Monday, September 26, 2005

Místico

Hola, yo soy Claudia y soy edecán. Me gusta mucho trabajar en el Consejo porque la gente se porta muy bien y te dan regalitos. ¿Y salen mucho con los luchadores después de las funciones?, pregunta Rodrigo. Y Claudia, enfundada en su minibikini plateado, brilloso, que deja ver el tatuaje en el vientre, ese guiño de plata del arete en el ombligo, responde: No, cómo crees, casi todos los luchadores están casados, así que pues no. ¿Y hay diferencia entre trabajar aquí en el Consejo Mundial de Lucha libre y en otras marcas? Pues no tanto, dice Claudia, apoyando su mirada suave, el brillo de la luz delos vestidores en sus ojos; es diferente. Aquí es como una gran familia y eso es lo que me late.
Eso dice Claudia en vestidores mientras Rodrigo, con grabadora en mano, escucha el estruendo en la arena, ese grito multitudinario, esa fauce abierta por la sorpresa que clama, gime, ese grito que a veces se aquieta en los pasillos donde pasan los vendedores de tortas, paletas, cueritos, cervezas y palomitas; ese grito que de pronto se eleva estrechándose animado y sin orden sobre el ring donde Atlantis acaba de lanzar al Hijo del Perro Aguayo por encima de la tercera cuerda. Y Atlantis ríe, alza las manos, le pega a las cuerdas, corre, se impulsa y salta para cae sobre el Hijo del Can de Nochistlán que se desploma como una vara sobre las primeras butacas de la arena México.
Antes, en la segunda lucha, Grace anduvo con su cámara por el pasillo donde salen los luchadores tomándole fotos a las edecanes que al verla movían suavemente la cadera, sacaba el pecho, lanzaban besitos a la cámara y yo me encontraba lejos, solo en mi asiento, con una bolsa de palomas y una cerveza en la mano esperando el momento en que empezara la verdadera lucha, por la que había venido, el mano a mano entre el Místico y Último Guerrero.
Y cuando empezó con una lluvia de fuegos blancos apareció en lo alto el Místico, guerrero oro y plata, cuerpo ágil, seguido por el viejo Fray Tormenta. En el centro del ring Fray Tormenta tomó el micrófono y dijo que Último Guerrero tenía mucha lona recorrida pero que su pupilo, el Místico, tenía ganas y era más joven. Y ya cuando se iba por el pasillo, después de sortear temblorosamente las cuerdas del ring, después de pasar por entre las edecanes que sonreían y se llevaban las manos al pelo para acomodárselo, apareció en lo alto el Último Guerrero, su máscara alba y verde, las rayas, los ojos plateados. Se encontraron en el pasillo y comenzaron a discutir. Pensé, le va a pegar y era como ver a un hombre en la cumbre de sus fuerzas y a otro ya en la curva de la muerte.
Y entonces la lucha empezó al grito de Mís-ti-co, Mís-ti-co, Mís-ti-co y era ver una ráfaga plata y oro que iba a las cuerdas, que se trepaba a un Último Guerrero lento y soso que no sabía ni por donde le llegaban. Y los gritos se iban estrechos, helados, cayendo sobre el cuadrilátero como la luz de los reflectores que hacía brillar la máscara del luchador técnico. Y todo era una felicidad sin nombre mientras el Místico rendía al Último Guerrero.
Pero en la segunda caída, como en un guión aprendido pero que no deja de sorprenderte como espectador, el Último Guerrero comenzó a sacar todo su reperterio de rudezas, golpes y castigos. La arena enmudeció. Todo se detuvo entonces y un silencio pesado se apoderó de todos, de los vendedores que ahora miraban hacia el ring, de los niños que con la máscara del Místico apuntaban al lugar donde el Místico era golpeado, destazado, quemado, inmolado frente a las cámaras de televisión: un silencio que sólo la victoria podría destrabar.
Cuando inició la tercera la caída Último Guerrero seguía golpeando al Místico pero ahora, ambos luchadores se movían con lentitud sobre el encordado, pesados los cuerpos. En una de las acciones Último Guerrero subió al Místico sobre la tercera cuerda y desde ahí, como a dos metros de altura, le aplicó una desnucadora. Voló el estilizado cuerpo del luchador técnico y cuando cayó, extendidos los brazos, pensé, ya se acabó. Esto se acabó. Pero el Místico aguantó y aguantó y aguantó y aguantó ante la mirada azorada de nosotros, ante el olor de las palomitas, el sabor ácido de la cerveza. Y entonces, de la nada, con fuerzas venidas de no se sabe donde, el luchador técnico se levantó, otra vez esa ráfaga, otra vez esa voluntad oro y plata y comenzó aplicarle al Último Guerrero una palanca al brazo y cuando todos estábamos de pie para contemplar la victoria apareció Atlantis y entre los dos luchadores rudos acabaron con Místico quien ganó por descalificación.
Cuando se acabó la lucha salí de la arena y vi gente que hacía fila para pedir el autógrafo del Santo, gente que iba con sus máscaras puestas o recogidas en la cabeza, niños que apuntaban, oí los ruidos en la calle, el murmullo balbuceante de las personas en la calle, la luz de los puestos de semillitas. Me encontré a Rodrigo. Qué onda K ¿Cómo estuvo la entrevista con las edecanes? Bien cura K, me dijo, has de cuenta que le hablaban a la grabadora como si estuvieran frente a una cámara de televisión, modelaban y todo el pedo. ¿Y Efraín y Grace? le pregunto. ¿Sí tomó las fotos de las edecanes? Sí k, se coló al ring y les tomó las fotos. Me imagino entonces a Claudia y el resto modelando frente a la grabadora, sentadas las tres en los vestidores. Y no manches, vi al Doctor Wagner pelearse con su novia, me dice Rodrigo y yo nada más río. Pienso en las edecanes guiñándo ojos, hablando bonito para una grabadora y me da risa. Preciosas, pienso. Cuando salimos traemos hambre. ¿Qué onda, unos tacos Ro? Rodrigo manda mensajes por celular. Sobres me dice. Llegamos a un puesto. Deme dos campechanos le digo y la noche es fresca y la calle llena de aficionados que se pierden en ella.

