fiesta, con mi negra máscara de zorro puesta y grupos de niños y niñas bien que bebían, felices de la vida, ignorando los azotes de Stan, las muertas en Juárez, el paso destructor de los violadores en la noche defeña. Y comprobé que las chicas hermosas protegían su belleza con antifaces y los jóvenes príncipes se sentían dueños del mundo.
La fiesta era del buen Julían Etienne y sus hermanas Sofía y Mercedes. Ahí estaban parte del staff de la revista El Polemista, revista que probablemente no salga más a la luz (y sería una lástima, era y es una revista que apuesta por la lectura crítica y especializada). Vi a Guillermo, el editor de una revista nueva, El inquilino, que publica reseñas del libros. Debería de haber una cultura de la reseña, pero ah, es mucho pedir, lo sé.
Tomé un par de Cosmopolitan y unas rodajas de pan con trozos de tomate con vinagre mientras platicaba con Haydé y Nadia. ¿De qué se habla en las fiestas? De todo y de nada. Al rato llegó Mariana y Julían, vestidos de vaqueros y se quedaron un rato ahi, con nosotros. Cuando menos nos dimos cuenta ya era la una de la mañana. Guillermo bajó con nosotros. Guillermo es delgado y no tan alto. Mientras nos entregaba un ejemplar de El Inquilino a Haydé y a mi, nos dijo: "Debería de haber mas bondad en el mundo y no tanta ironía, y no lo digo por decir algo irónico". Tomé la revista y la hojeé. "En serio, lo digo en serio, debería de haber más bondad". Miré a Haydé y lo único que pude contestar fue: "Intención la hay y la ironía es una forma dolorosa de querer ayudar". Guillermo se despidió y regresó a la fiesta.
Y la fiesta de disfraces continuó, con su jovenes poderosos y sus chicas hermosas bailando y platicando en la noche y con los palacios defeños alumbrando en la noche historias medievales.

Monday, October 17, 2005

Feria

Estamos Socorro y yo. Socorro sentada sobre un taburete verde. Igual yo. Estamos Socorro y yo cansados después de andar la feria del libro, con ensayos de ingleses en las bolsas y ese agotamiento que da el estar dos días en un encuentro de narradores de Tierra Adentro. Ya oímos lecturas, a Chimal leyendo su cuento sobre cristianos, a Espartaco contando sobre el "maestro Habedero", y más. Ya nos fuimos a reventar y nos mojamos y leímos también. Así que estamos ahí, ella y yo, Socorro con los libros de ensatistas ingleses, y yo también. Los taburetes son verdes y pequeños en el área de litetatura infantil del Fondo de Cultura Económica. Socorro hojea "Los cuentos del Señor Burdwick" y yo leo "El sastrecillo Valiente". Luego intercambiamos libros. Ella toma uno sobre una torre encantada y yo otro sobre una escoba voladora. Esto es felicidad. Debería de haber cuentos para adultos con imágenes, dice. ¿porqué se condenan las imágenes? Subo los hombros y le digo que no tengo idea. Luego volvemos a intercambiar libros. Bien sentados los dos. Bien a gusto.
Y entonces, de entre la gente que pasa y hurga en los títulos, llegan al área de infatil del Fondo, cuatro chicas. No son tan chicas y ya las formas les robustecen pantalones y blusas. Tienen un aire juvenil pero en sus voces habla la infancia. Mira, aquí está la señora más mala de mundo, gime una entre un chillido. Y las cuatro se lanzan sobre el libro, lo pasan de mano en mano, lo hojean, cuenta la historia. Y mira, allí está El granja Groshman. Y vuelven a tomar ahora el Granja Groshman y dicen de vampiros, brujos y fantasmas.
Socorro y yo nos miramos de reojo y cerramos los libros en la mano para prestar atención a estas cuatro chamacas, que visten ya como adolescentes, pero a quienes se les llenan los labios de gusto, las palabras se les pueblan de infancia para seguir nombrando libros y más libros. Dentro de poco, espero no sean tan pronto, dejarán las páginas y huirán tras estrellas juveniles vacías o con novios más preocupados por llegar a segunda base que por compartir una lectura. Y está bien. Dentro de poco ya no irán a la sección de libros del fondo de cultura económica e irán a Mondadori o Anagrama o el stand de la UNAM pero ese momento, ese breve instante que llegaron a la sección de infantiles del Fondo nos dejó anonadados a Socorro y a mi.
Cuando se fueron, llegó Fernando, un escritor que venía de los Estados Unidos y se sentó con nosotros a ver libros infantiles. Cuando dieron las ocho nos fuimos al salón del Conaculta a la presentación de "Novísimos de la República Mexicana", un libro editado por Tierra Adentro y antologado por Mayra Inzunza. ¿Qué imágenes podría haber llevado ese libro?, pensé cuando Mayra contaba la forma de selección de autores. Y pensé otra vez en las ya no tan niñas hojeando La peor señora del Mundo. Luego acabó la presentación. Una hora después llegó un camión por nosotros y nos llevó a cenar al Mirador. Apenas eran las nueve y media. Y el resto de la noche fue muy larga.

Wednesday, October 12, 2005

Las horas previas

Faltando unas horas, un vuelo, una noche para buscar a Manuel García y llevarlo con silla de ruedas y todo a Cintermex y con tantas y tantas preguntas de a qué hora te vas a Monterrey, siento nervios. Y luego tranquilidad. Y luego me pregunto si la sala será suficiente, si no faltará nadie. Si saldrá bien la fiesta después o no irá gente. Que tensión es presentar un libro. Preparar. Pero, como me acaban de decir, ya está todo hecho, el trabajo, todo. Sólo es cuestión de presentar, sentarse a la mesa y estar con la gente que te estima.
Así que eso haré. Desde la primera vez que salieron las palabras en aquel lejano 1993 hasta hoy han pasado muchas cosas buenas y malas y el libro, creo, una suma rara de excentricidades y trabajo que mañana dará su listonazo final.
Así que vuelo en unas horas. Aterrizo. Veo a Elida que irá por mi al aeropuerto y listo. Que empiece la fiesta.

