Wednesday, March 28, 2007

Dice mi hermana que no escribo de ellos. Me apura a que lo haga. Yo no sé en realidad qué escribir, aunque me sé eventos penosos de ella, eventos de su infancia que tienen qué ver con gritos en la calle y guardias de seguridad. Pero son sólo pláticas que se dan al calor de la familia, en una sobremesa cualquiera donde nadie quiere huir a la televisión. Mis hermanas. Creo que se quieren. A veces, cuando era un hombre con dinero, me las llevaba a comprarles la ropa. La última vez que lo hice fue en navidad, creo, en una tienda de mayoreo por Felix U Gómez. Iban las dos muy arregladas y miraban la ropa con ese fastidio o curiosidad que da mirar ropa. En realidad, era ropa de invierno, chamarras. Había mucha gente y el espacio era pequeño. O también andaba con nosotros, y la mamá de O. Yo estaba cansado de mirar chamarras, pero mis hermanas iban y venían de entre los anaqueles y sacaban que un sueter o un rompevientos y miraban a los demás compradores como si los sintieran lejanos y ellas no estuvieran ahí para hacer lo mismo: comprar.
Yo: me perdía. Al final salimos con chamarras para todos, menos para mí. Papá vio la suya e hizo un gesto de emoción que rápido definí: el regalo no le había gustado. Mamá se probó su chamarra, la modeló frente al espejo, mi hermano Jorge y Saúl tomaron la suya, se quedaron callados y colgaron su chamarra en el clóset. Y yo no tuve chamarra. Así que, hermanas mías, me deben un gran regalo de cumpleaños.

Adiós futbol.

Antes me gustaba mucho el futbol pero ahora no lo soporto por más de diez minutos. O acaso menos. Me siento abúlico frente al televisor y veo a los jugadores que pasan el balón o corren tras él y mi emoción es nula. No sé de cuánto tiempo para acá el fútbol me resulta indiferente. De niño, ya todos sabemos que de niño se hacen muchas cosas, yo hacía mis propios torneos con equipos imaginarios o mexicanos. Formaba cuatro grupos de cuatro y con la ayuda de los dados me ponía formular resultados. Así sacaba los puntajes, los goles a favor, los en contra. Luego, afanoso por las estadísticas, escribía los nombres de los once jugadores de cada equipo y los metía en una tómbola. Si un equipo metía seis goles, sacaba seis papelitos y escribía los nombres para tener mis propios campeones goleadores, mis mejores ofensivas, las peores defensivas. Llené al menos una libreta con esas anotaciones y varias veces salió campeón el Real Madrid.
Tigres, Rayados, Chivas y Cruz Azul representaban a México en torneos imaginarios donde también contendían el PSV, la Roma, el Inter, el River Plate, el Barcelona y yo seguía jugando, enfrentándolos, sacando primeros y segundos lugares de grupo: toda una construcción imaginaria.
Pero un día los dejé. Una noche, en un bar, con un amigo, mientras esperábamos a otro para iniciar un taller de narrativa que esa noche acabó, pasaban por la televisión un partido de futbol. Mi amigo dijo: cada vez el futbol apesta más. Yo sólo asentí. Cuando nuestro otro amigo no llegó, decidimos dar por terminado para siempre ese taller, decidimos dejarnos de soñar. Podría estar en mi casa, escribiendo, dijo mi amigo. Y luego miramos el partido en la televisión. Pinche futbol, dijo. Sí, pinche futbol, asentí. A la hora salimos. Hacía frío. Nos dimos la mano como recién conocidos y cada quien se fue por su lado. Todavía mi amigo pasó por la avenida, en su coche, y me gritó: a escribir!!!! Lo vi perderse en la madrugada. Yo me fui a acostar.
Hoy pasan un aburridísimo México contra Ecuador y sólo veo el partido en pedazos, para ver el marcador. Tal vez he vuelto a ser niño. Sólo quiero ver el resultado. Lo demás, no me importa.

