Vino Mónica a cenar a la casa y nos enfrascamos en una charla donde no faltó hablar de terremotos y zonas vitales o de los clásicos fantasmas. De una manera u otra, todos hemos tenido acercamientos con el tema de los fantasmas. En casa de mi abuela había o hay, algo enterrado. Se aparecen hombrecillos en la noche, salen mujeres de blanco o bien, se escuchan cosas. Una vez un tío intentó sacar ese dinero. Dicen que la tierra se había hecho blanda como betún y que, a punto de encontrar algo llegó un familiar que dijo: con este dinero vamos a hacer muchas cosas y al instante la tierra se hizo dura, como acero.
Años más tarde yo viví en esa casa y la primera noche estuve con el ojo pelón porque tenía miedo de oír algo. No pasó nada, por supuesto. Sin embargo, meses después, un primo de otra familia se fue a quedar ahí a la casa. Yo le había dejado las llaves por que andaba en una fiesta. Llegué como a las dos de la mañana y apenas prendí la luz encontré a mi primo rasguñando el suelo, los muebles por sin ningún lado. "Aquí hay dinero", me dijo. Yo: "mejor pon todo como estaba." Así, bueno, ha crecido el mito del dinero en casa de mi abuela.
En las pasadas vacaciones, del otro lado de la familia, nos tocó sufrir la enfermedad de mi abuelo. Lo habían hospitalizado y durante una semana estuvo muy grave. Cuenta un tío que una noche, en especial la más dura, con mi abuelo inconsciente, su sangre contaminada y conectado a un respirador, vio cómo una sombra se apoderaba del pecho de mi abuelo y éste se resistía. Sin saber qué hacer vio el combate silencioso entre la sombra y la vitalidad de mi abuelo. A partir de entonces el viejo empezó a recuperarse. Hoy anda con sus achaques pero evitando las recetas médicas y comiendo menudo y tacos que ya no puede comer.
Por mi parte, yo no he tenido ningun acercamiento personal con los fantasmas. Pero a veces creo que no los necesito porque tengo una familia que se encarga de nutrirme en ese aspecto: sombras perpendiculares, enanos que golpean la cabeza, ánimas que intentan invadir cuerpos y el mítico encuentro de mi abuela con el fantasma del general Escobedo son sólo parte de mi tradición familiar, cosas que, por supuesto, ya he utilizado en otro tipo de textos.