Tuesday, October 31, 2006

Que no molesta a nadie

Hace mucho tiempo escribí un cuento sobre la muerte de Colosio. En el texto un maestro de historia creía que él era Colosio y, cuando se enteraba del asesinato salía del salón con la certeza de que no podía ser, él era Colosio pero al ver la televisión encontraba a su esposa y sus hijos llorando en el hospital. No recuerdo en qué terminaba la historia pero estaba muy muy satisfecho y contento con mi historia de tres cuartillas. La llevé al taller de Parra y no recuerdo porqué pasó con muy buena nota.
A las semanas me enteré de que había un concurso de cuento en Filosofía y Letras. Le dije a un amigo: “Raúl, voy a participar.” Y lo dije con la certeza de que no sólo iba a participar, sino que también iba a ganar. Cuando entreviste al Christopher Kipkiego, el ganador del maratón de la ciudad de México hace como un mes, me dijo que él sabía que iba a ganar apenas salió por la línea de meta. Yo me sentía igual al momento de dejar mis tres copias dentro del sobre color manila y entregarlo en el comité de estudiantes.
Pasaron las semanas y un buen día se invitó a los participantes del Concurso Unicornio a asistir a la ceremonia de premiación. Yo iba con una amiga y subí ansioso al auditorio. Se dijeron las menciones especiales y yo… está bien, seguro no quedé ahí. Después se dijo el tercer lugar y yo me puse un poco ansioso pero nada. Cuando se dijo el segundo lugar sí pensaba que sería yo y nada. En el primero comencé a dudar. Ganó un tipo cuyo nombre no recuerdo y yo salí enfurecido del auditorio.
Dejé atrás a mi amiga y me fui a la biblioteca principal del estado a buscar algo qué leer. Encontré una novela: “Cien años de Soledad” y me dije, a ver qué es esta madre. Leí desde las doce hasta las ocho de la noche y conforme más avanzaba la historia más me picaba. Luego salí de la biblioteca con la certeza de que estaba muy muy jodido pero leer a Gabriel García Márquez me sirvió de catársis para manejar la frustración de la derrota.
Tres años más tarde, obtuve un tercer lugar en el premio de literatura joven universitaria y me invitaron a ir a una charla con Gabriel García Márquez en el Museo de Historia. Claro, fui y cuando me tocó estar frente a él para que me firmara mi libro, le conté rápidamente la anécdota. Gabo se limitó a alzar la mirada y sonreír calladamente. Qué bueno que mi literatura te sirvió de algo, me dijo y después firmó mi libro. Yo pedí su correo y la secretaria me lo pasó pero nunca le escribí al colombiano.
Lo que no le dije fue que al día siguiente de leer me puse a escribir de nuevo, a ver qué salía y apareció la historia de un hombre que enfriaba todo lo que tocaba, tan mala como la historia de Colosio. Y lo escribo porque es imposible abstenerse de las críticas. Ayer, un compañero de la tutoria me invitó, gentilmente, a que dejara de escribir porque desde su punto de vista sólo llenaba páginas y páginas sin contar nada nuevo, sin innovar la estructura literaria, sin molestar a nadie, etcétera, etcétera, etcétera.
Y bueno, no soy un ángel del Apocalipsis de la literatura, ni el renovador de la estructuración lúdica de escribir. No soy quien cambiará la tradición literaria de 300 o más de años, como tal vez él desee serlo. Son cuestiones de incompatibilidad de visiones del mundo y de la escritura. Yo seguiré contando mis historias tradicionales, mis historias pequeñitas que hablan de gente. Simplemente seré alguien que vuelva a escribir cuando le salga mal. Que le dolará la crítica cuando venga con buenas y malas intenciones pero que volverá a escribir. Justo ayer Bernardo decía que no hay derrota en la escritura. Y tiene razón: nunca hay palabras suficientes para que alguien me diga que deje de escribir y le haga caso.
Ya te jodiste, me dijo el vendedor de quesos en el mercado de la colonia Guerrero cuando le dije que ya llevaba más de cinco años en la ciudad de México. Después agregó, yo soy de Matehuala y terminamos hablando de geneologías potosinas. Hoy le decía a un taxista que no tiene razón ese vendedor. Aún me puedo ir de la ciudad de México. Y mientras llego a la casa pienso en un mapa imaginario todos los destinos posibles. Lástima que no existan mapas fantásticos donde sea posible ir a todos los mundos imaginarios. Cuando llegué a la casa un par de enfermeras platicaban con don Rafa sobre las vacunas para gente de la tercera edad. Y don Rafa asentía muy manso sin pensar en Atenas, Timbuctús y Coreas del Norte. Ahí se me acabó el viaje imaginario. Y lo digo, aún me puedo ir.