Tuesday, March 27, 2007

Me leo

Es curioso, pero a veces me sorprendo leyéndome. Entro a una máquina, hastiado de cualquier cosa y me instalo en este o en mis otros blogs y pongo a leerme. No sé si sea narcismo, pero a veces yo mismo me arranco una sonrisa. No por la calidad de la prosa, soy el último el decirlo, sino porque a veces me sorprenden los recuerdos. Es curioso y al mismo tiempo, no. Los blogs son la extensión de nosotros mismos. Y sigo leyéndome. A veces me arrullo, a veces sigo con interés lo que cuento. Sólo en el blog puedo saber qué se siente leerse a uno mismo. Con los libros o cuentos, no. Hay ahí demasiado trabajo, demasiadas horas robadas a la corrección y la musa. Leer un cuento es como leer un manual de ingeniería, cuando tú eres el autor de ese cuento. Pero en el blog, creo, hay cierta libertad porque las palabras se olvidan y puedes volver a ellas con ojos nuevos. Volveré

Breves

Estoy cansado. La dieta me ha domesticado. Como ya no por hambre, sino porque dice que son tantas y tantas porciones de carne o verduras. A veces paso por las panaderías y aminoro el paso para respirar el aroma de las empanadas. Hago lo mismo con los puestos de tacos. O me pregunta: ¿cuánto falta para el "mantenimiento" y yo sólo sé que falta mucho. Veo a los flacos que se retacan de lo que sea y me dan envidia, pero, al mismo tiempo, con un extraño mecanismo de autodefensa, veo todo lo que la gente come en un día y pienso que sólo somos máquinas de comer. La comida nos rodea a diestra y siniestra. Qué autocontrol, me dice B cuando ve que escribo en mi diario de dieta (sí, tengo un diario de dieta), que comí brócolí ayer y hoy. A mí me gusta el brócoli, pero no dos veces a la semana.
Hay días que la ciudad de México se vuelve aun más caótica. Hoy, desde las ocho, estaba la ciudad alerta a las manifestaciones. Cuando pasé frente a gobernación, todavía no llegaba ninguna pero ya estaba Bucareli cerrada. Pasé etnre las vallas ante la mirada aburrida de los policías y luego me metí entre las calles de la colonia Juárez. Es un caos que yo no vivo puesto que estoy a tres cuadras de la Fundación, a diez de casa de O, a otras tantas del centro histórico. Puedo, literalmente, moverme en esta ciudad caminando. Yo sí camino la ciudad.
Nunca hablo de mi vida en la Fundación. No sé por qué. Una vez encontré un blog de un chico que había pedido la beca y no se la dieron y sus amigos decían que la fundación se había perdido de algo muy bueno. Y conozco amigos con mucha trayectoria, sea lo eso signifique, que tampoco han estado aquí. Yo me sigo preguntando por que, yo sí. No creo que tenga que ver con el talento, tal vez con una conjunción extraña de muchos elementos. A la Fundación la amas pero también la detestas en algún momento. En la Fundación trabajas y escribes mucho, pero también es imposible a veces no perder el tiempo. Aquí adentro se vive la tensión y distensión de la vida. A veces todos los cubículos están ocupados y un aire febril inunda las máquinas pero también hay días vacíos, donde sólo un par o dos se arriman a sus monitores y el resto se mueve en silencio con un libro bajo el brazo. Pero hace unos días caí en la cuenta de que sólo restan seis meses más de beca. Y se me hizo un nudo en la garganta. Pensé en el "allá afuera" y cómo será estar de nuevo allá afuera. Aquí adentro todo es tranquilo, ¿cómo será volver "allá afuera"? Y me dije, bueno, tengo seis meses, debo apurarme para que los idus de septiembre no me encuentren desprevenido.

