Monday, December 10, 2007

El viernes pasaron a los cubículos las chicas encargadas de la decoración navideña en la editorial. Iban, bueno, con sus atavíos verdes, rojos, rimbombantes, con esferas casi sicodélicas en delicadas bolsas de plástico. Llegaban frente a una puerta, le daban a un clavo con un martillo y colgaban un mono de nieve, un santoclós o un reno de peluche. Todas las puertas tuvieron su adorno, todas, menos una. El diseñador en jefe espetó un sólido: "a mí no me gusta la navidad", refunfuñó no sé qué amarguras sobre la época y las chicas se alejaron, solícitas con su navidad a otra parte. Todas las puertas quedaron engalanadas, todas menos esa.
Que a la gente no le guste la navidad es ya lugar común. Que la navidad puede ser una de las épocas más vacías y hasta hipócritas también. En una época no lo fue. La navidad era la esperanza, la ilusión, el engaño feliz. Había qué comprarse juguetes, comer golosinas, llenarse la panza de menudo o tamales. Había qué quedarse a dormir en la casa de la abuela o del abuelo o de los primos o de los tíos. Y todos ahí juntos, en la oscuridad, contaban chistes o cuentos de terror mientras uno o unos, tanteaban en la oscuridad aquellos juguetes recién regalados, tanteándolos como si fueran a desaparecer en la duermevela.
La navidad era la época de los grandes descubrimientos. Incluso los adultos sonreían, bebían, jugaban. Pero luego uno crece. Luego uno ve todo lo que se oculta tras esas sonrisas, bebidas y comilonas lezamianas. Luego uno permite esos cambios, se da cuenta de lo terrible del mundo, se enfría el corazón, se amaina el fuego de la inocencia y aparecen junto con la navidad esa soledad tan temida, ese: "a mí no me gusta la navidad". Y quedan nuestras puertas vacías, carentes de esa ilusión pero a salvo de la vanidad o la hipocrecía, según sea el caso.
Como sea el mundo es terrible. Como sea nos devoran las bestias de la amargura, el spleen o el hambre. Como sea. Como sea. Eso es inevitable. Pero nada malo hay en recordar en esos señuelos algo de lo que sí pudo o puede ser. Uno tiene que aprender a vivir dentro de la oscuridad del bosque, a ver en esos pequeños sueñuelos, lucecitas o migajas el mundo que se nos fue, pero el mundo que siempre podemos recobrar, aunque la navidad nos amargue por hoy, nuevamente.

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