Monday, October 30, 2006

Espacios restringidos.

A veces pienso que mi vida es muy aburrida. Y un amigo, Boone, dice que sí, en realidad la vida es muy muy aburrida. Y lo dice con tal certeza que pienso: ¿quién es el aburrido? Y a veces también pienso que en la vida casi no pasa nada o no veo que pase nada, sólo el mismo acto que se repite, (válgame el pleonasmo) una y otra vez. Pero después me doy cuenta que no, que en realidad estamos y estoy viviendo a ritmos vertiginosos, elocuentes, difíciles también, que las personas que están a mi lado también cambian de formas sorprendentes pero por la cercanía no lo podemos ver o no los vemos porque también, creo, la vida comienza a acotarte en un espacio restringido: sólo los más cercanos, la mujer que amas, la familia, los amigos más cercanos.
Y la vida acordona, demarca, limita así y nos vayamos a Europa, así tengamos hijos y se nos mueran seres queridos. Y cambiamos terriblemente en cuestión de meses. Pienso esto porque ayer fui a visitar a unas buenas amigas: y sus hijos recién nacidos. Me senté en uno de los sillones largos de la casa de ellas y cargué al mayor. Me sorprendía lo profundo de su sueño, sus manitas, los dedos alargados. Estaban los dos vestidos de calabaza por la cercanía de Halloween.
Hace dos años o más en esa misma casa, en una fiesta, otra amiga nos contó que se iba a casar y a los meses nos contó de porqué no se casó y casi un año más tarde, nunca más volvió para decirnos, porqué en Europa, en Francia, después de realizar estudios de Filosofía, decidió tomar el hábito y convertirse en monja.
Y hace dos años también unos buenos amigos se casaron y tuvieron una niña y la bebita murió. Y recuerdo que después de la última misa de cuerpo presente fuimos todos a comer pollos asados a un restaurantito pequeño al sur de la ciudad. Y mis cambios, pienso, cuántas cosas no han pasado en estos dos años que me han hecho ir cambiando poco a poco muchas ideas y formas de ver la vida. El espacio restringido no se vuelve algo terrible, sino el hogar. Y pienso en otra amiga que se casó a escondidas y otra que volvió a vivir con su madre y amigas a quienes les diagnosticaron enfermedades terribles y ahora luchan contra ellas y amigos con hijos nuevos. Y pienso de nuevo, en los espacios restringidos, en el hogar, el cómo crecemos sin darnos cuenta, cómo maduramos sin darnos cuenta, terriblemente solos muchas veces, terriblemente acompañados también. Y todo eso me provocó ver al par de hijos de mis amigas que hace dos años andaban de fiesta en fiesta y habían decorado mi trajinera del cumpleaños 27 con muchos anuncios de: prohibido orinar en los canales, etcéteta etcétera. Y al final, ya se sabe, lamentablemente no se pudo respetar esa prohibición.

Thursday, October 26, 2006

Lindo

Hoy, nuevamente, don Rafa me dijo: adiós, lindo.... Yo tenía las más firmes intenciones de no sonreír en todo el día pero caray, iba a mitad de la calle con media carcajada.

