Saturday, May 09, 2009

Algo tiene la carretera por las noches que me embruja. El contraste de tanta oscuridad con las luces estridentes de los coches en sentido contrario, el ruinoso desfogue de los motores de trailers y autobuses y esos aromas del campo que entran al coche me producen un encanto especial. Anoche fuimos a Querétaro a festejar el cumpleaños de una amiga. La casera, una de esas mujeres carentes de juicio, sedientas de autoridad y de gracia nula dio por terminada la fiesta con gritos y malas caras, aún y cuando todos estabamos tranquilamente sentados en una azotea, viendo la luna y platicando. Terminamos en una casa en una colonia más bien pobre, oyendo música colombiana y con todo un grupo de desconocidos que nos abrieron las puertas de su casa a transfugas fiesteros y nos ofrecieron las cervezas y palomitas para la celebración. Casi a las doce y media de la noche emprendimos el viaje de regreso a casa, yo tenía que dar clases hoy, pero tarde me dijeron que se habían cancelado. Así que volvimos a casa, abriéndonos paso en la oscuridad, con el coche a un ritmo sostenido de 130 kilómetros, bajando y subiendo cuestas, rebasando trailers y orillándome cuando otros coches con luces blancas y más potencia nos rebasaban. En muchas partes tuvimos que ir con las luces altas, pero algo en la noche sabía a aventura. Otro regreso al D.F. de noche consumado.

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