Monday, February 23, 2009

Hay gente que inica los lunes enojado. Así, no sé cómo terminarán la semana. Afortunadamente, no soy de esos. Los lunes los inicio soñoliento y si hay algo que me gusta en esta vida es andar así, con esa bruma entre el tener cosas que hacer pero estar lo suficientemente agusto como para no hacerlas pero saber que ese breve tiempo de bruma terminará pronto. Hoy que venía en el metro un chico y una chica casi chocan, se detuvieron, ella dio un paso a su costado derecho y él también. Ella sonrió y él empezó a murmurar quien sabe qué tantas maldiciones. La chica dejó de sonreír y huyo. Al tipo, bueno, también se le fue el metro. Buena semana tendrá.

Friday, February 20, 2009

Ocho años

Ya hace ocho años que traje mis huesos y mis miedos a esta ciudad capital. Ocho largos y dichosos años, en los que pasé de ser un joven que había tenido sus perdidas a un adulto casi en proceso de perder otras cosas. El avión planeó con suavidad sobre la ciudad de México y vi con avidez los techos enrojecidos, los tinacos, los edificios de cristal, la mancha verde sobre Chapultepec. El avión de Aeroméxico carreteó con algo de rudeza y finalmente se instaló en una de las entradas cercanas a las salas de vuelos internacionales. En el avión había conocido a un español, escritor, que se acababa de casar con una regiomontana y ahora ambos volaban a España, a Murcia, para ser más exactos. La chica tenía en la mirada cierta tristeza -ellos se habían conocido por internet y la boda apenas había sido la semana pasada en Mty-, y ahora se veía arrancada de todo lo que conocía para viajar a quien sabe qué lugar.
Yo llevaba dos maletas sucias y algo viejas que desentonaban con las último modelo que desfilaban en la banda de equipaje. Las tomé con apuro y me dirigí hacia la caseta de taxis, aunque sabía que iba muy cerca, a Aragón, a unas cuadras del metro del mismo nombre. El taxista salió rápido y rápido me depositó en la casa en avenida 519. Salió la Señora Alma con Minerva en brazos y no tardó en instalarme en el pequeño cuarto al fondo de la casa. Había un perro, que murió un par de años después y con el que me salía a correr y dos gatos, Ramses y Celic, que eran insidiosos y moralinos.
Rápidamente quise entrar en la ciudad. Le pregunté a la señora Alma cómo llegar al centro histórico y me dijo de la micro que pasaba por Circuito Interior, el metro´y cómo llegar. Yo iba con la nostalgia a flor de piel y en mi trayecto hacia Circuito Interior repasaba los nombres de los amigos: los De la Fuente, Cordelia, Janell, David, Raúl, Elida, etcétera. Me bajé en la estación Pino Suárez y desde ahí hablé a Monterrey. Una señora vendía quesadillas que calentaba en un anafre del que salía demasiado humo pero el humo del carbón quemado no me molestó, incluso se me antojó lo que vendía. Pero caminé. Seguí por esa avenida ancha, desemboqué al zócalo, miré de reojo la catedral y el palacio nacional. Ya el sol rebasaba la plancha. Entré por Brasil y una calle adelante -iba al INBA a buscar a Claudia y al Parra- cuando me lo encontré en la calle. Claudia y Parra saltaron por la sorpresa pero yo, de alguna manera secreta, lo tomé como un buen indicio, la certeza de que incluso en esa ciudad en la que no conocía nada ni a nadie, terminaría por encontrar buenos amigos.
Nos fuimos a comer a los bisquets de Obregón en la calle de Madero y después tomamos un taxi hacia una escuela por Tlalpan, a una estación del metro Villa de Cortés, donde la siguiente semana ya empezaría a ir al Centro Mexicano de Escritores. Mientras Claudia entró a sus clases -iba a presentar el examen de admisión a FFyL en la UNAM (terminó la carrera hace como tres años), el Parra y yo nos pusimos a platicar en el Sanbors de Xola. Me tomé un jugo de piña delicioso. Ya casi a las seis ellos se fueron -tenían un compromiso- y yo me interné en uno de los cafés internets de Tlalpan. No sabía en dónde estaba, pero, para todo recién llegado a la ciudad de México, ya sabía una cosa: mientras el metro esté cerca, nunca estarás perdido.
Janell me acababa de enseñar a utilizar el messanger, así que me conecté y empecé a hablar por él con una de mis dos únicos contactos: con Cordelia. Yo estaba disfrutando el viaje, la sensación. Volví a casa como a eso de las ocho de la noche y al llegar ya estaba la señora Alma con Samuel, su nieto, preparando la cena. Bebí un vaso de leche y me fui a mi cuarto a dormir, bueno, en realidad a leer. Terminé de leer a Volpí, sí, Volpi fue mi primer lectura en el D.F. Ese mismo año lo vería con la Gandhi, con Padilla y Palau, divertidos, jugando entre los libros. Le diría a David aquello y él lo tomaría con cierta envidia, porque ya sus amigos o él mismo, estabamos todos desperdigados. No soñé nada esa noche.
Hoy me desperté con esa sensación del paso del tiempo. En mis ocho años en el D.F. he vivido en nueve casas distintas. He trabajado en tres sitios: Santander, el ILCE, Santillana y ahora en Jus. He hecho buenos amigos que aún siguen en el horizonte, como Marlen, Alicia, Elena, Rodrigo y Efraín, el Boone e Hinojosa, Jorge; también amigos intermitentes, gente con quien la pasé muy muy bien, como todos los compañeros del ILCE, sin duda, el mejor trabajo que he tenido en todo este tiempo, buenos compañeros y compañeras, salidas a antros, excelentes fiestas, cero ambiciones laborales y curiosamente, casi no he hecho a ningún amigo en las instituciones de cultura por las que he pasado, y he sido hijo adoptivo de dos familias, los Arreola y los Camarillo Palafox. Desde hace siete años, todos los sábados, doy clases para adultos en el INEA y en Amistad Cristiana.
En este tiempo han venido mis padres y también mis suegros, y Elida, Ana, Lili, Laura, Carmen, Samantha, Raúl, Lacho, también un tipo del que es mejor no acordarse, y casi todos mis hermanos, menos Saúl.
Y también llegó O. Mi O.
Y, también, como todos los años, ya sueño con partir. Rebotan en mí las palabras de Bandeira: "todas las mañanas, el aeropuerto de enfrente me da lecciones de partir." Pero ese día no llega aún. Solía decirme un amigo, Daniel Sánchez, cuando decidas regresarte, dime, no le pienses, yo llegó por ti en mi camioneta, subimos las cosas y nos vamos en caliente." Ah, Daniel, creo que ya no tienes esa camioneta, verdad?

