Friday, September 29, 2006

Invitación


Espero puedan ir si se encuentran en la ciudad de México.

Thursday, September 28, 2006

Sorpresivo

Hoy, don Rafa, el portero de mi edificio (sí, tengo portero en donde vivo), se despidió de mí con una frase que nunca había utilizado: "Hasta luego, lindo". Me quedé medio inmovilizado. ¿Lindo? Y cuando le dije, gracias, gracias, insistió con un: "que te vaya bien, lindo".

Ni qué decir. Hay días raros, de eso no cabe duda.

Monday, September 25, 2006

Máscaras

Mi casa no es tan grande aunque sí está muy bien ubicada. Estoy a tres cuadras de la Fundación y a menos de quince pesos de la casa de O. Mi casa tiene una cocina pequeña, una sala comedor angosta y una recámara del mismo tamaño. El baño es amplio y fue, tal vez, lo que más me gustó de mi casa. Mientras buscaba, visité muchas. Los baños eran deprimentes. Ni te podías mover. La sensación de claustrofobia mientras te bañas debe ser una sensación terrible.
Ayer en la semi oscuridad, miraba mis muebles, el decorado. Tuve la sensación vaga de que todas mis máscaras me cuidan: mi jaguar amarillo con bigotes de cerdas de puercoespín vigila mi sueño mientras charla con la máscara del viejo chino que tiene esos largos cabellos y barbas esculpidas en la raíz mientras una tercer máscara, la de un hombre con frente de piel de armadillo vigila la calle, el paso de los automóviles en Frontera. Vi mi cuadro de Joy Laville que me ha acompañado por tantas noches y a un lado del librero el cuadro del caballo naranja junto a la fotografía de la pulquería xochimilca.
Así, dormido, los muebles de mi casa hablaban entre sí, igual las máscaras. Quién sabe qué dirán, cómo se callarán mis máscaras cuando despierto a las tres de la mañana con una vaga sensación de ahogo y me arrastro al sillón a prender la televisión o buscar en alguna revista los infortunios de José Bonaparte, o tengo la idea de que debo de leer esa novela de el mar.
Son pocas cosas las que me definen: un puñado de máscaras, tres cuadros en casa, mis libros, las copias apiladas de textos que esperan revisión. Y hoy, al despertar tuve la sensación de que mis máscaras hablaban y me cuidaban. Cada una con una personalidad distinta, una sabiduría distinta. Uno no las busca en los tianguis por cómo se ven o verán en la pared, sino por la personalidad que tienen. Imagino mis máscaras, cada una con su personalidad y queriendo congeniar entre ellas. El jaguar fiero, sabio, el anciano igual de sabio, con cierta nostalgia, una mujer china divertida y mi máscara purépecha sobria. Todas ahí.
Hoy me dieron una idea. Hay que hacer una caja, llenar una caja. Una caja para cada década. Homenajear la vida con cajas del tiempo. Tengo 29 años y los cambios se acercan. Tengo que buscar una buena caja y meter todo lo que he escrito hasta ahora, algunas revistas, fotos, fotos de mi cuarto, fotos de O, fotos de mi familia. Tal vez las máscaras me dicen que viviré muchos años y esto apenas empieza. O tal vez mis máscaras me dicen que no viviré tanto como lo planeo y que es necesario dejar cajas del tiempo con fotos de las casas donde habitamos, de los que ahora son y están. ¿Quién se apunta?

