Monday, December 10, 2007

Zapatos 1

Siempre me averguenzo al momento de que compro zapatos. Me da cosa mostrarlos al público, así, tan gastados. De niño, sólo me compraban zapatos nuevos cuando los viejos ya estaban muy muy comidos. No había dinero para más. Y yo era una lumbre, decía mi tía Martha, te acabas todo muy pronto. Luego íbamos a la zapatería, Zapaterías Pingo, recuerdo bien el nombre y ahí mirábamos el escaparate mi hermano Jorge y yo mientras mamá hacía cuentas de dinero. Siempre compramos zapatos negros. No había para más. Un zapato negro que combinara con todo: el pantalón de la primaria, el pantalón del fin de semana para la iglesia, incluso para correr y jugar futbol. Recuerdo claramente cómo el sol iluminaba aquellas estanterías repletas de zapatos negros. Y luego entrábamos y a mí me daba una vergüenza tremenda mostrar mis zapatos raídos a la dependienta. Era reconocer desde ya la pobreza o la pobreza que hay en todas nuestras cosas aunque queramos esconderlas con cierto decoro. Antes era pandillero, le dije una vez a un reportero, aunque ahora quiero ser catrín, pero no olvido de donde vengo. Y a mí me avergonzaba, mucho, mostrar esos zapatos viejos. Lo mejor del asunto era volver a casa estrenando zapatos. A las tres cuadras aquello ya era un festín para las ampollas, pero mi madre apuraba más el paso para regresar a casa. Qué espanto cuando salíamos de zapaterias Pingo para ir a comprar el mandado a Soriana. A medio camino me quitaba los nuevos y ah... me ponía los viejos y era como sentir un frescor inédito, un aire helado en esos zapatos que me refrescaba los pies, esos zapatos ya sueltos por el uso, vencidos por el paso. Por eso hoy que fui a comprar zapatos nuevos no pude más que recordar aquellas verguenzas. Yo era niño entonces y volví a ser niño hoy al esconder mis zapatos bajo una silla para que nadie los viera. Es la vergüenza de la infancia lo mismo que nos persigue de adultos. No escapamos a ella.
Pero ya tengo zapatos nuevos. Son blancos como hielo.

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