Monday, October 23, 2006

Humo

Si no tengo nada qué hacer vengo al blog y escribo algo. Y ahora existe toda una parafernalia alrededor del blog: que si es medio literario, que si no lo es, que si existen en él los elementos probables para desentreñar el estado fragmentario de la vida y etcétera, etcétera, etcétera. Incluso, una vez un conocido me dijo, casi me exhortó a que en los blogs no debería de tener errores de ortografía porque somos lo que escribimos y la serie cuestión sobre la responsabilidad del bloger. Escribo en el blog cuando no tengo nada qué hacer y mis amigos se ríen de mí porque incluso, tengo dos y un tercero muy muy escondidos, sin liga alguna, sin ninguna relación de nada, sólo para ver si los blogs también nacen muertos y nadie los visita aunque navegue.
Hoy escribo en mi blog porque me acordé de los autos viejos de mi abuelo. Siempre olían a gasolina quemada, echaban la mitad del humo afuera y la otra adentro pero a mí me gustaba ese aroma a gasolina, me gustaba respirarlo sin importar que se me llenaran los pulmones de hollón y sin importar esa persistente mancha temerosa del asma que revoloteaban en mis pulmones con una palidez frágil y lista para atenazar aveolos y lo que fuera a la menor presencia de esfuerzo fìsico, polen de felinos o equinos o el fresco temblor de agua o leche o chocolate ¿chocolate?, no, chocolate no, estaba prohibido, que descendiera por mi garganta.
Lo curioso es que ahora no recuerdo dónde y en qué calle respiré de nuevo el olor de la gasolina quemada. Sí, es cierto, parece broma porque en la ciudad de México ese olor a gasolina está en todas partes: te recargas en un árbol y ahí está, abres un libro y ahí está. Pero no recuerdo cuándo ese olor a gasolina me recordó otros. Al final creo que no importa dónde ocurrió sino la evocación. Me agrada el humo de los motores. Ese es un placer extraño pero sincero.

Tuesday, October 17, 2006

Una queja de la presentación

E iban también mis amigas y alumnos de la escuela, los sábados. Aracely y Rocío estaban casi a la mitad del auditorio y Elizabeth fue con sus nietos. También, un par de alumnos nuevos. El sábado, de vuelta a las clases, uno se acercó y me dijo: maestro, me gustó su presentación. Y después, adoptó un tono serio: aunque, para decir la verdad, me decepcionó. Nada más suspiré y le pregunté con curiosidad: ¿Y porqué te decepcionó? Me respondió con un tono por demás serio: "me decepcionó porque pensé que iba a estar aburrido, yo quería aburrirme y no, todo estuvo muy bien, ni tiempo me dieron". Ah... bueno, si es por eso, seguro habrá más presentaciones aburridas mías y de muchos otros para que vayas. "A lo mejor, a lo mejor," dijo al final y se fue.

10 de octubre no se olvida.


