Monday, May 25, 2009

El fin de los 31

El último día de mis 31 años me levanté con demasiado sueño, aunque antes de que sonara el reloj despertador. Me arrastré con pereza hasta el boiler y lo prendí sólo para volver a tirarme a la cama. Oía la lumbre a presión y aquello me adormiló un poco más. Me levanté diez minutos después y después de bañarme me quedé viéndome frente al espejo. Me pregunté porqué he dejado que el pelo me crezca tanto (ya a la altura de los omóplatos), pero me seguí pasando el peine, aburrido. Rápidamente me vestí (jeans negros, los de siempre, camisa a cuadras rojos con blanco y negro, calcetines negros (no eran par) y salí apresurado de la casa después de despedirme de O, quien dijoque me veía guapo, aunque pocas veces le creo, je.
Afuera el hombre de la basura pasaba la escoba por entre los coches y varias mujeres iban con sus hijos a la escuela que está a dos cuadras de la casa. Hice el camino al metro con la misma lentitud de siempre. En la esquina el hombre del puesto de tacos ya hervía un gran pedazo de suadero y el tamalero algo le recriminaba a una mujer que llevaba un café en la mano. En el metro compré el Record, como todos los días y me encaminé al andén. No me gusta subirme en vagones apretados, así que dejé pasar un convoy. Bajé en Allende y al salir noté que adelante de mí iban Julio y Teresa. Los vi alejarse, cada uno con su propia prisa.
Todo el día estuve trabajando. Terminé de revisar el original de un libro que espero (el trabajo del editor se sustenta en la esperanza) se vende muy bien. En el inter desayuné hot cakes con te chai. Fui al banco, contesté las llamadas de tres autores, vi la nueva portada de Ellos dos y casi a las tres de la tarde terminé el libro. Varias cosas pasaron dignas de mencionarse, como que tres palomas entraron a la oficina y se pasearon a sus anchas y que vi el nuevo video de Susan Boyle y leí la réplica que Javier Sicilia hace de una reseña que le hizo Evodio Escalante. Réplica dura, inteligente, sagaz. Casi al salir, las chicas de la cafetería me preguntaron si quería una rebanada de pastel y me dieron un gran pedazo de pastel de cajeta con nuez.
Al llegar a casa me lo comí de postre, después de recalentar la pizza que había comprado ayer en Mamas pizza, oh, deliciosas. Así me ha dado la tarde. Acabo de tender la ropa que lavé ayer, para aprovechar los últimos rayos del sol. Se acaban los 31 y estoy como en casi todo el año, frente a la computadora. Año feliz, debo decir. Escribí dos novelas infantiles y un libro de cuentos para N.L., además de dos chonchas guías turísticas, mismas que ya vieron la luz editorial. Hice nueve libros para Jus más seis que están por salir. Sufrí un fuerte accidente automovilístico. Me cambié de casa. Compré un coche nuevo y ya lo chocaron tres veces. Subí tantos kilos como había bajado, me dejé crecer el pelo como nunca y viajé viajé mucho por el país, de noche y con lluvia, con neblina y sin ella. También dediqué demasiadas horas al darkorbit, al travian y recientemente al spaceinvasion. No he visto a tantos amigos como quisiera, pero tuve el gusto de poder compartir cabina de radio con Marlen y Alicia hace unas semanas. Marlen dijo que era mi regalo de cumpleaños y se lo agradecí y hace rato Danielón me acaba de regalar un video fabuloso, de unos niños que recorren una playa y al llegar a un risco sueltan todo y saltan para nadar en el aire. Al final, el niño más pequeño, duda ante la poderosa caída, pero vuela. Todos somos como ese niño que duda antes de lanzarse la milagro. Ojalá los 32 años nos permitan más vuelos.

Saturday, May 09, 2009

Algo tiene la carretera por las noches que me embruja. El contraste de tanta oscuridad con las luces estridentes de los coches en sentido contrario, el ruinoso desfogue de los motores de trailers y autobuses y esos aromas del campo que entran al coche me producen un encanto especial. Anoche fuimos a Querétaro a festejar el cumpleaños de una amiga. La casera, una de esas mujeres carentes de juicio, sedientas de autoridad y de gracia nula dio por terminada la fiesta con gritos y malas caras, aún y cuando todos estabamos tranquilamente sentados en una azotea, viendo la luna y platicando. Terminamos en una casa en una colonia más bien pobre, oyendo música colombiana y con todo un grupo de desconocidos que nos abrieron las puertas de su casa a transfugas fiesteros y nos ofrecieron las cervezas y palomitas para la celebración. Casi a las doce y media de la noche emprendimos el viaje de regreso a casa, yo tenía que dar clases hoy, pero tarde me dijeron que se habían cancelado. Así que volvimos a casa, abriéndonos paso en la oscuridad, con el coche a un ritmo sostenido de 130 kilómetros, bajando y subiendo cuestas, rebasando trailers y orillándome cuando otros coches con luces blancas y más potencia nos rebasaban. En muchas partes tuvimos que ir con las luces altas, pero algo en la noche sabía a aventura. Otro regreso al D.F. de noche consumado.