Uno de los proyectos del FONCA que me llaman la ateción es el de Julieta García. Su proyecto consiste en cuentos que tratan sobre personas que se sienten fuera de lugar. En charlas al calor de la mesa del hotel en Morelia, en el autobús de regreso a la ciudad de México después del primer encuentro o bien en otros momentos, Julieta me ha contado a grandes rasgos el porqué de los cuentos que engloban ese proyecto y yo he insistido en que me gustan las ideas de los cuentos y me anima, en parte, la esencia de las historias tal vez porque me presumo, en muchos momentos de mi vida, como un sujeto fuera de lugar.
Así que fui otra vez a la Casa Blanca, dice Forrest Gump a la señora que lo escucha, sentados ambos en la banca de la parada del camión. Así que fui otra vez a Xochimilco, escribo para leerme dentro de unos meses o dentro de unos años. A última hora Brenda me canceló y yo recibí la noticia con fastidio mientras mis alumnas ponían cara de circunstancias al ver mi débil pataleo de enojo. Luego me fui a casa de Rodrigo. Sólo estaba Efraín recien bañado y poniendose guapo para la tarde. Casi media hora después llegaron Rodrigo, Xóchitl, Laura y Silvia. Dice Barthes que lo que se escribe con placer se lee con placer. No necesariamente pienso que ocurra esto cuando te enfrascas en la crónica de una tarde xochimilca. Abordamos el ibiza de Efra y nos lanzamos al camino. El sol andaba perro y el aire acondicionado no era suficiente. El tráfico defeño es incalculable pero vivirlo cuando traes prisa y vienes apretado en un coche resulta más insufrible. Ahí me sentí por primera vez fuera de lugar. Yo no debería de estar en ese coche, a esa hora.
Luego, ya en el centro de Xochimilco, estuvimos varados por casi veinte minutos en una calle que iba en contra. El oficial de tránsito, muy acomodado en su patrutorta nos dijo, denle por ahi y al darle nos encontramos con una micro. Cuando finalmente llegamos a Xochimilco nos encontramos con Julio, Manolo y su esposa y ya, nos subimos a la trajinera. Se bebió pronto, se relajó mejor. Iba la trajinera en un pasmo de alivio deslizándose por las aguas verdosas de los canales. Iba Silvia riendo con Laura y Efraín al lado, iba Julio tocando "diles que vienes de allá, de un mundo raro" y Xochitl y Rodrigo bien abrazaditos al fondo de la trajinera. Comimos después quesadillas, esquites, enchiladas de pollo con mole y hubo un momento donde la tarde discurría a nuestro alrededor con una paz presentida. De lejos nos llegaba la música de mariachis y conjuntos norteños, una música firme y tonante que conforme nos acercábamos se volvía más fuerte y clara.
Luego empezaron las fotos, ponerse en la proa de la trajinera, abrazos por un lado y otros saludes a otros paseantes. Ibamos cante y cante y una trajinera donde sólo venía un gringo y su esposa nos miraban con una nostalgia de fiestas donde no estaban. Luego empecé a pensar en aquella mujer norteña pero no tenía saldo en mi celular. Le pedí el suyo a Efraín y le mandé un mensaje. La noche había caído y en la mesa había un campo de botellas vacías y bolsas de papas disecadas. Efraín seguía platicando con Silvia y Laura miraba entre aburrida y con chispazos de alegría a los demás mientras Julio había armado una fiesta del otro lado de la trajinera. Luego Efraín me dijo: ahi está, te acaba de mandar dos mensajes. Luego me dijo, ten, ya mejor háblale. Así que tomé el celular y le hablé. Le conté de los canales negros, de las luces de las velas que parpadeaban en la oscuridad, le dije que el remeto traía una gorra azul y que en la mesa tenía un vaso de pulque blanco y salivosamente rico. Le conté también que acaso, podía ver el cerro de la Silla y el rancho y el montón de perros dormidos bajo los árboles. Ella me dijo que había cocinado un arroz con leche y que estaba sola. Luego corté. Me sumí en un silencio absurdo. Así es. La vida siempre está en otra parte. Y me sentí fuera de lugar por segunda vez.
No recuerdo cómo subí al coche, pero alcanzo a atisbar que pagué mi cuota del viaje, que salimos por división del norte, que enfilamos por periférico los seis ahí en el coche de Efraín hasta que llegamos a su casa. Bailamos un rato, nos reímos. Me senté casi acostado a un lado de Laura y ella me contó historias de una ciudad del norte mientras Xochitl iba desplomándose en el sueño y Rodrigo también. Luego vino el sueño. Nos acostamos, yo en el sillón, el resto en los cuartos y al amanecer, no sé, movido por ve tú a saber qué extraña sensación, me sentí completamente fuera de lugar. Efraín leía el periódico, Rodrigo reía con Xochitl y Laura en una recámara y sus risas me pegaban en el pecho con una dulzura no compartida. tomé mi mochila (una donde venían mis libros de la clase del día anterior) y me despedí. Laura salió a decirme adiós lo mismo que Xochitl. Buen viaje, le dije a ella que al lunes siguiente partía de regreso a su casa en Chihuahua. Cuando salí hacía un sol raro para el D.F. Un Sol muy regiomontano.
He ido cinco veces a Xochimilco. La primera en la fiesta de Susana Pagano, la segunda con la gente de santander serfin, la tercera y cuarta en dos fiestas de cumpleaños mías y esta última, la quinta. Cada una ha sido un viaje. Este fue el de la no pertenencia. Es un cuento que Julieta García podría escribir: la historia de quien ya no encuentra en su lugar querido la paz que otras veces le dio y sólo puede bajarse en una parada o, si tiene aire de santo, irse caminando sobre las aguas.
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