Wednesday, August 31, 2005

El último y se acabó

Hoy entrego mi último reporte del FONCA. El año se acabó entre prisas, fiestas y viajes a Matamoros. Fue un año provechoso y terminé el libro que propuse. Fueron diez cuentos de 107 cuartillas en total y ayer, mientras entraba al edificio pensé que ese libro podrá llamarse "Dejaré esta calle". Me parece un título tentativo pero cercano al espíritu de los cuentos que ocurren en las calles de la colonia Moderna en Monterrey.
Ahí está finalmente el libro. Y está finalmente terminada la beca del FONCA. Desde esa mañana en casa de Rodrigo mientras intentaba no sentir los efectos de la cruda después de los shots de muppets con los que festejábamos a Isabel hasta ahora me parece un largo camino y en realidad, sólo me recuerdo sentado frente a mi laptop y escribiendo y corrigiendo esos diez cuentos.
Pero ya se acabó esa beca. Desde el primer encuentro en Morelia donde pasamos Julieta, Daniel, Carlos, Liliana y Ernesto al frente a explicarle al resto de los becarios de qué trataban nuestros proyectos a el día de hoy han pasado muchas cosas. Recuerdos al vuelo son Carlos sentado en el respaldo de su asiento de autobús mientras pregunta con burla cuándo vamos a ver el lago de Cuitzeo y una cena en Veracruz donde, en La Parroquia, pedí una naranjada mineral y me trajeron una naranjada y aparte, un agua mineral. Liliana, Daniel y Ernesto se me quedaron viendo con cara de ¿qué pasó aquí? y por más que le insistía al mesero que yo quería una naranjada mineral no lo sacaba de su idea de que se sirve junta y no separada.
Fue una beca accidentada también y ahora en Morelia, ya con la antología de becarios bajo el brazo, creo que faltaremos algunos en la mesa de lectura. Pero se acabó y tengo un libro nuevo bajo el brazo. ¿Cuál será la historia que tenga ese libro? No lo sé. Por lo pronto hoy entrego mi último reporte y "Dejaré esta calle" me gusta, me gusta como suena.

Tuesday, August 30, 2005

¿Qué dejarías?

Hoy, en pulcra oficina, me preguntaron qué dejaría por ser escritor? Me quedé pensando y contesté rápidamente: dejé una carrera de comunicación por una letras, después un negocio de ropa deportiva por trabajar en cultura, más tarde, dejé mi ciudad, mis amigos y relación para venirme al d.f. por el Centro Mexicano de Escritores y el año pasado dejé remunerable trabajo en Santander Serfin por un lugar donde soy de los más bajos del escalafón laboral a cambio de tener tiempo para leer y escribir.
¿Dejaría otra vez las cosas por esto de la escritura? Sí.
A fin de cuentas, creo, lo que importan son las decisiones y el mantenerse apegado a ellas. El que mis decisiones se hayan ido hacia la escritura es mera anécdota. Pude irme al automovilismo como tantos que practican a bordo de sus autos con la finalidad de dominar la máquina y las curvas. Pude irme a la ingeniería civil como mi hermano o bien, a conocer el mundo.
¿Qué tantas cosas estamos, en realidad, dispuestos a dejar no por nuestros sueños, sino por nuestro ideal de vida?
Dejaría otra vez las cosas por esto de la escritura? Sí.

