Wednesday, August 03, 2005

World in my eyes


Me llegó de la nada una nostalgia por la carretera. A veces es necesario simplemente tomar una mochila e irse por ahi a visitar centrales de autobúses. Cuando viajo me gusta ir con calma, preguntar por los mercados, ver las artesanías y tomar las cervezas locales. El viaje es como el momento más plácido donde se puede ser. En la oficina, la escuela e incluso con los amigos no pasas de ser una imagen o algo con límites predestinados. Me gusta viajar porque es como el momento donde la sorpresa actua a cada instante y el mundo se nos presenta nuevo y la mirada cansada de ver las mismas cosas se torna rápida y ágil para sorprenderse. Me gusta ver las carreteras y los cerros que no pisaré y los arbustos que se pegan como borlas a las laderas del camino.
Lo curioso es que no suelo tomar fotografías de mis viajes. Desde el primero que hice a los dieciséis años a Venado, S.L.P. mis viajes son ciegos y la única imagen es la que el recuerdo me deja. Cuando estaba en Monterrey me acometían extraños impulsos de viaje y me iba a Dr. González o a Mina sólo por el placer de reconocer el desierto y las casas solas de fachadas planas, ventanas con mosquiteros y puertas delgadas. Me sentaba en las plazas con pocos árboles y parecía que incluso ahí en el centro del lugar con la iglesia y el palacio municipal al lado reinaba una aridez que se metía en los huesos y descarapelaba el color de los kioscos muertos. Nuevo León era entonces un terreno desesperado de cactus, lechuguillas, sierras medianas que se iban persiguiendo desnudas y a veces filosas y del que no salí en dos años más que para ir a Monclova o Coahuila y dos veces a la Barra del Tordo. Así me bebí el desierto y la poca mar.
Cuando me vine a vivir al Distrito Federal fue como emprender un gran viaje con sus escalas correspondientes. El primer año salí a Morelia, Patzcuaro, Toluca, Aguascalientes, Veracruz, Hermosillo, Guaymas y luego de ocho meses sin regresar a casa volví a Monterrey. El siguiente año, en el 2003, salí poco a territorios nuevos: Cuernavaca y Taxco me recibieron con una tranquilidad inusitada. Deambulé en el palacio de Cortés y desde la ventana del cuarto de hotel en Taxco vi, recortada en la neblina de las calles empinadas del pueblo colonial, la figura de una mujer regordeta que llevaba una bolsa en las manos.
En el 2004 no recuerdo mayores viajes que a Monterrey que me parecía ahora un gran destino turístico además de visitar a la familia y mis amigos y a Guadalajara. Fui a carnes asadas en ranchos en San Mateo y a fiestas infantiles. Monterrey me sorprendía ahora con todos sus cambios, sus nuevos puentes, el aire distinto del cine Rally, el recuerdo distinto de las calles del centro histórico y sus nuevas librerías.
Así llego al 2005. En la oficina me dicen que pronto me van a correr si sigo andando de viaje en viaje. Me da el gusto de saber que vi con Ana y Miguel la neblina en la playa de Matamoros y que fuimos a ver la frontera para después llegar a Los Ramones a comer paletas de grosella. Antes había vuelto a Morelia a comprar charandas y pasarla bien en el Conservatorio de Las rosas con los otros becarios. No quiero olvidar que en mayo volví a Veracruz y luego fui a Monterrey y después pasé por Cuernavaca unos días y finalmente estuve todo un fin de semana en Acapulco visitando el puesto de vigía del Fuerte de San Diego y nadando después hacia unas boyas. Regresé a Monterrey después y ahora en el D.F. ya están en puerta Tampico, Guadalajara, Morelia otra vez, Monterrey y Chihuahua para fines de año. Aunque ahora regreso exhausto de tanto viaje. Sólo de Acapulco llegué en calidad de enfermo. Y sin embargo tengo nostalgia del viaje, de ver otra vez las carreteras, de conocer las centrales de autobúses o los aeropuertos donde taxistas se pelean y bandas de maletas giran y giran. Luego leo con nostalgia de gente que anda en Oaxaca, en Zacatecas, León y Campeche y como dice Daniel Sanchez, con ir a tirarse a un pozo de agua y escuchar a Ramón Ayala me puedo dar por servido.
Fotografía prestada por Fabían Cavazos.

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