Sunday, March 25, 2007

Máscara negra

Me compré una máscara. Es un viejo de tez negra, con pelos grises, unas cejas delgadas y grises también. Tiene los labios rojos y dientes blancos. La calidad de la pintura y la laca es loable. El precio; no. Pero es una máscara hermosa y voy con la dependienta para ver si hay algún descuento. Así me hice del viejo. Ahora cuelga en la pared de mi casa junto a la máscara del jaguar y la del hombre con frente de piel de armadillo y el viejo chino labrado en la raíz de un árbol y cuyas raíces semejan las barbas ralas y rebeldes del anciano.
No sé cómo es que se escoge una máscara. Es como en el amor: la decisión. Pensé: nunca más volveré a ver una máscara como esta. Había otras en la columna del FONART, pero sólo esa me dio el guiño de que nunca más volvería a verla. Pero, me hice tonto. Tomé otra, una que me parecía padre, pero no me gustaba del todo. Y anduve entre las parihuelas y los alebrijes, ausculté en un gran arbol de la vida, le mostré a O un petate, después vimos cazuelas, mananitas y demás orfebrería. Pero al irme, volví por mi máscara negra, por el viejo de pintura oscura. No pude resistir la tentación de comprarmela, yo, que tengo tantas carencias. Pero ya la puse en mi casa, justo a un lado del ventanal. Ahora, todas las noches, ese viejo hurgará en Frontera como yo a veces me he asomado a la ventana para ver la calle, los autos, la vida que pasa.

Escribo para recordar.

Sale hoy en el periódico Reforma, el resultado de una encuesta sobre, qué tan feliz fuiste cuando eras niño. El resultado arroja que son los niños de los años ochenta los que la pasaron mejor. Yo fui niño durante esos años y nunca he batallado para recordar esa infancia. ¿Cómo puede ser la infancia de un niño en una colonia salvaje en Monterrey? Una experiencia inolvidable. Había una mezcla entre infancia campestre y citadina. Aún había muchos terrenos baldíos donde era posible encontrarte una cantidad increíble de bichos y todas las primaveras cruzaban la ciudad verdaderas marejadas de mariposas. Sabíamos del futbol y del beisbol gracias Rayados, Tigres y los Sultanes y ellos eran nuestros ídolos al jugar en la calle y los llanos. Con calles de tierra que semejaban ruinosos caminos rurales, aún con caballos y perros y cabras que ramoneaban, también estaba el ruidoso paso de los camiones de la ruta que, en menos de media hora, te depositaban en el centro de la ciudad con sus edificios y tiendas y churros rellenos de cajeta y papas fritas. Además, no hay niño que no ansíe los juegos mécanicos y en mi Monterrey de los ochenta había unos mágicos, inigualables: los juegos manzo, ubicados en el lecho del río Santa Catarina y que años más tarde, se los llevó el aguan parduzo y lodoso del agua que bajó después del paso del huracán Gilberto. Había otros en la alameda, con un gran tobogán, pero los Manzo eran inolvidables.
Ya había llegado el atari. Ah, el atari; pero aún no lograba encadenarnos lo suficiente para que dejáramos la calle, la única patria de la infancia. A sol, con lluvia, con frío, la calle siempre era el gran terreno, la plataforma desde la cual podíamos invadirlo todo. Una camioneta desvalijada nos servía de galeón malherido, el llano de campo de futbol, las cuatro esquinas del cruce de una calle nos servía de diamante de beísbol, la bajada de una calle: de deslizador natural, las grandes avenidas Ruiz Cortínez, Antonio I Villarreal, Pablo A. de la Garza y la antigua vía a Tampico de las fronteras cuadradas de nuestro reino.
La infancia. ¿Cómo olvidarla o querer olvidarla? A veces me sigo reconociendo como ese niño que se preguntaba si el níspero plantado afuera de su casa daría un fruto alguna vez o ese niño que subía a su bicicleta para recorrer la colonia, o ese niño que jugaba de pitcher en el equipo de beis de la primaria y que daba todo por un buen salto para ensestar una pelota de basquet en el aro. Me reconozco y me sonrojo y acaso me averguenzo de recordar que yo hacía camiones de pasajeros con plastilina y pintaba en una libreta operaciones militares de cartagineses y romanos.
Los viejos olvidan todo, dice también la nota del periódico Reforma. Por eso los viejos nunca dicen si tuvieron una buena infancia. Yo mejor escribo. Escribo para recordar.

