Friday, March 18, 2005

En la Fundación para las letras mexicanas

Apenas bajé del taxi me chistaron. Alzé el cuerpo y miré: era Nadia. Me subí a la camioneta donde su madre manejaba y luego un de rápido saludo y unos metros más llegamos a la Fundación para las Letras Mexicanas. Es una casa imponente. Accedimos a la recepción y de ahí a la planta alta con la secretaria de Eduardo Langagne. Ella nos mostró la casa. Nos enseñó los balcones con sus mesas de hierro forjados, nos mostró las oficinas de Langagne y del contralor, así como las zonas de estar, blancas y con el piso verde, con fuentes diminutas donde había siempre un letrero de se prohíbe fumar. Nadia miraba todo ese sorprendida y alegre. Yo nada más seguía el juego. Luego llegó Coral Aguirre. Había llegado desde antes y alcanzó a unirse con a la travesía por esa casa. Nos mostraron los cubículos donde trabajan los becarios y también una biblioteca donde apenas vi el diccionario de Corominas salté de gusto.
Ya afuera Nadia y yo nos alejamos para alcanzar a Luisa y Tatei quienes esperaban sentadas a un mesa también de hierro forjado. Platicamos breve porque dio unicio pronto la presentación. La presentación no era tal. Las miradas aburridas e inquisitivas de los becarios aunadas al espacio claustrofóbico del lugar me incomodaron de inicio. Vi mi presentación y me dije que estaba completamente fuera de lugar. El otro presentador, becario de la Fundación, hico un gesto se sentía a gusto en su casa y yo empecé. Hablé de la novela, de esas mujeres de la novela y cuando se terminó sentí que había perdido el tiempo. De cuando en cuando miraba de reojo a los becarios, sus sonrisitas breves, ese aire de natural superioridad. Luego leyó Julián, algo breve y entonces Coral salió al ruedo. Los becarios permanecían en silencio. Coral dijo que hablar de su propia obra le parecía un gesto inútil. Me encantó que los acicateara. Me recordó esos días en letras cuando ella nos acicateaba a nosotros. A Coral Aguirre le da coraje juventudes tan pasivas, tal vez porque su juventud no fue nada pasiva.
Coral Aguirre nació en Argentina en 1938. Es dramaturga. Cuando le preguntaron cómo fue que entró a la dramaturgia, ella dijo que por acto dramático. Entonces nos contó de Mónica, su amiga poeta quien escribía la obra de arte y cómo fue secuestrada un día y simplementa ya no apareció. Yo recordé entonces aquella mañana cuando ella nos contó en clase que una noche llegaron por Coral unos amigos y le dijeron: tenés que irte esta misma noche, nos dieron el pitazo y ahora vienen por tí. Casi me volví a conmover por esa mujer que nos dijo que se fue con lágrimas en los ojos.
Inició de esta manera un peregrinaje que la llevó de un lado a otro del océano. Nada hay más hermoso que escuchar la Marsellesa en Francia, nos dijo una vez. Finalmente Coral cayó en Monterrey. Mi generación fue la primera a quien ella le dio clases en al Universidad de Nuevo León. Un creador siempre debe de estar tumbando algo, una barrera, dijo ayer, y yo sigo queriendo derrumbar las cosas. Cuando uno crea no debe de emitir un juicio moral, también dijo. Luego, en un momento, espetó a los becarios: ¿Alguno de ustedes has visto la película de Bertoluchi (no recuerdo el nombre, no he visto la película) donde el director va poniendo un cuadro que avanza y avanza, acercándolo a la cámara. Los becarios permaneceiron mudos. Coral volvió a verme y luego hizo un gesto de fastidio y espetó: claro, pero de seguro vos sí conoces toda esa mierdería hollywodense".
Me acordé de una manaña cuando llegó a clase y dijo, a ver, Raúl, usted leyó Lisistrata. Raúl inclinó el rostro. Y así se fue, preguntándonos uno por uno si habíamos leído Lisistrata. (afortunadamente sí lo había leído ese día). ¡¿Pues ustedes a qué vienen a estudiar?! nos gritó, ¿a qué vienen? ¿Vienen por un papel? A mi me importa un pito un papel, y dicho esto lanzó el gis contra el pizarrón. Cuando salió nos quedamos todos asustados. Nadie se movió de su lugar. Regresó al cabo de unos minutos y nos dijo: muchachos, es que no se engañen. E inició así la revelación de esa mujer, amiga suya, de esa Mónica poeta que desapareció un día y no volvió a verse nunca más. Coral terminó contándonos sobre la ocasión cuando vio por primera vez el Guernica, de Picasso. Nos dijo que ya antes lo había visto pero que verlo ahí, físicamente le supo a un golpe. Se dejó caer de rodillas y comenzó a llorar. Dijo que en ese momento, simplemente, supo que ese cuadro del Guernica mostraba a todos sus amigos y su familia muerta durante la dictadura argentina. Supo que ese cuadro mostraba todo el dolor y del mundo.
Sin embargo, a pesar de ellos no todos volvieron a ser alumnos modelos. Yo aún recuerdo cuando le dije que me habían dado la beca del FONECA. Me felicitó y me dijo: pero cuidado, Antonio, eso no es garantía de que no terminarás el libro. Y esa maldición acompaña esa novela. Por una cosa o la otra no he podido terminarla.
No sé cuántos de los becarios de ayer tomaron a Coral como una mujer loca o una mujer extravagante, ni sé cuantos aprendieron algo de ella. Pero no importa. Al finalizar la presentación yo salí con Nadia, Luisa y Tatei y huimos de ese espantoso sitio. Una becaria nos alcanzó y platicamos un ratito en la calle. Coral ya se había ido con un amigo, creo, de sus primeros tiempos de exilio en México, alla por el ochenta o tal vez un argentino que la conocía de mucho tiempo atrás. Apenas terminó Coral y él se abrazaron y se fueron. Hoy también se presenta el libro en la capilla del centro cultural helénico y prometo no leer sino sacar de Coral otra vez su ideología alucinante, cierta para mí muchas veces.

2 comments:

AnGeL_RaZiEL said...

Ojalá no sea un lugar horrible... por mi bien

Anonymous said...

Por que no:)