Thursday, February 19, 2009

Sacarse la lotería

Estos días he andado sumiso en la nostalgia y la idea de ganarme la lotería ha aparecido con fuerza, sólo que no sé qué haría si me ganara la lotería. Bueno, de entrada, le daría dinero a la gente que conozco y que sé que lo disfrutarían mucho. Le daría dinero a mi familia, a mis suegros. Mmm, no me compraría un coche nuevo, puesto que el que tengo me gusta más que bien. Compraría varios terrenos y construiría casas habitación para rentar y pondría una editorial. No sé si volvería a Monterrey, pero tal vez a Villa de Santiago sí, me compraría una bonita casa, con tres habitaciones, un solar que diera a la carretera nacional, para ver cómo pasan los coches y pondría libreros muy altos y una MAC en mi escritorio. En suma, me gustaría saber que mis hermanas andan en coche o que mis suegros tienen una gran casa y que O se comprara todas esas cosas tecnológicas que le gustan y los lentes tan caros que no la he dejado comprarse, jajaja, pero ella no me compra Uridium, así que de alguna manera estamos a mano.
Pero entonces, como en todos los sueños, despierto. Y me aburro y me da sueño .
Esta vida aburrida que tienes, me dice Gaby en la editorial, cuando ayer entrevisté a Atlantis y antier al Hijo del Perro y la próxima semana a Blue Demon!!! jeje

