Sunday, April 30, 2006

Un cambio esperado

Pero si se me hace que no hicimos nada, protesta Vicente cuando le digo que ya acabamos de arreglar la nueva casa. Claro que sí, tú pusiste las colchas, Hinos colgó las máscaras y los cuadros, O limpió el baño y metió la ropa y yo acomodé la cocina, el escritorio, metí los libros en los libreros. Pero se me hace aún podemos hacer algo más. No, ya, así está bien, vamos ahora por las pizzas.
Así salimos los cuatro con la sensación de no salir de una casa a la que alguien recién se muda, sino de una casa largo tiempo conocida. Don Rafael "El gallo", como se llama el portero, nos despide con un gesto amistoso y enfilamos por la calle hacia las pizzas Zumpango, unas muy muy buenas, ubicadas en la colonia Júarez. Hinojosa y O hablan de libros, Vicente y yo de política mientras dejamos atrás la casa, mi pequeña pero acogedora nueva casa.
La mundanza apenas si llegó a las cinco de la tarde en mi domicilio anterior y para las seis todas mis cosas estaban ya en su nuevo sitio. En Zumpango comí una calientita y delgada pizza Don Ho: jamón con queso, mientras O y Vicente engullían una de salamí e Hinos una Ary's Pollito con elote, pollo, queso extra y rodajas de pimiento. Platicamos de lo de siempre: las historias, la escritura, el norte. O es de Monterrey, Vicente de Torreón e Hinos de Tijuana. Puras acotaciones, revires, zarzuelas y festividades norteñas nos salieron mientras las pizzas se enfríaban.
Al salir, después de las despedidas tradicionales volví a casa y no pude más que sentirme afortunado por contar con una casa con aire a hogar y una casa tan cerca de todos mis sitios: la casa de O y la Fundación.
Así entonces, la mudanza ha concluido.

Wednesday, April 26, 2006

Clase de fotografía

Se llama Grace. Está ahorita sobre una silla, con una hambuerguesa con papas y refresco frente a ella, en una mesita. O la mira desde el sillón, de reojo nada más mientras observa en un libro imagenes de la ciudad de Barcelona. Yo ni veo. Espero que termine de tomarle la foto a la hamburguesa para poder comer. La hamburguesa es mi comida el día de hoy.
Estamos O y yo en casa de Grace tomando fotos de comida. Es sábado, hace calor. Parte del menú son unos pescaditos empanizados, nieve, yogurt y frutsis. Es sábado y estoy feliz. Aunque también tengo hambre. Después de varios clicks finalmente queda la toma de la hamburguesa. Ya está tu comida, me grita Grace, toda contenta, siempre con una sonrisa al portador, siempre con una palabra dicharachera de cambio. Pero no le quitaste el alma? No, como crees. Y me como la hamburguesa sin sabor. Sí se la quitó.
El resto de la tarde cocinamos varios platillos para que pasaran a la posteridad en las fotos. Nunca había conocido a una fotógrada de comida. Cortamos rodajas de zanahora y le hacemos forma de estrellas, lo mismo con un tomate al que llenamos de mayonesa y le ponemos un poco de orégano. Cocino los pescados empanizados y debo decir que me quedan doraditos, crujientes.
Es una tarde flash de cámaras y mordidas a danoninos y nieve.
Y ahora que lo escribo, veo que no soy fiel, en realidad, a lo que pasa, al motivo festivo de la tarde mientras cortábamos o cocinábamos y Grace acomodaba la comida, mostraba las capturas, desechaba las que no le gustaran. O le daba ideas para los fondos de las imágenes. Coloreaba algunas hojas. Al final, estábamos cansados, bastante.
En la semana le pregunté cómo le había ido con las fotos: triunfé, me dijo Grace entre risa y risa. Ah, que bien. Yo tomé ya, la decisión de no ir más a ayudarle. Sólo en una tarde me entambé cerca de 4,000 calorias y no puedo darme el lujo de hacer eso todos los sábados.

