Saturday, November 03, 2007

ILCE

¡Qué feliz fui en el ILCE! Me reía mucho, trabajaba bien, me pagaban excelente y además, estaba a cinco minutos de mi casa. Ahí hice muy buenos amigos. Heydi con quien hablaba en lenguas, Ioio con quien descubrí el performance, el Mushasho que siempre me hacía reir, la sólida felicidad de Raúl, la siempre divertida charla con la señora Gladys, la amistad de Laura, las veces que me iba a platicar al cubículo de Isabel, los chistes de René y Alejandro.
Hoy que estaba viendo discos para ver qué contenían, me encontré de golpe con la música del ILCE. Rodrigo me pasaba canciones de Cesar Costa para reírnos de ellas y sólo volteaban a mi alrededor mis compañeros cuando yo no aguantaba la risa. Al mediodía iba una señora a vender cacahuates y gomitas. Cuando renuncié el negocio había prosperado y ya vendía chilaquiles, tortas y bandejas de zanahoria y mas. Sí, yo fui muy feliz en el ILCE pero tampoco me arrepiento de haber renunciado a él. Mi vida, al menos mi vida este tiempo, es producto de aquella renuncia.
Pero es bueno recordar esos viejos y buenos trabajos, esas rutinas que nos imponen y que se vuelven parte de nuestra vida. Nunca antes, no lo sé después, un trabajo me estimuló tanto a disfrutar de la vida, de las sonrisas, de encontrar a gente en la calle y platicar con ella. No el trabajo y sí el trabajo, sino la gente, la gente del ILCE hasta que los empezaron a correr a todos. Se fue Ioio con sus ropas multicolores, se fue el padre, después me fui yo, más tarde Heydi y otros tantos. ¿Qué es del ILCE sin nosotros?, ese pequeño grupito de la biblioteca digital que agarró una temporada de calentar palomitas al mediodía, de hacer buffet de pepinos con salsa y que de pronto soltaban las computadoras para ponerse todos a platicar?
Bueno, imagino que el ILCE sigue igual. Pero, por un momento, hoy, al recordarlo, sentí un poco de nuevo de aquella magia. Como le escribí a una amiga de ahí: yo lo ignoraba todo cuando entré al ILCE y lo sigo ignorando, pero con esa gente aprendí a sonreír, cosa nada más bella y nada más difícil.