Thursday, October 06, 2005

San Gabriel por las mañanas

Así inicia, creo, uno de los cuentos de Rulfo que más me gusta: "Diles que no me maten". Y ahorita al escribir esto recuerdo que, cuando estaba en las oficinas del CONARTE, a veces, Cordelia me decía que le contara alguna historia. Sin ánimo de nada y más con calor y hambre, dejaba de trabajar y le contaba: Ah... pues recuerdo que una vez... Y así empezaba mis historias. Y hoy, en la mañana, mientras salía de la casa para llegar a la oficina a las seis y media me acordé de mis madrugadas. Al menos de las viejas. Que estas son buenas y he tenido mejores y peores en cuanto a fuerzas y ánimo. Los despertares viejos. Los despertares de antes tenían una mezcla de que el día no tenía compromisos y de hacer el día. Podía hacer lo que se me antojara. No había ni presión ni tensión ni necesidad por hacer algo, o ir a la oficina o salir corriendo al mediodía. El plazo era solamente vivir el día. ¿Y qué hacer con el día? Nada. Disfrutarlo. Agendarlo entre desayuno, salir a jugar fútbol, pescar mariposas en el llano, escuchar las sabias enseñanzas malandras de Toño, comer bollos helados era la única responsabilidad. Así se me hubiera ido la vida, creo, hasta que llegó mi abuelo Nabor.
Mi abuelo Nabor siempre fue una figura omnipotente, un hombre toro que podía echarse más de cincuenta periódicos en cada hombro. Después, cuando llegaba frente a una casa, bajaba los bultos, tomaba un periódico "El Norte", lo doblaba y allá va. El periódico salía impulsado y se abría sólo al momento de caer sobre el piso una vez atravesada la reja o una vez que llegaba hasta la puerta de la casa pasando el estacionamiento vacío. Y yo miraba eso sorprendido, aún medio adormilado. Y es que mi vida hubiera sido sólo un disfrute si no es que un día llega mi abuelo Nabor, habla con mi madre, ésta se me queda viendo con cierta malicia y dice: mañana va a pasar tu abuelo para que le ayudes a vender periódicos.
Es cierto. Él vendía periódicos. Cuando terminaba la faena diaria llegaba a su casa y extendía sobre la mesa los cientos y cientos de monedas centaveras, peseras, pesadas y gordas de antes. Las amontonaba por columnas mientras desayunaba tres huevos con salsa, hartos frijoles y se empuñaba un litro de pulque que mandaba traer desde Venado San Luis Potosí, de donde son mis raíces. Le daba a mi abuela para el gasto del día y se iba a dormir desde las doce hasta las siete, bajaba un rato, cenaba y otra vez a la cama. Todo él olía a periódico, a tinta, a desvelo.
El Norte. Así que empecé a vender El Norte por las calles, a entregarlo casa por casa en la madrugada. Pasaba mi abuelo en su valiant viejo o en su oldsmobile carcacha repleto de periódicos hasta el tope y yo me hacía ovillo en una esquina del asiento, así, calientito por el calor que entraba desde el motor y por tanto periódico. Cuando llegábamos a la colonia Victoria mi abuelo desmontaba la bicicleta, echaba sus ciento cincuenta periódicos repartidos en las canastillas delantera y trasera y se iba a entregarlos. Yo me quedaba a entregar periódicos en las primeras ocho calles.
¿Intenté echarme los periódicos al hombro? Claro. Por su puesto. Pero se me caían. Se derrumbaban los pliegos a mis pies y era más lata después acomodarlos, meter finanzas en avisos de ocasión, avisos de ocasión en cultura, cultura en locales, locales en espectáculos, espectáculos en deportes y deportes en internacional. Me iba por las calles al filo de las seis de la mañana y andaba esas calles oscuras, silenciosas apenas, sacudida la quietud cuando me ladraban los perros. Llovía y mojaba un periódico, hacía frío y me metía entre ellos. Esto es muy aburrido, le dije un día. A la mañana siguiente mi abuelo me presumió la radio. Compré casetes y mientras volvía los escuchaba. Una vez me mordió un perro. Otra vi cómo chocaban dos coches. Vi un pleito y un domingo vi tres fiestas que seguían desde el sábado en la noche. Los borrachos me invitaron a pasar, todo nervioso les dije que no, gracias, y seguí.
Tendría entonces unos ¿nueve años?
Así seguí ayudándole a mi abuelo a la entrega y la venta de periódicos por muchos años. La última mañana que fui él andaba borracho (el pulque había engendrado otros vicios). Estaba en el puesto en la colonia Villa de San Miguel. Le dije, sólo te traje en el carro para que no chocaras pero él no entendió. No, no, te vas a quedar a vender periódicos, me ordenó. Yo tenía examen de ciencias de la comunicación en tercera oportunidad en la facultad de Comunicaciones. No puedo quedarme, le dije. En eso pasó el camión. Corrí y lo tomé y sólo vi a mi abuelo agitándo un periódico y gritándome que regresara pero no lo hice. Sentía las miradas árticas de los pasajeros. Después de eso no volví nunca más a vender periódicos ni a despertarme a las cinco de la mañana por causa suya. Y me queda esa imagen de mi abuelo Nabor que era un toro, con los ojos abotargados por el alcohol y agitando el periódico. El me decía que regresara pero yo veía el periódico y sólo sentía que eso era un adios. Y como quiero al viejo.

Monday, October 03, 2005

Luego llega un momento donde simplemente hay que seguir haciendo cosas al lado.
Simplemente seguir haciendo cosas al lado.

¿Dinero? Esperemos no escasee.

