Los caminos por los cuales los libros llegan a nosotros suelen ser curiosos. A veces son recomendados, a veces sus portadas brillan entre un montón de otros libros en puestos y tendajos en mercados en la periferia. Son pocas las ocasiones, sin embargo, donde accedemos al libro desde antes de que sea libro, cuando apenas es un germen, un semen de palabras que después articulará toda una vida, que nos mitificará un nuevo mundo.
Los libros siempre se están construyendo y una vez terminados se quedan quietos pero su proceso de escritura ha terminado para dar paso a un proceso mucho más complejo y rico: la lectura. Dicen los aztecas que la muerte es una continuación de la vida y creo que al morir el libro en las manos de un editor, nace en las manos de un lector, no una, ni dos, sino centenas y miles de veces. Hay libros, sin embargo, que nacen muertos porque nunca salieron del cajón y libros que están condenados a nacer siempre, tal vez porque nunca iniciaron aunque lleven por título "El ángel literario" y aunque el autor se llame Eduardo Halfon.
No me malinterpreten. El libro de Halfon tiene un inicio con: "Lanza hacia la esquina sus zapatos y sus medias" y tiene un final. Pero a través de todas sus páginas siempre se está gestando así mismo a través de las ideas del autor guatemalteco pero también, a través de las respuestas que autores como Vila-Matas, Mario Monteforde Toledo, Bolaño, Carver, Eudora Welty, Hemingway y Nabokov realizan cuando tratan de contestar la pregunta que Halfon les hace: ¿En qué momento decidieron ser escritores?
Hay un ángel literario, dice Halfon, un ángel que un día cualquiera aparece sobre la cabeza de un hombre o una mujer -ya sea para bien o para mal- y lo maldice -o bendice- con el quehacer de la escritura. Pero, ¿existe ese momento? ¿es posible seguir con precisión de neurocirujano el momento donde el ángel roza con sus alas nuestras manos? ¿Es acaso importante? En "El ángel literario" se dan cita a todas y cada una de estas respuestas. Es a fin de cuentas, el libro, un viaje personal de Halfon hacia desentreñar la pregunta del porqué escribe.
Al final me quedé pensando cuando fue que el ángel literario me rozó. Y es cierto. Escribía desde la secundaria, cartas de amor a un amor imposible y poemas pero yo "no" escribía. Es decir, mi acercamiento con las palabras era un mero ejercicio mata tiempo, un intento por alcanzar los labios de Diana, un intento por ganarme el interés de mis compañeros. Pero si este ángel que muestra Halfon existe, si es cierto, debió de rozar mis manos aquella mañana de 1993 cuando el maestro Chavana nos dijo que viéramos por la ventana el descampado, luego la avenida Félix Galván y finalmente la torre de agua de Axa Yazaki.
Sí, Halfon. Fue en ese momento. Apenas alcancé a observar todo ello el campo, la imagen del campo ya no era para mí sino un: "campo lleno de rastrojo, con caminos que, arrebolados, huían en todas direcciones como un ejército disgregado bajo la metralla". Y apenas vi la avenida y los camiones, la avenida y los camiones ya no eran para mí eso, sino: "en la avenida, el dulce y brusco ronroneo de los autos y los camiones Dina aumentaban el desconcierto de la batalla". Y apenas vi la torre de agua, para mí ya no fue la torre de agua sino: "esta torre de vigía, ese dedo rojo que señalaba no un camino sino un fin donde mi vista golpeaba sin poder ser retenida".
Así el escritor pasa de la imagen a la palabra y con la palabra le da un sentido nuevo. Escribir es como un ejercicio de autoantropología. Uno busca en los registros de su historia, en los restos de su vida momentos que nos ayuden a configurar a otros. Es con nuestros dolores y aciertos, el fuego de nuestras pasiones y miedos como re-configuramos la otredad y tratamos de darle forma y asimilarla.
El ángel literario de Eduardo Halfon es de esos escasos libros que permiten una re-escritura personal y a partir de ella, tratar de ver de una forma distinta, todo.
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