Estos días he vuelto a utilizar el metro. Y voy feliz. Veo los rostros, la gente, huelo los sudores, noto las miradas perdidas, el fastidio, la ansiedad que explota cada que se cierran las puertas. Ya no usaré taxi más que en situaciones inesperadas, pero algo me dice que no tendré situaciones inesperadas, al menos no muchas, últimamentes. Estoy en ese extraño proceso de volver al mundo real. Sí, el mundo real, porque dentro de la Fundación se vive con otros valores, otras cosas tienen importancia. O al menos, de la forma como yo viví la Fundación.
Pero hoy iba en el metro. De salida del trabajo alcancé a una amiga de O y nos encaminamos hasta la boca de la estación Zapata. Había mucha gente en la calle. Demasiada. Algo ocurrió, le dije y ella asintió antes de despedirse. Y abajo, sí, abajo era el caos: un desorden contenido en el andén. La gente llegaba, pasaban trenes vacíos. ¿Alguna vez se han preguntado a dónde van los trenes vacíos que pasan por las estaciones en las horas pico y pasa golosamente, así, sin un alma, restregándonos en las narices su espacio? Al tercer tren pude subirme o más bien, me subieron. Sentía el calor de los demás cuerpos alrededor de mí. Era un calor amigable, sí, un poco nauseabundo también, pero amigable al fin y a cabo. Me recordó las tardes que salía del CME y volvía con Manuel de Villa de Cortés después de dejar a Socorro, quien tomaba el tren hacia la estación Taxqueña.
Entonces la ciudad apenas me mostraba sus caminos y yo llegaba al zócalo, todos los miércoles, me sentaba bajo el hasta bandera y observaba la catedral, el sol, la luz que se pegaba a las paredes de palacio nacional. Después volvía al metro y me bajaba en Aragón. Esos eran buenos viejos tiempos.
Ahora he vuelto al metro. Nunca he dejado que el metro de la ciudad de México me quite el buen humor. Así es, nadie lo va a cambiar. Unos chicos tal vez me entendieron o me leyeron la mente porque todo el camino de regreso fueron bromeando sobre lo lógico: somos sardinas dentro de un pequeño bote: somos sardinas jugositas, casi sudadas que boquean al interior del metro y luego jalan mucho el aire cuando salen.
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