Wednesday, September 20, 2006

Retratos familiares

Jorge
Mucho tiempo mi hermano Jorge fue un extraño pero yo me lo encontraba en la calle. Mi hermano Jorge, lejos, siempre está cerca. Muchos Jorges han salido a mi encuentro. Hombres parecidos, miradas parecidas aparecían frente a mí en los sitios más insospechados. En un restaurante al lado de la carretera a Morelia, en una presentación de libro, en la mesa frente a la cual revisaban unos textos. Estudió ingeniería civil y desde adolescente se veía que resultaría un hombre práctico para zapatas, construcciones y composturas. Fue, durante mucho tiempo, la verdadera mano derecha de mi tío Roberto. La responsabilidad le sentaba bien. Un día me di cuenta que no lo conocía. ¿Quién era mi hermano Jorge? ¿Sólo un ingeniero civil, sólo un hombre con mi sangre, salido del vientre de mi madre? ¿Sólo alguien que pasaba los fines de semana con sus amigos después de la escuela? ¿Alguien a quien le quitaba, prestada, la ropa? Lo descubrí de niño cuando jugaba al fútbol con nosotros en la calle. Lo redescubrí la tarde cuando le rompí un diente al lanzarlo contra la pared. Lo redescubrí cuando juntos, en la camioneta de mi tío, espíabamos a las muchachas que pasaban por la calle. Y fue imposible no acordarme también de mis otros Jorges: esos hombres tan parecidos a él en voz, ojos, rostro: Jorges extraños en la calle y en presentaciones de libros. Al verlos me daban ganas de abrazarlos, de hacerme su amigo, pero no lo hacía. Hoy mi hermano Jorge no es un extraño para mí y no me he vuelto a encontrar a ningún hombre que se parezca a él. Juntos terminamos de construir la casa de mis padres. Juntos andábamos en una camioneta con aparatos de aire acondicionado en la caja, listos para ser limpiados, desarmados bajo el sol. Juntos huímos también de los regaños de nuestra madre cuando nos portábamos mal. Esta es la imagen final como lo recuerdo. Vamos por un llano, el sol nos pega en la espalda y nuestra sombra lame las piedras y arbustos. Atrás viene mamá persiguiéndonos y nosotros vamos risa y risa, huyendo de ella.

Monday, September 18, 2006

Nostalgia del mañana

Me preguntan: ¿Por qué escribes? Respondo un choro sobre los motivos y las fuerzas cosmogónicas y la necesidad (todos los escritores escriben por necesidad, eso es igual a pureza, y puras cosas de sentido harto honroso en la vida). Cuando termino, todo mundo sabe que me aventé un choro. Afortunadamente no es un entrevista sino parte del curso de lectura en Voz alta que nos impartió Alma Velasco en la Fundación. Y la maestra Alma aprieta los labios, abre los ojos con ganas de reprimir y reprime. A ver, a ver, a ver, no, no, no, Antonio, me dijste muchas cosas pero no porqué escribes. El que sigue. Y regreso a mi sitio.
No es una pregunta que nunca me hayan hecho pero ahora sí, me quedo pensando. Seguro que yo sé porqué escribo. Y mientras Gaby nos explica porqué escribe, pienso, pienso, pienso y doy con la respuesta. Así que, como buen alumnito, alzo la mano y digo: maestra, ya sé porqué escribo. Escribo por nostalgia.
Ahí está la respuesta. Escribo por nostalgia ahora, nostalgia no sólo del pasado, sino del presente, del futuro. Nostalgia por saber dónde y cómo terminaremos, cómo se nos fue la vida. Al final sólo nos quedará eso cuando las fuerzas se hayan ido.
Nostalgia, por ejemplo, por el fin de semana pasado. Vimos fuegos pirotécnicos y pensé qué parte de esa luceta seríamos y nos perderíamos. Bailé banda con O en la plancha del monumento de la revolución. Nostalgia por saber qué será de nosotros cuando Vicenzo alzaba la copa, cuando Hinojosa le pegaba a la pared, cuando el mimos Hinojosa salió corriendo a la avenida a torear los carros a las tres de ma mañana. Nostalgia por ver bailar a O con Paola y por ver a O platicando con Tania sobre el movimiento pejista. Y nostalgia por la señora de 95 años que agitaba la mano con ujna bandera del prd y nostalgia por todo ese que se mojaron. Al final de cuentas creo quieren un cambio y quienes somos los otros doce millones que no votaron por peje para decirles que se callen, que no tengan esperanza. No hablo de lìderes del movimiento, sino de la gente de a pie. En los políticos, por naturaleza, no hay que confiar, pero en la gente de pie?
Y nostalgia por mis amigos en Monterrey a cuyas fiestas e hijos hace rato que no veo y nostalgia por mis hermanos y mi familia y mis dos abuelas. Ya sé porqué escribo. Eso es muy bueno. Al menos, ya le di nombre a lo que lo anima. Y es una nostalgia la mía, egoista, egocentrista y etnocentrista porque me quiero recordar y recordar a los que me rodean. Qué será de mis amigos y familia en el futuro? ¿Dónde terminarán? ¿A cuántos iré a enterrar o quienes me enterrarán? Somos canicas descarriadas en un gran juego, creo.

