¿Cómo es que nos encontramos el domingo a las seis de la tarde en la pulquería El templo de la Diana y nos dicen, a Nadia y a mi: hay fiesta en San Lucas? ¿Cómo es que al instante, apenas Esteban pronuncia las palabras fiesta y San Lucas juntas, empieza en nosotros, primero, como una leve curiosidad, después, como un deseo, ir a esa fiesta?
Y Nadia dice, ahorita vengo y se va entre las mesas a seguir tomando fotos a los parroquianos que no dejan de mirarla y se abrazan entre ellos para ser capturados por la cámara. La pulquería El templo de la Diana navega en aguas tranquilas aunque de aqui o de allá se vean las miradas abotargadas, lo mismo de un hombre que si lo encuentras en la noche te daría miedo, hasta de Karla, la vestida del lugar: espalda ancha, rostro duro, maxilares amplios pero sonrisa coqueta y pestañas largas.
Y ya para irnos es un despedirse de todo mundo: del flaco que lleva flautas en las manos y las toca de cuando en cuando y cada que me mira alza el pulgar para decirme salud, del señor con quien compartimos mesa y casi termina su tina de pulque, de Esteban que nos ha dibujado un mapa ininteligible para llegar a San Lucas y de las meseras con delantal rojo que se pasean de un lado a otro. Y no quisiera sacar a Nadia de la pulquería porque ella anda feliz con su cámara y escuchando la improvisada serenata que un cantante le recita.
Pero salimos y el cantante se aproxima y me dice: "amigo, es con todo respeto, creame, es con todo mi respeto" y yo sólo asiento y le digo: "no se preocupe, siempre pasa lo mismo".
Afuera, la tarde es puro olor a frutas y animales que se van amontonando con el calor y el cielo desierto y azul. Enfilamos hacia San Lucas. Vayan al fondo, me dijo Esteban, topan y a la derecha hasta la avenida principal, dan vuelta en U, pasan por unos arcos, dan vuelta en la primer calle junto a los bomberos, suben la colina, la calle está cerrada por la fiesta.
Y apenas llegamos nos encontramos con un San Lucas en la punta del cerro y desde ahí se ven cerquita los volcanes y lejos la ciudad de México. Las calles estan atiborradas, silban los cohetes y truenan arriba, huele todo a pan de fiesta y a papas. En la iglesia toca una orquesta y de sus instrumentos dorados sale una música que se queda ahi al lado, cayendo sobre las luces de los juegos mecánicos y las señoras que venden gorditas de harina. Nadia es una prolongación de la curiosidad y entra a la iglesia, besa la imagen del patrono del pueblo y sale sólo para ver cómo es que me acabo de ganar una coladera en una mini rifa.
Así seguimos en la feria. Un Chuky lanza agua a la calle, un hombre rie cuando Nadia le toma una foto y siguen tronando los cohetes.
Entonces vemos el "Calipso". Veo el "Calipso". Es un juego mecánico con forma de pulpo. Ahí esta bien, para tomar la foto, dice Nadia. Nos subimos. Unas niñas rien en las canastillas cercanas y cuando empieza el juego aquello es una revoltijo, un desfile de luces, un golpeteo de lámina contra lámina, un borrón de imágenes que se secundan ininterrumpidamente. Y veo a Nadia que sostiene su cámara y a las niñas que gritan" ¡Más, más, más"! Y me río, ¿qué otra cosa puedo hacer, recordando la pulquería, el pasillo de carnitas en el mercado de Xochimilco donde los mercantes extendían las manos para darnos de comer de sus carnitas?Cuando bajamos todo da vueltas. Salimos de los juegos pero antes me detengo ante un puesto de pan de fiesta. Los panes brillan bajo la luz amarillenta del foco. Compro tres y ya domingo, ya las ocho y cuarto de la noche emprendemos el camino de regreso al distrito federal. Aún se escuchan en la noche las explosiones de los cohetes cuando bajamos del pueblo de San Lucas, pero nosotros seguimos adelante. Llevo en la mano, como medalla de una tarde inesperada, la coladera de plástico color naranja y Nadia la ve y cada que la ve se ríe y yo con ella.
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