Monday, August 29, 2005

Piso 42

Algo tenía que hacer el jueves y me encontré deambulando por la Alameda del Centro Histórico. Una mujer leía el tarot bajo una manta roja mientras pasaban a su lado hombres y mujeres con aire indiferente. En una banca un hombre como de cuarenta besaba con hambre a una chica de dieciseís y cuando pasé escuché le gemido débil que se iba amontonando alrededor de ellos. Cuando llegué a Bellas Artes no había nadie y una inusitada tranquilidad andaba a sus anchas por pisos y salas. Quise subir a ver la exposición de Juan García Ponce pero no me dejaron. En la cafetería sólo había ocupadas dos mesas y el sol entraba sesgado e iluminaba sólo las mesas próximas a las ventanas. Brillaba la máquina del café bajo esa luz como un tesoro perdido.
Salí de Bellas y como nunca me senté en los escalones. Miré mi celular con la pila baja y luego simplemente me quedé mirando a la gente que cruzaba la explanada de Bellas Artes, algunas protegiéndose con una mano del sol que les pegaba en la cara y otras se detenían a ver las esculturas de Soriano expuestas a un lado de las jardineras. Enfrente se erguía la torre latinoamericana y recordé las veces y veces que he querido subir al mirador y ver la ciudad; siempre buscando el pretexto especial, el momento. Me puse en pie y subí a la Torre. Me tronaron los oídos y cuando salí observé asombrado la ciudad. Magras nubes de polvo y esmog avanzaban hacia el poniente y ocultaban los edificios a la altura de Periférico. El sol lograba atravesar la polución y hacía brillar ventanales y el cauce de coches.
Hacia el aeropuerto noté cómo la ciudad terminaba después de la terminal aérea y sólo se extendía una desolación café y polvorienta. Hacia el norte encontré los edificios de tlatelolco y un Cristo sobre una Montaña protegido por el Cerro del Chiquihuite. ¿Qué tanta gente andaba allá abajo con sus vidas, sus prisas y sus ansias? Me quedé un rato viendo el centro históricos con sus techos rojos y los estacionamientos de varias plantas. La sombra alargada de la torre latinoamericana caía sobre 15 de mayo y Madero y al fondo, pequeño, pude ver el zócalo como un bloque de dados y la bandera hondear suelta en la tarde defeña.
Cuando bajé tenía antojo de una banana split. Salí a buscarla con las pocas monedas en la mano y no la encontré. Sí entré al centro cultural España y cuando regresé al metro hidalgo seguía sin saber a dónde tenía que ir ese Jueves. Entró una llamada al celular pero no supe de quién era.
Al día siguiente me encontré a Nadia en el messanger. Ella terminó por recordarme a dónde iba a ir ese jueves por la noche, a la exposición de fotografías de Pedro Meyer. Como faltó tu boleto no me saqué uina foto gratis, me dijo divertida. Claro, mi boleto pudo cambiar todas las posibilidades del sorteo. Y no me había comido la banana split. Anduve y anduve pero no encontré un sitio dónde comprarla.

Monday, August 22, 2005

Cuernavaca

Tengo una amiga que vive en Cuernavaca. Antes vivía en una casa donde crecían tomatillos silvestres y ahora junto una cañada donde se dice, erraba Malcom Lowry, medio ebrio, medio feliz, siguiendo a consules de los que sólo él sabía. Cuando voy a Cuernavaca siempre es porque voy a visitar a mi amiga. Eso implica un punto bueno y otro malo. Cuando viajas accedes sólo a los lugares que te muestran tus conocidos. Así, gracias a ella, conozco un restaurante italiano junto a una iglesia que también sirve de estacionamiento, otro de comida vegetariana y el Damario, una trattoria muy cercana a la escultura de un Zapata que, con machete en manos como buen atenquense, sale en congelada estampida hacia la nada.
Pero de Cuernavaca no conozco más que eso y un oxxo a donde pasaron por mi una tarde para ir a dar una charla a la universidad de Morelos sobre Roberto Artl, un escritor argentino. Sin embargo, ya conocía la ciudad, en parte, gracias a Bajo el volcán. Y cada que voy juego a tratar de reconocer en esas calles al ebrio consul que va de un lado a otro con su mujer al lado, viendo las ruedas de la fortuna iluminadas en la noche o bien las puertas de las cantinas donde dice Lowry, no recuerdo textualmente donde y cómo dice, que sólo ahí se encuentra la felicidad.
Por eso ayer en el Damario mientras platicábamos de sociedades morelenses y más brindé calladamente por Malcom Lowry. Eso algo que cualquier fan de la novela del inglés debe de hacer cuando va a Cuernavaca. Y si está muy cerca del Casino de la Selva mucho mejor.
Esos son los pequeños homenajes dispersos y ocultos que provocan también los libros. Un fetichismo sabrosón.