Monday, September 12, 2005

Cosas que se escuchan por ahi

Ayer mientras me lavaba las manos en los sanitarios de Cinemex Gran Sur escuché a un niño que le preguntaba a su papá: ¿Papá, los Estados Unidos son malos? Miré por el espejo y vi al niño: unos diez años, playera de las águilas; y luego al papá: un hombre chaparro, corte estilo militar, papada dura. A ver qué le responde, pensé.
Pero el padre fue, orinó, se lavó las manos y el niño se quedó siempre a su lado mientras el hombre iba a sacar papel para secarse y luego al bote de basura. Y los seguí, curioso, para ver si el hombre le respondía algo y ya mejor el niño se dedicó a asomarse por el mostrador donde crujientes y doradas palomitas rebotaban unas contra otras y salía espumosa la coca-cola de las máquinas y todo olía a chocolate y mantequilla.
¿Papá, los Estados Unidos son malos? Y el hombre nunca respondió. Tal vez no sabía. Tal vez le daba hueva contestar. Tal vez como era 11 de septiembre más valía no aventurar juicios sumarios o endechas por una nación todavía dolida. O simplemente le dio hueva. Como dice Carl Sagan. A veces nosotros, los adultos, somos los que les enseñamos a los niños a ser ignorantes y no preguntarse cosas. Les enseñamos el No y el qué hueva mexicanizando lo que dijo el físico. ¿Son malos los Estados Unidos?

Thursday, September 08, 2005

Retratos Familiares IV

Tía Martha
Mi tía Martha no aprendió a leer. No, no supo, pero tomaba las revistas y los periódicos con aire de quien se enfrenta a un laberinto. Mi tía no aprendió muchas cosas que se supone debe de tener la vida de la gente en este siglo. No supo de las ventas de verano en Zara ni de las explicaciones sobre las tres dimensiones de la galaxia y mucho menos sobre los números de Avogadro aunque sí sobre la boda del siglo y la muerte de Colosio en Lomas Taurinas. Mi tía escuchaba a veces en la radio los programas donde pasaban canciones de cri-cri, a tres patines y al Kalimán y le gustaba mucho la canción de Métete Teté, que te metas Teté, métete Tete no te lo repetiré. Grande como ella sola, a veces se llevaba la comida frente a la tele y ahí veía el programa de Hasta en las mejores familias y después Laura en América mientras comía picadillo, chiles rellenos o frijoles con tortillas quemadas en las orillas. Le gustaba la lucha libre y defendió hasta el cansancio el rostro bello de la luchadora Martha Villalobos, conocida como La Monster y en realidad se indignaba en las batallas épica de Cien Caras y Universo 200o contra el Perro Aguayo y Kónan. Pero mi tía Martha no aprendió a leer. No supo de "muchos años después frente al pelotón de fusilamiento" ni de "vine a Comala a conocer a mi padre, un tal Pedro Páramo". Ella sabía de Tres patines, de Kalimán y El ojo de vidrio, ella supo del rostro bello de Martha Villalobos donde todos mirábamos sólo una mujer ruda que frente a las cámaras de televisión sacaba la lengua y hacía con la mano una seña obscena. Un día voy a aprender a leer, me dijo, y se ponía con una libreta a escribir letras. Pero luego le ganaba lo inmediato a mi tía Martha y dejaba todo por cri-cris, luchas y cuidar a mi abuela y se iba dejando letras y todo, igual que ese novio abandonado en el altar hace mucho mucho tiempo, con invitaciones repartidas por toda el orbe, con letras de unión que ella se aprendió de memoria pero que nunca supo leer directamente del papel.

Tuesday, September 06, 2005

INEA recargada

Pasó el sábado. Fui a dar mis clases y me encontré a mis dos alumnas preferidas esperandome en el salón de clases. Van a tomar textos literarios III por primera vez y eso me llena de emoción.
Salvo uno o dos escollos, Rosario y María del Carmen han pasado los exámenes de la SEP. Pronto dejarán de ser mis estudiantes y las veré en otras clases mientras paso a mi salón a dar cualquier literarios o redacción.
Hablamos de lo que esperamos del curso, de las tareas, los ejercicios, de que si no leen simplemente no pasan y ellas asintieron. Ahora viene un largo bimestre donde veremos desde los huehuetlatolli hasta Cesar Vallejo sin olvidar a Manuel Acuña, Bernal Díaz del Castillo, Fray Miguel de Guevara y mi voz que madura y mi voz quemadura y mi bosque madura de Villaurrutia.
Dos meses otra vez para aprender con ellas. Esa es la única manera.