Monday, April 24, 2006

La casa

Es mi séptima casa en el distrito federal pero creo que, de alguna manera, finalmente he llegado a mi hogar. Tiene una cocina pequeña, donde no hay espacio más que para un refrigerador pequeño y una estufa decente. En una pared está empotrada una cocineta blanca y el lavabo esmaltado en blanco tiene el espacio sufiente para mis sartenes, ollas, platos y más con los que cocino.
La sala comedor es algo amplia pero ya veo ahí mis libreros, las paredes con mis máscaras y cuadros de Brenda Togno y Joy Laville, además de la fotografía inmensa que N me dará, una foto suya para mis paredes. Hay espacio para una mesa con cuatro sillas, un´lugar para poner el aún hipotetico futón y una mesa para la tele.
El cuarto tiene paredes blancas y un closet del mismo color donde pondré mi cama con sus colchas amarillas o naranjas dependiendo de la lavandería. Además tiene un baño amplio. Así que es mi casa, mi nueva casa, bien cerquita a la anterior, más cerquita a la Fundación, un portero que se llama Rafael "el gallo" y que, cada que me mira, se cuadra para saludarme como militar.
Es segundo piso y el departamento tiene unos amplios ventanales que dan a la calle y está alfombrado, una alfombra discreta y gris que no le va nada mal. Fue mucho caminar pero di con mi nueva casa. Estaba tan cerca a la anterior y yo buscando hogar muy lejos, qué ironía.

Wednesday, April 19, 2006

2 día al garate o cómo encontrar casa en el d.f.

La quinta Casa

¿A ver? ¿No me entiende? ¿Hablo mal o cómo?, porque no entiendo cómo es que usted me pregunta si el departamento es compartido. Eso me dijo el Señor Campos por teléfono. Y lo soporté porque su anuncio decía: Col. Juarez, dos cuartos, cocina, 2,200 pesos. A las siete estaba, puntual, frente al edificio. Era una construcción de tres pisos. Un departamento vacío al frente con ventanas grandes. Una pareja esperaba también. Empezamos a platicar y a esperar al señor Campos. Cuando llegó nos ordenó que no cerráramos la puerta. Adentro era como entrar en un laberinto, la comuna, los túneles de un hormiguero. ¿Cuántas casas hay aquí? preguntó el chavo de la pareja. El departamento. Bueno. ¿Era un departamento? Tenía vista a dos puertas. Eran dos cuartos con una duela viejísima. Para ir a la cocina se tenía que cruzar un pasillo que iba por encima de un patio. El baño, bueno. No lo describiré. En la cocina había espacio para la estufa o para el refrigerador. Salímos huyendo mientras una fila de sin hogares como yo avanzaba por el pasillo.
Ubicacion: Col. Juárez. Renta: 2,200
La sexta casa
Las escalerillas eran negras y al llegar al departamento en la azotea sudaba. Unos lavaderos se hacinaban al centro. La casa era de tres cuartos, como bien decía el anuncio. Pero la casa tenía forma de bumerang. La cocina y el baño de un lado. Al centro, un cuarto con una pared curva. Del otro, dos cuartitos más. Las ventanas daban a la calle y el techo se encontraba algo bajo. Lo mostraba un doctor, aséptico en el trato como sólo los doctores pueden serlo. Tampoco era la casa.
Ubicación: Col. Juárez. Renta: 2,800
La séptima casa
Pues le hace falta pintura y algunas conexiones pero yo no tengo tiempo para hacerlo. ¿Le entras?
Ubicación: Col. Del Valle. Renta: 2, 500
La octava casa
Ahí voy... gritó doña Elena. Luego subió a mostrarme el departamento. No era una huevito pero se le parecía. Sí. Estaba bonito pero era muy chico. Mucho muy chico.
Ubicación: Col. Júarez. Renta: 3,000
La novena casa
Abrió y era un paraíso. Estancia comedor muy amplio. Cuarto bastante grande. Ok. Las ventanadas daban a una pared grandísima y gris pero abajo, en un patio, había un estanque con muchos peces. Me dije, bueno, cuando quiera matar a alguien por la pared, tiro una piedra al estanque y listo. Luego llegó la oferta. Salí pensando que la vida es cruel. Al final de cuentas, lo único que la gente quiere es pagar algo razonable por un lugar donde no se deprima o de perdido, disfrute un poco de paz y tranquilidad. Los renteros del mundo no lo ven así.
Ubicación: Col. Roma Renta: 4,500