La maestra Alma iba radiante de la mano de su esposo e hija. Se sentaron en las primeras filas. Ioio llegó mientras me entrevistaba un muchacho para una agencia de noticias del INBA. Más tarde llegó Raúl, Javier, Alejandro Hernández, Heydi y Alejandra del ILCE. Yuri y Rodolfo de Santander habían llegado casi al principio y más tarde apareció Nancy y Martín Rosas. La sala Adamo Boari se fue llenando de buenos amigos y amigas. Y se fue llenando y empezó a hacer calor. Enrique Romo andaba de un lado a otro. Lo mismo se detenía a platicar con el maestro Cassar que a saludar al maestro Orlando Ortíz. En la mesa, Eduardo Parra y Felipe Garrido ya se acomodaban en sus sillas respectivas y yo en la puerta mientras esperaba que llegara O quien, después supe, se fue hacer un peinado acá, de época.
E inició la presentación. Y llegó O y se sentó casi al final del auditorio. Heydi sonreía. Lo mismo que Mónica e Ira y Rodrigo y Xóchitl ocuparon las primeras filas y Efraín iba y volvía de la puerta principal esperando que apareciera Grace y Memo. Y más tarde llegaron Boone, Hinojosa, Vicente, Nadia, Julian, Lucilla, Mijail, Mariana y Lucía y Gaby Aguirre y Cristhian. Al frente, oían atentos Gerd y Paty y Maty y Edith y Mónica y un amigo y Luisa y el Bato mientras Marlen y Mariana buscanaban asiento. Epigmenio estaba al final de la sala. Y la maestra Alma, quien empezó a presentar el libro habló de la maravilla de conocer a gente que, no se sabe nunca, será después importante y buena amiga y después habló de los cuentos, su violencia trágica y cómica al mismo tiempo y después le tocó el turno a Parra. Y dije que hace muchos años había matado a Parra en un texto y después Parra dijo que habría querido hacer un texto más emotivo pero después iba a terminar llorando y su presentación abordó todos y cada uno de los cuentos: los desmenuzó, habló del lenguaje, de la recuperación de un tema y un lenguaje. Y después le tocó el turno al maestro Garrido.
Y Garrido habló de los inicios de los cuentos y dijo que si don Edmundo Valadez tuviera Dejaré esta calle en las manos, leería el inicio de los cuentos y se llevaría el libro a su casa sin dudaro. Y más tarde dijo que algunos cuentos le provocaban tristeza o asco por lo que se contaba pero que ahí residía lo maravilloso del libro: no resultaba indiferente. Y mientras él decía eso, allá abajo yo le sonreía a O o pasaba la mirada hacia tantos y tantos amigos que habían llenado la sala Adamo Boari. Ahí estaban incluso un señor que escuchó una de las entrevistas de radio que me hicieron y se descolgó a la presentación. Y ahí estaba también un señor pálido, delgado, con ropas arrugadas que prestaba mucha atención a todas las palabras.
Y después tocó mi turno. Y hablé de las pesadillas que eran los cuentos, dije de la censura en el cbtis de Juárez al cuento de Barda Alta y de la censura de mi tío José Luis a un cuento y volví a decir lo agradecido que estaba por la presencia y recordé, porque siempre es bueno recordarlo, que cuando llegué a la ciudad de México mi única amiga era la señora Alma Arreola y su nieta y ahora me encontraba con más de cien amigos y amigas venidos de todas partes de la ciudad, atravesando el caos citadino, el metro, los cuellos de botella en Patriotismo, cláxones, semáforos en rojo, presiones en microbuses y taxis para estar ahí, conmigo y con O esa noche del 10 de octubre del 2006.
Y no dilaté más mis palabras frente al micrófono. Martín fue el primero en aparecer para darme un abrazo y me dio gusto verlo ahí, recordando esos días en Santander cuando estabamos en tiempo muerto o trabajando o yendo a comer a mercados o al Sena 22. Y se apareció entonces un señor, el delgado, de ropas arrugadas, se acercó nerviosamente y dijo: hola, hola yo me llamó Andrés. Y fue todo lo que dijo: "yo me llamo Andrés". Y mientras firmaba los libros, Andrés iba y venía del fondo de la sala Adamo Boari a la mesa de presentación, nervioso, medio fuera de lugar, como si quisiera decir algo pero no se animaba. Y al terminar, cuando los amigos estaban junto a las escaleras fui, le dije: "Andrés" y se sorprendió de eso y respondió: "Sí, si, yo me llamo Andrés". "Tenga", agregué y le entregué uno de los libros firmados, le entregué mis calles, mis colonia, mi gente, mi lenguaje, mis 112 cuartillas de colonia Moderna brava, rebelde, acá, maciza, y el rostro de Andrés se iluminó y musitó un gracias que no sé de dónde le salió. "Pero fírmalo", agregó, "ya está firmado", le dije.
Afuera estaba la noche cuando salimos de Bellas Artes rumbo al salón Corona a brindar y decir salud. Lo mejor de la literatura y la escritura es los buenos amigos que te deja, creo. La lucha de egos, las competencias literarias que se queden fuera, como dice bíblicamente, en el llorar y crujir de dientes.

Monday, October 09, 2006

Cosas de las que uno se puede cansar

1.- De esperar en los aeropuertos.
2.- De los chistes que cuentan la mayoría de los taxistas en Guadalajara.
3.- De ver gente ejercitarse.
4.- De tomarle fotos a deportistas.
5.- De pensar en Sport City día y noche, noche y día.
6.- De comer tortillas de harina.


Cosas de las que no me canso.

1.- De regresar ya sea al D.F. o Monterrey.