Friday, October 28, 2005

Retratos familiares VI

Elida

Amo de Elida muchas cosas: su cabello que cambia cada dos meses; la mirada tierna que brota de sus ojos pero no sólo de sus ojos sino de la raíz misma de ellos. Amo de Elida su sonrisa fácil, su carcajada certera, la esbeltez de su cuerpo que a veces parece casi de niño y las más de mujer esbelta de cadera precisa. La conocí en una de las aulas frías de la Facultad de Filosofía y Letras y con ella he andado por las calles tibias de Monterrey, en las avenidas inmensas de la ciudad de México y una noche fría en los cañones de la Huasteca. Hubo un tiempo que me hablaba muy seguido sólo para decirme que me quería y hubo otro tiempo en el cual no supe nada de ella. Elida estaba lejos con su vida, con su nueva vida. Un hombre lanzó el recuerdo de ella en las frías aguas del Mediterráneo pero Horacio lo recogió y se casó con ella. Una noche que Elida cumplía años mientras íbamos en la avenida, le dije a Lacho que detuviera el coche y corrí hacia una puerta donde colgaban unos globos. Los arranqué. Cuando volví, le dije a Elida: “tus globos”. Kilómetros más, nos detuvimos en un Gigante y salté a comprarle un minipastel. Eran las dos de la mañana cuando me abrí paso entre el estacionamiento vacío con un pastel diminuto en la mano, coronado con una vela inmensa y al verlo Elida simplemente lloró. Amo de Elida muchas cosas; pero amo más el tiempo que me permite disfrutarla, un tiempo pequeño y luminoso como aquella vela que chispeaba luz en un estacionamiento vacío, pintando de luz la negrura del olvido mientas ella me esperaba en el carro y Lacho buscada una regalo de cumpleaños que, afortunadamente, también encontró.