Tuesday, April 18, 2006

Día 1 al garate o como buscar casa en el d.f.

En la primer casa
La hija de la portera sale con aire fachoso y enojón. Me dice que no me puede recibir porque a su mamá la acaban de operar. Todo en la forma como me contesta denota fastidio, hueva, hartazgo. Es que estoy apurado, le digo y ella sólo tuerce la boca. No, pues no sé, me dice, ven el sábado si quieres para que te muestre mi papá los departamentos. Luego cierra y veo el edificio. Verde verde verde.
Renta: 3,000 Departamento de una recámara, cocineta y baño.
En la segunda casa
Ni siquiera me abrieron aunque la manta decía: Se renta. Informes con la portera. Me estoy dando cuenta que las porteras son quienes en realidad poseen las llaves del reino.
Renta: 3,500 Departamento de dos recámaras.
En la tercera casa
No, mira, si es un huevito. Me dijo el rentero, para qué te miento. Pero esta es una buena zona. Así que entré y vi. Nah, ¿cómo crees que esto es un huevito? Y sí, no cabía ni mi cama. Las paredes estaban bonitas. Eso sí. Pero para entrar al baño había una puertita pequeñita de dos aguas. Tendría que bajar al menos, unos tres kilos para pasar con tranquilidad y poder tomar el jabón del piso.
Renta: 2,600 Departamento para gente de Liliput.
En la cuarta casa.
¿Entonces, no te gustó?, deja te muestro el otro. (era el mismo del huevito). Era, ahora sí, una casa, un lugar donde alguien viviría con dignidad. De eso se trata, creo, vivir con dignidad aunque sea un lugar chiquito. Dos recámaras, balcón, cocineta, baño amplio. Pero en cuanto me pidió los requisitos se me fueron los colores del rostro. Salí viendo una casa que no podría pagar.
Renta: 4,650 Departamento muy padre.

Saturday, April 15, 2006

A buscar casa otra vez

Estoy entre triste, enojado y qué se le va a hacer. No tenía ni dos meses y medio en la Roma cuando ya me pidieron el departamento. Mis amigos me dicen: has pleito, no te puede sacar si firmaste un contrato pero yo, más bien, lo veo como una derrota ineludible. Pelear es desgastarse. Pelear es perder energias por una casa que, de entrada, ni es mía ni nunca lo será. Así que me voy. El saldo, como sea, es blanco. Hice dos buenas fiestas en esa casa. La primera fue el open house y la segunda fue para festejar el Torri. Casi 75 personas estuvieron en esas paredes. Y, además, ahí empecé mi relación con O, que es como todas las casas del mundo.
Entre triste, enojado y qué se le va a hacer estoy buscando otra casa. No me quiero mover mucho. Hace ratito vi un departamento en renta por Insurgentes y la próxima semana empezaré a ver más por la Roma, la Juárez y colonias circunvecinas. Ahora que lo pienso, siempre quise también vivir en el Centro Histórico.
Así que otra vez a buscar casa. Cuatro años y llevo ya, con esta nueva, siete casas en el Distrito Federal. Ahora y desde antes, reconozco y comprendo las palabras de mi madre: fíjate en tu papá, me decía, y comprate algo tuyo, una tierra que sea tuya y de donde nadie te pueda sacar, una casa donde puedas hacer lo que se te antoje y no hagas rico a otros. Veamos que pasa. Debo de ponerme a escribir. No es por moda ni por socialidad ni por conocer a los mejores escritores ni por poner el nombre en una marquesina. Sino escribir, escribir por supervivencia.

