Mía está en celo. Se arrastra sobre la alfombra como si trajera no sólo fuego por dentro, sino tambien navajas. Maulla de cuando en cuando, maullidos largos, agónicos y después que ha expulsado tanta tensión, se queda tranquila momentáneamente y se echa a un lado del refrigerador o en una orilla de la ventana donde le da el sol. Mía es una gata voyeur. En el otro departamento llegaba de un salto a la parte alta de una pequeña bardita y desde ahí miraba los techos de las vecindades, el bullicioso andar de la gente pisos más abajo. Luego se ponía a jugar. Luego huía de mí. Luego se tiraba junto a O como si sólo junto a ella estuviera en paz. (ya somos dos).
Pero ahora, Mía está en celo y es una gata insorportable. Debemos operarla, pero cuando la llevamos con el veterinario, éste dijo que no, así no. Así que la estamos sufriendo mientras Nadja, su madre, se tira junto al platón de croquetas, olvidada del mundo y de nosotros. Entonces pienso que tendremos a esas gatas durante muchos años más. No sé si esto sea, necesariamente una declaración de optimismo, pero debo decir que tal vez quiero más a Mía por rejega, pero más a Nadja por su capacidad zen. Y cuando O llega a la casa y se tira a jugar al Age, pienso por un momento en esa cuestión rara que son las familias. Qué cosa esto de formar las familias.
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