Muchos años atrás, una tarde calurosa, me encontré, no como Dante en medio de una selva umbrosa, pero sí aburrido, en una plaza comercial al poniente de la ciudad, cansado después de comer unas gorditas doña Tota. Y me sentí lleno, hastiado mientras la gente hacía compras en aquella Soriana y un sopor extraño se paseaba entre los carritos de la despensa.
Salí a la avenida, sin saber muy bien a dónde ir. Y esperé. Esperé. Miraba las resbaladillas de un parque acuático, azules y frías bajo la tarde y la fachada gris y aburrida de un FAMSA. Así que caminé y me fui al otro lado del centro comercial. Llegué a una juguetería, entré, me perdí un rato en el pasillo de los juegos de mesa, tomé un juego, dispuesto para comprarlo, pero lo abandoné al llegar a la caja y salí con las manos vacías.
Ahora pienso que por aquel tiempo mi vida y mis días eran así. Ahora, cuando me descubro con esa misma sensación me parece que las cosas no han cambiado mucho en realidad. Así que tomé un camión Huinalá y vi pasar la ciudad: Lindavista con sus negocios pequeños y con un lujo clasemediero, las filas para comprar en el pollo loco, el insípido monumento a la madre con el sol quitándole cualquier belleza. En Monterrey, bajo el sol y el calor, se pierde cualquier rasgo de belleza. El trazo urbano quema, los arbustos y árboles se resecan. Monterrey es entonces un gran desierto que arde aún más con el reflejo platinado de sus coches y la sequedad de sus cruceros.
Llegué hasta Colón y Nueva Rosita. Entonces, lo recuerdo bien, aún vivía mi tío Roberto. Y en una esquina de ese cruce había un Bancrecer, ahora desaparecidos. Y a veces iba a realizar depósitos a ese banco, depósitos del negocio de mi tío Roberto. Me bajé y me detuve un rato frente a las puertas del banco. Pensaba que de un momento a otro podría aparecer por ahi alguien conocido. Pero no apareció nadie.
Así que, como en otras ocasiones, entré al Raly.
Aire acondicionado.
Entrada a quince pesos
Palomitas grandes a quince pesos
Refresco a ocho pesos.
chili-dogs a ocho pesos
El paraíso.
Vi Moulin Rouge. Salí enamorado de la película. Salí enamorado de las voces, del tango de Roxanne. Caray, hasta me dieron ganas de estar enamorado.
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