Saturday, April 08, 2006

Dehesa

Comencé a leer a German Dehesa a los once, doce años, cuando él escribía para el periódico El Norte y yo vendía el periódico en las viejas calles de la colonia Victoria. Me hice fan, al instante, de su afilado humor, del su lirismo cínico y sarcasmo político. Siempre lo leía, invariablemente, al filo de las diez de la mañana cuando las horas arduas de ventas ya habían pasado y sólo quedaba un remanso para liquidar los últimos periódicos.
Cuando el periódico El Norte, o Grupo Reforma entró a la ciudad de México y se enfrentó a las prácticas monopólicas de El Universal y otros diarios de la capital, German Dehesa y todo un grupo de colaboradores de El Norte o El Reforma, salieron a las calles a vender sus diarios. Dehesa vendía cerca de 6,000 ejemplares diarios. Algo sorprendente, comparado con los ochenta o cien periódicos que yo vendía en mi puesto al aire libre.
Ya en el Distrito Federal, en una fiesta ya lejana en el tiempo, tuve la oportunidad de conocer a Juana Inés, su hija. Juana hablaba con singular apostura de diversos temas. Yo ni le pregunté por su papá. Pero lo cierto es que, ya tenía un tiempo sin leerlo. Simplemente, un día Ratán, el Bucles y la Tractor dejaron de interesarme. Por eso, hace una semana cuando el maestro Langagne nos dijo a Boone y a mí, al monclovense y al regiomontano que irían ambos a una entrevista a la radio con German Dehesa, como parte del ciclo de becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas que irían con él, no pude menos que alegrarme.
Un día antes de la entrevista fui a una presentación del libro con O. Ahí estaba Dehesa. Semejaba un conejillo fiero sobre la mesa. Habló de política, se mofó de Fox cuantas veces quiso, de la Chachalaca mayor, López Obrador y al mismo tiempo habló de poesía. Habló de un mundo salvaje donde la poesía no era apreciada. El público le aplaudia todas sus palabras. Al final, mientras O y yo aguantábamos un tanto la risa por los nervios del presentador, German Dehesa dijo un último poema de Quevedo. El público compuesto por muchas viejitas suspiró como el mismo Quevedo hubiera salido de la tumba a recitarles sus versos.
El día de la entrevista estuvimos tranquilos. Saber de German Dehesa, que sólo esa mañana había escrito en su columna de Reforma una ácida crítica contra el presidente de la república, al decir que lo manejaban desde la cama, era como atestiguar un meteoro. La entrevista corrió por tópicos de la creación, de cómo empezamos Boone y yo a escribir. Dehesa habló de la poesia, del valor de las palabras y al final nos permitimos bromear con él al aire.
Nunca he escuchado su programa de radio y no creo que escuche nunca la entrevista que nos hizo ese martes. Lo que sí creo es que visitarlo, ser entrevistado por él me supo mucho a esas mañanas cuando lo leía a las diez, cansado ya del ajetreo matutino, firme en mi puesto en aquella esquina de la calle por donde pasaba el ruta 82, frente a una tortillería. Recordé ese tiempo, la forma como se desenreda la vida, no hacia Dehesa, no, qué va, sino hacia el origen. Siempre estamos yendo al origen, a la semilla de nosotros mismos.

