Es curioso cómo, al tener una interacción más morosa con tus alimentos, estos parecen apartar un tiempo preciso para ser comidos. Recuerdo la sensación casi desesperada de tomarse una coca-cola o la rápida mordida a una quesadilla. Ahora, con los vegetales, ocurre algo distinto. Por más que quiero apurar la mordida, la masticación, más lento engullo. Y el sabor de las verduras permanece por más tiempo del que quisiera en la boca pero, apenas muerdo una fresa o chupo el hueso de un mango y lo muerdo y le exprimo todo el jugo, ese sabor permanece como un estrella fugaz en mi lengua. Es curioso cuándo empezamos a entablar una "relación" con lo que comemos. En un cuento de alguien, escuché: "ya tienes edad para dialogar con tu comida". Y bueno, yo estoy dialogando con mi comida. Hasta ahora, no me ha dicho muchas cosas interesantes.
Crónica de dieta/día dos.
El pescado cocido sin aceite y sin nada, me quedó un poco duro, pero el mango, ah, el mango. Qué placer de morderlo, de tenerlo en las manos, de pelarlo suavemente mientras dejo que el olor se expanda hasta mi nariz. En la tarde le he dicho a O, con una mezcla de orgullo y fascinación: "cuando vayamos al cine, en lugar de las palomitas, ¡nos llevamos la gelatina que nos toca en la tarde". Ella nada más sonríe. No sé si para decir tope o por pura nostalgia.
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