Friday, March 16, 2007

El breve espacio

Puebla de los Ángeles. El chofer se pierde y tengo que bajarme para llegar al lugar donde se presentará el libro. Al llegar, entro por equivocación a la presentación de otro libro. Bajo. Llego con la encargada. Me lleva casi corriendo a donde sí será el evento. Me dice que me esperaban desde las cuatro. Luego, la chica se pierde. Le llama a su jefe, Roberto Martínez, y me lleva en taxi a El breve espacio. La presentación estuvo padre. Las palabras de Gerardo Porcayo fueron muy elogiosas para el libro. Me sorprende como cada lector, le encuentra siempre sus cosas distintas, pero, claro, muy cercanas al final a la intención. Leí los inicios de todos los cuentos, un ejercicio que nunca había hecho y me suena lo arrabalero que son. Será que los conozco tanto, que ya no me producen mucha emoción. Al final dejé libro a consignación en dos librerías (son casi regalos, no veo que me depositen 150 pesos de Puebla) y vendí dos libros a Elizabeth y Federico. Fue una buena noche. De regreso, no encontrábamos al chofer pero Roberto, su mujer y Gerardo se quedaron conmigo hasta que apareció. Llegamos a las doce al D.F. y yo me dormí durante el camino, toda la parte de la sierra. La próxima semana voy a Apazco.
Crónica de dieta/día siete
Martha nos hace pasar y nos toma el peso y la presión.Bajé otro kilo. Kilo con trescientos gramos. O también. Le cuento del taco de guacamole que no me comí y nada más me sonríe como diciéndo: no te creo. Pero sí. El camino de regreso al D.F. en ese sentido, fue espantoso. El chofer había comprado hamburguesas para sus hijos y el aroma se había apoderado del carro. Creo que tal vez, por lo mismo, hoy entré a un Burguer King. Ordené una ensalada y la comí rumiando mis días de exceso. Al menos ya va una semana.

Thursday, March 15, 2007

El viejito

Llego a la casa y encuentro a don Rafa afuera del edificio, escoba en mano, y me dice: mire joven, aquel viejito, bese y bese, nomás calienta pero ya ¿qué calienta? Y busco al viejo del que habla don Rafa y enfrente de las puertas de la secretaría de economía encuentro a un hombre canoso, sí, un tanto viejo, que le da besos a una mujer regordeta, vestida con blusa floreada y falda verde. Don Rafa sigue atento al viejo pero yo entro. ¿Qué de nostalgias y de lujuría tengra el viejo ahorita que ve al otro?
Crónica de dieta/día seis.
Ya decidí que, cuando esto acabe, lo primero que comeré será pastel, o frutas y bombones rociados con chocolate. Por lo pronto, va bien. Ayer nos tocó ir a la consulta y para nuestra sorpresa no estaba Ninfa, sino la doctora principal, creo, la dueña del lugar. Nos dio muy buenas noticias. Yo bajé casi cuatro kilos. Hoy voy a Puebla a subirlos, jaja.

Tuesday, March 13, 2007

Espero ya que llegue la película de 300, basado en el libro gráfico de Frank Miller. Ansío ver sangre, desmembramientos, una lealtad y honor que cada vez parece que sólo quedó en el pasado. La batalla de las Termopilas, no es mi favorita. Amante de la cultura persa, ese estrecho me recuerda, tal vez, la caída de uno de los imperios gracias a los cuales empecé a leer, ávido por su historia. Pero a esperar, faltan tan sólo un par de semanas.
Crónica de dieta/día tres
¿Señor, vende los nopales? y el don, sentado en un banquito de madera, responde: por supuesto, claro que sí, mire, mientras pruebe esto. Y con una velocidad sorprendente extrae una tortilla caliente de un altero cubierto con servilletas, le unta una cucharada de aguacate y guacamole y me lo entrega. Me quedo febril al recibir ese taco. Y recuerdo, no puedo comer ni tortilla ni aguacate. Por un momento pienso, ¿qué mal me puede haceruna tortillita con aguacate? Pero entonces pienso en una presa a la cual se le hace sólo una fisura y esa fisura me vuelve más grande y más grande y más grande. Compro los nopales y me voy con mi taco de guacamole camino a casa. Lo llevo en la mano como un gorrioncito caliente. A veces lo miro y quiero comerlo, pero me contengo. Busco a algún indigente a quién dárselo y antes de llegar a casa veo a un viejo, extremadamente delgado y pienso en futilidad de las dietas, al notar cómo el viejo devora con ansiedad un trozo de torta de milanesa. Pero no le entrego el taco y metros más adelante, lo tiro a la basura con toda la lástima que puede darme un taco de guacamoles. A veces, seguir las reglas, se vuelve algo absurdo.

