Monday, March 06, 2006

un buen fin de semana

Es la una y veo mi cuarto. Una toalla está sobre la cama, unos zapatos fuera de su lugar. Un par de cuadros siguen recargados en la pared y creo que ya es hora de acomodarlos. Prendo la televisión y la dejo en el canal cuatro donde pasan la nascar busch en la ciudad de México y voy a la sala con el ruido de los motores inundado mis libros. Acomodo algunos trastes, limpio el librero, abro las cortinas y una luz blanca blanca lame los sillones donde está el periódico y un comic que compré en la mañana. El comic se llama Robotech y aunque no tengo las cinco series completas intento tener la colección completa.
Mientras el ruido de los motores siguen en marcha recibo un mensaje electrónico. Es H. Quedamos de vernos a las tres en el parque de río de Janeiro. El parque está casi en una orilla de la colonia Roma. Es grande y tiene al centro una gran fuente con la réplica de un David. Cuando salgo descubro una colonia tranquila, negocios cerrados, alguna gente pasea a sus perros y el sol lame las banquetas, se entrevera entre las ramas de los árboles, salta jubiloso en el capacete de los coches estacionados. Corre un aire tibio y nada más.
En el parque unos niños corren entre los pasillos y una mujer blanca con pelo rubio pasea a su perro. Haydé llega por una orilla del parque y nos encaminamos a un café. En el camino, frente al Hospital de Durango, me dice: siempre he querido comer ahí. El restaurante se llama Andramari.
Cuando entramos es como descubrir un pequeño eden. Las mesas están dispuestas alrededor de un jardín y al centro del jardín hay un gran sauce del que penden alimentadores para pájaros y colibries y un revoloteo de gorriones y colibries es lo primero que te saluda al entrar. Poca gente come pero el aire adentro es un poco más helado. Un pequeño riachuelo artificial rodea al sauce y baja en escalones hasta un laguito.
Haydé pide pato y yo un tazón de fabada y mientras comemos el aire mueve las hojas y un murmrullo de hojarasca envuelve el lugar. Comemos con calma, platicamos, nos reímos, untamos piezitas de pan con mantequilla. AL final pido un arroz con leche y cuando salimos nos detenemos frente a una vitrina con hielo y adentro hay camarones gigantes, brillosos, su carne suave y anaranjada sigue dura entre el hielo que los refleja.
Salimos a buscar un café y lo encontramos en otra plaza de la colonia. Alrededor de la plaza hay varios cafés y mucha gente toma y platica. Las risas nos llegan con claridad desde todos los puntos posibles. Venden paninis y más. Tomo un descafeinado y mientras la tarde sigue cayendo. A las seis me despido de Haydé y regreso a casa. La colonia Roma los fines de semana es la tranquilidad vuelta verdad. Entre semana los negocios y el tráfico la vuelven tediosa, aburrida, pero los fines un aire calmo la inunda. Las luces de un par de bancos ya están prendidas y un par de ciclistas pasan junto a mi y se pierden en una esquina.
A las siete salgo de nuevo a casa. Debo leer algo y camino hacia el otro lado de la Roma. Atravieso la rotonda del metro insurgentes donde unos muchachos patinan y hacen acrobacias y decenas de enamorados o gente que espera deambula entre las jardineras y la entrada del metro. En la zona rosa busco un café y pido un smoothie de chocolate blanco. Leo desde las siete hasta las nueve y media, de jalón, poco entretenido en lo que leo pero debo de hacerlo. De regreso paso por una iglesia y afuera venden elotes. Pido uno. El sabor caliente me llena el paladar junto con el picor del chile. LLego a casa a dormir y son las diez y media. Mañana, hoy, tengo lectura en la Fundación. Apenas me duermo pienso en todo lo que hice: el sábado poner examenes, ir al cine, en la noche ir al concierto de Ely Guerra, leer el periódico, ir a comer. Ojalá haya más fines tranquilos como este.

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