Hace meses compré Super engórdame, la famosa película que ataca a Mc donalds. Tengo que admitir que el tema funcionó, al menos en mí. Desde entonces no he vuelto a pararme no sólo en un Mac Donalds, sino en cualquier Burguer King, KFC y anexas. El tema de la película me llegó. Fue una manera contundente de decir: ya basta. Y miré mi estómago. Sï, ya basta de comida chatarra.
Pero a los días, me di cuenta de algo: Latinoamérica no tiene esos problemas con Mac Donalds porque, en latinoamérica, ir a un Mac Donalds equivale, para mucho, un lujo. Aún recuerdo con cierta nostalgia mi primer visita a un Mac Donalds, lo recuerdo con nostalgia y un poco de pena ajena, pero qué va.
Una vez fuera de mí la comida rápida, bueno, llegó mi comida rápida mexicana: tacos, tamales, quesadillas, etcétera, causándome una sincera y bien remunerada gordura. Y también, claro, un fastidio gastronómico, una desesperada ansiedad por sabores nuevos. Así que, oficialmente, busqué una dietista. Antes había ido con nutriólogas pero ahora decidí ir a una clínica. La primer regla de la doctora fue: tienes que subir un kilo o kilo y medio para empezar la dieta. Me le quedé mirando con incredulidad. ¿un kilo? Así es, un kilo o kilo y medio. Y lo dijo con esa buenventura que da saber que estás por subirte al Titanic o al Apolo XII. ¿Y cuántos días tengo? La doctora miró el reloj y dijo: ¿y cuándo vuelves a la consulta? ¿El viernes? Entonces tienes hasta el viernes.
Felicidad de los gordos es un cuento que escribí donde un gordo tiene que subir tres kilos en una semana para poder participar en un concurso de box de pesos pesados. En el cuento, el tipo come de todo, va con una dietista y al final, descubre que, lo que deseaba, no se va a cumplir.
Así me he sentido desde ese ya lejano martes por la noche. He comido de todo, en condiciones desfavorables. Me duele la cabeza. Si siento mi metabolismo muy muy acelerado. Pero seguir en las condiciones actuales, también, es peligroso. Hoy veré a la doctora. A las cinco. He pasado por toda la comida rápida y chatarra del mundo estas horas y la sensación que tengo es esta: la comida apesta. Dice la doctora que nunca volveré a ser igual. Me parece slogan publicitario. Lo último que comí fueron unas palomitas. Con esfuerzos las terminé. Pero bueno, veremos estos meses, en estos apunte cero tenebrosos oliteratoso, qué es lo que ocurre o si la libré. Si llegué a Nueva York.
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