Monday, February 16, 2009

Es curiosa la sensación de terminar algo, y por algo me refiero a un libro, un libro de cuentos, novela, lo que sea, pero darle al libro un ceremonioso listón con la palabra FIN, aun y cuando sea indudable que ese libro aún necesita mucho trabajo, pero que, de alguna manera u otra, todo lo que tenía que contarse, el fin, la tensión perpetua entre los personajes finalmente se desahoga entre ellos y en la relación que ellos guardan con quien los escribe. Este fin de semana terminé Ixel y eso me pone contento: es como liberarse de algo que estaba ahí, de esos personajes que tal vez necesiten de más páginas para ser contados junto con la aventura de este barco sagrado. Aún hay cosas en las qué trabajar, pero espero poner bien el listón y que quede bien junto a sus hermanas de género de Los cazadores de pájaros y la próximamente Reptiles bajo mi cama. Así que hoy hay que celebrar o más bien el viernes, el viernes hay que celebrar. Habrá fiesta, no por terminar una novela, no, no, sino por el Anti-amor. ¿Qué es eso? El estado natural de nuestro país. A poco no.

Tuesday, February 10, 2009

Cumple de papá

Papá cumple años. Temo decir que no sé cuántos cumple, aunque anoche hacía la cuenta y según yo, cumple 54. Malo para las fechas, todos los años mis hermanos me hablan para recordarme, "ey, hoy es 10 de febrero, háblale a papá". Les agradezco enormemente que lo hagan aunque aún así siempre meto la pata. En una de esas ocasiones me hablaron con media hora de anticipación a la fiesta. Tomé nota y una hora más tarde hablé. Felicité a papá y no sé porqué, me pusieron en el speaker. Me puse a saludar a tíos, primas, hermanos y me emocioné tanto que olvidé todo. Estuvimos platicando como media hora hasta que al final, casi al despedirme, dije: "ay, gracias por recordarme del cumpleaños, que se me había olvidado por completo". En ese momento, silencio, luego, carcajadas. Al final, papá sentido. Pero no todos los años han sido así.
Tal vez me olvido de su fecha de cumpleaños, pero procuro no olvidar otras cosas: cuando teníamos juntos el negocio de ropa deportiva y todos los lunes nos sentábamos a la mesa para hacer los planes de trabajo: cuánta tela comprar, con qué costureras ir, qué hacer primero y después. Al final, había una especie de paz en la mesa, antes de la cena, esa paz que da saber que hay trabajo y sabemos como hacerlo bien.
Tampoco procuro olvidar cuando nos íbamos a correr a ciudad deportiva. Caminábamos desde la casa hasta allá, unas doce calles y nos poníamos a correr. Allá íbamos en el trote, uno dos, uno dos, un dos, sudando, tragando saliva, a veces escupiendo, el sol nos pegaba primero de un lado y después del otro, el aire y la arena, la ruda y suave al mismo tiempo sensación de las pisadas, el braceo.
Algunas veces, pocas en realidad, nos íbamos a comer coctel de camarones en un sitio, no sé si siga ahí, en la esquina de Tapia y Juán Mendez. Él pedía una copa grande y yo deambulaba entre pescados y otras cosas ya que fue en una de esas salidas que descubrí mi alergia a los camarones. Lo sé, lo sé, sé que me pierdo de una de las pocas delicias del mundo, ya purgo mi propia condena.
Ahora hemos agarrado de irnos al cine cuando voy a Monterrey. Es como una salida obligatoria. Nos sentamos con palomitas y todo, oímos, vemos, nos reímos, nos asustamos. Casi no decimos nada, pero estamos ahí, juntos. Luego volvemos a casa, hablamos, me dice qué hacer, cómo hacerlo, me da sus consejos. Ahora disfruto mucho más otra cosa, cuando vamos a Monterrey, que O hable con él, que papá se suelte a contarle quien sabe qué cosa, que lo escuche reírse o quejarse aunque a veces papá salga con cada cosa, jaja. No sé si el próximo 10 de febrero me acuerde o me tengan que hablar, pero bueno, hay cosas que la tradición dicta como el olvido, hay cosas que el corazón exige, como el recuerdo.