Wednesday, August 17, 2005

Declaracion II

Hoy amanecí odiando a los microbuseros. Pobrecitos. Tienen tantos defectos. Y luego vi en el periódico que Jolette piensa que aún no es la estrella que México espera y que Luis Mi y Aracely Arámbula salieron a pasear en yate.
Hay días que ver la estupidez del mundo se vuelve una decepción porque es inegable pensar que entre todos ellos está uno.
Al menos ahora se ha puesto de moda ayudar a la gente a partir de revanchas. ¿Verdad Adal? Yo no sé cómo es que hay gente que lo admira si sale con cada tontería que ganas dan de decir: él no es de Monterrey, en serio. Tan sólo ayer, en un acto de supremo gandallismo retó a Jorge Vergara a una apuesta. Si el conductor ganaba les prestaba su avión para irse a Puerto Vallarta. Como perdieron, el empresario chiva les dijo que deberían de hacer un show para recaudar fondos para una casa de asistencia social que él maneja.
¡Muy bien Adal!
Y aún no hablo de los aburridos y desgastantes dimes y diretes entre Hugo Sánchez y Lavolpe o bien, entre los escritores de Monterrey contra un tal Pink Frankenstein que, tristemente, poco a poco se vuelve tan aburrido como lo que condena.

Monday, August 15, 2005

Declaración

Compro mi despensa en la Comer
A veces los domingos como tacos de barbacoa
y un consomé.
Con carnita, le digo a la
que vende.
Leo a Dimitrovic, Ayesta y Bolaño
cuando puedo, cuando no
nada mealegra que leer en el diario
Record sobre un triunfo del Monterrey.
No intento ser poeta.
No lo intento.
pero me parece bonito no escribir en
prosa aunque en verso no se me de.
Mis hermanos son Jorge y Saúl
Mis hermanas Ruth y Elda.
Mis padre se conocieron en una fábrica
allá por un año viejo y pronto cumplirán
treinta años de casados.
treinta años de misma cama
de mismos hijos que huían al chicote o
se ponían a pelear como si fueran felinos
arrastrando las piernas con las rodilleras
raídas.
Treinta años. Caray. Un fin de tiempo.
A veces compro mi despensa en la Comer
pero, cuando ando de ánimo distinto, me
voy al Auchan, al Aurrerá o a Wall-Mart.
y leo a Rubem Fonseca que nada sabe
de los treinta años de mi padre
ni de mi sed del domingo o
mi sueño de las cinco de la tarde
o este gusto de escribir en verso aunque
no importe. Aunque en prosa sea igual.

Wednesday, August 10, 2005

Brenda se fue

Ayer a las nueve de la noche Brenda se fue con su pequeña maleta y los óleos bajo el brazo a pasar un año en Francia. Ayer, conforme se acercaba la hora salí de la casa y subí al piso 10 de mi edificio a ver la ciudad. La noche sabía a viaje y combustible. En el cielo sólo podía oír aviones. Conocí a Brenda en Santander Serfin y cuando ayer en la madrugada me dejaba en la puerta de la casa recordé su fiesta de bienvenida a la soltería y su cuadro de Respirar la vida que tengo en mi cuarto, un cuadro de un caballo naranja con crines del mismo color y ojos brillantes y nerviosos. Pero luego ella se encargó de decirme: y la lucha libre, y bailar en aquel cabaret de mala muerte y bueno, tantas cosas que se comparten cuando hay cariño y admiración. Y todo eso pensé siendo las nueve con cinco minutos y avistando rumbo al aeropuerto las luces parpadeantes de los aviones que descendían o ascendían en la noche defeña. ¿Porqué esta sensación de abandono? Todavía hablé con ella en la tarde y pensé en su estudio donde todo olía a pintura y sus cuadros reposaban mansos en las paredes. En la madrugada, cuando se fue me dijo: usted a escribir y cuando venga quiero otro libro. Lo tendrás, Brenda, en las manos, cuando vuelvas.