Monday, September 26, 2005

Místico

Hola, yo soy Claudia y soy edecán. Me gusta mucho trabajar en el Consejo porque la gente se porta muy bien y te dan regalitos. ¿Y salen mucho con los luchadores después de las funciones?, pregunta Rodrigo. Y Claudia, enfundada en su minibikini plateado, brilloso, que deja ver el tatuaje en el vientre, ese guiño de plata del arete en el ombligo, responde: No, cómo crees, casi todos los luchadores están casados, así que pues no. ¿Y hay diferencia entre trabajar aquí en el Consejo Mundial de Lucha libre y en otras marcas? Pues no tanto, dice Claudia, apoyando su mirada suave, el brillo de la luz delos vestidores en sus ojos; es diferente. Aquí es como una gran familia y eso es lo que me late.
Eso dice Claudia en vestidores mientras Rodrigo, con grabadora en mano, escucha el estruendo en la arena, ese grito multitudinario, esa fauce abierta por la sorpresa que clama, gime, ese grito que a veces se aquieta en los pasillos donde pasan los vendedores de tortas, paletas, cueritos, cervezas y palomitas; ese grito que de pronto se eleva estrechándose animado y sin orden sobre el ring donde Atlantis acaba de lanzar al Hijo del Perro Aguayo por encima de la tercera cuerda. Y Atlantis ríe, alza las manos, le pega a las cuerdas, corre, se impulsa y salta para cae sobre el Hijo del Can de Nochistlán que se desploma como una vara sobre las primeras butacas de la arena México.
Antes, en la segunda lucha, Grace anduvo con su cámara por el pasillo donde salen los luchadores tomándole fotos a las edecanes que al verla movían suavemente la cadera, sacaba el pecho, lanzaban besitos a la cámara y yo me encontraba lejos, solo en mi asiento, con una bolsa de palomas y una cerveza en la mano esperando el momento en que empezara la verdadera lucha, por la que había venido, el mano a mano entre el Místico y Último Guerrero.
Y cuando empezó con una lluvia de fuegos blancos apareció en lo alto el Místico, guerrero oro y plata, cuerpo ágil, seguido por el viejo Fray Tormenta. En el centro del ring Fray Tormenta tomó el micrófono y dijo que Último Guerrero tenía mucha lona recorrida pero que su pupilo, el Místico, tenía ganas y era más joven. Y ya cuando se iba por el pasillo, después de sortear temblorosamente las cuerdas del ring, después de pasar por entre las edecanes que sonreían y se llevaban las manos al pelo para acomodárselo, apareció en lo alto el Último Guerrero, su máscara alba y verde, las rayas, los ojos plateados. Se encontraron en el pasillo y comenzaron a discutir. Pensé, le va a pegar y era como ver a un hombre en la cumbre de sus fuerzas y a otro ya en la curva de la muerte.
Y entonces la lucha empezó al grito de Mís-ti-co, Mís-ti-co, Mís-ti-co y era ver una ráfaga plata y oro que iba a las cuerdas, que se trepaba a un Último Guerrero lento y soso que no sabía ni por donde le llegaban. Y los gritos se iban estrechos, helados, cayendo sobre el cuadrilátero como la luz de los reflectores que hacía brillar la máscara del luchador técnico. Y todo era una felicidad sin nombre mientras el Místico rendía al Último Guerrero.
Pero en la segunda caída, como en un guión aprendido pero que no deja de sorprenderte como espectador, el Último Guerrero comenzó a sacar todo su reperterio de rudezas, golpes y castigos. La arena enmudeció. Todo se detuvo entonces y un silencio pesado se apoderó de todos, de los vendedores que ahora miraban hacia el ring, de los niños que con la máscara del Místico apuntaban al lugar donde el Místico era golpeado, destazado, quemado, inmolado frente a las cámaras de televisión: un silencio que sólo la victoria podría destrabar.
Cuando inició la tercera la caída Último Guerrero seguía golpeando al Místico pero ahora, ambos luchadores se movían con lentitud sobre el encordado, pesados los cuerpos. En una de las acciones Último Guerrero subió al Místico sobre la tercera cuerda y desde ahí, como a dos metros de altura, le aplicó una desnucadora. Voló el estilizado cuerpo del luchador técnico y cuando cayó, extendidos los brazos, pensé, ya se acabó. Esto se acabó. Pero el Místico aguantó y aguantó y aguantó y aguantó ante la mirada azorada de nosotros, ante el olor de las palomitas, el sabor ácido de la cerveza. Y entonces, de la nada, con fuerzas venidas de no se sabe donde, el luchador técnico se levantó, otra vez esa ráfaga, otra vez esa voluntad oro y plata y comenzó aplicarle al Último Guerrero una palanca al brazo y cuando todos estábamos de pie para contemplar la victoria apareció Atlantis y entre los dos luchadores rudos acabaron con Místico quien ganó por descalificación.
Cuando se acabó la lucha salí de la arena y vi gente que hacía fila para pedir el autógrafo del Santo, gente que iba con sus máscaras puestas o recogidas en la cabeza, niños que apuntaban, oí los ruidos en la calle, el murmullo balbuceante de las personas en la calle, la luz de los puestos de semillitas. Me encontré a Rodrigo. Qué onda K ¿Cómo estuvo la entrevista con las edecanes? Bien cura K, me dijo, has de cuenta que le hablaban a la grabadora como si estuvieran frente a una cámara de televisión, modelaban y todo el pedo. ¿Y Efraín y Grace? le pregunto. ¿Sí tomó las fotos de las edecanes? Sí k, se coló al ring y les tomó las fotos. Me imagino entonces a Claudia y el resto modelando frente a la grabadora, sentadas las tres en los vestidores. Y no manches, vi al Doctor Wagner pelearse con su novia, me dice Rodrigo y yo nada más río. Pienso en las edecanes guiñándo ojos, hablando bonito para una grabadora y me da risa. Preciosas, pienso. Cuando salimos traemos hambre. ¿Qué onda, unos tacos Ro? Rodrigo manda mensajes por celular. Sobres me dice. Llegamos a un puesto. Deme dos campechanos le digo y la noche es fresca y la calle llena de aficionados que se pierden en ella.

Monday, September 12, 2005

Cosas que se escuchan por ahi

Ayer mientras me lavaba las manos en los sanitarios de Cinemex Gran Sur escuché a un niño que le preguntaba a su papá: ¿Papá, los Estados Unidos son malos? Miré por el espejo y vi al niño: unos diez años, playera de las águilas; y luego al papá: un hombre chaparro, corte estilo militar, papada dura. A ver qué le responde, pensé.
Pero el padre fue, orinó, se lavó las manos y el niño se quedó siempre a su lado mientras el hombre iba a sacar papel para secarse y luego al bote de basura. Y los seguí, curioso, para ver si el hombre le respondía algo y ya mejor el niño se dedicó a asomarse por el mostrador donde crujientes y doradas palomitas rebotaban unas contra otras y salía espumosa la coca-cola de las máquinas y todo olía a chocolate y mantequilla.
¿Papá, los Estados Unidos son malos? Y el hombre nunca respondió. Tal vez no sabía. Tal vez le daba hueva contestar. Tal vez como era 11 de septiembre más valía no aventurar juicios sumarios o endechas por una nación todavía dolida. O simplemente le dio hueva. Como dice Carl Sagan. A veces nosotros, los adultos, somos los que les enseñamos a los niños a ser ignorantes y no preguntarse cosas. Les enseñamos el No y el qué hueva mexicanizando lo que dijo el físico. ¿Son malos los Estados Unidos?

Thursday, September 08, 2005

Retratos Familiares IV

Tía Martha
Mi tía Martha no aprendió a leer. No, no supo, pero tomaba las revistas y los periódicos con aire de quien se enfrenta a un laberinto. Mi tía no aprendió muchas cosas que se supone debe de tener la vida de la gente en este siglo. No supo de las ventas de verano en Zara ni de las explicaciones sobre las tres dimensiones de la galaxia y mucho menos sobre los números de Avogadro aunque sí sobre la boda del siglo y la muerte de Colosio en Lomas Taurinas. Mi tía escuchaba a veces en la radio los programas donde pasaban canciones de cri-cri, a tres patines y al Kalimán y le gustaba mucho la canción de Métete Teté, que te metas Teté, métete Tete no te lo repetiré. Grande como ella sola, a veces se llevaba la comida frente a la tele y ahí veía el programa de Hasta en las mejores familias y después Laura en América mientras comía picadillo, chiles rellenos o frijoles con tortillas quemadas en las orillas. Le gustaba la lucha libre y defendió hasta el cansancio el rostro bello de la luchadora Martha Villalobos, conocida como La Monster y en realidad se indignaba en las batallas épica de Cien Caras y Universo 200o contra el Perro Aguayo y Kónan. Pero mi tía Martha no aprendió a leer. No supo de "muchos años después frente al pelotón de fusilamiento" ni de "vine a Comala a conocer a mi padre, un tal Pedro Páramo". Ella sabía de Tres patines, de Kalimán y El ojo de vidrio, ella supo del rostro bello de Martha Villalobos donde todos mirábamos sólo una mujer ruda que frente a las cámaras de televisión sacaba la lengua y hacía con la mano una seña obscena. Un día voy a aprender a leer, me dijo, y se ponía con una libreta a escribir letras. Pero luego le ganaba lo inmediato a mi tía Martha y dejaba todo por cri-cris, luchas y cuidar a mi abuela y se iba dejando letras y todo, igual que ese novio abandonado en el altar hace mucho mucho tiempo, con invitaciones repartidas por toda el orbe, con letras de unión que ella se aprendió de memoria pero que nunca supo leer directamente del papel.