Thursday, February 05, 2009

Acabo de ver en el blog de la Mine que puso fotos de la gente con la que extraña cotorrear, esa gente que ya te sabe, ya te conoce las mañas, que tú les conoces las suyas y que, como dicen por todas partes, no hay pedo. Lamentablemente casi siempre he padecido de algo: que mis amigos no se caigan muy bien entre sí. Los ejemplos son muchos. Pero lo importante de lo que me recordó la Mine fue esa gente que antes era amiga y que ya casi no la veo.
Por ejemplo Nora, compañera de la secu, sí, de la secu. No sé porqué pero nos habíamos hecho primos por el habla y la amistad. ¿Cómo está primo? Bien, ¿y usté prima? Así nos íbamos por la vida. Además, como mucho tiempo vendí periódico cerca de su casa, esto me permitía visitarla un poco más, los sábados cuando íbamos a la cobranza.
También recuerdo y me gustaría hablar de nuevo con Linda Montemayor. Estabamos en la secu y creo, éramos buenos amigos. Cuando me enfermé de viruela me llevó flores, qué cosa, que conmoción. La seguí viendo ya durante la preparatoria, hasta los inicios de la facultad. después le perdí la pista. Luego, hace como tres años volví a buscarla y su papá me dijo que se había casado, que no estaba, pero que volviera después. No volví.
También me acuerdo de Gloria Drawaillet, era muy divertida y mucho muy inteligente. Estábamos en segundo de secundaria, qué chiquillos y nos vimos también hasta la facultad. Luego dejé de tener la pista cerca (más bien me cambié de ciudad).
Así se me van juntando los nombres: Alfonso y Betty, Cristina Aguirre, Norma, una Elizabeth en la prepa que vivía en la Estancia, Ángel, ¿dónde andas Ángel Reta?las fresas, como se llamaban en el salón de comunicaciones a Elisa, ¿Elsa?, Elizabeth, Selena, Anarik y al Gilberto que ahora sale en la tele dando noticias de música grupera en el canal dos y que siempre se quejaba por mi voz, o bien, a Berenice. Qué de rostros somos.
Aunque claro, sigo viendo gente, buenos amigos, como los chicos de la prepa, Mónica, Rafael, Aneida, Diana, Denisov, Fabián y Enrique, o bien Josué y Diana de la secundaria y la Caro, el Rilva y Miner de la facultad. Aunque veo que con el paso el tiempo los lazos son menores y duran casi siempre el tiempo que convives con la gente. Siempre, al final, volvemos al pasado. A lo seguro auqnue a veces ya no tienes mucho en común con esas personas porque los intereses siempre nos lanzan a aventuras, pero con ellos siempre hay una cosa de familia. Amigos de familia, sin duda.

Monday, February 02, 2009

Sueño con serpientes

Soñé que me invitaban a presentar un libro. No recuerdo qué libro era, ni quién era el autor. Pero lo interesante es que, en el público, estaban todos o casi todos los que sé me detestan por una cosa o la otra o que mi persona les parece graciosa, ingenua, naif, etcétera. Ahí estaban aquellos maestros que decían: "y los norteños, díganmen qué es de los norteños". Ahí estaba la persona que me sugirió que dejara de escribir porque yo no iba a aportar nada a la literatura no digamos mexicana, ni regiomontana, la que me enloda sin que yo la conozca pero ya saben, de todo uno se entera. Ahí estaba el que hizo un blog contra mí, mi maestro de la prepa que dijo: "Hay cosas que se las tienes que dejar a los mayores, y eso es escribir." Ahí estaba un tipo al que en una semana le quité, sin saberlo, trabajo, premio e incluso, pareja. Ahí estaban los que se burlaban de los títulos de mis libros e incluso los conocidos que más parecen enemigos, los que escriben en blogs de conocidos para tirarme. En fin, espléndida reunión. Pero... presenté el libro. Y en el sueño recuerdo mucho que me reí, que dije muchos chistes, que los tenía matados de la risa. Lo asocié al despertar con algo que me dijo un conocido: Toño, detesto lo que escribes, ignoro cómo es que has publicado pero... tú como persona me caes muy bien. Bueno, me dije, algo es algo.