Me gusta ir a casa de Felipe Garrido. Tiene un jardín muy grande y al fondo una biblioteca colosal de dos pisos donde se hacinan sus libros y cuadros. A un lado de la cocina hay una especia de patio trasero con techos de vidrio y una mesita de cristal y unos sillones. A veces platicamos en la biblioteca y el lugar huele a puro y libros. Felipe tiene varios gatos y de todos ellos sólo una me busca. Apenas me ve ronronea y en cuanto me siento va y se recoge en mi regazo, en mis piernas. Felipe nada más sonrié y dice cosas como: ya se acomodó y luego seguimos platicando de libros, autores y formas cómo afrontar la escritura. Déjalo todo, me dice, no te llenes de trabajo, solamente lee y escribe. Y yo no sé cómo decirle que no he leído en un buen como quisiera y que no he escrito más que cosas en mi blog, sacudiéndome perezosamente de las palabras.
Felipe es un gran promotor de la lectura. Cuando lo aceptaron en la Academia Mexicana de la Lengua (recuerdo haber escrito algo sobre esto en este blog) Jaime Labastida dijo, al responder el discurso de Felipe, que si este país lograba tener más lectores iba a ser por el trabajo incansable de gente como Felipe Garrido. Él estaba emocionado hasta las lágrimas mientras a un lado el resto de los miembros de la academia asentían con severidad.
Ayer le pregunté: tú cómo quisieras ser recordado Felipe, como promotor o como escritor. Se quedó en silencio mientras la gata se arrullaba en mis piernas y luego, Felipe le dio una fumada al puro. Sólo dijo que tenía que volver a escribir. Los tiempos son cortos, ineludiblemente.
La gata se levantó entonces y nos pusimos de pie. Él iba a su evento sobre Torreón, su ciudad natal y yo regresaba a casa después de un largo día de comida, citas y vino tinto.
Con Felipe Garrido aprendo mucho sobre una visión tal vez, honesta de la escritura.
No comments:
Post a Comment