Tuesday, September 06, 2005

INEA recargada

Pasó el sábado. Fui a dar mis clases y me encontré a mis dos alumnas preferidas esperandome en el salón de clases. Van a tomar textos literarios III por primera vez y eso me llena de emoción.
Salvo uno o dos escollos, Rosario y María del Carmen han pasado los exámenes de la SEP. Pronto dejarán de ser mis estudiantes y las veré en otras clases mientras paso a mi salón a dar cualquier literarios o redacción.
Hablamos de lo que esperamos del curso, de las tareas, los ejercicios, de que si no leen simplemente no pasan y ellas asintieron. Ahora viene un largo bimestre donde veremos desde los huehuetlatolli hasta Cesar Vallejo sin olvidar a Manuel Acuña, Bernal Díaz del Castillo, Fray Miguel de Guevara y mi voz que madura y mi voz quemadura y mi bosque madura de Villaurrutia.
Dos meses otra vez para aprender con ellas. Esa es la única manera.

Wednesday, August 31, 2005

El último y se acabó

Hoy entrego mi último reporte del FONCA. El año se acabó entre prisas, fiestas y viajes a Matamoros. Fue un año provechoso y terminé el libro que propuse. Fueron diez cuentos de 107 cuartillas en total y ayer, mientras entraba al edificio pensé que ese libro podrá llamarse "Dejaré esta calle". Me parece un título tentativo pero cercano al espíritu de los cuentos que ocurren en las calles de la colonia Moderna en Monterrey.
Ahí está finalmente el libro. Y está finalmente terminada la beca del FONCA. Desde esa mañana en casa de Rodrigo mientras intentaba no sentir los efectos de la cruda después de los shots de muppets con los que festejábamos a Isabel hasta ahora me parece un largo camino y en realidad, sólo me recuerdo sentado frente a mi laptop y escribiendo y corrigiendo esos diez cuentos.
Pero ya se acabó esa beca. Desde el primer encuentro en Morelia donde pasamos Julieta, Daniel, Carlos, Liliana y Ernesto al frente a explicarle al resto de los becarios de qué trataban nuestros proyectos a el día de hoy han pasado muchas cosas. Recuerdos al vuelo son Carlos sentado en el respaldo de su asiento de autobús mientras pregunta con burla cuándo vamos a ver el lago de Cuitzeo y una cena en Veracruz donde, en La Parroquia, pedí una naranjada mineral y me trajeron una naranjada y aparte, un agua mineral. Liliana, Daniel y Ernesto se me quedaron viendo con cara de ¿qué pasó aquí? y por más que le insistía al mesero que yo quería una naranjada mineral no lo sacaba de su idea de que se sirve junta y no separada.
Fue una beca accidentada también y ahora en Morelia, ya con la antología de becarios bajo el brazo, creo que faltaremos algunos en la mesa de lectura. Pero se acabó y tengo un libro nuevo bajo el brazo. ¿Cuál será la historia que tenga ese libro? No lo sé. Por lo pronto hoy entrego mi último reporte y "Dejaré esta calle" me gusta, me gusta como suena.

Tuesday, August 30, 2005

¿Qué dejarías?

Hoy, en pulcra oficina, me preguntaron qué dejaría por ser escritor? Me quedé pensando y contesté rápidamente: dejé una carrera de comunicación por una letras, después un negocio de ropa deportiva por trabajar en cultura, más tarde, dejé mi ciudad, mis amigos y relación para venirme al d.f. por el Centro Mexicano de Escritores y el año pasado dejé remunerable trabajo en Santander Serfin por un lugar donde soy de los más bajos del escalafón laboral a cambio de tener tiempo para leer y escribir.
¿Dejaría otra vez las cosas por esto de la escritura? Sí.
A fin de cuentas, creo, lo que importan son las decisiones y el mantenerse apegado a ellas. El que mis decisiones se hayan ido hacia la escritura es mera anécdota. Pude irme al automovilismo como tantos que practican a bordo de sus autos con la finalidad de dominar la máquina y las curvas. Pude irme a la ingeniería civil como mi hermano o bien, a conocer el mundo.
¿Qué tantas cosas estamos, en realidad, dispuestos a dejar no por nuestros sueños, sino por nuestro ideal de vida?
Dejaría otra vez las cosas por esto de la escritura? Sí.

Monday, August 29, 2005

Piso 42

Algo tenía que hacer el jueves y me encontré deambulando por la Alameda del Centro Histórico. Una mujer leía el tarot bajo una manta roja mientras pasaban a su lado hombres y mujeres con aire indiferente. En una banca un hombre como de cuarenta besaba con hambre a una chica de dieciseís y cuando pasé escuché le gemido débil que se iba amontonando alrededor de ellos. Cuando llegué a Bellas Artes no había nadie y una inusitada tranquilidad andaba a sus anchas por pisos y salas. Quise subir a ver la exposición de Juan García Ponce pero no me dejaron. En la cafetería sólo había ocupadas dos mesas y el sol entraba sesgado e iluminaba sólo las mesas próximas a las ventanas. Brillaba la máquina del café bajo esa luz como un tesoro perdido.
Salí de Bellas y como nunca me senté en los escalones. Miré mi celular con la pila baja y luego simplemente me quedé mirando a la gente que cruzaba la explanada de Bellas Artes, algunas protegiéndose con una mano del sol que les pegaba en la cara y otras se detenían a ver las esculturas de Soriano expuestas a un lado de las jardineras. Enfrente se erguía la torre latinoamericana y recordé las veces y veces que he querido subir al mirador y ver la ciudad; siempre buscando el pretexto especial, el momento. Me puse en pie y subí a la Torre. Me tronaron los oídos y cuando salí observé asombrado la ciudad. Magras nubes de polvo y esmog avanzaban hacia el poniente y ocultaban los edificios a la altura de Periférico. El sol lograba atravesar la polución y hacía brillar ventanales y el cauce de coches.
Hacia el aeropuerto noté cómo la ciudad terminaba después de la terminal aérea y sólo se extendía una desolación café y polvorienta. Hacia el norte encontré los edificios de tlatelolco y un Cristo sobre una Montaña protegido por el Cerro del Chiquihuite. ¿Qué tanta gente andaba allá abajo con sus vidas, sus prisas y sus ansias? Me quedé un rato viendo el centro históricos con sus techos rojos y los estacionamientos de varias plantas. La sombra alargada de la torre latinoamericana caía sobre 15 de mayo y Madero y al fondo, pequeño, pude ver el zócalo como un bloque de dados y la bandera hondear suelta en la tarde defeña.
Cuando bajé tenía antojo de una banana split. Salí a buscarla con las pocas monedas en la mano y no la encontré. Sí entré al centro cultural España y cuando regresé al metro hidalgo seguía sin saber a dónde tenía que ir ese Jueves. Entró una llamada al celular pero no supe de quién era.
Al día siguiente me encontré a Nadia en el messanger. Ella terminó por recordarme a dónde iba a ir ese jueves por la noche, a la exposición de fotografías de Pedro Meyer. Como faltó tu boleto no me saqué uina foto gratis, me dijo divertida. Claro, mi boleto pudo cambiar todas las posibilidades del sorteo. Y no me había comido la banana split. Anduve y anduve pero no encontré un sitio dónde comprarla.