Monday, August 08, 2005

Mis visitantes

Desde que vivo en el D.F. las visitas son un momento donde todo confluye a la felicidad. Al principio, con la ausencia de amigos y más, cualquier conato de hospedaje era recibido con una inusitada alegría. La primer persona que llegó a visitarme (venía de sudamérica y se quedó un noche en mi casa), fue Samantha. Llegó con un cargamento de vino tinto y tazas para tomar mate. Salimos en la noche a recorrer la ciudad y un taxista nos contó de temblores, castillos y nos abandonó en la Roma, en los bisquets de Obregón donde ya no pudimos cenar y hubo entonces que caminar hasta un puesto de quesadillas cerca de la Arena México. Samantha se fue a la mañana siguiente y yo regresé caminando del aeropuerto a la casa sorprendido de una mañana donde había descubierto algo: me encanta recibir la visita de amigos.
Luego, pasó más de año y medio para que me volvieran a visitar. Me cambié de Aragón a Plateros, de Plateros al 301 de Vistas del Maurel y finalmente en el 503 del mismo edificio la gota abierta por Samantha terminó por volver a abrirse. Al 503 llegó primero Elida un octubre del 2003. Se quedó una semana. Vimos películas, hice mojitos, fuimos al cine y una que otra fiesta. Nos íbamos juntos a la oficina y desde ahí ella se iba a deambular por la ciudad. Regresaba a la hora de la comida y luego pasaba por mi en la tarde para regresar a la casa. Cuando se fue regresé en taxi del aeropuerto con una sensación de abandono pero muy contento de que hubiera llegado.
Mi siguiente visita fue mi hermano Jorge. Yo quería mostrarle lo óptimo que es vivir en el D.F. Lo llevé al World Trade Center, a la Condesa, por Insurgentes, a San Angel donde jugamos billar y fuimos a comer excelentes quesadillas, tacos de carnitas y el domingo, el día que se regresaba, me animé a llevarlo a la Catedral y al Zócalo. No lo hubiera hecho. Ya desde que lo despedí en el aeropuerto me dije, este es un traidorsote. Y sí. Llegó a Monterrey hablando de lo sucio que era el zócalo, de lo descuida de las ruinas y la cantidad de pordioseros (claro, imagino que tuvo que sorprenderlo el hombre que nos pidió dinero en la puerta de la catedral y que nos dijo que era hondureño y bla bla bla).
La siguiente visita fue de Minerva con un novio. Fue una noche excelente. Ella hizo crepas y nosotros clericot con un vino de 17 pesos. hablamos y hablamos, nos reimos, intentamos jugar baraja y cuando se fueron al día siguiente mi casa estaba cálida como nunca.
Las siguientes visitas fueron Minerva y Gaby. ¿Cómo explicar que sobreviví a cuatro noches de desvelos y fiesta? Tan sólo un viernes empezamos una fiesta a las dos de la tarde y que terminó a las cuatro de la mañana. En pésimas condiciones, desvelados, crudos, terminamos haciendo fila en el Museo de la ciudad de México para que Gaby viera una colección de brujería europea. Cuando las dejé en la central fantasma del D.F. por Garibaldi regresé a dormir y lo hice desde las tres de la tarde hasta el día siguiente.
Después regresó Elida con Horacio y Vero. Llegaron un sábado en la madrugada y se fueron el domingo en la tarde. Vinieron solo a mi cumpleaños en las trajineras. Qué buena tarde. Criseida, Ana, Rodrigo, Efraín, Aude y varios más nos lanzamos a Xochimilco que nunca queda mal. Gran fiesta que terminó a las dos de la mañana o tres, no lo recuerdo, comiendo tacos en los Chupacabras a un lado del metro Coyoacán.
Después llegó Miguel y se quedó tres noches. Me habló de sus tesis de doctorado, comimos rico en un restaurante italiano, subimos por la serpiente de piedra de la UNAM y todo estuvo tranquilo.
Luego, este año, vino Ana. ¿Qué puedo decir de su estancia de tres días? La pasamos bien.
Después cayó my friend. Qué divertido estuvo eso. Corrimos a ver cómo perdía el Monterrey en el estadio Azul, luego le prohibieron la entrada en un antro, nos fuimos a Garibaldi y a comprar películas. En unas chispas vimos a una vestida jugando al Street Fighter. Y ahora, finalmente, este fin de semana llegó una buena conocida que ahora es más amiga. Desde que la vi alerta afuera de la librería de Porrúa en TAPO me dije que la íbamos a pasar bien. Hablamos de los temas que nos interesan, nos reímos mucho, nos leímos textos (tendríamos que escribir los dos). Vimos una película de miedo (yo que les saco la vuelta terminé hasta tapándome los ojos para no ver el terror) y comimos comida china, pedimos informes de un financiamiento automotriz. Luego el domingo caminamos, la acompañé a la Basílica donde comí un pan delicioso y finalmente ayer terminamos viendo Will&Grace. Hoy se va y mientras escribo esto imagino revisa que no se le olvide nada en la maleta. Y cuando llegue a casa sólo estara, como siempre, esa sensación de que otra vez una vida ha disfrutado de la tranquilidad de mi casa.