Thursday, September 14, 2006

Con letra chiquitita

Es forzoso sentirse optimista, creo. Aunque el país se vaya a la mierda, aunque le debes más de tu vida a hacienda, aunque tengas los recibos vencidos y no puedas cobrar la entrevista y la crónica que hiciste con meses de anticipación para una revista. ¡Por qué la gente se pelea en los blogs, a la vista de todos y te alteran los nervios (cuando los conoces claro)? ¿Es que ya no existe la secrecía? Hace meses me enviaron un mail donde me decían hasta el cansancio lo pésimo que son todos los encuentros literarios y que quién diablos pensaba que en un encuentro se hablaba de literatura: todos eran puro ver a quién te encamabas y a ver cuánto esnifabas. Me sentí sumamemente agredido pero, en mi natural orden de pensamiento, le escribí para agradecerle su comentario. La verdad, pobre. ¿Quién está buscando al pureza en las cosas? Deberíamos pero por favor... tenemos ya más de tres mil años sobre la tierra y las cosas siempre han sido iguales. Adán desobedeció a Dios, Orestes mató a Clitemnestra, Anibal asesinó a no sé cuantos romanos en durante su ilustre vida. ¡A quién le importa! Hace días me puse muy contento por que alguien me regaló dos revistas Coloquio de 1993. Dos revistas donde viene el nombre de toooooooooodos los escritores regiomontanos de ese entonces. Sólo quedarán, en pie, unos diez o doce. Los demás, caput, se perdieron, se casaron, hicieron otra cosa. La selección natural. Y me dije, ufan0, que eso no me iba a pasar pero y si pasa, pues que pase. Hace días puse mi nick de messanger que "Ojalá alguien nos enseñara a vivir". En realidad era un vedado grito de fastidio. En mi laboratorio de promesas de la ingeniería civil donde estoy, es un grito vedado todo: soberbias de un lado para otro, sonrisas hipócritas, murmuraciones. Hace días, también, me dijeron: "todos los que tú crees que son tus camaradas son los primeros que hablan mal de ti" Y pensé y yo qué diablos tengo que soportar todo eso. Vivir es extraordinariamente complicado. Estamos bien repartiditos: nuestro ojo pertenece a un deudor: nuestro otro ojo pertenece a otro deudor. El amor exige el corazón. Hacienda tus manos. La espalda es exigida por los puñales para clavarse en ella. Los pies, pobres de los pies. A veces da la sensación de que no nos pertenecemos (en realidad, creo, no nos pertenecemos, nos vamos liando con objetos, personas, egocentrismos, etcétera). A eso, hay que agregarle a todo el que, aún así, viene y te mete la zancadilla, ve dobles o triples intenciones en tus actos, le da por humillarte, por hacerte sentir que sólo su visión todopoderosa vale. No saben, en la vida como promesa de la ingeniería civil cada dos cuadras hay un superdotado que construye mejor que tú, que manda a los albañiles mejor que tú. Ah... supongo que luego vendrán otros días donde por fin pueda dejar de ser yo y.., porque ah... cuando puse que ojala alguien nos enseñara a vivir, no faltó quien empezó a sermonear con eso de: pero si no hay clases y bla bla bla (ya ni recuerdo quien lo dijo). Y fui Juárez a otro controvertido encuentro de escritores (controvertido porque nunca faltará quién diga que los encuentros están vendidos lo mismo que becas, premios, noviazgos, casas para vivir, computadoras, etcétera, etcétera, etcétera) y me censuraron... Me dijo un maestrillo del cbtis que debía mantener el espirítu alto. y no poner cuentos con malas palabras... Y luego me conté a mi madre y me dice: pero ya lo vas a corregir, a quitarle las malas palabras. Casi me da el soponcio. Chale.