Sunday, March 11, 2007

Dialogos con un brócoli

Es curioso cómo, al tener una interacción más morosa con tus alimentos, estos parecen apartar un tiempo preciso para ser comidos. Recuerdo la sensación casi desesperada de tomarse una coca-cola o la rápida mordida a una quesadilla. Ahora, con los vegetales, ocurre algo distinto. Por más que quiero apurar la mordida, la masticación, más lento engullo. Y el sabor de las verduras permanece por más tiempo del que quisiera en la boca pero, apenas muerdo una fresa o chupo el hueso de un mango y lo muerdo y le exprimo todo el jugo, ese sabor permanece como un estrella fugaz en mi lengua. Es curioso cuándo empezamos a entablar una "relación" con lo que comemos. En un cuento de alguien, escuché: "ya tienes edad para dialogar con tu comida". Y bueno, yo estoy dialogando con mi comida. Hasta ahora, no me ha dicho muchas cosas interesantes.
Crónica de dieta/día dos.
El pescado cocido sin aceite y sin nada, me quedó un poco duro, pero el mango, ah, el mango. Qué placer de morderlo, de tenerlo en las manos, de pelarlo suavemente mientras dejo que el olor se expanda hasta mi nariz. En la tarde le he dicho a O, con una mezcla de orgullo y fascinación: "cuando vayamos al cine, en lugar de las palomitas, ¡nos llevamos la gelatina que nos toca en la tarde". Ella nada más sonríe. No sé si para decir tope o por pura nostalgia.

Saturday, March 10, 2007

Masticación

Se llama Ninfa y es nuestra doctora en este, ahora comprendo, arduo proceso de acometer una dieta. Es de tez blanca, pelo negro y lacio y tiene una cierta capacidad para desesperarse que la vuelven un poco ansiosa. Pero es nuestra doctora y por estos días, casi casi, nuestra gobernante. Ninfa nos explica que, en la nueva parte de la dieta (subir los kilos ha sido superado con éxito, un poco demasiado, tal vez), tendrá una parte importante del proceso un pequeño elemento, obvio, pero indispensable. La masticación. Dice la palabra dándole énfasis a cada letra y al final, el resultado sonoro es contundente: masticación. Me suena como al punto final de todas las cosas, como la forma como se derrumba un edificio, igual que el sonido final que hace un gato al pelearse.
Durante la consulta, Ninfa repite varias veces la palabra y yo me siento arrullado con esa sonoridad. Masticación también me sabe a: te destruiré poco a poco y te gustará.
Crónica de dieta/día uno
Nunca, en mi vida, había comido tanta lechuga. Al llegar a casa de O, había un trozo de rosca de pan dominó. ¿Puedo al menos lamer el pan? le pregunté a O quien nada más sonrió. Pero vas muy bien con la dieta, la vas a romper. Bueno, al menos voy a oler el pan, insisto con mi fetichismo gastronómico. Ah... qué delicia el olor del pan. Después, fui a comerme mis fresas y claro, mi lechuga.

