Venía desde el aeropuerto con Raúl Silva. Él iba, como siempre que viene al D.F., con cara de asustado y feliz. Transbordamos en Balderas rumbo a C.U. y el olor de las donas bajó con nosotros por las escaleras eléctricas. Nos vamos a ir en la micro para que sepas de dónde la tomas para el lunes. Así íbamos, relajados, hablado de nuestros amigos escritores regiomontanos y de cómo nos ahogamos en un vaso de agua. Bajamos frente al OXXO y le dije que a un lado, en la noche, se ponía un puesto de tacos y era como ir recordando cuando me visitan regiomontanos y yo les digo con pelos y señales cómo mi vida se amarra a esas esquinas. En aquél café internet ha ido Elida y Ana y Minerva, le conté y aquí compro el periódico los domingos y mira, ahí junto a ese poste, una mañana me encontré una rata bien grande, como tlacuache. Raúl asentía a todo con aire satisfecho.
Luego, ya que llegamos a casa y mientras acomodaba su maleta en mi cuarto donde la imperturbable mujer de Joy Laville ni se dignó a verlo yo me senté a ver el partido Monterrey-Cruz Azul. Iba Raúl llegando cuando cayó el primer gol del Monterrey. Erviti lanzó un paso bombeado que Pepito Martínez recibió justo fuera del área chica. Controló el balón y lanzó un zurdazo que no sólo se anidó en la portería sino que también nos hizo gritar un gooooooooooollll y un "a huevo cabrones", que salté del sillón, cerré los puños y miré con gloria la tarde defeña. Vamos por unas chelas, le dije, para disfrutar este triunfo. Le marqué a Efraín para contarle del gol y cuando cayó el segundo gol del Monterrey pase al raz de Casartelli y derechazo de Erviti ya la sangre me ardía de la emoción. Monterrey iba a una masacre al azul. Esa era la idea de todos, creo, y este dos cero era sorprendente. Luego, cuando expulsaron a un jugador del Cruz Azul el plato estaba servido y ya no puede aguantar las ganas y le hablé a Efraín: Huey, vamos ganando. Si, qué pendejo, dijo Efraín, yo iba a ir porque pensé que el estadio iba a estar lleno y mira, no se llenó. Luego, igual que un gol, le dije: Vamos, K, vámonos al estadio. Efraín no vaciló. Llego por ti en 10 minutos.
Entonces le dije a Raúl: vamos al Azul y el chicampeano asintió. Efraín llegó en quince minutos por nosotros y luego nos fuimos rebasando autos en periféricos, mentándole la madre a los que iban despacio, como cafres pasando los coches y la ciudad detenida. Así es el corazón cuando te arde el equipo, así es la prisa cuando no quieres perderte ni un pase corto. Salimos de periférico en el momento que Miguel Zepeda anotaba por el cruz azul.
Ya en el estadio nos situamos en las gradas. A un lado la porra azul gritaba y de cuando en cuando sonaban su silbato como de una máquina. Abajo, sobre la grama, un grupo de edecanes con pantalones azules y blusas blancas, sombrillas bicolores en las manos, daban la vuelta a la cancha contoneándose sabroso. Cuando salieron los rayados sus uniformes brillaban bajo el mar azul y cementero. La porra gritó, se las mentó, no los bajó de codos y nosotros tres ahí apechugados, sonrientes porque todavía el 2-1 nos daba el pase. Una lluvia de papel higiénico cayó a las plateas desde las gradas cuando el segundo tiempo empezó.
Es bien feo, lo digo, cuando tú esperas que tu equipo evolucione y no lo hace, cuando a un lado todo un estadio se pone en pie y vibra la estructura de cemento al momento que le meten un gol a tu equipo. Pero fue un golazo. Lo vimos desde lejos como Pereyra se metió entre tres regiomontanos y se enfiló solo y feroz contra el portero. Luego simplemente tocó de lado al Chelito Delgado (Te odiamos, chelito) que batió a Martínez. El tercer gol lo metió Fonseca (el mata rayados; apenas seis meses antes había anotado el gol del campeonato de los Pumas en el tecnológico) . El hermano no autorizado de Alfonso Zayas que estaba sentado atrás de nosotros se burlaba diciendo de cuando en cuando: No griten, que hay regios cerca. Y luego lanzaba una carcajada estrepitoso y alcohólica. Cuando Arellano empató el partido 3-3 ya todo estaba perdido pero aún así grité el gol despacito que suicida no soy.
Salimos del Azul con el ánimo a la baja. Dos horas después los Tigres fueron eliminado por el Morelia y ya eramos tres los tristes. Entonces Efraín me dijo: Hoy se despide la colombiana en el Tenampa. La colombiana. Vanessa. Así que nos fuimos al Tenampa. Llegamos en la noche. Muchos mariachis. Muchos gritos y ni quién se acordara ahí de aquel penalty que no fue, de ese robo en despoblado que nos sacó de la pelea por el título.
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