Sunday, September 03, 2006

Don Juanito

Frente a la casa de mis padres había una pequeña casa de madera, pintada de amarillo y con techos de lámina. Era pequeña y tenía al frente un jardín. En la casa vivía don Juanito. Se ganaba la vida recogiendo periódicos y metales en un carretón verde que estacionaba fuera de su casa. Don Juanito era de tez blanca, pelo canoso y un estómago curvo como de aguacate. Como en todas las historias comunes, siempre que jugábamos al fut era un castigo que el balón entrara al jardín de don Juanito. Si eso ocurría había entonces qué hacer diplomacia y platicar y rogar y enojarse y hacer rabietas y casi mentarle la madre a don Juanito si no nos quería regresar el balón. A veces, ante su negativa, el partido se clausuraba. Adiós futbol. Adiós goleada espectacular. Don Juanito se colocaba el balón bajo la axila y entraba a su casa.
Siempre nos preguntamos por su soltería. Tenía una hermana también mayor que al parecer estaba enferma, una enfermedad mental. Cuando salía todo en ella eran sonrisas, pero sonrisas bobas, retardadas que a algunos nos daba cosquillas en el estómago. Un buen día la hermana desapareció y, como suele ocurrir, algunos dijeron que había muerto, o la habían matado o simplemente se la habían llevado a un manicomio. Era esa rudeza de niño con la que hablábamos.
Y don Juanito se hacía cada vez mayor. En ratos de extrema generosidad nos mandaba llamar y nos daba higos, naranjas o frutas que diera los árboles de su casa. Nunca pasamos al interior de la casa. Permaneció como un espacio fértil para la imaginación. ¿Qué había adentro? Nunca lo supimos pero una tarde cuando descubrimos en una pared lateral de la casa, una pared también de madera, una colmena de abejas, imaginamos la casa invadida al interior por los insectos. Imaginé un cuarto clausurado, don Juanito dormido por el susurro del vuelo de todas las abejas.
Pero quién era don Juanito se convirtió también en una interrogante terrible. Cuando el balón se volaba y había que enviar una comitiva a pedirlo, esa comitiva se convirtió en un emisario: el emisario era yo.
Ahí descubrí, lo sé ahora, ese primer rasgo de la soledad: la necesidad de ser escuchado. Don Juanito me daba el balón después de que me platicaba conmigo diez o quince minutos. A veces el juego se reanudaba pero yo me quedaba platicando con él. Así descubrí su juventud en San Francisco, me contó después que se anduvo muriendo una vez porque lo apuñalaron. Me habló de sus hermanas, de algún oscuro amor perdido. Después también lo olvidé. Me fui a la ciudad de México.
Una tarde me dijeron que había muerto. Mi primera pregunta fue: ¿y la casa? Vinieron unos sobrinos, me dijeron, y se llevaron algunas cosas. Ahora la casa está aún de pie sin las abejas, sin muebles, la higuera y el naranjo secos, retorcidos. Y la casa sigue en pie, amarilla como siempre, pero desteñida. La última vez que fui a Monterrey la vi silenciosa, sin mano de hombre para enderezarle los caminos. Y me pregunté qué había sido de don Juanito, cómo lo encontró la muerte, qué quedó de su casa dentro de su casa. Papá me comentó que seguro ya se encontraba vacía. Ladrones pensé, son los peores del mundo. No guardan ni el respeto a la memoria de gentes que sólo tuvieron ese valor. Ladrones, pienso, ojalá les roben sus tumbas y las de sus hijos y la de la gente que aman para que paguen, con su rapto, todo lo hurtado.

Friday, September 01, 2006

Septiembre

Un mes para que se termine esto. Veo septiembre, no sé si con esperanza o hastío. He contado las horas. Ocho más y se acabó. No sé en qué sentido, pero se acabó. La vida se vive en pedacitos. Ocho más de un curso. Lastimosamente, también, sólo tres horas más de lectura en voz altas y doce del taller de cuento. Aunque al taller puedo seguir viniendo y lo haré. Ayer le preguntaba a un amigo, porqué repetir. Yo no sé, pero metí mi cartita. Tal vez esto es sólo confusión. Tal vez. Pero ya es septiembre. Hace un año estaba dando brincos de gusto porque el correo del maestro Langagne estaba entrando a mi bandeja de entrada. Y el correo decía: fuiste aceptado. Ahora, ha pasado un año desde ese día. Me encontraba en el ILCE. Ahora me encuentro en la Fundación. Ese día salté de gusto y abracé a Laura. Ahorita le acabo de pedir a Alberto sus obras para leerlas y entrevistarlo. No sé, no sé. ¿por qué repetir? Y es Septiembre ya, quedan ocho horas de casi todo. Así es, creo, como nos llega la muerte.