Friday, March 09, 2007

Mi propio super engórdame

Hace meses compré Super engórdame, la famosa película que ataca a Mc donalds. Tengo que admitir que el tema funcionó, al menos en mí. Desde entonces no he vuelto a pararme no sólo en un Mac Donalds, sino en cualquier Burguer King, KFC y anexas. El tema de la película me llegó. Fue una manera contundente de decir: ya basta. Y miré mi estómago. Sï, ya basta de comida chatarra.
Pero a los días, me di cuenta de algo: Latinoamérica no tiene esos problemas con Mac Donalds porque, en latinoamérica, ir a un Mac Donalds equivale, para mucho, un lujo. Aún recuerdo con cierta nostalgia mi primer visita a un Mac Donalds, lo recuerdo con nostalgia y un poco de pena ajena, pero qué va.
Una vez fuera de mí la comida rápida, bueno, llegó mi comida rápida mexicana: tacos, tamales, quesadillas, etcétera, causándome una sincera y bien remunerada gordura. Y también, claro, un fastidio gastronómico, una desesperada ansiedad por sabores nuevos. Así que, oficialmente, busqué una dietista. Antes había ido con nutriólogas pero ahora decidí ir a una clínica. La primer regla de la doctora fue: tienes que subir un kilo o kilo y medio para empezar la dieta. Me le quedé mirando con incredulidad. ¿un kilo? Así es, un kilo o kilo y medio. Y lo dijo con esa buenventura que da saber que estás por subirte al Titanic o al Apolo XII. ¿Y cuántos días tengo? La doctora miró el reloj y dijo: ¿y cuándo vuelves a la consulta? ¿El viernes? Entonces tienes hasta el viernes.
Felicidad de los gordos es un cuento que escribí donde un gordo tiene que subir tres kilos en una semana para poder participar en un concurso de box de pesos pesados. En el cuento, el tipo come de todo, va con una dietista y al final, descubre que, lo que deseaba, no se va a cumplir.
Así me he sentido desde ese ya lejano martes por la noche. He comido de todo, en condiciones desfavorables. Me duele la cabeza. Si siento mi metabolismo muy muy acelerado. Pero seguir en las condiciones actuales, también, es peligroso. Hoy veré a la doctora. A las cinco. He pasado por toda la comida rápida y chatarra del mundo estas horas y la sensación que tengo es esta: la comida apesta. Dice la doctora que nunca volveré a ser igual. Me parece slogan publicitario. Lo último que comí fueron unas palomitas. Con esfuerzos las terminé. Pero bueno, veremos estos meses, en estos apunte cero tenebrosos oliteratoso, qué es lo que ocurre o si la libré. Si llegué a Nueva York.

Sunday, March 04, 2007

Las monarcas

Tengo sueño. Me levanté a las cinco y media de la mañana. No me he bañado tampoco. En la camioneta venimos otros ocho y creo que ya todos queremos regresar a la ciudad de México. El chofer toma por un camino viejo y trepamos a la montaña. A la mitad del camino vemos a la primera. Es pequeña, pasa casi desapercibida. Metros más adelante, escolantando la carretera, casi con un rastro indeciso y transparente, aparecen las demás. Entonces me desperezo un poco y empiezo a notar cómo hay más y más mariposas monarcas. Los autos van a una velocidad lentísima y con los faros encendidos, la luz del sol horada los árboles e ilumina trazos de carretera de donde salen más y más mariposas. El santuario, dice alguien, justo cuando la carretera da la vuelta y al salir de ese recodo aparecen laderas pequeñas, carros detenidos y el paso de un enjambre dorado y café de monarcas. Las mariposas rodean la camioneta. Las mariposas se elevan graciosamente al llegar al parabrisas. Avanzan a nuestro lado, se pegan a los vidrios laterales de la camioneta. Todos nos despertamos. Recuerdo entonces, hace mucho años, un pésimo mal cuento que leí en un taller narrativo en el tec de Monterrey. El autor tuvo el decoro, la ingenuidad acaso, de leerlo frente a Juan José Millás. El punto clave del cuento eran unas frases que no he podido olvidar con el paso de los años: "maiposas boadoras, foes monarcas". Pero hoy, tan cursi que puedo ser, pienso, tenía razón esa frase aunque estuviera en el cuento y con las oraciones y las intenciones equivocadas. Al momento de escribirlas, espero poder acomodarlas en un lienzo más a modo. "Veníamos cansados en una camioneta, sin esperar más que un viaje cansado a nuestras casas y de pronto, en la carretera, nos explotó un incendio flores voladoras, de mariposas monarca".

Reporteros A.C.

