Monday, August 08, 2005

Mis visitantes

Desde que vivo en el D.F. las visitas son un momento donde todo confluye a la felicidad. Al principio, con la ausencia de amigos y más, cualquier conato de hospedaje era recibido con una inusitada alegría. La primer persona que llegó a visitarme (venía de sudamérica y se quedó un noche en mi casa), fue Samantha. Llegó con un cargamento de vino tinto y tazas para tomar mate. Salimos en la noche a recorrer la ciudad y un taxista nos contó de temblores, castillos y nos abandonó en la Roma, en los bisquets de Obregón donde ya no pudimos cenar y hubo entonces que caminar hasta un puesto de quesadillas cerca de la Arena México. Samantha se fue a la mañana siguiente y yo regresé caminando del aeropuerto a la casa sorprendido de una mañana donde había descubierto algo: me encanta recibir la visita de amigos.
Luego, pasó más de año y medio para que me volvieran a visitar. Me cambié de Aragón a Plateros, de Plateros al 301 de Vistas del Maurel y finalmente en el 503 del mismo edificio la gota abierta por Samantha terminó por volver a abrirse. Al 503 llegó primero Elida un octubre del 2003. Se quedó una semana. Vimos películas, hice mojitos, fuimos al cine y una que otra fiesta. Nos íbamos juntos a la oficina y desde ahí ella se iba a deambular por la ciudad. Regresaba a la hora de la comida y luego pasaba por mi en la tarde para regresar a la casa. Cuando se fue regresé en taxi del aeropuerto con una sensación de abandono pero muy contento de que hubiera llegado.
Mi siguiente visita fue mi hermano Jorge. Yo quería mostrarle lo óptimo que es vivir en el D.F. Lo llevé al World Trade Center, a la Condesa, por Insurgentes, a San Angel donde jugamos billar y fuimos a comer excelentes quesadillas, tacos de carnitas y el domingo, el día que se regresaba, me animé a llevarlo a la Catedral y al Zócalo. No lo hubiera hecho. Ya desde que lo despedí en el aeropuerto me dije, este es un traidorsote. Y sí. Llegó a Monterrey hablando de lo sucio que era el zócalo, de lo descuida de las ruinas y la cantidad de pordioseros (claro, imagino que tuvo que sorprenderlo el hombre que nos pidió dinero en la puerta de la catedral y que nos dijo que era hondureño y bla bla bla).
La siguiente visita fue de Minerva con un novio. Fue una noche excelente. Ella hizo crepas y nosotros clericot con un vino de 17 pesos. hablamos y hablamos, nos reimos, intentamos jugar baraja y cuando se fueron al día siguiente mi casa estaba cálida como nunca.
Las siguientes visitas fueron Minerva y Gaby. ¿Cómo explicar que sobreviví a cuatro noches de desvelos y fiesta? Tan sólo un viernes empezamos una fiesta a las dos de la tarde y que terminó a las cuatro de la mañana. En pésimas condiciones, desvelados, crudos, terminamos haciendo fila en el Museo de la ciudad de México para que Gaby viera una colección de brujería europea. Cuando las dejé en la central fantasma del D.F. por Garibaldi regresé a dormir y lo hice desde las tres de la tarde hasta el día siguiente.
Después regresó Elida con Horacio y Vero. Llegaron un sábado en la madrugada y se fueron el domingo en la tarde. Vinieron solo a mi cumpleaños en las trajineras. Qué buena tarde. Criseida, Ana, Rodrigo, Efraín, Aude y varios más nos lanzamos a Xochimilco que nunca queda mal. Gran fiesta que terminó a las dos de la mañana o tres, no lo recuerdo, comiendo tacos en los Chupacabras a un lado del metro Coyoacán.
Después llegó Miguel y se quedó tres noches. Me habló de sus tesis de doctorado, comimos rico en un restaurante italiano, subimos por la serpiente de piedra de la UNAM y todo estuvo tranquilo.
Luego, este año, vino Ana. ¿Qué puedo decir de su estancia de tres días? La pasamos bien.
Después cayó my friend. Qué divertido estuvo eso. Corrimos a ver cómo perdía el Monterrey en el estadio Azul, luego le prohibieron la entrada en un antro, nos fuimos a Garibaldi y a comprar películas. En unas chispas vimos a una vestida jugando al Street Fighter. Y ahora, finalmente, este fin de semana llegó una buena conocida que ahora es más amiga. Desde que la vi alerta afuera de la librería de Porrúa en TAPO me dije que la íbamos a pasar bien. Hablamos de los temas que nos interesan, nos reímos mucho, nos leímos textos (tendríamos que escribir los dos). Vimos una película de miedo (yo que les saco la vuelta terminé hasta tapándome los ojos para no ver el terror) y comimos comida china, pedimos informes de un financiamiento automotriz. Luego el domingo caminamos, la acompañé a la Basílica donde comí un pan delicioso y finalmente ayer terminamos viendo Will&Grace. Hoy se va y mientras escribo esto imagino revisa que no se le olvide nada en la maleta. Y cuando llegue a casa sólo estara, como siempre, esa sensación de que otra vez una vida ha disfrutado de la tranquilidad de mi casa.

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