Monday, April 03, 2006

Una de las cuatro de la mañana

Hinojosa, Cristian Peña y Sarabia discuten con Espartaco sobre literatura. Yo les preparo quesadillas. La casa es literalmente un asco. Botellas por todas partes, en una esquina hay como un lodo pequeño y no sé como es que ese lodo ha llegado ahí. Mi O me dice que hay gotas de vino en una silla. Mi casera se va a infartar pero les sigo preparando las quesadillas. Las sirvo en platos amarillos desechables. Ellos las comen, las pasan con cerveza. En algún momento de la noche Espartaco y los demás están a punto de los golpes. No te puteo nada más porque estas en la casa de mi amigo, le dicen. Espartaco sigue con su postura Browniana.
Yo sigo con mi postura de chef. Corto las rodajas de queso Monterrey Jack, unos trozos de salamí y jamón. O limpia un poco la casa. Ninett duerme en el cuarto contiguo. Vámonos, grita Hinojosa y salen en un barullo de cacerolas y mordidas. Vamos hasta Acapulco, gime Sarabia. ¿Estas bien, seguro? le pregunto. Sí, si, nada más dame un café. Se lo toma y ahora sí, se van.
Salen con la madrugada y las cuatro en el alba. ¿Qué le puedo decir a Espartaco si acaba de casi insultar, borracho, a mis amigos, si el mismo Espartaco es mi amigo? Nada.
Las noticias son que lejos, muy lejos, al menos de eso me entero el sábado, Hinojosa y los demás chocaron, o los chocaron y persiguieron al otro conductor que se había dado en la fuga. En mi casa, en tanto, ya no quedaba queso y en la mañana, cuando me puse a limpiar, nos pusimos, mas bien, sacamos seis bolsas de basura. Poco para una fiesta donde siempre estuvieron cerca de sesenta personas.

Saturday, April 01, 2006

Tarde de Juárez

Frente a la iglesia metodista en la calle de Gante hay dos pequeños restaurantes de tacos. Tienen unas mesas pequeñas, con sombrillas verdes, mesitas circulares donde apenas si te caben los platos y el refresco. En la iglesia metodista, a un lado de las escaleras —cinco o seis escalones que conducen a una puerta de abeto— hay un hombre calvo, con camisa y pantalón de vestir. Intenta mover a un indigente tirado en el suelo. El indigente es un viejo cubierto con más de cinco suéteres. Unos cartones la hacen de cama pero el viejo se encuentra lejos de ese placer. El hombre calvo intenta moverlo pero no puede. Mira hacia la gente que pasa con aire de ayuda pero nadie que pasa lo ayuda. El anciano sigue tendido. Orfa y yo los miramos mientras esperamos nuestra comida. Voy a ayudarle, le digo. Me pongo en pie y por alguna razón siento que todos los que han visto el afán del hombre calvo por mover al viejo ahora centran su atención en mí. Como parte de una obra entro al escenario. ¿Quiere moverlo? le pregunto al hombre calvo. Sí, pero no puedo. El indigente me lanza una mirada rápida. Tú me cargas de los hombros, él de los pies. Su orden llega sin contratiempos. Ahora soy el mandado. Entre los dos lo acomodamos, lo ponemos bajo una pequeña saliente que podría protegerlo del frío, de una lluvia que hoy 21 de marzo intenta salir.
Cuando regreso una mujer me dice: Dios te bendiga y yo me siento otra vez a la mesa y observo al indigente que saca un periódico y comienza a leer. Pero ni Orfa ni yo lo miramos mucho tiempo. Los dos seguimos al hombre calvo, algo gordo, que lleva en la mano un pastel. Lo imagino llegando a su casa con el pastel en la mano, contándoles que se demoró un poco por ayudar a meter a un indigente. Y me consuela un poco que este acto desapercibido tendrá siempre una complicidad mutua entre él y yo. Siempre, o tal vez no, recordaremos al pasar por la calle de Gante al viejo junto a las escaleras de la iglesia metodista.
Cuando el hombre se pierde entre la gente el mesero nos trae los tacos. Los míos son de surtidita. Los de O son de maciza. Voy a lavarme las manos, le digo. Ella asiente. Sí.