El viernes y sábado fui a Valle de Bravo a cubrir el entrenamiento del equipo de natación de Sport City que intentará (y seguro lo logrará) cruzar el canal de la Mancha a mediados de agosto. No un cruce cualquiera (aunque uno sería, por sí solo, una hazaña), sino un cruce cuádruple en relevos. La cita fue, como dije, en Valle de Bravo. La luna llena fue un marco ideal para estos seis nadadores por los que siento una estima inusual. Además, no se trata de un simple cruce: sino que también tiene una fuerte carga social: apoyar con una operación para niños que nazcan con labio y paladar hendido. Un kilómetro nadado: una operación donada para uno de estos niños, que se estiman, son uno por cada 566 bebés.
El entrenamiento, bien. Lo divertido fue departir con el mundo de los reporteros. Me recordó de inmediato el mundo de los escritores. No recuerdo sus nombres, pero había una reportera de Record a quien, después de alabarle el periódico, se dedicó a ignorarme completamente. Se le veía ufana y segura. El reportero de Televisa era muy divertido y hacía con los nadadores lo que quería. En una obligó a los pobres a decir: "por un cruce exitoso, todos con televisa deportes." Me pregunté si Televisa deportes donará algo de dinero para alguna operación. Yo hice migas con los chicos de radio, un poco con los de otras revistas y ya.
E insisto. Me sentí como en un encuentro de escritores en el cual todos le tiran a los poetas (el de Televisa en este caso). Se criticaban notas, desplegados, notas cubiertas, se reían a gusto de otros reporteros, hacían trizas a una chica de televisa que cubrió el superbowl (su mejor entrevista fue la que le hizo a una tanga en una tienda de souvenirs) o bien, se comían a otros ilustres personajes del medio. Yo estaba muy divertido, a salvo del veneno, pero recordaba cuando entre amigos o desconocidos, me entero que le tiran a un escritor joven porque se promueve, o al último que hizo una antología de poesía, o al último ganador de un premio literario o lo pésimo que escribe uno que ya tiene un par de libros... etcétera, etcétera, etcétera.
Reporteros A.C. El sentido de competencia entre ellos es muy alto. Todos saben que sus notas no pasarán en ninguna memoria colectiva. Todos saben que al leer una nota, en el último que piensas es en quien la escribió, pero aun así algunas se comportaban como si sí lo fuera.
Fue una buena noche y una agradable experiencia. En el fondo me dieron un poco de simpatía. Sí. Claro. Ellos también se creen los salvadores del mundo, los más inn en lo inn, lo seguros conquistadores de la gloria.

Thursday, March 01, 2007

Lavandería

O se quejaba de que hace mucho que no me esmero en mi cuidado personal. Claro, he subido algunos kilos, traigo una hueva espantosa y también, hacía más de dos meses que no lavo la ropa. Es decir, en lavandería. Así que hoy, decidido, miro el bulto de ropa y me digo: vamos a la lavandería. Y bajo de mi departamento con la pesada bolsa al hombro. Espero en Chapultepec, sigo por Dinamarca y cuando llego a la lavandería la dependienta me sonríe. Le digo que quiero la ropa para mañana y le digo mi nombre. Entonces ella pone cara de circunstancias y dice: !Ay, joven, creo que la vez pasada a la otra señora se le olvidó darle una bolsa de ropa! Y yo: ¿ropa? ¿cómo? Y sale la señora de detrás del mostrador y va hasta el anaquel y me enseña una bolsa más que mediana y sí, asisto entonces con sorpresa al descubrimiento de que sí, yo tengo una camisa naranja, unas de cuadros, una café, un par de sudaderas para dormir... casi diez camisas y más ropa.
¿Sí es suya, verdad?
Sí, claro que es mía.
Y voy cayendo entonces en la cuenta de que claro, cómo fue que había olvidado diez camisas. Digo, una se te puede olvidar, dos, probable, tres, entendible pero.... ¡diez camisas! Salgo contento de la lavandería. Hoy, sin saberlo, asistí a mi compra de ropa más espectacular y también, la más barata. Sólo era cuestión de, sí, lavar la ropa en montón.