Monday, August 22, 2005

Cuernavaca

Tengo una amiga que vive en Cuernavaca. Antes vivía en una casa donde crecían tomatillos silvestres y ahora junto una cañada donde se dice, erraba Malcom Lowry, medio ebrio, medio feliz, siguiendo a consules de los que sólo él sabía. Cuando voy a Cuernavaca siempre es porque voy a visitar a mi amiga. Eso implica un punto bueno y otro malo. Cuando viajas accedes sólo a los lugares que te muestran tus conocidos. Así, gracias a ella, conozco un restaurante italiano junto a una iglesia que también sirve de estacionamiento, otro de comida vegetariana y el Damario, una trattoria muy cercana a la escultura de un Zapata que, con machete en manos como buen atenquense, sale en congelada estampida hacia la nada.
Pero de Cuernavaca no conozco más que eso y un oxxo a donde pasaron por mi una tarde para ir a dar una charla a la universidad de Morelos sobre Roberto Artl, un escritor argentino. Sin embargo, ya conocía la ciudad, en parte, gracias a Bajo el volcán. Y cada que voy juego a tratar de reconocer en esas calles al ebrio consul que va de un lado a otro con su mujer al lado, viendo las ruedas de la fortuna iluminadas en la noche o bien las puertas de las cantinas donde dice Lowry, no recuerdo textualmente donde y cómo dice, que sólo ahí se encuentra la felicidad.
Por eso ayer en el Damario mientras platicábamos de sociedades morelenses y más brindé calladamente por Malcom Lowry. Eso algo que cualquier fan de la novela del inglés debe de hacer cuando va a Cuernavaca. Y si está muy cerca del Casino de la Selva mucho mejor.
Esos son los pequeños homenajes dispersos y ocultos que provocan también los libros. Un fetichismo sabrosón.

Wednesday, August 17, 2005

Declaracion II

Hoy amanecí odiando a los microbuseros. Pobrecitos. Tienen tantos defectos. Y luego vi en el periódico que Jolette piensa que aún no es la estrella que México espera y que Luis Mi y Aracely Arámbula salieron a pasear en yate.
Hay días que ver la estupidez del mundo se vuelve una decepción porque es inegable pensar que entre todos ellos está uno.
Al menos ahora se ha puesto de moda ayudar a la gente a partir de revanchas. ¿Verdad Adal? Yo no sé cómo es que hay gente que lo admira si sale con cada tontería que ganas dan de decir: él no es de Monterrey, en serio. Tan sólo ayer, en un acto de supremo gandallismo retó a Jorge Vergara a una apuesta. Si el conductor ganaba les prestaba su avión para irse a Puerto Vallarta. Como perdieron, el empresario chiva les dijo que deberían de hacer un show para recaudar fondos para una casa de asistencia social que él maneja.
¡Muy bien Adal!
Y aún no hablo de los aburridos y desgastantes dimes y diretes entre Hugo Sánchez y Lavolpe o bien, entre los escritores de Monterrey contra un tal Pink Frankenstein que, tristemente, poco a poco se vuelve tan aburrido como lo que condena.

Monday, August 15, 2005

Declaración

Compro mi despensa en la Comer
A veces los domingos como tacos de barbacoa
y un consomé.
Con carnita, le digo a la
que vende.
Leo a Dimitrovic, Ayesta y Bolaño
cuando puedo, cuando no
nada mealegra que leer en el diario
Record sobre un triunfo del Monterrey.
No intento ser poeta.
No lo intento.
pero me parece bonito no escribir en
prosa aunque en verso no se me de.
Mis hermanos son Jorge y Saúl
Mis hermanas Ruth y Elda.
Mis padre se conocieron en una fábrica
allá por un año viejo y pronto cumplirán
treinta años de casados.
treinta años de misma cama
de mismos hijos que huían al chicote o
se ponían a pelear como si fueran felinos
arrastrando las piernas con las rodilleras
raídas.
Treinta años. Caray. Un fin de tiempo.
A veces compro mi despensa en la Comer
pero, cuando ando de ánimo distinto, me
voy al Auchan, al Aurrerá o a Wall-Mart.
y leo a Rubem Fonseca que nada sabe
de los treinta años de mi padre
ni de mi sed del domingo o
mi sueño de las cinco de la tarde
o este gusto de escribir en verso aunque
no importe. Aunque en prosa sea igual.

Wednesday, August 10, 2005

Brenda se fue

Ayer a las nueve de la noche Brenda se fue con su pequeña maleta y los óleos bajo el brazo a pasar un año en Francia. Ayer, conforme se acercaba la hora salí de la casa y subí al piso 10 de mi edificio a ver la ciudad. La noche sabía a viaje y combustible. En el cielo sólo podía oír aviones. Conocí a Brenda en Santander Serfin y cuando ayer en la madrugada me dejaba en la puerta de la casa recordé su fiesta de bienvenida a la soltería y su cuadro de Respirar la vida que tengo en mi cuarto, un cuadro de un caballo naranja con crines del mismo color y ojos brillantes y nerviosos. Pero luego ella se encargó de decirme: y la lucha libre, y bailar en aquel cabaret de mala muerte y bueno, tantas cosas que se comparten cuando hay cariño y admiración. Y todo eso pensé siendo las nueve con cinco minutos y avistando rumbo al aeropuerto las luces parpadeantes de los aviones que descendían o ascendían en la noche defeña. ¿Porqué esta sensación de abandono? Todavía hablé con ella en la tarde y pensé en su estudio donde todo olía a pintura y sus cuadros reposaban mansos en las paredes. En la madrugada, cuando se fue me dijo: usted a escribir y cuando venga quiero otro libro. Lo tendrás, Brenda, en las manos, cuando vuelvas.