Wednesday, August 03, 2005

World in my eyes


Me llegó de la nada una nostalgia por la carretera. A veces es necesario simplemente tomar una mochila e irse por ahi a visitar centrales de autobúses. Cuando viajo me gusta ir con calma, preguntar por los mercados, ver las artesanías y tomar las cervezas locales. El viaje es como el momento más plácido donde se puede ser. En la oficina, la escuela e incluso con los amigos no pasas de ser una imagen o algo con límites predestinados. Me gusta viajar porque es como el momento donde la sorpresa actua a cada instante y el mundo se nos presenta nuevo y la mirada cansada de ver las mismas cosas se torna rápida y ágil para sorprenderse. Me gusta ver las carreteras y los cerros que no pisaré y los arbustos que se pegan como borlas a las laderas del camino.
Lo curioso es que no suelo tomar fotografías de mis viajes. Desde el primero que hice a los dieciséis años a Venado, S.L.P. mis viajes son ciegos y la única imagen es la que el recuerdo me deja. Cuando estaba en Monterrey me acometían extraños impulsos de viaje y me iba a Dr. González o a Mina sólo por el placer de reconocer el desierto y las casas solas de fachadas planas, ventanas con mosquiteros y puertas delgadas. Me sentaba en las plazas con pocos árboles y parecía que incluso ahí en el centro del lugar con la iglesia y el palacio municipal al lado reinaba una aridez que se metía en los huesos y descarapelaba el color de los kioscos muertos. Nuevo León era entonces un terreno desesperado de cactus, lechuguillas, sierras medianas que se iban persiguiendo desnudas y a veces filosas y del que no salí en dos años más que para ir a Monclova o Coahuila y dos veces a la Barra del Tordo. Así me bebí el desierto y la poca mar.
Cuando me vine a vivir al Distrito Federal fue como emprender un gran viaje con sus escalas correspondientes. El primer año salí a Morelia, Patzcuaro, Toluca, Aguascalientes, Veracruz, Hermosillo, Guaymas y luego de ocho meses sin regresar a casa volví a Monterrey. El siguiente año, en el 2003, salí poco a territorios nuevos: Cuernavaca y Taxco me recibieron con una tranquilidad inusitada. Deambulé en el palacio de Cortés y desde la ventana del cuarto de hotel en Taxco vi, recortada en la neblina de las calles empinadas del pueblo colonial, la figura de una mujer regordeta que llevaba una bolsa en las manos.
En el 2004 no recuerdo mayores viajes que a Monterrey que me parecía ahora un gran destino turístico además de visitar a la familia y mis amigos y a Guadalajara. Fui a carnes asadas en ranchos en San Mateo y a fiestas infantiles. Monterrey me sorprendía ahora con todos sus cambios, sus nuevos puentes, el aire distinto del cine Rally, el recuerdo distinto de las calles del centro histórico y sus nuevas librerías.
Así llego al 2005. En la oficina me dicen que pronto me van a correr si sigo andando de viaje en viaje. Me da el gusto de saber que vi con Ana y Miguel la neblina en la playa de Matamoros y que fuimos a ver la frontera para después llegar a Los Ramones a comer paletas de grosella. Antes había vuelto a Morelia a comprar charandas y pasarla bien en el Conservatorio de Las rosas con los otros becarios. No quiero olvidar que en mayo volví a Veracruz y luego fui a Monterrey y después pasé por Cuernavaca unos días y finalmente estuve todo un fin de semana en Acapulco visitando el puesto de vigía del Fuerte de San Diego y nadando después hacia unas boyas. Regresé a Monterrey después y ahora en el D.F. ya están en puerta Tampico, Guadalajara, Morelia otra vez, Monterrey y Chihuahua para fines de año. Aunque ahora regreso exhausto de tanto viaje. Sólo de Acapulco llegué en calidad de enfermo. Y sin embargo tengo nostalgia del viaje, de ver otra vez las carreteras, de conocer las centrales de autobúses o los aeropuertos donde taxistas se pelean y bandas de maletas giran y giran. Luego leo con nostalgia de gente que anda en Oaxaca, en Zacatecas, León y Campeche y como dice Daniel Sanchez, con ir a tirarse a un pozo de agua y escuchar a Ramón Ayala me puedo dar por servido.
Fotografía prestada por Fabían Cavazos.

