Wednesday, March 28, 2007

Dice mi hermana que no escribo de ellos. Me apura a que lo haga. Yo no sé en realidad qué escribir, aunque me sé eventos penosos de ella, eventos de su infancia que tienen qué ver con gritos en la calle y guardias de seguridad. Pero son sólo pláticas que se dan al calor de la familia, en una sobremesa cualquiera donde nadie quiere huir a la televisión. Mis hermanas. Creo que se quieren. A veces, cuando era un hombre con dinero, me las llevaba a comprarles la ropa. La última vez que lo hice fue en navidad, creo, en una tienda de mayoreo por Felix U Gómez. Iban las dos muy arregladas y miraban la ropa con ese fastidio o curiosidad que da mirar ropa. En realidad, era ropa de invierno, chamarras. Había mucha gente y el espacio era pequeño. O también andaba con nosotros, y la mamá de O. Yo estaba cansado de mirar chamarras, pero mis hermanas iban y venían de entre los anaqueles y sacaban que un sueter o un rompevientos y miraban a los demás compradores como si los sintieran lejanos y ellas no estuvieran ahí para hacer lo mismo: comprar.
Yo: me perdía. Al final salimos con chamarras para todos, menos para mí. Papá vio la suya e hizo un gesto de emoción que rápido definí: el regalo no le había gustado. Mamá se probó su chamarra, la modeló frente al espejo, mi hermano Jorge y Saúl tomaron la suya, se quedaron callados y colgaron su chamarra en el clóset. Y yo no tuve chamarra. Así que, hermanas mías, me deben un gran regalo de cumpleaños.

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