Monday, August 08, 2005

Mis visitantes

Desde que vivo en el D.F. las visitas son un momento donde todo confluye a la felicidad. Al principio, con la ausencia de amigos y más, cualquier conato de hospedaje era recibido con una inusitada alegría. La primer persona que llegó a visitarme (venía de sudamérica y se quedó un noche en mi casa), fue Samantha. Llegó con un cargamento de vino tinto y tazas para tomar mate. Salimos en la noche a recorrer la ciudad y un taxista nos contó de temblores, castillos y nos abandonó en la Roma, en los bisquets de Obregón donde ya no pudimos cenar y hubo entonces que caminar hasta un puesto de quesadillas cerca de la Arena México. Samantha se fue a la mañana siguiente y yo regresé caminando del aeropuerto a la casa sorprendido de una mañana donde había descubierto algo: me encanta recibir la visita de amigos.
Luego, pasó más de año y medio para que me volvieran a visitar. Me cambié de Aragón a Plateros, de Plateros al 301 de Vistas del Maurel y finalmente en el 503 del mismo edificio la gota abierta por Samantha terminó por volver a abrirse. Al 503 llegó primero Elida un octubre del 2003. Se quedó una semana. Vimos películas, hice mojitos, fuimos al cine y una que otra fiesta. Nos íbamos juntos a la oficina y desde ahí ella se iba a deambular por la ciudad. Regresaba a la hora de la comida y luego pasaba por mi en la tarde para regresar a la casa. Cuando se fue regresé en taxi del aeropuerto con una sensación de abandono pero muy contento de que hubiera llegado.
Mi siguiente visita fue mi hermano Jorge. Yo quería mostrarle lo óptimo que es vivir en el D.F. Lo llevé al World Trade Center, a la Condesa, por Insurgentes, a San Angel donde jugamos billar y fuimos a comer excelentes quesadillas, tacos de carnitas y el domingo, el día que se regresaba, me animé a llevarlo a la Catedral y al Zócalo. No lo hubiera hecho. Ya desde que lo despedí en el aeropuerto me dije, este es un traidorsote. Y sí. Llegó a Monterrey hablando de lo sucio que era el zócalo, de lo descuida de las ruinas y la cantidad de pordioseros (claro, imagino que tuvo que sorprenderlo el hombre que nos pidió dinero en la puerta de la catedral y que nos dijo que era hondureño y bla bla bla).
La siguiente visita fue de Minerva con un novio. Fue una noche excelente. Ella hizo crepas y nosotros clericot con un vino de 17 pesos. hablamos y hablamos, nos reimos, intentamos jugar baraja y cuando se fueron al día siguiente mi casa estaba cálida como nunca.
Las siguientes visitas fueron Minerva y Gaby. ¿Cómo explicar que sobreviví a cuatro noches de desvelos y fiesta? Tan sólo un viernes empezamos una fiesta a las dos de la tarde y que terminó a las cuatro de la mañana. En pésimas condiciones, desvelados, crudos, terminamos haciendo fila en el Museo de la ciudad de México para que Gaby viera una colección de brujería europea. Cuando las dejé en la central fantasma del D.F. por Garibaldi regresé a dormir y lo hice desde las tres de la tarde hasta el día siguiente.
Después regresó Elida con Horacio y Vero. Llegaron un sábado en la madrugada y se fueron el domingo en la tarde. Vinieron solo a mi cumpleaños en las trajineras. Qué buena tarde. Criseida, Ana, Rodrigo, Efraín, Aude y varios más nos lanzamos a Xochimilco que nunca queda mal. Gran fiesta que terminó a las dos de la mañana o tres, no lo recuerdo, comiendo tacos en los Chupacabras a un lado del metro Coyoacán.
Después llegó Miguel y se quedó tres noches. Me habló de sus tesis de doctorado, comimos rico en un restaurante italiano, subimos por la serpiente de piedra de la UNAM y todo estuvo tranquilo.
Luego, este año, vino Ana. ¿Qué puedo decir de su estancia de tres días? La pasamos bien.
Después cayó my friend. Qué divertido estuvo eso. Corrimos a ver cómo perdía el Monterrey en el estadio Azul, luego le prohibieron la entrada en un antro, nos fuimos a Garibaldi y a comprar películas. En unas chispas vimos a una vestida jugando al Street Fighter. Y ahora, finalmente, este fin de semana llegó una buena conocida que ahora es más amiga. Desde que la vi alerta afuera de la librería de Porrúa en TAPO me dije que la íbamos a pasar bien. Hablamos de los temas que nos interesan, nos reímos mucho, nos leímos textos (tendríamos que escribir los dos). Vimos una película de miedo (yo que les saco la vuelta terminé hasta tapándome los ojos para no ver el terror) y comimos comida china, pedimos informes de un financiamiento automotriz. Luego el domingo caminamos, la acompañé a la Basílica donde comí un pan delicioso y finalmente ayer terminamos viendo Will&Grace. Hoy se va y mientras escribo esto imagino revisa que no se le olvide nada en la maleta. Y cuando llegue a casa sólo estara, como siempre, esa sensación de que otra vez una vida ha disfrutado de la tranquilidad de mi casa.