Monday, August 01, 2005

Libros negros


Ir con una caja por las calles angostas del centro de Monterrey resulta una faena lastimosa. Por acá salen muchachos de una escuela e invaden las calles; en la esquina hay puestos de vendedores de mangos, piñas y aguas frescas que compiten estacionados con el ir, venir, frenarse y subir y bajar de pasajeros de los camiones urbanos. Además hace sol aunque el cielo ande nublado y la chamarra roja se me cae aunque la lleve anudada en la cintura.

Pero ir con esa caja de libros al hombro resulta la mejor parte del día y me encuentro contento, satisfecho de que llevo ahi mis 100 ejemplares de Todos los días atràs. ¿Qué deseaba escribirles hoy después de dos años de esperar este libro? Deseaba contarles dónde y cómo escribí los cuentos. Deseaba que recordaran cuando voy y les doy lata con mis textos y ponen cara de: Ahi viene Toño. Pero al ver el libro me sorprende una mansedumbre extraña al distinguir en la portada mi nombre en rojo, luego atrás las fotos que tomò Llaguno y leer al vuelo en la contraportada
" En estos cuentos no hay grandes frases, pero están sustentados en la base del momento. Italo Calvino lo llama il guizzo, el relámpago, ese instante en el que el personaje -y por ende al lector- le viene el golpe de la revelaciòn".

Sólo puedo decir que ha sido un largo y corto camino y que al momento de escribir mi primer cuento no sabía que Dios me concendería en la vida conocer personas como ustedes que hacen que Todos los días atrás tenga el verdadero valor. Desde los tallereos de Manuel García hasta las borracheras en El Panteón y las críticas mordaces en el FONCA han venido estos cuentos escritos casi la mitad en mi peor etapa defeña. Pero este libro vale por la felicidad que compartirán conmigo al lverlo, leerlo y detenerse en la portada. Eso es lo que importa. Asi que ya salió.

Ahora saldré otra vez a la calle con la caja y tal vez me detenga a tomar un agua fresca. Y tal vez aborde uno de esos camiones que aturden este caluroso mediodia.