Monday, November 26, 2007

día de la boda

El día de mi boda me la pasé con un martillo y taquetes en la mano. De alguna manera tenía que arreglar la casa y sólo se me ocurrió clavar flores en las paredes. Una vecina, Florinda, decoró unos jarrones para ponerlas porque yo ni me había dado cuenta de lo feos que estaban así, sin detallito alguno. Pero al menos hasta el mediodía parecía ser un día normal como tantos otros en Monterrey: ver tele, sentir el calor, ir de casa de mi abuela a mi casa. A ratos alguien me hablaba por teléfono. Platicaba con los testigos o confirmaba la fecha con el juez.
A eso de las dos de la tarde me fui a comprar la carne para la discada. Mi hermano J me prestó su carro y no sé qué hubiera hecho si no me lo presta ese día. Pero ahorita de lo que más me recuerdo, lo que me obliga a escribir, es ese detalle de separar las flores, de cortarle los tallos extremadamente largos, de unirlos, de clavar y pegarlos a la pared. Y si bien es cierto que dos semanas antes de la boda me fui a Guerrero a dar un taller de cuento, nadie me puede decir que esas 24 horas entre la boda civil y la religiosa, anduve aburrido y sin hacer nada. Digo, hasta fui por el pastel en un taxi. El taxista me ayudó a ponerlo en el asiento trasero y esto fue porque, en mi boda, todos se ocuparon por sí mismos en arreglarse, ir por novias o en dejar a hermana del novio llorando y a punto de arruinarme la ceremonia, pero el novio??? El novio tuvo que ir por su pastel en un taxi y qué taxi... qué asientos... qué sudor.
Diría una amiga mía, J, cero glamour

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