Wednesday, August 03, 2005

World in my eyes


Me llegó de la nada una nostalgia por la carretera. A veces es necesario simplemente tomar una mochila e irse por ahi a visitar centrales de autobúses. Cuando viajo me gusta ir con calma, preguntar por los mercados, ver las artesanías y tomar las cervezas locales. El viaje es como el momento más plácido donde se puede ser. En la oficina, la escuela e incluso con los amigos no pasas de ser una imagen o algo con límites predestinados. Me gusta viajar porque es como el momento donde la sorpresa actua a cada instante y el mundo se nos presenta nuevo y la mirada cansada de ver las mismas cosas se torna rápida y ágil para sorprenderse. Me gusta ver las carreteras y los cerros que no pisaré y los arbustos que se pegan como borlas a las laderas del camino.
Lo curioso es que no suelo tomar fotografías de mis viajes. Desde el primero que hice a los dieciséis años a Venado, S.L.P. mis viajes son ciegos y la única imagen es la que el recuerdo me deja. Cuando estaba en Monterrey me acometían extraños impulsos de viaje y me iba a Dr. González o a Mina sólo por el placer de reconocer el desierto y las casas solas de fachadas planas, ventanas con mosquiteros y puertas delgadas. Me sentaba en las plazas con pocos árboles y parecía que incluso ahí en el centro del lugar con la iglesia y el palacio municipal al lado reinaba una aridez que se metía en los huesos y descarapelaba el color de los kioscos muertos. Nuevo León era entonces un terreno desesperado de cactus, lechuguillas, sierras medianas que se iban persiguiendo desnudas y a veces filosas y del que no salí en dos años más que para ir a Monclova o Coahuila y dos veces a la Barra del Tordo. Así me bebí el desierto y la poca mar.
Cuando me vine a vivir al Distrito Federal fue como emprender un gran viaje con sus escalas correspondientes. El primer año salí a Morelia, Patzcuaro, Toluca, Aguascalientes, Veracruz, Hermosillo, Guaymas y luego de ocho meses sin regresar a casa volví a Monterrey. El siguiente año, en el 2003, salí poco a territorios nuevos: Cuernavaca y Taxco me recibieron con una tranquilidad inusitada. Deambulé en el palacio de Cortés y desde la ventana del cuarto de hotel en Taxco vi, recortada en la neblina de las calles empinadas del pueblo colonial, la figura de una mujer regordeta que llevaba una bolsa en las manos.
En el 2004 no recuerdo mayores viajes que a Monterrey que me parecía ahora un gran destino turístico además de visitar a la familia y mis amigos y a Guadalajara. Fui a carnes asadas en ranchos en San Mateo y a fiestas infantiles. Monterrey me sorprendía ahora con todos sus cambios, sus nuevos puentes, el aire distinto del cine Rally, el recuerdo distinto de las calles del centro histórico y sus nuevas librerías.
Así llego al 2005. En la oficina me dicen que pronto me van a correr si sigo andando de viaje en viaje. Me da el gusto de saber que vi con Ana y Miguel la neblina en la playa de Matamoros y que fuimos a ver la frontera para después llegar a Los Ramones a comer paletas de grosella. Antes había vuelto a Morelia a comprar charandas y pasarla bien en el Conservatorio de Las rosas con los otros becarios. No quiero olvidar que en mayo volví a Veracruz y luego fui a Monterrey y después pasé por Cuernavaca unos días y finalmente estuve todo un fin de semana en Acapulco visitando el puesto de vigía del Fuerte de San Diego y nadando después hacia unas boyas. Regresé a Monterrey después y ahora en el D.F. ya están en puerta Tampico, Guadalajara, Morelia otra vez, Monterrey y Chihuahua para fines de año. Aunque ahora regreso exhausto de tanto viaje. Sólo de Acapulco llegué en calidad de enfermo. Y sin embargo tengo nostalgia del viaje, de ver otra vez las carreteras, de conocer las centrales de autobúses o los aeropuertos donde taxistas se pelean y bandas de maletas giran y giran. Luego leo con nostalgia de gente que anda en Oaxaca, en Zacatecas, León y Campeche y como dice Daniel Sanchez, con ir a tirarse a un pozo de agua y escuchar a Ramón Ayala me puedo dar por servido.
Fotografía prestada por Fabían Cavazos.

Monday, August 01, 2005

Libros negros


Ir con una caja por las calles angostas del centro de Monterrey resulta una faena lastimosa. Por acá salen muchachos de una escuela e invaden las calles; en la esquina hay puestos de vendedores de mangos, piñas y aguas frescas que compiten estacionados con el ir, venir, frenarse y subir y bajar de pasajeros de los camiones urbanos. Además hace sol aunque el cielo ande nublado y la chamarra roja se me cae aunque la lleve anudada en la cintura.

Pero ir con esa caja de libros al hombro resulta la mejor parte del día y me encuentro contento, satisfecho de que llevo ahi mis 100 ejemplares de Todos los días atràs. ¿Qué deseaba escribirles hoy después de dos años de esperar este libro? Deseaba contarles dónde y cómo escribí los cuentos. Deseaba que recordaran cuando voy y les doy lata con mis textos y ponen cara de: Ahi viene Toño. Pero al ver el libro me sorprende una mansedumbre extraña al distinguir en la portada mi nombre en rojo, luego atrás las fotos que tomò Llaguno y leer al vuelo en la contraportada
" En estos cuentos no hay grandes frases, pero están sustentados en la base del momento. Italo Calvino lo llama il guizzo, el relámpago, ese instante en el que el personaje -y por ende al lector- le viene el golpe de la revelaciòn".

Sólo puedo decir que ha sido un largo y corto camino y que al momento de escribir mi primer cuento no sabía que Dios me concendería en la vida conocer personas como ustedes que hacen que Todos los días atrás tenga el verdadero valor. Desde los tallereos de Manuel García hasta las borracheras en El Panteón y las críticas mordaces en el FONCA han venido estos cuentos escritos casi la mitad en mi peor etapa defeña. Pero este libro vale por la felicidad que compartirán conmigo al lverlo, leerlo y detenerse en la portada. Eso es lo que importa. Asi que ya salió.

Ahora saldré otra vez a la calle con la caja y tal vez me detenga a tomar un agua fresca. Y tal vez aborde uno de esos camiones que aturden este caluroso mediodia.

Monday, July 25, 2005

Mis muchachas

Tengo buenos amigos y amigas. Mis amigos son, como los de todos, con sus risas, sus borracheras, sus abrazos, los saludes en una barra o en una fiesta en casa. Mis amigos algunos están ya casados y con hijos que no pasan de los cuatro años y a quienes me presentan como el tío Toño. Otros siguen solteros y con ellos hablo de literatura (con los casados también), de cine, política y chismes de ocasión. También tengo buenas amigas. Unas se han casado y tienen hijos que no pasan de los cuatro años, excepto Diana que tiene a Angel de casi once años.
A mis amigas les llamo a veces mis muchachas, no a todas, claro. Mis muchachas son aquellas que han tenido que cambiar de vida, que han tenido que sufrir para cambiar de vida. Mis muchachas se han enfrascado en relaciones no muy sanas pero en un momento han dicho basta, hasta aquí, me tienes hasta la madre y adiós. Mis muchachas se quieren mucho porque saben, a veces, el alto costo de la tranquilidad. Y ahi andan vestidas de fiesta o poniendo las cosas en orden en sus oficinas y a veces me mandan mails para saber como le va a este regio avecindado en el d.f. o me mandan mensajes a mi celular sólo para decirme lo mucho que me quieren.
Yo sé que en poco en ayudado a que ellas se liberen y se vuelvan ellas mismas. Como todo viaje digno de ser contado han tenido que andar solas un trayecto y no negarse a si mismas para luego volver transformadas para ellas mismas. Claro, tinta de divorcios han corrido y lágrimas en cafés y bares también pero sólo así han logrado ser ellas mismas. Como el acero de Damasco que tiene que ser varias veces calentado y enfriado así con ellas.
Este regio se contenta con seguir viéndolas, ahora ocupadas y felices, ahora ocupadas y buscándose continuamente. Y luego les doy la espalda para que hagan y desagan a su antojo en sus vidas y cuando las vuelva a ver me cuenten ese montón de cosas nuevas. Mis muchachas. Ellas saben quienes son.

Thursday, July 21, 2005

Emily


No conocía un estado de alarma como en el que cayó Monterrey estos días. Desde el martes en la noche me decían amigos y amigas que se respiraba cierta tensión en el aire. Luego vi telediario por internet y las cortinillas del noticiero eran más que alarmantes. Le conté a un amigo del hecho y me dijo: estos regios alarmistas. Hacen tanto escándalo porque tienen lana hasta para comprar el foquito rojo. Me dio risa pero también le di la razón. Luego hablé a casa a ver cómo iba el asunto y mi madre me dijo que no pasaba nada. Un amigo me dijo que eran puras jaladas, que era más el miedo que el gobierno infundía que otra cosa. Como sea en las noticias vi a tres sujetos que saludaban a la cámara de televisión mientras veía como subía el cauce del río del Obispo. Bien ajenos ellos al terror. El gobierno instaló albergues y el ejército patrulló las colonias propensas a inundaciones. Como ciudad de primer mundo se desmontaron semáforos y panorámicos. Me cuentan que incluso se cancelaron todos los eventos del miércoles en la tarde, entre ellos cierta junta para ver las cosas del FORUM de las Culturas. Hubo una parálisis general. Las fábricas dieron el día libre a empleados y obreros y se respiró un aire de festividad mientras el huracán Emily azotaba las calles desiertas.
Incluso el gobierno mandó mensajes a los celulares para sugerir que no se saliera de la casas. La gente ya estaba preparada en casa después de las compras de pánico. En los blogs de los regios incluso la sensación de que se les venía el huracán era notoria. Emily se convirtió en el mejor personaje de ficción al fin de cuentas y aunque hubo saldo blanco no fue por completo ya que el puente Guadalupe se incendió bajo la lluvia y se desplomó.
Eso sí. Los regios recibieron el fenómeno metereológico con todas sus energias. Qué tan aburrida estara la ciudad que el meteoro los anima, influye, arrincona y es motivo de charla por todas partes. Yo nada más, desde lejos, podía estar expectante. Son esas cosas las que te separan lentamente de la cultura de tu ciudad de origen. ¿Dónde estabas cuando llegó Emily? seguro se preguntarán después en fiestas y reuniones de trabajo. Muchos hablaran de los cierres de las plantas, de las universidades cerradas, del cierre de bancos y de las cintas masking en los vidrios, del cierre de avenidas y del Gober hablando a todos los medios de televisión bien protegido con un sobretodo amarillo mientras la lluvia cae cerquitita. Monterrey recibió el huracán como rancho donde no pasa nada.
Yo estaba encerrado en casa escribiendo Lost Acapulco. Luego salí un rato al internet a revisar unas cosas. Llovió un poquito en el D.f. pero nada serio. Estamos en temporada de lluvia así que no nos sorprende. Me pregunté por mis amigos en sus casa comiendo palomitas o viendo la alarma generalizada, en sus hijos viendo la lluvia que caía. Y caray, qué lejos queda Monterrey. Y caray, que lejos queda todo.

Monday, July 18, 2005

Sierra

El carro avanzó en la oscuridad y cuando se detuvo mi tío Roberto le preguntó a un hombre cómo se llegaba a San Miguel de los Altos. El ranchero estaba ahi nada más bajo un techo con varios perros al lado. Se levantó, se acercó a nosotros y nos dijo que había que seguir el camino, subir un cerro, bajar de él y luego el sendero se volvía dos y había qué tomar por la izquierda. Luego dijo que si queríamos nos podía mostrar el camino. Mi tío dijo que sí y el hombre se trepó al galaxy y se sentó adelante. Olía a palma y sudor y el olor impregnó el coche. Yo iba atrás con mi tía Conchis. Por la ventana no se veía más que maizales y el ladrido lejano de unos perros. El camino, en realidad una brecha que se iba irregular entre las cercas de alambre, había empezado desde un entronque con Mazapil y lo habíamos tomado ya de noche, después de detenernos en una gasolinera. Íbamos a San Miguel el Alto al sepelio de Jorge y Rebeca, dos amigos de mis tíos quienes se habían matado en un codo de la carretera. Ese miercoles era el cuarto día desde su muerte y mis tíos lo único que querían era llegar.
El ranchero nos dijo que esos caminos eran muy peligrosos porque todos los rancheros dormían con la escopeta a la mano y pa pronto, apenas escuchan un ruido, lanzaban a los perros y disparaban. A veces volvía el rostro para ver a mi tí que se hacía pequeñita en la noche. Nos dejó en el entronque y cuando bajó oí el ladrar de sus perros. Nos habían seguido todo el camino. A lo lejos vimos una lucecita blanca que parecía empotrada en el cielo. Cuando nos fuimos acercando en caminos que no recuerdo la luz se fue haciendo más y más cercana y cuando llegamos a ella nos descubrimos dentro de un pueblo, frente a una iglesia. Toda la noche ladraron los perros y en la madrugada oí el rumor de cencerros y luego, cuando bajé a orinar sin alejarme del galaxy sentí el aliento tibio de los animales y un aroma acedo de boñigas, piel y babas.
Cuando clareó preguntamos por la casa de los Hernández y nos dieron santo y seña. Llegamos y ellos se pusieron muy contentos. A Jorge y Rebeca los habían enterrado la tarde anterior. En el cuartito donde los velaron había una cruz de cal y veladoras en las esquinas. Luego pasamos a desayunar. Nos hicieron unos huevos revueltos, frijoles, queso, tortillas gruesas y rajas de chile güero.
En un cuarto había sillas de montar y las toqué. Eran hermosas y el Sr. Hernandez me dijo que él se dedicaba a hacer y vender sillas. Nunca he aprendido cómo se llaman las partes que componen una silla de montar pero esas eran hermosas. Abandonamos el pueblo al mediodía. Habíamos hecho un viaje de casi doce horas para estar a lo sumo cuatro en esa casa. Cuando volvimos a tomar la carretera pasamos por la curva donde se mataron Jorge y su hermana. Se habían quedado sin frenos y luego, vimos la sierra de donde bajaba el camino y más allá sólo un horizonte azulado, casi blanco que nunca más verían Jorge y su hermana cuando fueran a visitar a sus papás. Luego, seguimos hasta Fresnillo y de ahí rumbo a Saltillo.

Wednesday, July 13, 2005

Obituario

Hoy tengo ganas de escribir en primera persona y no en una falsa primera persona.
Son casi ocho horas desde que entré al ILCE el día de hoy y el guardia abrió la puerta.

En estas ocho horas he:

  • Visto un capítulo de Cálico Electrónico.
  • Leído algunas notas en el periódico del Universal.com dos veces.
  • Revisado 13 páginas del diccionario Larousse ilustrado de tercer año.
  • Transcrito 48 páginas de ese mismo diccionario.
  • Escribí un post en Instinto Contagioso. En realidad dos.
  • Me comí unas nueve viboritas de gelatina y tres mantecadas Bimbo.

¿Tiempo que pensé en Monterrey?: Uno, ahorita.

¿Tiempo que pensé en la novela?: En suma unos veinte minutos.

Hoy me siento con ganas de irme y es precisamente lo que haré.